La Mafia se sienta a la mesa

Temporada 1 / ‘Nasdrovia’ (Miguel Esteban, Luismi Pérez, Sergio Sarria [creadores] y Marc Vigil [director]; España, Movistar+, 2020)

Jesús Villaverde Sánchez
OchoQuinceMag
6 min readNov 23, 2020

--

ATENCIÓN: Este análisis contiene spoilers de la primera temporada de ‘Nasdrovia’.

La secuencia de apertura de Nasdrovia es un perfecto resumen de lo que va a ofrecer la serie a lo largo de sus seis episodios. El plano comienza en una aguja de vinilo que, al bajar hasta el microsurco, reproduce la música de Tchaikovski para, después, ir abriéndose y mostrar, primero, una botella de vodka y, justo después, un balón de baloncesto. Inmediatamente después aparece Julián, en el suelo, no sabemos si muerto o inconsciente, para dar paso a una Edurne ensangrentada que comienza a hablar, directamente, rompiendo la cuarta pared de manera frontal, a la cámara. Si tuviésemos que ofrecer una definición, sinopsis o breve resumen de la obra, no hay duda de que lo mejor sería reproducir esta secuencia opening y dejar que las imágenes hablasen. Los elementos de la idiosincrasia rusa que van apareciendo, casi como un desfile: vodka, Tchaikovski, el imparable baloncesto de la CCCP y la mafia rusa, para ofrecer un vistazo rápido a todos los componentes que van a conformar el espíritu de la teleficción.

El último título original de la plataforma Movistar+ se sumerge en las profundidades del alma humana para hablar sobre los límites entre el bien y el mal. Julián y Edurne son un matrimonio venido a menos (en realidad, están divorciados) que sufre la crisis de los 40 y, de pronto, se empieza a preguntar qué han hecho con su vida. Abogados cansados de defender a personajes públicos con delitos de fraude, malversación, tráfico de influencias y todo tipo de atrocidades económico-burocráticas (en la fiesta que da origen a su hastío aparecen trasuntos de Rita Barberá, El Bigotes, Correa y buena parte de la trama Gurtel y otras que podrían catalogarse también como crimen organizado), deciden montar un restaurante ruso y seguir los pasos de su instinto y sus sueños. Para ello se unen a un chef con ínfulas y aires de grandeza amante de la Madre Patria y que conoce perfectamente su gastronomía. La conjunción de todo ello será el principio del fin: una espiral cáustica hacia el infierno más íntimo.

Magnífica y divertidísima interpretación de Leonor Watling.

La aparición de la mafia rusa en el Nasdrovia será el detonante y el pivote argumental sobre el que se edificará toda la ficción creada por Miguel Esteban, Luismi Pérez y Sergio Sarria y dirigida por Marc Vigil. La Mafia se sienta a la mesa. Todo se tambalea y el sueño de Julián y Edurne se convierte en pesadilla. Una noche, Boris, un lugarteniente de la mafia, aparece en escena y queda fascinado por los blinis de Franky (un fabuloso Luis Bermejo, divertido, irónico e impagable). A partir de ese momento, su equipo establecerá el restaurante como lugar franco para sus operaciones. Esta irrupción de la mafia rusa sirve a Nasdrovia como espita para desarrollar la comedia mundana en torno a una banda organizada del crimen a la que la serie retrata como un colectivo formado por personas con problemas comunes. Todo respira una extraña normalidad en torno a los criminales: desde los problemas conyugales (un tipo con problemas matrimoniales porque vio Juego de tronos sin esperar a su mujer) hasta mafiosos que se quejan de problemas tan terrenales como la hora de llegada de un fontanero (esa costumbre de decir que vendrán a lo largo de la mañana, en lugar de concretar un poco, con la consiguiente espera y pérdida del tiempo). Esa equiparación de los problemas de tipos que se dedican al crimen con los que podamos tener cualquiera ofrece un sinfín de oportunidades para el humor: resulta muy cómico ver a un mafioso hablar de cómo su vida cambia al diagnosticarle una intolerancia alimentaria (“ni la policía me ha jodido tanto como el gluten”) o ver como, en la despedida del patriarca, se utiliza el mismo PowerPoint cutre que utilizaríamos como felicitación del cumpleaños de nuestro mejor amigo. En ese sentido, Nasdrovia podría emparentar, desde la comedia más autoconsciente, con la propuesta de Los Soprano (David Chase, HBO, EE.UU., 1999–2007): el tipo mafioso que tiene problemas mundanales y las mismas preocupaciones que cualquier ser humano.

La puesta en escena de Nasdrovia ofrece un descenso a los infiernos del trío de caracteres principales a través de la perspectiva de Edurne. Las continuas rupturas de la cuarta pared que lleva a cabo la protagonista (qué bien le sienta este papel a Leonor Watling, maravillosa interpretación, muy divertida) nos alertan de que todo está siendo filtrado por su mirada y su punto de vista. El recurso de la incorporación del observador como interlocutor podría emparentar la producción con la recientemente exitosa Fleabag (Phoebe Waller-Bridge, Amazon Prime Video, Reino Unido, 2016–2019), con la que, incluso, Nasdrovia tendrá un parentesco más estrecho en la secuencia en la que es la misma pantalla del ordenador la que rompe la cuarta pared (llevando a cabo una ruptura doble) para interpelarnos en una evolución del recurso que podría equivaler a aquella secuencia en la que el cura de Fleabag se daba cuenta de nuestra presencia y nos hablaba.

Las miradas a cámara de Edurne son el sello de identidad de ‘Nasdrovia’.

Más allá del recurso, que se erige como principal sello de la creación, el dispositivo formal dirigido por Marc Vigil alberga otros tantos recursos de valía, como la reiteración de la imaginación de Edurne que se intercala en la acción en determinados momentos. Otra muestra y aviso de que, efectivamente, el tamiz de su mirada es el que está filtrando la narración que recibe el espectador. Esa herramienta nos sirve para sentir el estrés emocional de Edurne cuando se imagina tirando a la piscina a una mujer y reivindicándose como mujer sin hijos (“para ser una mujer plena no hace falta ser madre”), la personificación del remordimiento en esa aparición del hombre congelado con el que habla, incluso, en una secuencia o, en un movimiento muy sherlockiano, para aproximarnos al sentimiento de culpa que padece gracias a ese palacio mental en el que, nos cuenta, se refugia cada vez que tiene problemas (un recuerdo de la Toscana al que regresa una y otra vez).

Así las cosas, Nasdrovia ofrece un acercamiento a la mafia desde su aspecto más cómico y ridículo. Una adaptación de la novela homónima de Sergio Sarria con momentos impagables (los rusos que cantan a voz en grito el himno de la URSS justo antes de enfrentarse en un partido de baloncesto que simula un duelo entre Rusia y la Unión Soviética), referentes perfectamente estudiados y absorbidos por el guion original de la ficción (la fortuita manera de entrar en el crimen organizado del Fargo original [Joel y Ethan Coen, EE.UU., 1996] y el congelador de la expansión televisiva) y una banda sonora original que engarza con el relato de manera brillante para conformar una partitura única. Cuando la Mafia se sienta a la mesa, solo queda brindar y… ponerse a salvo. Y, mientras, si el camino lo permite, como nos enseñan Edurne y Julián, disfrutar. Vashe zdorovie!

Boris y su séquito, en el restaurante: la Mafia se sienta a la mesa.

--

--

Jesús Villaverde Sánchez
OchoQuinceMag

Periodista. Intento escribir retratos y fotografiar historias. Casi nunca lo consigo.