Conversamos con el diplomático español Ramón Blecua: feudalismo digital y el nuevo inestable orden multipolar
El advenimiento del feudalismo digital no es inevitable si se ponen las medidas necesarias para que el contrato social entre los ciudadanos y el Estado sea preservado. Es necesario que los responsables políticos tomen conciencia de las implicaciones de las nuevas tecnologías y se abra un debate, hasta ahora ausente, sobre las implicaciones del 5G sobre los derechos y libertades individuales.
Hablamos con Ramón Blecua, diplomático español, ex-Embajador de la Unión Europea en Irak, y actualmente asesor de la DG de Estrategia, Prospectiva y Coherencia de la Secretaría de Estado de la España Global en el Ministerio de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación del Gobierno de España.
¿Qué es el feudalismo digital y por qué es un concepto tan importante a tener en cuenta?
El feudalismo digital es un concepto no se refiere a la Edad Media como referencia histórica, sino al proceso de cambio de mentalidad en las relaciones políticas y el contrato social producido por las nuevas tecnologías. Si bien la aparición de lo que se denomina el capitalismo tecnológico y los nuevos mecanismos de control social a través de la IA ha sido definido por algunos pensadores, como José María Lassalle, como totalitarismo digital, “surveillance capitalism”, etc, se pasa por alto que los enormes volúmenes de datos personales están en manos de corporaciones privadas no sujetas apenas a regulación o controles del Estado.
Las grandes empresas tecnológicas se están apropiando del principal recurso de la nueva economía, que son los datos personales, a cambio de ofrecer el uso gratuito de sus aplicaciones, como los señores feudales se hacían donar tierras y vasallos a cambio de sus servicios a la corona. Una vez se imponga el nuevo 5G, el volumen de datos a su disposición se multiplicará y el espacio de privacidad individual desaparecerá casi por completo. Las desigualdades aumentarán todavía más con la utilización generalizada de la IA en la nueva economía, concentrándose la riqueza en las élites tecnocráticas y desvalorizándose el trabajo de la mayoría de los profesionales. El efecto de este proceso sobre la democracia liberal será inevitable y devastador, como Rana Foroohar describe de forma magistral en su libro “Don’t Be Evil”. En una frase: nuestro contrato social va a pasar de ser el democrático y de consenso, al de una suma de individualidades desconectadas entre sí.
¿Cuál es el rol del sector privado en este camino hacia el creciente feudalismo digital en comparación al rol de los gobiernos? ¿Es posible encontrar un equilibrio entre ambos actores?
El feudalismo es un símil apropiado para definir las nuevas relaciones de poder entre los grandes barones tecnológicos de Silicon Valley, los ingenieros informáticos que actúan como sus mesnaderos y la inmensa mayoría de los consumidores de sus aplicaciones que dejarán de ser ciudadanos con derechos y libertades garantizados por constituciones políticas para pasar a ser vasallos de las grandes plataformas digitales. El 10% de las grandes corporaciones acumulan el 80% de la capitalización en el mundo y la mayoría de ellas son las grandes plataformas tecnológicas (Big Tech). Amazon se está convirtiendo en el proveedor universal de comercio electrónico, Google monopoliza el 80% de las búsquedas y junto con Facebook está absorbiendo la mayoría de la inversión en publicidad. Esto implica una acumulación cada vez mayor de datos en un efecto de bola de nieve que está creando monopolios funcionales de los cuales dependerá el Estado para la utilización de las nuevas tecnologías vinculadas a la inteligencia artificial.
Sin embargo, es llamativo al mismo tiempo ver cómo las empresas tecnológicas han tomado actitudes diferentes. Mientras que Amazon se ha centrado en Estados Unidos en proveer de servicios al gobierno en el marco de la seguridad nacional, otras empresas como Microsoft apuestan por la vertiente del movimiento de “datos abiertos” como eje democratizador. En ambos casos, estas Big Tech pretenden sin duda encontrar su nicho de mercado dentro de un feudalismo digital creciente.
Estas grandes corporaciones no pagan impuestos, como la nobleza en la época feudal, y colocan los enormes recursos que acumulan en cuentas offshore o se convierten en auténticos fondos de inversión, adquiriendo aún más empresas. La enorme liquidez generada por la Reserva Federal de Estados Unidos para reactivar la economía después de la crisis del 2008 no fue dirigida a inversión productiva, sino en su mayoría fue destinada a operaciones de buy back de sus propias acciones por estas grandes corporaciones, aumentando así su capitalización y beneficios. El efecto combinado del incremento de las desigualdades y la disminución de los ingresos del Estado por la pérdida de ingresos fiscales tendrá profundos efectos socio-económicos. La economía productiva verá aumentada su carga fiscal mientras las plataformas tecnológicas pueden trasladar sus beneficios a paraísos fiscales.
¿Puede afectar este feudalismo digital de forma distinta a las regiones del mundo?
En Estados Unidos, los lobbies de las grandes empresas tecnológicas son incluso más poderosos que los de la industria farmacéutica y tienen una gran influencia en el Congreso y el Ejecutivo. Debido al carácter esotérico de la terminología relativa a las nuevas tecnologías, muchos políticos dejan estas cuestiones en manos de expertos, que trabajan directa o indirectamente para estas mismas corporaciones. La forma en que han conseguido evitar la regulación de sus actividades o la aplicación de legislación anti-monopolio es buena muestra de su enorme influencia.
La actual confrontación entre EEUU y China tiene mucho que ver con la competencia por el control de la futura economía y la tecnología de la Inteligencia Artificial, mucho más que con disputas comerciales. China ha creado su Gran Muralla tecnológica como en el pasado hiciera construyendo una físicamente para contener las invasiones extranjeras. Al mismo tiempo ha desarrollado sus campeones nacionales como forma de limitar el acceso de las corporaciones extranjeras. La respuesta norteamericana ha sido cortar el acceso de China a tecnologías e investigación para limitar su progreso, creando un telón de acero digital que tendrá profundos efectos geopolíticos. Esta estrategia quizás no ha sido eficaz en sus resultados económicos, pero sí en la idea de tratar de crear un clima de confrontación al modo de una Guerra Fría tecnológica.
La UE está intentando preservar su autonomía utilizando las defensas regulatorias como su principal arma. Sin embargo, su vulnerabilidad a presiones comerciales y financieras hace dudoso que esto eso tenga éxito sin otras medidas complementarias que convenzan al menos a parte de las grandes corporaciones tecnológicas a colaborar. Por otro lado, no está claro cuáles serán las repercusiones de convertirse en un obstáculo para su expansión internacional, imponiendo límites al uso incontrolado de datos personales, castigando prácticas de evasión de impuestos con multas multimillonarias, como la impuesta recientemente a Apple de 13,000 millones de euros, investigaciones por prácticas monopolísticas o amenazas de tasas digitales. La UE no puede contentarse con una mera neutralidad entre los dos gigantes de la IA, sino que debe desarrollar sus propias capacidades con una vocación ética y política determinada. Como declaraba el Presidente francés Macron en su famosa entrevista al The Economist, si Europa no desarrolla su propia autonomía estratégica acabará siendo irrelevante en un mundo dominado por la confrontación entre grandes potencias.
¿Cómo deberían utilizarse la Inteligencia Artificial y otras tecnologías emergentes?
La IA y las tecnologías de la información son una realidad de nuestro tiempo y tienen un enorme potencial para mejorar nuestras vidas. No es posible dar marcha atrás al reloj de la historia y pretender ignorarlas. Sin embargo, deben de ser utilizadas de forma consciente y regulada. La enorme riqueza generada por la comercialización de los datos personales por las plataformas digitales debe ser compartida por sus legítimos dueños, que son los ciudadanos, a través de contribuciones a las arcas del Estado. Sin una transformación en profundidad del sistema educativo, una gran parte de la fuerza productiva del futuro inmediato será obsoleta y quedará fuera del sistema productivo.
¿Cuáles deberían ser los primeros pasos a la hora de evitar este feudalismo digital?
El advenimiento de ese feudalismo digital no es inevitable si se ponen las medidas necesarias para que el contrato social entre los ciudadanos y el Estado sea preservado. Es necesario que los responsables políticos tomen conciencia de las implicaciones de las nuevas tecnologías y se abra un debate, hasta ahora ausente, sobre las implicaciones del 5G sobre los derechos y libertades individuales. Por otro lado, el uso de las redes sociales para influir sobre campañas políticas debe ser regulado y las plataformas digitales deben asumir responsabilidad sobre los contenidos que distribuyen. El uso masivo de estas redes por parte de movimientos populistas y neofascistas, con apoyo de grupos de ultraderecha estadounidense como el capitaneado por Steve Banon, o por redes vinculadas al Kremlin, debe contar con una decidida respuesta por parte de la Unión Europea y los gobiernos nacionales.
La “diplomacia tecnológica” es un concepto que está empezando a tomar un papel importante en el sistema internacional. Claudio Feijóo ha escrito recientemente sobre la necesidad de llevar hacia adelante un nuevo marco de diplomacia tecnológica. ¿Qué piensa sobre el rol de los nuevos diplomáticos tecnológicos en este mundo de feudalismo digital?
Es sin duda un concepto muy pertinente y necesario, pues si las nuevas relaciones de poder van a ser definidas por una geopolítica de la IA y las tecnologías de la información, estas cuestiones deben estar incorporadas a la formulación de nuestras estrategias. DE hecho se han incorporado a la última versión de nuestra estrategia de acción exterior, pero creo que deben asumir una mayor relevancia. La reciente reforma de la Secretaria de estado de España Global responde a ese convencimiento de que España debe estar más presente en la nueva diplomacia de redes. Es una reflexión relativamente reciente en nuestro país y tendrá que desarrollarse la reflexión en este ámbito de forma significativa. Las propuestas del Profesor Feijoo en su reciente publicación sobre diplomacia tecnológica incluyen ideas muy importantes que requieren ser incorporadas a nuestra reflexión sobre la acción exterior. El feudalismo digital es la versión distópica de un orden internacional donde los marcos de cooperación multilateral y el contrato social entre los ciudadanos y el estado han sido superados por las tendencias unilateralistas e insolidarias. Como tal, es una llamada de atención más que una predicción. La diplomacia digital es una alternativa positiva para hacer que esta revolución tecnológica se convierta en una fuerza positiva.
Ramón Blecua es diplomático español, ex-Embajador de la Unión Europea en Irak, y actualmente asesor de la DG de Estrategia, Prospectiva y Coherencia de la Secretaría de Estado de la España Global en el Ministerio de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación del Gobierno de España.
[Este artículo contiene las opiniones del autor y no representan la posición oficial del Ministerio de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación de España, ni de OdiseIA]