Curar las heridas

Miniserie | ‘Lisey’s Story’ (Pablo Larraín, Apple TV+, EE.UU., 2021)

Carlos Rico
OchoQuinceMag
5 min readSep 29, 2021

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ATENCIÓN: Este análisis puede contener spoilers sobre la miniserie ‘Lisey’s Story’.

La pérdida es un tema recurrente en el prolífico Stephen King, uno de los autores de los que se han adaptado más obras en cine y televisión. La última novela que ha dado el salto a las pantallas es Lisey’s Story, un trabajo que escribió cuando en el año 2000 una neumonía casi acaba con su vida. El atropello que sufrió cuatro años antes y que afectó seriamente a sus pulmones le dejó unas secuelas que agravaron la enfermedad. Justo entonces nació la idea del libro, uno de los más personales del autor, que acabaría publicándose en el año 2006. En esa novela se propone reflexionar sobre la pérdida del escritor, sobre lo que deja tras su marcha, sobre cómo sería la vida de los demás sin él, sobre cómo sería recordado. El propio Stephen King es el encargado del guion que dirige un inspirado Pablo Larrain (Jackie, Ema o El Club). El chileno, que tanto en Ema como en Jackie abordaba las consecuencias de la pérdida, se junta con el escritor estadounidense y con un J. J. Abrams que hace las veces de productor ejecutivo para adaptar una de las novelas más autobiográficas y complicadas de trasladar a imágenes. El resultado, no obstante, es satisfactorio.

El relato se construye a través de retales, de recuerdos y alucinaciones, de momentos oníricos en los que se entremezclan, y deliberadamente se confunden, realidad e imaginación, lo real y lo paranormal, idea igualmente recurrente en la obra del escritor de Maine. Los recuerdos se funden con la acción y el tiempo no sigue una línea cronológica sino que la protagonista es capaz de vivir en 1998 y en 2006 al mismo tiempo, lo que también ocurría en la novela. Esa posibilidad le permite a Larraín jugar con las imágenes sin corsé, con absoluta libertad, creando capas y modificando a su antojo una realidad inasible para un espectador al que le será complicado acabar diferenciando una realidad y otra, una temporalidad y otra. En ese juego temporal, en ese universo que roza el surrealismo y se abraza lo fantástico, reside uno de los grandes descubrimientos de una serie en la que Larraín parece cómodo con el tono encontrado.

Lisey’s story es, también, y este es otro tema recurrente para King, una obra sobre el oficio de escribir, sobre lo que significa ser escritor, sobre las posibilidades y las responsabilidades que acarrea y sobre las posibles consecuencias que puede tener. Tangencialmente aborda también la toxicidad en las relaciones familiares, la obsesión del fan, la enfermedad mental, la dependencia en el otro o la violencia que subyace en las pequeñas localidades de la América profunda. A diferencia de otras obras suyas, aquí se pone en la piel del otro, en la de su mujer, para aportar un enfoque diferente del habitual. La serie puede leerse como una parábola sobre el poder de la literatura, en este caso devastador, y sobre la profunda huella que deja en muchos de los lectores -algo que ya exploró con gran acierto en Misery-. Un arte cautivador, creador de recuerdos imperecederos, de imágenes y realidades que perviven con nosotros hasta mucho tiempo después de haber cerrado el libro. En este caso la literatura de Scott Landon deja secuelas imborrables e incurables en sus más acérrimos seguidores. Parece claro que algunos de los personajes que habitan Lisey’s Story padecen algún trastorno psíquico, pero no queda explicitado qué se lo ha provocado. Su obsesión por la obra de Scott Landon puede ser el desencadenante o, de alguna manera, la causa de su enfermedad.

La capacidad de Larraín para crear climas y situaciones desasosegantes, sumado aquí al talento del director de fotografía, Darius Khondji, quien ha trabajado con David Fincher, James Gray o Michael Haneke, dota al trabajo de un estilismo fino y atractivo, capaz de crear formas y figuras oníricas, próximas al surrealismo, descritas con precisión en la novela pero difícil de trasladar al audiovisual en las que todo empieza y acaba en el agua y en sus infinitas posibilidades. Boo’ya Moon, ese lugar imaginado por el fallecido escritor, al que escapaba de joven para huir de su violento padre, y que permanece en la historia como una suerte de limbo, es la confirmación de la capacidad de Larraín como creador de imágenes y universos imposibles. El rompecabezas en el que acaba convirtiéndose la serie, con cuatro líneas temporales diferentes, no siempre es fácil de seguir, aunque con el avance de los ocho capítulos que conforman esta única temporada comprobaremos que todas las piezas encajan. Quizás el tono es en ocasiones demasiado solemne, y las imágenes puntualmente no alcanzan la profundidad, la devastación y la gravedad del momento que parecen atravesar sus personajes, pero el universo evocador que es capaz de crear Larrain (especialista en ofrecer atmosferas opresivas, irrespirables), al que parecen haberle dado libertad absoluta para su propuesta, próxima al de un Lynch actualizado, es tan atractivo como subyugante.

La primera escena de la serie muestra cómo murió Scott Landon, el marido de Lisey (una Julianne Moore a la que cuesta recordar un mal trabajo, pero que en éste está realmente en estado de gracia). El asesinato lo perpetró un fan obsesionado con su obra y a este le seguirán nuevos adeptos que exigen con amenazas a Lisey para que publique el resto de la inédita obra de Scott Landon. El duelo de Lisey, que sigue atravesando dos años después de la muerte de su marido, se combina con un drama familiar en el que su hermana está perdiendo la razón. Por medio de los recuerdos la propuesta irá dando nueva información para conocer los motivos que llevan a unos personajes heridos y trastornados a actuar como lo hacen.

Así se construye una serie que mezcla con habilidad el thriller, el drama psicológico y el significado del matrimonio. Un relato complejo, de varias capas, difícil de seguir por momentos, pero liberador y profundo si se llega hasta el final del camino. Es precisamente en su tramo final, casi en el desenlace, donde la serie lanza un alegato sobre la necesidad de curar las heridas para avanzar, sobre la imposibilidad de continuar el camino sin haber olvidado, sin haber cerrado capítulos de nuestra vida que nos anclan en el pasado.

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