Un corazón empedrado
Miniserie / ‘The Investigation’ (Tobias Lindholm, Dinamarca, 2020)

ATENCIÓN: Este análisis puede contener información relevante y spoilers sobre la miniserie ‘The Investigation’.
La familia de Kim Wall había temido por la seguridad de su hija en algunas ocasiones. Su labor periodística le había llevado a profundizar en entornos tan dispares, a veces hostiles, como la distribución ilegal de contenidos culturales estadounidenses en Cuba, los huesos nucleares de las Islas Marshall –reportaje por el que obtuvo el Premio Hansel Mieth– o la hermética Corea del Norte de Kim Jong-Il, entre otros temas. Sin embargo, nunca imaginaron que la periodista sueca acabaría encontrando la muerte en la tranquila Copenhague, a solo unos kilómetros de su hogar.

El 11 de agosto de 2017, una extraña historia sobrecogía el tranquilo amanecer de la capital danesa. La tarde-noche anterior, Kim Wall había abordado el submarino UC3 Nautilus, en el que se había citado con su constructor y dueño, el inventor Peter Madsen, para documentar cómo era su vida dentro del vehículo. Nada hacía presagiar que aquellas fotografías en las que ambos aparecen juntos, en actitud distendida, sobre el puente de la embarcación, iban a ser las últimas en las que la freelance sueca apareciese con vida. Horas más tarde, Peter Madsen la asesinó –aún se desconoce con exactitud el modus operandi– y la descuartizó, poco antes de hundir voluntariamente el submarino y ser rescatado por la policía portuaria danesa.
La miniserie danesa The Investigation se apoya en el conocido como “caso submarino” para ofrecer una mirada que se detiene en la investigación policial y judicial y abandona, prácticamente, el propio suceso y el morbo generado por sus circunstancias. De hecho, Tobias Lindholm, guionista de Borgen (Adam Price; DR1, Dinamarca, 2010–2013) y creador de esta producción, elude casi en su totalidad la identidad de la víctima –solo aparece citada de forma explícita en un emotivo epílogo– y, sobre todo, del criminal, para centrarse en todo lo que rodeó a los trabajos de investigación. Una labor incesante que, durante meses, fue llevada a cabo por policías, buceadores, fiscales, peritos y todo tipo de trabajadores que volcaron sus esfuerzos y, en muchos casos, sus carreras y vidas personales para la resolución de este macabro crimen.

Con un ritmo flemático y una prosa entumecida, la producción va desarrollando, muy poco a poco, las pesquisas de un conjunto de personas que tratan de esclarecer lo ocurrido a través de las evidencias y el relato cambiante que ofrece el sospechoso. En este sentido, la mirada que ofrece la obra es una ventana al vacío de lo desconocido, a un fondo marino que oculta mucho más de lo que muestra. Hay dos imágenes que podrían recoger, en sí mismas, el espíritu que gobierna este acercamiento a la investigación. En la primera (1x06), la agente Maibritt Porse aparece, de espaldas a cámara, mirando una pizarra en la que percibimos la cronología de hechos que, justamente, atraviesa de lado a lado su cabeza, en una palpable alusión a la manera en la que el caso se introduce en su mente hasta límites insospechados. La segunda, en una dirección similar, nos deja ver cómo el protagonista, el jefe policial Jens Møller, se adentra en una oscuridad inquietante en uno de los momentos en los que va a iniciar alguna pesquisa relacionada con el asesinato (1x04). Son solo dos ejemplos de cómo la puesta en escena delega parte de su locuacidad en las imágenes, que adquieren significados por sí mismas, enriqueciendo el relato. También hará lo propio con el sonido: el estridente y constante tono de llamada del agente Møller será capaz de trasladar al espectador ese estrés y esa constante actualización de datos que se adhiere al ejercicio de la investigación policial.
No es el único momento, ni mucho menos, en el que ocurre ese traslado de poderes entre dispositivo narrativo y artefacto visual; sorprende, por ejemplo, un plano en el que Tobias Lindholm utiliza el espacio como pregonero del estado de ánimo y el contexto familiar del personaje principal. Tras un día duro, Møller llega a casa y la cámara nos muestra, desde fuera, a través de un ventanal, su llegada al domicilio y el recibimiento de su mujer. El espacio aparece dividido en tres zonas, gracias a los marcos naturales que ofrecen las ventanas. En el primero, a la izquierda, aparecen la puerta y un sofá individual en el que Møller se acomoda; en el segundo, el del medio, unas cajas aún sin desembalar, a caballo entre la vida anterior y la futura; en el último, un par de muebles que denotan orden, un futuro dispuesto. En ningún caso, el policía pasará a las dos estancias de la derecha, el guion y la puesta en escena lo harán permanecer, sentado, cerca de la puerta, mientras que su mujer camina hacia las estancias ya amuebladas, mostrando que ambos están en puntos diferentes y dando fe de la mella que empieza a hacer el caso en la vida personal de aquellos que lo investigan. Precisamente, una de las virtudes más notables de la producción danesa reside en su habilidad para filtrar, entre el crimen, tanto las pequeñas píldoras sobre la propia Kim Wall (sus padres hablando de sus planes de futuro en China, de los premios que ganó por sus reportajes, etc.) como la situación personal de los protagonistas, recogidas, fundamentalmente, en Jens Møller, algo que les confiere toda la humanidad que les arrebata el rigor para la investigación.

Así las cosas, en The Investigation, Lindholm sustituye los pasillos del Folketing –el Parlamento de Dinamarca– de su Borgen por el tungsteno de la comisaria y la sobriedad de los juzgados y la fiscalía para ofrecer un relato en el que choca aquello que sabemos, lo que suponemos y todo lo que podemos demostrar. Una reflexión sobre la justicia y lo judicial que recoge la magnífica escritura en una conversación (1x06) en la que el fiscal trata de presionar al equipo policial para obtener pruebas más conclusivas que le permitan encarcelar al asesino confeso sin que ningún resquicio legal permita a su defensa un eximente.
La serie creada por el propio Tobias Lindholm se convierte, gracias a la asunción de códigos lingüísticos y visuales, en un fabuloso thriller silente que transita la frontera entre el nordic noir y el true crime sin llegar a ceñirse por completo a ninguno de estos géneros. Un descenso taciturno a los infiernos del crimen en el que las tintas están cargadas de respeto por la víctima y su familia –el epílogo en el que la madre de Wall aparece en la Fundación Kim Wall honrando la memoria de su hija a través del recuerdo de su trabajo– y el asesino, olvidado en las profundidades del relato, en un elegante y poderoso fuera de campo que lo transforma en un elemento ingénito del que todo está dicho. No hace falta saber más. El amarillismo de la prensa hizo toda esa labor, no es necesario repetirla ahora. Es el turno de los héroes y los caídos, de las víctimas y los leftovers. Del respeto a una memoria que es como una hoguera que debemos mantener siempre encendida. Un corazón empedrado que late por ella y por todos.
