La resonancia del sable láser
Temporada 2 / ‘The Mandalorian’ (Jon Favreau, Disney+, EE.UU., 2019-?)

ATENCIÓN: Este análisis puede contener información relevante y spoilers sobre la segunda temporada de ‘The Mandalorian’.
En Rogue One (EE. UU., 2016), la película independiente de la franquicia Star Wars, Gareth Edwards enmarcaba la aparición de Darth Vader en un aura de inmortalidad y misticismo que denostaba relevancia. El mayor villano de la saga surgía, de pronto, entre el humo y la niebla de una batalla, y lo primero que oíamos y veíamos de él era la estela inconfundible de su sable láser rojo. Durante la segunda temporada de The Mandalorian (Jon Favreau, Disney+, EE.UU., 2019-?), la aparición “estelar” de Vader resuena en dos ocasiones, con resonancias visuales evidentes que también aluden a la importancia capital que han tenido (o tendrán) los personajes en el universo de la franquicia.

La primera en aparecer entre la niebla es Ashoka Tano, a la que vemos por primera vez interpretada por una actriz de carne y hueso (una lucidísima Rosario Dawson). El episodio 2x05, titulado con un suculento La jedi, nos sirve como presentación de un personaje que tomará una relevancia máxima a partir de este año para el universo ideado hace ya casi medio siglo por George Lucas. Dave Filoni hace surgir a Ashoka de la misma forma que Vader lo hacía en la película de Edwards, también entre la niebla y con la estela blanca de su espada como carta de presentación. Una escena brillante desde lo formal; como el resto del episodio, por otra parte. Más tarde, en la season finale, la importancia que toma el personaje que irrumpe tiene que ver más con el pasado que con el futuro: al rescate de Grogu (que seguirá siendo conocido, seguramente, como Baby Yoda) llega el mismísimo Luke Skywalker (en un imponente uso del CGI). Peyton Reed opta por la misma fórmula que Gareth Edwards para la irrupción del protagonista de la saga original, con la vocación de equiparar el peso argumental y simbólico de ambos. Ya saben, de tal palo…

Más allá, la segunda tanda de The Mandalorian ha continuado por los senderos que abrió su predecesora. Casi como si formasen parte de un continuum. La serie de Disney+ se ha vuelto a apoyar en el western clásico como la mayor de sus fábricas de imágenes, regresando una y otra vez a sus patrones: la batalla en la niebla y el cerco a la ciudad (2x05), la ayuda de Mando a un forajido para que este le devuelva lo que es suyo o el tiroteo sobre el tren (2x07) son solo alguno de los caminos de vuelta a los estilemas del género y a sus tonos crepusculares. La estructuración de esta segunda entrega replica la anterior en cuanto a la independencia de sus unidades capitulares. Se podría hablar, incluso, en términos académicos, de The Mandalorian como un procedimental desarrollado en el universo de Star Wars. Los episodios se suceden unos a otros sin más conexión que el personaje central y su alta misión de protección sobre the Child, que funciona un poco a modo de pegamento argumental, como una suerte de macguffin cuqui y algo sobreexplotado en pantalla.
La dirección de la producción creada por Jon Favreau ha ofrecido, en sus imágenes, tanto homenajes al propio universo de la saga (las vainas de carreras de Tatooine, las apariciones citadas de Ashoka Tano y Luke Skywalker, etc.) como referencias directas al cine clásico y moderno. En este último sentido, resuenan ecos de obras tan posmodernas como la saga de Harry Potter (la araña y sus hijas en el 2x02 parecen un trasunto del Aragog de Hogwarts), así como de géneros tan clásicos como el propio western, citado con anterioridad, el ambiente neblinoso del cine portuario victoriano (la llegada al puerto en el 2x03) o el cine asiático de samuráis en el gong que abre el episodio 2x05 e inicia una lucha que sustituye las catanas por los sables láser.

En lo referente a la parte más discursiva, resiste, entre disparos intergalácticos, tensiones planetarias y viajes persecutorios, un mensaje sobre la cooperación como estrategia política y motor social, algo que ya se podía percibir en las aproximaciones previas. Quizás el mejor ejemplo que queda sea la unión de moradores y bandidos (previa alianza con el mandaloriano) contra ese leviatán subterráneo que asola la población. También en la alianza necesaria entre Bo-Katan (genial la elección de Katee Sackhoff para el papel) y Boba Fett, que pese de sus rencillas se ven forzados a cooperar por la consecución de un fin mayor. Una idea que revela el hálito socialista y ahonda en la vertiente sociopolítica que siempre ha acompañado el espíritu de la saga pensada por George Lucas y expandida por tantos y tantos creadores desde entonces. Un canto a la cooperación como ya existía en las trilogías cinematográficas. Podríamos hablar, por lo tanto, de The Mandalorian como una road movie con aires reivindicativos. Una obra perfectamente disfrutable que, además, deja un poso que toma cuerpo conforme se piensa. Otra llave más hacia un pasillo en el que abundan puertas y ramificaciones. Un cosmos pleno de significantes y significados.
