‘The Affair’, la larga penitencia de Eleanor Rigby

Jesús Villaverde Sánchez
OchoQuinceMag
Published in
6 min readSep 7, 2018

ATENCIÓN: Este artículo contiene spoilers sobre la cuarta temporada de ‘The Affair’.

La desaparición de Alison Bailey ha rondado, de forma confusa, pero desde su inicio, la columna vertebral de la cuarta temporada de The Affair. Desde el presente narrativo y de sus personajes, los creadores Sarah Treem y Hagai Levi nos han presentado a los dos protagonistas masculinos, Cole y Noah, en una búsqueda de su ex mujer que nos ha hecho pensar en las posibilidades de refugio, huida y/o desenlace para ella mientras nos volvían a trasladar a ese pasado multifocal ya característico del título de Showtime.

La producción ha continuado explorando esa narrativa múltiple, llena de contradicciones y partes inconexas, según quien tenga el foco de la perspectiva, mientras continuaba hurgando (y purgando) las heridas abiertas, tanto pasadas como nuevas, de sus personajes. Así, nos reencontramos con un cuarteto de protagonistas más inmerso que nunca en sí mismos, sus miedos, inseguridades e intentos de escapada. Pronto reconoceremos a una Helen en pleno terremoto emocional, mucho más cuando su idílico entorno burgués sufre el revés de la enfermedad terminal de Vik. Ese temblor que solo es capaz de sentir ella ha sido un recurso quizás algo epidérmico, pero efectivo para anticipar su estado de ánimo. Es en ese impasse cuando las cicatrices, para nada suturadas, se reabren dejando escapar la ansiedad, culpabilidad e inseguridades de un personaje bastante más frágil de lo que nos dice su apariencia. Tanto ella como Vik reconocerán no haber sido capaces de tomar las riendas de su vida gracias al tour de forcé de un episodio catártico y un arco narrativo en el que un Porsche y la clásica vecina de al lado lanzarán un directo a los presupuestos de la pareja y a sus zonas de confort y les harán cuestionarse sus centros gravitatorios.

Helen y Vik han visto resquebrajarse los cimientos de su matrimonio por el cáncer terminal del doctor.

A su lado, pero a una distancia prudencial, aparece Noah, que siempre parece estar en el ojo del huracán, como ese núcleo invisible que hace las veces de motor de acción para los demás. Siempre dispuesto a mirar hacia adelante sin apartar jamás la vista respecto de sus hijos. En esta cuarta tanda, le descubrimos viviendo en Los Ángeles, con el pretexto de ver más a Trevor y Stacey (Martin y Whitney siguen en la universidad), que viven junto a Vik y Helen. Noah ha vuelto a ser el de siempre: un seductor entusiasta (el arco romántico de Janelle, la directora del colegio donde trabaja), un padre torpe y un hombre que suele fallar en su intento de ayuda al prójimo. No obstante, en estos diez episodios, ha redimido su aparente falta de empatía (psicopatía, es capaz de denominarlo su alumno) tratando de sostener y potenciar la creatividad y el talento de su joven aprendiz Anton.

Noah y Janelle. El eterno retorno del seductor.

En la otra orilla, quizás hayan sido Alison y Cole los dos personajes que más cambios hayan experimentado en esta cuarta entrega. La primera, gracias a su nuevo trabajo como terapeuta de la pérdida prematura, ha sido capaz de empezar a vivir con su carga. O eso creíamos, ya que, como ha ido desarrollando su arco psicológico, existen tristezas que nunca expiran. Penas que son, en palabras de su nuevo y misterioso compañero, Ben, una larga penitencia. La puesta en escena ha sabido expresar esa imposibilidad a través de los intentos infructuosos de Alison por aliviar el dolor propio ante la pérdida de Gabriel (las inmersiones). El océano no le permite aquietar la pleamar de su sentimiento de culpa. Su mirada derrocada, y sus palabras rotas, la sitúan como uno de “aquellos a los que no podemos perdonar”. Una madre para siempre sin su primer hijo.

Alison sigue sufriendo las consecuencias de una pérdida irreparable.

El exorcismo de Alison Bailey ha sido similar al del padre de su hijo. Cole se ha enfrascado en la búsqueda de su pasado con la única vocación de poder poner en orden su presente y no seguir haciendo daño a Luisa. Porque es inútil retirarse una tirita cuando la herida aún no ha dejado de sangrar. Así las cosas, ese precioso capítulo (4x05) en el que Lockhart marcha hasta California para perseguir el fantasma de su padre y evitar su destino ha servido al personaje para descubrir algo que, por otra parte, ya quedó patente para el espectador: sigue enamorado de Alison hasta el tuétano. Sin embargo, más que voltearla, esa revelación le servirá para tratar de poner orden en su vida; para decirle la verdad a su ex mujer y tratar de minimizar el dolor irreparable que le causará a Luisa. Algo de salud mental entre tantas fracturas. El problema es que, como suele ocurrir en la vida, todo llegará tarde.

Porque si algo ha sorprendido (o no, quizás fuese el destino de su personaje) en la cuarta aproximación a The Affair ha sido la muerte de Alison. Mucho se ha hablado, durante las cuatro tandas de episodios, de la posibilidad de que acabase suicidándose. Porque, hasta en la ficción, el dolor acumulado de Alison era insoportable. Sin embargo, la reciente renovación, la aparente recuperación psicológica y la terapia a la que empieza a acudir nos ponen en alerta (también como extensión a las suspicacias de Cole) sobre la forma en que haya podido morir la protagonista. Y si la dirección de la serie había optado por descompensar la carga temporal de cada perspectiva a lo largo de la decena de capítulos, dando más foco a unos personajes que a otros en determinadas ocasiones, el 4x09 se erige como el culmen de esta nueva concepción. En un post-mortem dedicado íntegramente a Alison Bailey se ofrecen dos versiones del mismo encuentro enlazados a través de un encadenado elegantísimo y muy sutil. ¿A qué atienden esas dos versiones desde el punto de vista de Alison? Es difícil asegurarlo a ciencia cierta; podrían ser la proyección y la realidad, las dos posibilidades incomprobables de las últimas horas de Alison, la idea oficial del suicidio frente a la sospecha del asesinato… No obstante, todos los caminos conducen a Alison, a su ausencia y a la reacción de su entorno cercano ante su fallecimiento repentino. La rabia (Cole tratando de dirigir el funeral frente a Athena), la nostalgia (las alucinaciones de Noah en el restaurante) o el duelo (ante la muerte ya llegada y ante la venidera) se adueñan de los momentos finales de The Affair, que se despide más enlutada que nunca.

Noah y Cole han unido fuerzas, durante toda la trama situada en el presente, para encontrar a Alison.

Más allá de esta trama principal, que ha recogido todas las miradas, la obra de Levi y Treem se ha permitido licencias para el desahogo (el capítulo en el que Noah y Cole tienen que simular ser matrimonio para obtener una habitación de motel y poder descansar antes de seguir la búsqueda), pero también para la puesta en escena de temas candentes y delicados como el abuso, la violación y la reacción pasiva de la sociedad (Alison descubriendo quién es su padre), la posición de la mujer dentro del matrimonio tradicional (ese parlamento de Helen sobre como todo lo que ha hecho en la vida ha sido para los hombres con los que se ha casado) o las secuelas psicológicas de un país que vive por y para la guerra en territorio extranjero (la confesión que le hace Ben a Alison en el fantástico 4x09). Todo ello acompañado de una suculenta selección de canciones (Lord Huron, Shelby Lynne, Death Cab for Cutie o Carla Morrison, entre otros artistas) que se ha compenetrado a la perfección con ese relato azul oscuro, casi negro, que ha sido la última temporada de The Affair (hasta ahora, la mejor de la teleficción). Un réquiem en Re menor para todos aquellos que no se pueden perdonar, para los que purgan largas penitencias y para la gente solitaria que carga con el dolor de los demás. Un responso por los Cole Lockhart, los Solloway, por un malogrado Vik o por Luisa y la joven Joanie. El memorial por Eleanor Rigby que nadie leyó jamás en el funeral de Alison Bailey.

“La decisión creativa más poderosa era terminar con el arco de Alison en el momento en que finalmente había logrado el auto-empoderamiento”, dijo la creadora Sarah Treem al NY Times.

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Jesús Villaverde Sánchez
OchoQuinceMag

Periodista. Intento escribir retratos y fotografiar historias. Casi nunca lo consigo.