Orgullo y conciencia de clase

Temporada 11 [1ª parte] / ‘Shameless’ (Paul Abott [cr.] y John Wells [dir.]; Showtime, EE.UU., 2011-?)

Carlos Rico
OchoQuinceMag
6 min readMar 4, 2021

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ATENCIÓN: Este análisis contiene información relevante y spoilers sobre la decimoprimera temporada de ‘Shameless’.

No debe ser fácil cerrar una serie, menos después de once temporadas. Shameless (su versión norteamericana, que con esta undécima tanda de episodios iguala a la original británica), se despide tras más de una década denunciando las injusticias sociales y satirizando las miserias de la clase obrera estadounidense. Lo hace dudando, con miedo de decir adiós, sin una periodicidad determinada en sus emisiones, sacando los capítulos a cuentagotas y partiendo la temporada en dos mitades sin explicar muy bien por qué, quizás temiendo que llegue ese definitivo final detrás del cual no hay nada más que el vacío. La pandemia retrasó el final de una serie que tenía previsto acabar durante el verano del año pasado. Los que seguíamos enganchados, más por corazón que por convicción, a una creación por momentos incómoda, ácida y mordaz como pocas, seguramente lo hacíamos por presenciar el desenlace, por ver cómo despedían a esta familia de locos con la que hemos compartido casi media vida.

Shameless pertenece a ese grupo de adaptaciones exitosas de series británicas, entre las que podríamos destacar The Office y House of Cards. Un anverso en el que otros muchos intentos de adaptación han acabado fracasando. John Wells, productor de series como Urgencias o la imprescindible el Ala Oeste de la Casa Blanca, recoge el testigo de Paul Abott para adaptar una historia de perdedores que luchan por sobrevivir en un mundo hostil que les da la espalda y les niega las oportunidades. Son los parias, los olvidados por un sistema que actúa sin piedad, retratado aquí sin maquillaje ni adornos, con una crudeza que duele, que despoja de cualquier atisbo de romanticismo a la clase obrera y en el que la violencia, las drogas, el racismo, la homofobia y la falta de escrúpulos están muy presentes.

Lo cierto es que la serie había perdido garra desde la despedida de Fiona (Emmy Rossum) al final de la novena temporada, hilo conductor de la trama y nexo de unión de todos los personajes. Sumado a la pérdida de peso de uno de los villanos más memorables de la televisión reciente, un Frank Gallagher al que finalmente su propia familia había decidido dar de lado, acabó por herir de muerte a una serie que en sus últimos años ha ido dando tumbos sin rumbo fijo. Ellos dos daban sentido a la serie y funcionaban como verdaderos protagonistas de la lúcida crítica social de un sistema desigual que se movía con excepcional soltura entre el trazo grueso, la ironía, el drama y la comedia.

En las dos últimas temporadas, los creadores asumieron que la vuelta de Fiona era, además de imposible, una recogida de cable demasiado evidente. Ella era el verdadero motor de la serie, el espejo en el que se miraban los demás personajes. Llena de contradicciones y matices, compleja e insegura, funcionaba como el pegamento que mantenía unida a esta familia disfuncional. Y trataron de nuevo de dotar de importancia las tramas de un Frank Gallagher que llevaba mucho tiempo no solo amortizado, sino también agotado. La serie, que tan bien conjugaba drama y comedia mediante punzantes críticas al capitalismo, a las élites y al poder, acabó apostándolo todo en sus últimas temporadas a la comedia, olvidando casi por completo el drama en el que tan bien se movía. No obstante, su fidelidad a las raíces originales, una autenticidad que nunca ha perdido y el interés que mantenían varias de sus tramas — otras, seamos justos, nunca han funcionado — han hecho de Shameless una serie muy disfrutable hasta el final.

En esta nueva y última temporada, la serie explora las posibilidades de la crítica social introduciendo un elemento diferencial, con muchas posibilidades y desgraciadamente muy presente en nuestras vidas: la pandemia. En este sentido, y obviando la secuela de Borat, quizás sea el primer producto audiovisual que juega de esta manera con las posibilidades del presente. Vemos mascarillas — pañuelos en el caso de algunos personajes que ni siquiera pueden permitirse comprarlas — , limitaciones de movilidad y otras restricciones, pero sobre todo los estragos y la miseria que deja y ha ido dejando a su paso la pandemia. Los locales cierran, el desempleo crece, la pobreza sale a flote y los que más la sufren son unos habitantes del Southside que ya vivían al día y que tendrán que ingeniárselas para poder comer al día siguiente.

Ese retrato de la miseria, que tan bien ha reflejado la serie en estos once años, sigue siendo su gran fortaleza: la denuncia de un sueño americano que no es como lo venden en Hollywood y en televisión, sino más bien la realidad de un barrio pobre al sur de Chicago donde las familias viven al día y se hacinan en casas en las que escasean hasta los bienes más básicos. Una ciudad de postal, con un downtown y una presencia arquitectónica mundialmente conocida que ha sabido tapar muy bien la violencia policial y donde las armas están presentes y normalizadas por la población. Donde el acceso a la sanidad es limitado y la compra de medicamentos, un imposible. Una ciudad, en definitiva, de contrastes, de desigualdad, con una cara B que no interesa que conozcamos y que aquí se nos muestra sin ambages.

Pero Shameless es y ha sido mucho más que eso. Es, ante todo, una denuncia de la falta de oportunidades, de la desigualdad, del mantra neoliberal que relaciona éxito y esfuerzo, ignorando cualquier otro factor en la ecuación. Esa denuncia se realiza sin sutileza, sin buscar agradar a nadie. El trazo grueso en la mayoría de las tramas no desvirtúa un mensaje final en el también hay espacio para despojar de romanticismo a una clase trabajadora en la que el machismo, el racismo, la homofobia y los abusos campan a sus anchas. No se trata de idealizar el barrio, más bien al contrario, se trata de radiografiarlo como es, con sus desigualdades internas y sus contradicciones, con sus malas prácticas, su lumpen, sus abusos y sus miserias raciales, sexuales y de clase, que también las hay.

Los tres capítulos que restan tras el parón pondrán punto y final a una serie alargada hasta la extenuación que posiblemente tendría que haber dicho adiós hace algunas temporadas. Pese a ello, Shameless será recordada como la serie que puso voz y rostro a la otra realidad del sueño americano, aquella que retrató a buena parte de la sociedad estadounidense a través de historias y personajes memorables. Una serie que presenta una realidad sin edulcorar y que no busca agradar a la mayoría. Solo denunciar una realidad, poner en el mapa a gente sin voz. Precisamente por eso, y pese a sus innegables altibajos, será recordada por muchos con cariño. Larga vida a los Gallagher.

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