La edad sin límites

Antonio Sánchez Marrón
OchoQuinceMag
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4 min readJan 27, 2020

ATENCIÓN: Este artículo contiene información y spoilers sobre la temporada 2 de ‘Sex Education’.

Son días de pin parental. Jornadas aciagas en los que todavía hay quien justifica el debate sobre a quién pertenecen nuestros hijos. Las tinieblas de la ignorancia se ciernen sobre lugares ya acostumbrados a la pelea fácil, a la mal llamada picardía. Al chiste breve, sencillo y definitorio de todo un país acostumbrado a eso, a ser nada más y nada menos que censor. Una serie como Sex Education caería en las manos de la política de lo “correcto”, de la rectitud fanática, de aquellos profetas de la proclama que afirma que “cuanto menos, mejor”.

Sex Education aborda, en su segunda temporada, toda una retahíla de lo que deberían ser ya lugares comunes en la fase más avanzada de la pubertad. Define con una perfección considerable todas las cuestiones que atañen a las preguntas que los adolescentes tienden a preguntar porque nadie nace sabiendo. Como es natural. Y el tabú del sexo, del erotismo, de lo prohibido queda de nuevo quebrado cuando los personajes de la ficción creada por Laurie Nunn se atreven a saltar el muro que les separa de la normalidad más aburrida y anodina.

El sexo “salvaje” — incluso con uno mismo, tal como muestra el comienzo de temporada — da paso al amor como sentimiento irrefrenable, aquel en el que apenas hay tiempo para reparar en las consecuencias. En los peligros que cualquier descuido puede acarrear entre dos personas que no dudan en divertirse (aunque no hayan sido conscientes de su éxito mutuo, recuérdese la noche de Otis y Ruby). Hay un descubrimiento de hasta dónde puede llegar uno mismo cuando no se sabe bien si ser traidor o fiel a lo que el corazón desea pero la cabeza contradice.

Es aquí cuando la función y sus actos los domina con elegante brío un personaje que ya es inolvidable y sin el cual la ficción británica sería impensable. Porque Eric y sus diatribas (que ya vienen de la primera temporada) ocuparán buena parte de nuestros sentimientos como telespectadores.

Nunn no tiene prisa alguna por cerrar tramas. De hecho, quedan abiertas algunas que circulan entre la gravedad intrínseca a la unidad familiar (la cuestión de Maeve) así como qué pasará con Adam y su decisión en mitad de la representación más épica que la televisión haya visto de una obra de William Shakespeare. ¿Qué hubiera dicho el genio de Stratford-upon-Avon si hubiera tenido oportunidad de sentarse a ver tan posmoderna traslación de su inmortal Romeo y Julieta? Todo ello sirve de colofón a una función dividida en ocho actos donde ni los expertos en sexualidad han sabido resolver conflicto alguno. Más bien los tienen. Y por partida doble. Tampoco podemos afirmar que el amor triunfe sobre todas las cosas. Nos queda la sospecha de que todo lo que presuntamente ha quedado más o menos solventado y las sonrisas que despiertan las últimas secuencias de la temporada tendrán consecuencias más o menos próximas.

Tampoco hay que dejar en segundo plano que la unión hace la fuerza. Un castigo impuesto (casi rozando la conclusión a la temporada) que, de una manera hábil, demuestra que la sororidad es el único paso para alcanzar la unión ante la oleada machista de comportamientos contra las mujeres. Persecuciones de madrugada o a plena luz del día, tocamientos, acoso, agresiones, violaciones, abusos… Un catálogo del miedo, de la inseguridad, del maltrato que solo se puede solucionar si, como Maeve hace con Aimee (y con posterioridad en el grupo del “castigo”) se acude a denunciar e insistir en que estos comportamientos no son hechos aislados y que las consecuencias pueden ser irreparables.

Sex Education maneja bien los tiempos. Concede a sus personajes el lapso suficiente para tomar decisiones y transforma una apariencia de culebrón en una radiografía de lo que significa ser adolescente en un mundo que avanza a una velocidad de vértigo pero que sigue concediendo los mismos errores a una sociedad empeñada en no querer avanzar, en rechazar las transformaciones, en que “cuanto peor, mejor” sin detenerse a reflexionar que las generaciones que nos pisan los talones están sedientos de preguntas que ni nosotros somos capaces siquiera de responder.

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Antonio Sánchez Marrón
OchoQuinceMag

“Relating a person to the whole world: that’s the meaning of cinema”. (Andrei Tarkovsky)