¿Y si cambia la definición de diversidad y de normalidad y de repente soy una persona “diversa”? Debemos empezar a trabajar conjuntamente por una tecnología inclusiva con la diversidad. Tenemos tres vías. Por Juan José Escribano Otero, Director del Área de Inteligencia Artificial Inclusiva en OdiseIA.
Será por la velocidad a la que nos movemos todos, o por la imperiosa necesidad de saber de todo un poco, o será que siempre hemos sido así. La causa exacta no la sé y habrá que investigar en profundidad para encontrarla, me temo. Pero sea por lo que sea, tenemos una marcada tendencia a buscar con rapidez la forma de etiquetar cualquier tema nuevo que nos encontremos (y donde digo tema, puedo decir, problema, situación o persona incluso). Lo encasillamos en nuestro esquema mental según algunos ejes de coordenadas preestablecidos (bueno-malo, me afecta-no me afecta a mí, por citar dos ejemplos). Hasta aquí tiene sentido, lo nuevo activa nuestra alerta y debemos decidir nuestro enfoque y la urgencia que tenemos en tomar partido, en fijar nuestra postura.
Lo no tan bueno, me temo, es que la mayoría de las veces, cuando ya hemos etiquetado el asunto, ya no es nuevo, relajamos el estado de alerta y perdemos el interés, como si ya estuviera todo solucionado. A veces, es cierto, otras, un grave error.
Creo que la inclusión es uno de esos términos. La primera vez que alguien escucha el término pregunta sobre su significado. Se puede definir inclusión como contrario a la exclusión, es decir, acciones y estrategias encaminadas a no excluir a ninguna persona.
Suena muy bien.
Puede que alguien un poco más curioso que la media, o al que el término en cuestión le afecte un poco más que a la mayoría porque lo lee o escucha con mucha frecuencia en entornos en los que conviene saber de qué se está hablando, indague un poco más. Y al hacerlo aparece el término “diversidad”. Así, las acciones o estrategias inclusivas son aquellas que tienen en cuenta la diversidad reinante. Si rastreamos ese nuevo término, aparecen personas con diversas capacidades, personas con discapacidad (psíquica o física), distintas opciones sexuales, distintas lenguas o distintas culturas.
Y aquí nos solemos parar, relajarnos y dedicarnos a otra cosa. Si nadie me ha diagnosticado como con necesidades espaciales, y comparto lengua y cultura con los de mi entorno, no soy “diverso” y el término no me afecta.
Afirmo que esto es un grave error.
Seguro que, a poca empatía que tengamos con el prójimo, nos parecerá bien que otros se dediquen a intentar ayudar al diverso a no perderse del todo, “según sus capacidades”, naturalmente. Si somos un poco más sensibles, aplaudiremos los intentos de normalización para “ellos” como un ejemplo de la bondad humana.
Sigo pensando lo mismo: seguimos equivocados e intentaré demostrarlo en lo que queda de artículo.
No estoy solo en mi empeño. Muchos antes que yo y en este mismo instante, trabajan para demostrar que la inclusión no es cosa de almas caritativas que ayudan a un prójimo más desfavorecido. Muchos, tantos, que no empezaré a enumerarlos por miedo a dejarme cientos de ellos sin nombrar. Espero, por tu bien, que conozcas en tu entorno personas y organizaciones que trabajan en esto. Si no, busca. No te costará encontrar a estos héroes anónimos.
En lugar de hacer la lista de inclusivistas, vamos a intentar encontrar varias vías de acercamiento al enunciado principal: “La inclusión es cosa de todos”. Salvando la distancia y con la mayor de las humildades, me atrevo a comparar estos argumentos a las vías de Santo Tomás. Es decir, caminos que comienzan desde postulados distintos hacia un mismo objetivo para que cada cual elija el que más adecuado le parezca. Si encuentras un solo camino aceptable: misión cumplida. Si ninguna de las alternativas que te voy a plantear te parecen suficientemente armadas, pido disculpas y afirmo que el problema será de mi poco poder argumentativo, de mi torpeza y mis limitaciones. Te animo, en este caso, a encontrar tu propio camino y, cuando lo encuentres, compartirlo con todos en forma de comentario a este post.
VÍA 1: EL CAMINO DE “POR SI A CASO”
No puedo evitar reproducir aquí el poema de Bertolt Brench:
Primero se llevaron a los judíos,
pero como yo no era judío, no me importó.
Después se llevaron a los comunistas,
pero como yo no era comunista, tampoco me importó.
Luego se llevaron a los obreros,
pero como yo no era obrero, tampoco me importó.
Más tarde se llevaron a los intelectuales,
pero como yo no era intelectual, tampoco me importó.
Después siguieron con los curas,
pero como yo no era cura, tampoco me importó.
Ahora vienen por mi, pero es demasiado tarde.
¿Y si cambia la definición de diversidad y de normalidad y de repente soy una persona “diversa”? No es una alternativa imposible, ha pasado muchas veces en el pasado. Sin ponernos demasiado profundos o agoreros, seguro que encuentras alguna anécdota que hace que cosas que se hacían hace treinta o cincuenta años dentro de la normalidad, y ahora serían incluso delito. De hecho, estos cambios en el concepto de normalidad son el origen de muchos de los errores que comentan personas influyentes cuando se les pregunta por el futuro. Por ejemplo, Bill Gates en los años 80 declaró que Microsoft no estaba interesada en Internet porque no le veía ningún futuro, o Thomas J. Watson, presidente de la Junta directiva de IBM que declaró en 1948: “Pienso que hay mercado en el mundo como para unos cinco ordenadores”.
Si personas tan influyentes como las citadas, que manejan información de primera mano cometieron entonces errores tan claros ahora sobre tecnología, ¿quién de nosotros se atrevería a afirmar que no será una persona diversa dentro de unos años?
VÍA 2: EL CAMINO DE LA CONTINGENCIA PASAJERA
Si sigues pensando que por mucho que cambien las cosas tú nunca necesitarás del concepto de la inclusión, probaremos esta segunda vía.
Nuestra sociedad ve cada vez más normal, y hasta lo promueve, que los individuos nos mantengamos en forma haciendo algún tipo de deporte. Seguramente tú practicas alguno de forma periódica. Correr, jugar al tenis o al pádel, fútbol, baloncesto, balonmano, escalada, senderismo, surf… La oferta es inmensa y la probabilidad de practicar al menos uno es casi total.
También por nuestra forma de vivir, cada vez es más interesante conocer otras culturas, bien por crecimiento personal, por placer o por razones laborales. Así, viajamos a países donde la cultura y la lengua puede no ser la nuestra.
Ambos ejemplos, y muchos otros, nos coloca temporalmente en una situación desfavorecida, en el deporte por una posible lesión, y en un viaje ante una situación donde ni tu idioma, ni la nueva lingua franca, el inglés, puedan ser suficientes para salir airoso de una situación.
Si por una lesión tienes que usar unas muletas o una silla de ruedas, agradecerás una y mil veces la supresión de barreras arquitectónicas en las aceras de tu ciudad.
Si conduces un coche de alquiler por un país con otro alfabeto, agradecerás muchas veces que las señales de tráfico estén también en inglés.
VÍA 3: VIDA ACTIVA EN TU VEJEZ
Mientras no se diga lo contrario, “nunca serás más joven de lo que eres ahora mismo”. Es verdad que puede ser que en el futuro un desarrollo sorprendente nos permita rejuvenecer y recuperar unas capacidades que perdimos con el paso de los años, sin perder la experiencia (espero) ganada en el proceso. Pero pensar eso hoy en día es excesivamente optimista. No obstante, si piensas que eso te sucederá a ti y que te mantendrás eternamente joven, ya te aviso que esta vía para abrazar la causa de la inclusión no te convencerá: puedes saltártela. Pero si, como yo, crees que la fuente de la eterna juventud está lejos, sigue leyendo.
Envejecer lleva parejos cambios físicos evidentes. Muchos de ellos, alcanzada una edad pico, suponen de hecho pérdidas. A medida que envejecemos veremos algo peor, nos moveremos con mayor lentitud, con menor precisión.
Si tenemos suerte y vivimos lo suficiente, es casi seguro que necesitaremos ayuda para algo. Gafas para leer, bastones para andar, audífonos para oír… una larga lista.
La vejez no es algo que se alcance, como la mayoría de edad, de la noche a la mañana, es algo paulatino, gradual, así que en el proceso habrá discrepancias entre la imagen que quiero proyectar sobre mí, y las ayudas que necesito para mantener la normalidad de mi forma de vida. En estas situaciones, no querrás que sea demasiado evidente tu “discapacidad”. Preferirás, con mucho, que los apoyos que necesitarás para superar esa barrera sean lo más inclusivos posibles, que te permitan hacer vida normal sin que los demás centren su atención en el apoyo que te lo permite. Agradecerás los esfuerzos por la normalización de la inclusión, término avanzado que tocará tratar en otro artículo.
Resumen y conclusión
Todos somos personas con discapacidad, algunos tienen un diagnóstico que lo atestigua y le da nombre, otros aún no. Lo único que hay que hacer para que se ponga de manifiesto dicha discapacidad es ponernos en una situación donde se manifieste la barrera que nos limita (el idioma, el bordillo de la acera cuando vas con silla de ruedas o con el carrito de la compra lleno) o esperar lo suficiente para que la edad lo haga.
¿Qué tiene que ver la IA en todo esto?
Buena pregunta, y muy pertinente. Esto es el blog de OdiseIA y quien escribe lo hace desde el área de Inteligencia Artificial Inclusiva (IAI) y aún no ha aparecido la IA en todo el artículo.
Voy a suponer que o ya venías convencido o he conseguido convencerte y ahora crees, como yo, que la inclusión es cosa de todos, es nuestro deber hacer que el mundo, la sociedad, la tecnología y las mejoras que promete, incluyan a todos sin dejar fuera a nadie. Y no es una cuestión de caridad, ni siquiera caridad bien entendida, que ya se sabe que comienza por uno mismo. Es una buena forma de entender el egoísmo, que por analogía, deberá comenzar por los demás. Si hacemos un mundo más inclusivo, podré disfrutar de él en más situaciones futuras, pase lo que pase.
Y, visto lo visto, muchas de las oportunidades que tenemos en el futuro a corto y a medio plazo (después de los fiascos de Bill Gates y de Thomas J. Watson no me atrevo a decir ni pío sobre el futuro a largo plazo), pasarán por dispositivos y servicios basados en la inteligencia artificial.
La misión del área de Inteligencia Artificial Inclusiva (IAI) de OdiseIA es que estos desarrollos tengan en cuenta el impacto que tienen en la aparición y en la eliminación de barreras. Que los aspectos relacionados con la inclusión aparezcan ya desde el principio de los diseños de artefactos basados en IA.
Sólo si desarrollamos el concepto de ergonomIA haremos avanzar las soluciones más deprisa que las barreras. Si influimos para que el conocimiento y la funcionalidad asociada a los dispositivos IA, considerados como una herramienta capaz de crear entornos de trabajo y vida para las personas, incluyan capacidades de adaptación a la persona que los usa (definición precisa del término “ergonomía” según la RAE), estaremos construyéndonos un futuro mejor para nosotros mismos, incluya a quien incluya ese término “nosotros”.
Juan José Escribano Otero es Profesor titular de la Universidad Europea. Miembro de AENUI (Asociación de Enseñantes Universitarios de Informática) y director del Área IAI (Inteligencia Artificial Inclusiva) de OdiseIA.