British Horror Story

Miniserie | ‘Years and Years’ (Russell T. Davies, BBC & HBO, Reino Unido, 2019)

Jesús Villaverde Sánchez
OchoQuinceMag
7 min readMay 18, 2021

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ATENCIÓN: Este análisis contiene spoilers sobre la miniserie ‘Years and Years’.

¿La realidad supera a la ficción? Siempre volvemos al tópico que se construye en torno a esta pregunta, pero, sin duda, ver la deriva distópica de Years and Years tras ser testigos directos de la devastación ocasionada por la COVID-19 en todo el mundo, nos obliga a ello. Russell T. Davies estrenó la teleficción en el año 2019 y se imaginó cómo sería el futuro más inmediato. Evidentemente, 2020 desbarató toda su figuración y, sin embargo, ajustó lo que podría haber sido otra de las líneas argumentales escogidas por el showrunner (de hecho, en uno de los episodios finales, Viktor hace referencia explícita a un virus que obliga a mantener una distancia social para salvar vidas).

Lo que nos muestra Davies es un periodo de transición: el tiempo que podría transcurrir entre nuestra sociedad actual y las distopías a las que asistimos, por ejemplo, en la Inglaterra fascista de V de Vendetta (James McTeigue, EE.UU., 2005) o en la Gilead de El cuento de la criada (Bruce Miller; Hulu, EE.UU., 2017-?). Todo se precipita con la irrupción de Vivienne Rook, una política deslenguada y populista que conecta claramente con los instintos más primarios de una sociedad que sufre las consecuencias de un sistema profundamente caníbal y viciado. Una política que nos recuerda al magnate Donald Trump o a la neofascista Marine Le Pen que se viraliza por unas declaraciones en las que asegura que el conflicto palestino-israelí le importa, literalmente, “una mierda”.

Emma Thompson interpreta, de manera magistral, a Vivienne Rook.

A partir de entonces, el colapso del mundo tal y como lo conocemos. Russell T. Davies lo divide en seis episodios, en los que cuenta un periodo de quince años (2017–2032) a través de la familia Lyons, que sirve como termómetro y pequeño grupo muestra del Reino Unido. A través de sus reuniones familiares, sus idas y venidas y sus conflictos, los Lyons trasladan a la pantalla la deriva cáustica de un mundo que se derrumba sobre sus habitantes. La caída del sistema financiero, el ocaso de la política tradicional, la corrupción moral, la deconstrucción de la familia, la traición a la historia o el peligro tecnológico son algunas de las múltiples columnas vertebrales de la obra.

De aspecto blackmirroriano, la producción de BBC y HBO aboga por una puesta en escena eléctrica y de ritmo frenético en la que predomina un montaje en crudo que ofrece los saltos temporales (las elipsis de cumpleaños en cumpleaños mediante las que pone en pantalla los primeros años) como uno de sus elementos característicos. Así las cosas, los nuevos fascismos, la posverdad trumpista o las posibilidades de uso gubernamental de la tecnología sirven como reflexión en una obra que, pese a sus innumerables trampas, consigue mantener despierto al espectador gracias a la identificación que tiene lugar con la familia Lyons (el éxito de Years and Years radica en que cualquier familia podría ser la familia protagonista).

Bethany (Lydia West) traslada la reflexión sobre la evolución tecnológica en un arco de desarrollo muy elástico.

La teleficción británica se puede leer, además, como advertencia sobre la importancia del voto en tiempos de desarraigo. En el primer episodio, el que nos muestra el ascenso de Vivienne Rook, la familia Lyons acude a las urnas con diferentes posturas. De forma inteligente, la escritura de Davies nos permite acceder a una discusión política en torno a la mesa (y al asistente digital Signor, una suerte de Alexa posmoderno) en la que cada uno muestra sus convicciones de cara a las elecciones. Tories, laboristas, neoliberales… e incluso quienes abogan por el voto nulo como castigo al sistema (aquí podríamos estudiar en profundidad el sentido del voto en blanco de Edith, la activista política). Lo que votamos es lo que define nuestro futuro más inmediato y más lejano. Hacerlo es necesario, como vemos en ese futuro distópico de Years and Years. No hacerlo tiene consecuencias; como no rebelarse ante las pequeñas injusticias cotidianas que van cambiando el mundo y aceptar cada uno de los pequeños cambios. Lo explica, perfectamente, la abuela de la familia, en una paradoja en la que resuena aquel discurso de The Handmaid’s Tale que explicaba el ascenso del fascismo con la metáfora de un cangrejo vivo en una olla en la que hierve poco a poco hasta morir sin apenas percatarse de que lo están abrasando.

«Ustedes tienen la culpa. Los bancos, los gobiernos, la recesión, Estados Unidos, la señora Rook… Todo lo que ha ido mal es culpa vuestra. Todos somos responsables, cada uno de nosotros. Podemos pasarnos el día culpando a otros. Culpamos a la economía, culpamos a Europa, a la oposición, al clima y al vasto e incontrolable curso de la historia, como si no dependiera de nosotros, seres indefensos e insignificantes. Pero sigue siendo nuestra culpa, ¿sabéis por qué? Por la camiseta de una libra. Una camiseta que cuesta una libra. No podemos resistirnos, ninguno de nosotros. Vemos una camiseta por una libra y pensamos: “Qué ganga, me la quedo”, y la compramos. No para vestir, Dios nos libre, pero servirá como camisetita interior para el invierno. Y el tendero se lleva cinco peniques miserables por esa camiseta. Y un campesino recibe 0,01 peniques, y nos parece bien. Todos entregamos nuestra libra y contribuimos a ese modo de vida. Vi que todo iba mal cuando empezó en los supermercados, cuando sustituyeron a las cajeras por las cajas automáticas. Cuando aparecieron hace 20 años, ¿os marchasteis? ¿Escribisteis quejas? ¿Fuisteis a comprar a otro sitio? No. Resoplasteis y gruñisteis, pero lo aguantasteis. Ahora todas esas mujeres ya no están y nosotros dejamos que pasase. Y creo que nos gustan esas cajas. Las queremos. Porque así podemos pasar por allí, coger la compra y no tener que mirar a los ojos a la cajera. La mujer que cobra menos que nosotros ya no está. Nos libramos de ella. Despedida. Bien hecho. Por lo tanto, sí, es culpa nuestra. Este es el mundo que construimos. Felicidades. Salud para todos.»

En un momento del episodio piloto, el más potente, asistimos a una fiesta que se convoca para apoyar la candidatura de Viv Rook en la que se queman efigies de Donald Trump y otros políticos actuales.

Un discurso de doble filo que se convierte en el más transgresor de la obra, algo curioso teniendo en cuenta que lo pronuncia una mujer nonagenaria, pero que a su vez juega la carta de una culpabilidad que no es, ni mucho menos, del ciudadano de a pie y que podría eximir peligrosamente de su responsabilidad a las grandes corporaciones y a los entramados empresariales y políticos que gobiernan el mundo. Porque no; Rosie Lyons no tiene la culpa de que su barrio de renta baja sea cercado cada noche como un gueto y no puedan salir de allí, ni Stephen o Celeste son culpables del colapso financiero que lleva a la pobreza extrema a miles de familias, incluida la suya, ni tampoco Danny es culpable de la deportación de Viktor, ni este último lo será de la muerte de su pareja al intentar volver a Reino Unido en una patera. La ciudadanía no puede ser nunca culpable de sus males ni de la deriva distópica de una sociedad en caída libre. Y puede ser, incluso, peligroso aceptar esta idea. No puede serlo, a pesar de que, como asegura Muriel en su fantástica intervención, levantar la voz ante las injusticias sí es necesario y podría servir como parapeto inicial a esa entropía sistémica. Como acto de resistencia sobre el que cimentar las acciones futuras.

Years and Years va de más a menos, de la sugerencia a lo explícito, de la imagen al discurso. La serie de Russell T. Davies comienza dando mucha más importancia a lo que muestra para terminar entregándole el poder de su obra a lo que dice. Y en ese punto, aunque pueda perder algo de impacto en lo meramente sociopolítico, lo gana, sin lugar a dudas, en lo emocional. En un último tramo en el que la producción rompe con el ritmo y los senderos que la han llevado hasta su conclusión, nos quedan dos mensajes, como legado. La primera, más sesuda y política, nos acerca la relectura de aquella frase de Simón Bolivar que asegura que “cuando la tiranía se hace ley, la revolución es un derecho”; la segunda, y más emotiva, en un brillante final abierto que resuena en obras posteriores como Upload (Greg Daniels; Amazon Prime Video, EE.UU., 2020) y funciona como adiós a Edith, nos traslada que, en el punto más lejano del camino, tan solo somos la suma de todo el amor que damos y recibimos.

El lúcido (y abierto) plano final de la miniserie.

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Jesús Villaverde Sánchez
OchoQuinceMag

Periodista. Intento escribir retratos y fotografiar historias. Casi nunca lo consigo.