La escala de grises

Jesús Villaverde Sánchez
OchoQuinceMag
Published in
8 min readJul 16, 2020

ATENCIÓN: Este análisis contiene información relevante y spoilers sobre la primera temporada de ‘Penny Dreadful: City of Angels’.

Nos encanta lo absoluto. Porque nos viene de lujo para etiquetar un mundo que no terminamos de comprender. A menudo, tendemos a clasificar todo; en cuantos menos sacos, mejor. Por eso la reducción nos parece la mejor manera de situarnos: buenos y malos, negro y blanco… Así nos resulta más fácil significarnos y resituarnos sobre el mapa que pisamos para tener la conciencia más tranquila. En Penny Dreadful: City of Angels –continuación del serial decimonónico que solo guarda correspondencia con este en la denominación–, las fronteras entre el bien y el mal han ocupado la gran parte del conflicto moral y ético que han atravesado sus protagonistas.

La lucha entre el bien y el mal es representada por el duelo entre hermanas, la Santa Muerte y Magda.

Desde los primeros segundos, un inicio poético y muy conceptual divide las fuerzas contendientes en dos grupos: la eterna guerra fraternal. La Santa Muerte conversa con su hermana, la representación del Diablo sobre la Tierra, que está quemando un campo en el que trabajan inmigrantes a los que arrasan las llamas (aquí, el CGI resulta de una pobreza que casi consigue anular la belleza conceptual de la secuencia). En un momento dado, un niño ve que su padre va a ser devorado por el fuego e intenta salvarlo, pero la Santa Muerte lo expulsa con un fuerte golpe en el pecho –que le granjeará una marca de por vida– para librarlo de la inminente muerte. Todo ocurre mientras, de fondo, suena la voz de Chavela Vargas cantando La llorona, una de las canciones más bellas que jamás se han compuesto, que encaja a la perfección con el espíritu funesto de la secuencia.

El reloj salta adelante en el tiempo y, entonces, vemos que el niño se ha convertido en uno de los primeros policías chicanos del LAPD. Ahora, en una de sus primeras intervenciones, debe investigar un asesinato ritual que se ha producido en lo que, pronto, será la autopista que cruzará Los Ángeles por encima del barrio mejicano. Nuevamente, Penny Dreadful: City of Angels contempla el mundo desde la polaridad. “Te llevas nuestro corazón, tomamos el tuyo”, reza la pintada que acompaña a la macabra escena, con remembranzas al inicio de la primera temporada de True Detective (Nic Pizzolato y Cary Joji Fukunaga, HBO, EE.UU., 2014). En tan solo unos minutos, la obra de John Logan ya ha sentado las bases, una revisión de la batalla entre el bien y el mal. Los mejicanos contra los estadounidenses, los ricos contra los pobres, los hombres contra las mujeres (la escena de la violación de la chica por parte del policía)… todo se articula en torno a una contraposición de extremos.

Santiago Vega, el primer inspector latino en el LAPD.

El discurso racial toma gran parte del pastel argumental. Penny Dreadful: City of Angels se circunscribe a un relato en el que el racismo latente (y no tanto) se postula como el principal leitmotiv. “Cuánto desearía que esos cuerpos fueran mejicanos”, asegura el comisario, justo después de descubrir el asesinato de las tres mujeres sobre la autopista, para, inmediatamente, percatarse de la presencia de Tiago y añadir un escueto y absurdo: “Sin ofender”. La mirada argumental hacia la América racial es total: desde la representación de la lucha por el barrio latino y su dignidad hasta la resituación del famoso lema de campaña de Donald Trump, el America First, en boca de un nazi. La producción de Showtime se atreve a mirar directamente a los Estados Unidos actuales y tacharlos de nación filonazi a través de la resignificación que hace sobre los USA de los años treinta. Así las cosas, el uso que hacen las autoridades de la violencia y el racismo para perpetuar su condición demuestra que las cosas apenas han cambiado. De esta forma, el discurso de la obra –emitida en España en la plataforma Movistar– va tomando carácter, poco a poco, hasta eclosionar y cristalizar en un speech antirracista durante los últimos diez minutos de la season finale. Es en ese momento, cuando Tiago explica, con claridad, que, en realidad, la autopista construida es mucho más que una simple vía de circulación. “No están construyendo carreteras, sino muros”, alega, asegurando que posteriormente crearán otra autopista que disgregará el barrio negro y así con todas las etnias minoritarias. La serie concluye con un interesante juego de puesta en escena: en un momento dado, Tiago rompe la cuarta pared y nos habla directamente a nosotros, como espectadores, pero también como jueces de parte. “Los Estados Unidos no son así”, asegura, como queriendo disculparse de todas las atrocidades que se cometen en nombre de una patria que, efectivamente, es mucho más que eso. El creador John Logan utiliza la voz de su personaje principal para filtrar su alegato final y su opinión sobre la deriva actual de su nación. Sin duda, esa conclusión abrocha a la perfección toda esa argumentación vertebral de Penny Dreadful: City of Angels que camina de la mano de una nueva ucronía nazi en América.

Kerry Bishé interpreta a la hermana Molly, una pastora que anhela la libertad de ser ella misma.

Más allá de lo narrativo, la puesta en escena de la obra de Logan ha tomado cierta relevancia (si obviamos el CGI tan pobre de la introducción) en determinados contextos de la ficción. En este sentido, Penny Dreadful: City of Angels se ha apoyado con inteligencia en una fotografía penumbrosa que ha acompañado a casi cualquier secuencia, poniendo énfasis en aquellas en las que la Santa Muerte tomaba protagonismo; sobre todo en dos momentos del metraje: la escena en la que la Santa acude a la llamada de la matriarca de los Vega, en la que sus ojos fueron la única partícula de color en una atmósfera de tono grisáceo, y aquella en la que acude a la última llamada de la hermana Molly (qué gusto es siempre ver interpretar a Kerry Bishé), a la que abraza para llevarla consigo y alcanzar la libertad en una aproximación de corte poético y lírico a la muerte. Lo cierto es que todas las escenas en las que ha aparecido la Santa Muerte (imponente representación de Lorenza Izzo) han sido de una índole bella y han acariciado la poesía visual. En la mirada hacia su capilla, Penny Dreadful: City of Angels ha guardado casi la única correlación con su predecesora: el espacio que le guarda María en su casa, a modo de capilla, es de corte similar a la sala de las brujas, aquella casa de muñecas que “regentaba” Madame Kali en aquella primera saga.

Lorenza Izzo se pone en la piel de una Santa Muerte más “humana” que nunca.

El artefacto formal ha sabido jugar sus cartas en esta Penny Dreadful. Así, la serie ha conseguido imágenes tan potentes como la de un empresario con el mundo a sus pies (aparece sobre la maqueta del futuro de Los Ángeles en el 1x05) y ha conseguido homenajear a títulos como Uno de los nuestros (Goodfellas; Martin Scorsese, EE.UU., 1990), el plano secuencia cuando Mateo entra al Crimson por primera vez, o West Side Story (Robert Wise y Jerome Robbins, EE.UU., 1961), el baile racial, entre otras grandes películas del cine clásico. No obstante, uno de los momentos clave para entender el valor de la puesta en escena lleva el sello de identidad de la creación de la obra. En el episodio 1x09, el que reivindica la familia como lugar políglota de convivencia, es decir, como primer espacio de respeto y paz, que será cimiento de una sociedad más plural y respetuosa, Santiago le presenta a su familia a Molly, su pareja. En un momento dado, la pluralidad de creencias, trabajos y formas de luchar toma la delantera y todo se convierte en un festival de gritos y reproches que tiene lugar mientras, de fondo, todo el mundo baila y se divierte en el pub. Es en ese momento cuando el dispositivo formal renuncia a la música para darle todo el protagonismo al discurso de Tiago, que reprende a su familia. El fondo de la secuencia muestra a la gente, que continúa bailando, pero para nosotros la música ha terminado y solo importa lo que va a decir Tiago justo antes de que se precipiten los acontecimientos más crudos.

Porque si de algo ha hecho gala Penny Dreadful: City of Angels ha sido de una crudeza suave, pero certera. Si la obra comenzaba como una lucha de antagonistas entre el bien y el mal, los capítulos han devenido en una aproximación hacia el horror desde los grises. El nazismo dubitativo de Peter Kraft –apoyado por una de las formas humanas que toma Magda, la representación del demonio en la Tierra–, los grises morales de los policías, esos hombres buenos que terminan por apalear al propio Tiago y asesinar al reo latino, ahorcado sobre una farola ante el gesto de horror de Lewis Michener (Nathan Lane), un agente judío que, aquí, representa la mesura y la sensatez en un entorno creciente de caos y odio. Un entorno que ha querido emparentar, sin buscarlo desesperadamente, con los Estados Unidos de hoy, los de Donald Trump, un mandatario que emparenta directamente con los políticos filonazis que vemos en esta producción. Sin embargo, al final, resuena con fuerza esa última reflexión de Tiago Vega, una frase que redime a buena parte de esa población norteamericana avergonzada de su historia reciente y de su deriva actual. Una frase lapidaria que, pese a todo, deja buen sabor de boca: la esperanza de que la sociedad puede no ser tan drástica, de que aún nos puede quedar la ilusión de la convivencia. La ilusión de que, efectivamente, los Estados Unidos no son así. De que el mundo tampoco lo es. La importancia de la escala de grises.

Las secuencias que se desarrollan en el Crimson rememoran a ‘West Side Story’.

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Jesús Villaverde Sánchez
OchoQuinceMag

Periodista. Intento escribir retratos y fotografiar historias. Casi nunca lo consigo.