La realidad y el escenario

Temporada 1 | ‘Todas las veces que nos enamoramos’ (Carlos Montero, Netflix, España, 2023)

Jesús Villaverde Sánchez
OchoQuinceMag
4 min readFeb 24, 2023

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ATENCIÓN: Este análisis puede contener spoilers sobre la primera temporada de la serie ‘Todas las veces que nos enamoramos’.

Hay quien dice que, cuando nos enamoramos, saltamos a otro plano y nos olvidamos del mundo exterior por completo. Es como si, de repente, no hubiese nada en el mundo salvo ese nuevo ‘nosotros’. Algo así les ocurre a Irene y Julio, protagonistas de Todas las veces que nos enamoramos, cuando sus vidas se entretejen en el turbulento Madrid de 2004 y se entrelazan para siempre de alguna manera. La serie de Carlos Montero despliega entonces un dispositivo similar a esa desconexión emocional que experimentan sus protagonistas en mitad del caos reinante posterior a los atentados del 11-M. De esta manera, la ficción original de Netflix se articula en torno a ese contexto de turbulencia colectiva para dar pie a una narración profundamente íntima en la que Irene y Julio –y los maravillosos secundarios: Jimena, Da y Adriana– se descubren a sí mismos y al resto a través de su piel y los contactos que establecen.

La idea la explica muy bien el propio Julio en una de las entrevistas promocionales que le hacen por su incipiente carrera artística como actor. Consciente de que debería sentirse abrumado, triste y con cierta angustia tras todo lo sucedido en el Madrid de 2004, el personaje explica la sensación que lo embriaga con una metáfora muy atinada: “En esos días en los que Madrid estaba de luto y todo era tristeza, el casi agradecía que tuvieras novio y te hubieses ido. Dio gracias porque si te llegas a quedar con él, no hubiera podido disimular su felicidad. Se habría sentido como un soldado que se enamora en mitad de la guerra y tiene que fingir que no es feliz porque todos están viviendo un horror, pero él está pletórico”. Sobre esa línea de impasse emocional, la alegría íntima frente al desánimo común, se mueve la teleficción de Carlos Montero de manera firme. Porque en nuestros desasosiegos íntimos se hallan todos los mundos.

La época del descubrimiento llega en mitad del caos, el miedo y la incertidumbre.

En esa brecha que abre la puesta en escena, estructurada en dos tiempos (el 2004 del descubrimiento y el 2022 de la crisis), se cuelan, como en la vida, las contradicciones que nos conforman como individuos y, por qué no, también como sociedad. Por un lado, el primer curso universitario, la promesa de la nueva vida y del futuro prometedor. Esa sensación de que, ahora, es el momento de comerse el mundo y echarse la vida a la espalda para ser feliz. La inestable certeza de que el mundo se contiene en Los aires difíciles o en los Castillos de cartón de Almudena Grandes. En la idealización de la literatura o el cine y la negación de la vida. Por el otro, el 2022, ese futuro prometedor que, tras los años, ya es solo presente común y grisáceo. La confirmación de que los sueños son solo el anuncio de los cristales rotos. La crisis de saber que nada de lo que esperaba de nosotros el yo del pasado va a cristalizar. Y la asunción de que, más allá de lo que creíamos, tampoco pasa nada; no es malo: la vida es una metamorfosis. Y una lucha interna y constante, emocional, profesional, física… La realidad confrontando a las quimeras. La terrenidad contra el escenario.

En ese alambre, la primera temporada de Todas las veces que nos enamoramos juega a la funambulesca. Con una puesta en escena que se apoya, sobre todo, en el magnífico uso de la playlist y en la nostalgia que ocasionan esos breves enredos y ese piso compartido de estudiantes que se convierte en una isla en mitad de la capital, tanto orográfica como emocionalmente. Y con un artefacto técnico que se permite el lujo de ser, incluso, didáctico cuando ese maravilloso secundario que es Adriana (una magnífica Roser Vilajosana) se apoya en el montaje y la puesta en escena para explicar con dos tips algo tan complejo como los saltos de eje. Con detalles así, apenas importa la desconexión que pueda ocasionar el mantenimiento del casting –apenas un par de toques de atrezzo y caracterización– en la línea temporal de 2022. Porque, si lo metaforizamos y lo leemos con aires líricos, es como si, en el fondo, la serie quisiese remarcar que, más allá del aspecto y la fachada, los personajes siguen teniendo lo mismo que tenían bajo la piel en aquel lejano 2004. Que por mucho que cambiemos, bajo la epidermis, nuestras almas permanecen.

Los cafés en la facultad de Ciencias de la Información como asignatura no optativa.

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Jesús Villaverde Sánchez
OchoQuinceMag

Periodista. Intento escribir retratos y fotografiar historias. Casi nunca lo consigo.