Jaulas de oro
Temporada 4 / ‘The Crown’ (Peter Morgan, Netflix, Reino Unido, 2016-?).

ATENCIÓN: Este análisis contiene información relevante y spoilers sobre la cuarta entrega de ‘The Crown’.
“All the lonely people where do they all belong? / Ah, look at all the lonely people…”
The Beatles. Eleanor Rigby.
En una intervención en televisión –aparece en el telefilm documental The Story of Diana (Rebecca Gitlitz, ABC, 2017)–, una ciudadana británica se refería a la estancia de Diana Spencer en palacio como “la de un pájaro en una jaula de oro”. Una metáfora poco sutil, pero muy efectiva, que ha desarrollado –y no solo en torno a la princesa Diana– la cuarta temporada de The Crown, que ha indagado en las soledades de los protagonistas desde una puesta en escena inteligente y muy simbólica.
La cuarta entrega de la ficción ha metido el dedo en la llaga desde las primeras de cambio. La corte que dibuja la obra creada por Peter Morgan está compuesta por personas que lo tienen todo y que, sin embargo, son incapaces de alcanzar la felicidad. Una idea en la que, desde el final de la tercera temporada, ha profundizado a través de la irrupción del príncipe Carlos y su vaivén emocional y romántico y que, ahora, desarrolla también en torno a secundarios como la princesa Ana, Margarita o también alrededor de personajes vertebrales como Felipe o la propia Reina.

A través de una arquitectura de columna bífida, The Crown ha dividido su cuarta tanda de episodios en dos ramas cuyo foco podría resumirse en la corona y el parlamento: Buckingham y Downing Street, Elizabeth II y Margaret Thatcher. No es casualidad que, precisamente, la puesta en escena haga que, justo en el momento en el que Margaret Thatcher irrumpe en escena como “hembra alfa”, los empleados de Buckingham aparezcan colocando una cabeza de ciervo que acaba de cazar Felipe enfrentada al único ejemplar que ya poseían en palacio. Una metáfora que completa su ejecución en el duelo que mantienen la Reina y la Dama de Hierro en el episodio 4x08, que ofrece las dos expresiones más rimbombantes, por bien introducidas, de la producción: el espejismo de la democracia al que alude la primera ministra frente a la economía moral con la que rebate sus argumentos la Reina.
La presencia de Thatcher (una desdibujadísima y sobreinterpretada Gillian Anderson), y su relevancia argumental, permiten a la teleficción hacer una panorámica de la situación política que atravesó el Reino Unido durante los años a los que se circunscribe esta cuarta temporada de la serie (1979–1990). Una mirada en la que cobran protagonismo la tensión creciente en el Úlster y la actividad terrorista del IRA (que culmina en el asesinato de Mountbatten) y la creciente desigualdad social derivada de las políticas clasistas y ultracapitalistas de la premier. Precisamente, en torno a esa desigualdad, orbita el que quizás sea el episodio más afilado de la obra, Fagan (4x05), una aproximación a la noche en la que un desconocido en paro burló el dispositivo de seguridad y se coló en la habitación de la Reina solo para que esta le escuchase y fuese consciente de la situación que vivían sus súbditos a pie de calle. Un capítulo que entrelaza con absoluta lucidez el cine de Ken Loach con el de Stephen Frears y devuelve un mensaje tan contundente como lleno de obviedad y cordura en el que destaca el primer plano a las manos de la Reina y el trabajador, juntas en un saludo que se atreve a rememorar, incluso, La creación de Adán de Miguel Ángel. Lo mundano dando la mano a lo etéreo, la ciudadanía y la corona.

Más allá de lo político, si es que los pasillos de Buckingham no lo fuesen, The Crown ha apoyado el resto del peso argumental sobre los hombros combados de HRH Charles y su pájaro enjaulado. La presencia de Diana de Gales ha sido un viaje en primera clase del sueño a la pesadilla. Un recorrido que queda rotundamente filmado entre dos instantes. El primero sería ese baile (4x05) en el que, casi como si de La La Land se tratase, la pareja baila y el fondo desaparece (incluso la música) para dejarlos un resquicio de intimidad, justo cuando atraviesan su mejor momento. El cuento de hadas que pudo haber sido. El segundo tiene lugar en la trenza formal que cose la haka de bienvenida a Nueva Zelanda con el momento más crítico del romance. La pesadilla que fue. En este sentido, la puesta en escena de The Crown ha sabido proporcionar a sus imágenes la capacidad de hablar por sí mismas e incorporar significado a la narración. Destacan, por ejemplo, las secuencias en las que vemos como Diana pierde su condición de persona normal y su privacidad (con todo lo que conllevó y que conocemos de antemano), en un recorrido en el que, mirando al suelo, los flashes la deslumbran y reflejan el poder oscuro que la prensa tendrá desde ese momento hasta su final. La interpretación de Emma Corrin, rememorando a Diana en cada pequeño gesto, es excelsa desde la economía gestual. Otro plano en el que la producción alcanza el cénit del lenguaje audiovisual es aquel en el que, tras su luna de miel, en la que se ha sentido más unida a Carlos de lo que lo estará nunca, Lady Di se dispone a regresar a Kensington. Justo en el momento en el que va a atravesar la compuerta de su avión, todo lo que aparece más allá del umbral se torna en una profunda oscuridad que anuncia el agujero negro en el que se convertirá su vida y su matrimonio a partir de ese instante. De nuevo, imágenes que tienen la capacidad de contar sin necesidad de la palabra.

No obstante, no ha sido el único instante en el que el dispositivo formal se ha guardado la opción de apuntalar el relato con sus imágenes. El capítulo 4x08, 48 vs 1, se inicia con un magnífico paneo lateral en el que el montaje va entrelazando imágenes de la ciudadanía de todos los países de la Commonwealth mientras escucha el discurso que una joven reina de Inglaterra pronunció en Sudáfrica en el año 1947, justo el día en el que cumplía 21 años. Un recurso en el que vuelve a brillar la economía del lenguaje cinematográfico y que sirve a la serie para reflexionar sobre la inmensidad del Imperio británico, representada por la Commonwealth, tan importante para la Reina, y que se tambaleará años después por la inacción de Margaret Thatcher ante el apartheid de Sudáfrica. En ese momento, la obra replica la panorámica lateral para ofrecer una mirada en la que toda la familia real lee el periódico en el que se narra la pelea y la victoria de la Reina sobre la Dama de Hierro en el asunto del apartheid. Una victoria moral que, además, desestabilizó definitivamente el gobierno de la premier, asestándole un golpe casi final.

La cuarta época de The Crown ha sido, por lo tanto, un acercamiento al colectivo desde el más profundo de los individualismos. Todos los personajes han padecido las consecuencias de la soledad más abismal para, sin embargo, componer un fresco de la institución, sus contradicciones y las oscuridades de sus pulcros y engalanados pasillos. Un fin de ciclo –la serie abandonará estos intérpretes y retomará su emisión con las dos últimas temporadas, encarnadas por otros– que anuncia curvas, túneles y un sinfín de incertidumbres para sus protagonistas. Jaulas, en definitiva, bañadas en oro y diamantes. Pero, al fin y al cabo, jaulas.
