La oportunidad de las tecnologías y la inteligencia artificial para replantear el modelo educativo
Por Ricardo J. Palomo
El devenir de la crisis sanitaria, social y económica que ha traído la pandemia ha transformado una de las facetas más relevantes del modelo educativo: súbitamente se ha migrado en pocos días del modelo preponderante presencial al modelo de enseñanza a distancia.
Con el enemigo invisible a las puertas, hubo que cerrar edificios de colegios y universidades. La urgente y rápida transición contó con la ejemplar colaboración de la inmensa mayoría del profesorado, su vocación docente y su entrega personal como maestros, como tutores y como orientadores; aunque siempre hay algunos más reacios al cambio, más críticos con la adaptación y con sus resultados y, generalmente, más preocupados por perder parcelas de control sobre los estudiantes.
Los computadores domésticos, la conexión a Internet y las plataformas con herramientas docentes y videoconferencia se han convertido en infraestructuras críticas para mantener la actividad académica en colegios, institutos y universidades de todo el mundo, aunque con desigual aplicación en función de los países y del empeño de las instituciones educativas.
La tecnología ha permitido aliviar el frenazo en seco del mundo en el ámbito formativo; algo que habría sido prácticamente imposible hace sólo 10 o 15 años.
Esta solución de emergencia deja al descubierto muchos problemas del modelo educativo, que quizá encuentre en la terrible pandemia el catalizador de su transformación. Debe tenerse en cuenta que el modelo educativo preponderante en España es heredero de una errática y caprichosa sucesión de reformas. Cambia periódicamente de nombre, pero en el fondo, es el mismo del siglo XX. A ello se ha sumado la fragmentación en competencias territoriales y otras cuestiones más complejas. A esto hay que sumarle, además del buen propósito, pero controvertido resultado, las agencias de evaluación de la calidad, que han acabado por burocratizar al extremo la gestión académica y a cercenar iniciativas de flexibilidad de los planes de estudio. Esto ha ahogado, prácticamente, cualquier conato de dinamismo como un corsé, sin entrar en los elementos estratégicos del método educativo, entre los que se encuentra la tecnología.
Actualmente opera un modelo educativo con “muchos ingredientes y poco arroz” que está comprimiendo, sin intersección, dos métodos de aprendizaje: el tradicional y de base memorística clásica, intensivo en número de horas de clase y estudio individual; y el modelo moderno, basado en el trabajo en equipo, la participación de los estudiantes, la experimentación, el desarrollo de proyectos de emprendimiento, el interés por estimular capacidades e, incluso, la enseñanza de las llamadas habilidades blandas y tecnológicas. El resultado está creando una suerte de “colegial atrapado en un bocadillo” comprimido por ambos modelos.
Si las clases a distancia se han podido cubrir con cierta gloria durante el confinamiento, la cuestión de la evaluación se ha convertido en un rompecabezas absoluto. Quizá, más que un sistema de formación o educación, hemos creado un sistema de inspección y de supervisión que ahora se queda casi ciego, en el que la evaluación de los estudiantes antepone la reducción de su tendencia al fraude a la transmisión de conocimientos y al cultivo de las competencias que precisan. Afortunadamente, también la tecnología está aportando relevantes soluciones (vigilancia remota o proctoring).
El modelo de enseñanza del siglo XX cumplió su función en ese siglo, como lo hicieron otros modelos en siglos anteriores (muchos recordamos el tirón de orejas o el palo en la mano, que hoy habría supuesto inhabilitación y penas de cárcel para el profesor). El modelo del siglo XXI debe ser otro, debe replantearse y debe ser un “reset” y obligar a pensar fuera de la caja, desterrando inercias. Estamos en una sociedad digital y no en la anterior sociedad industrial. Vivimos en la llamada era de la industria 4.0 y el modelo educativo sigue anclado en el 2.0 o 3.0, con suerte.
La tecnología se revela como una herramienta clave para modernizar no sólo los procesos o los medios docentes sino, también, el objetivo de la docencia, la motivación de los estudiantes y la eficiencia de los recursos. La tecnología está permitiendo que la educación pueda ser verdaderamente global.
Con el tiempo, muchas titulaciones serán híbridas entre lo presencial y lo virtual. La presencialidad aporta sociabilización y el necesario contacto humano, pero también es cierto que muchas asignaturas pueden impartirse perfectamente online.
La tecnología facilita la interdisciplinariedad y se puede aliar con los llamados Grados Abiertos que permiten la matriculación de alumnos en asignaturas de diversos estudios o facultades y, porqué no, también de universidades. Si la universidad es universal, ¿por qué no puede un estudiante seleccionar asignaturas de la carrera y la universidad que quiera?. Se puede desarrollar un sistema que acumule los créditos obtenidos (blockchain puede ser una tecnología idónea para ello) y registre las asignaturas y el centro donde se han cursado.
Sobre esa base, un sistema de inteligencia artificial generaría un perfil de la ponderación porcentual por ámbitos de conocimiento del estudiante, que podría tener un curriculum vitae con un 25% de biólogo, un 40% de ingeniero informático, un 20% de economía y negocios, un 10% de derecho y un 5% de filosofía. No importa cómo se podría llamar su título, pues muchas empresas le contratarían por su perfil, por las competencias que pueda mostrar y por su actitud y habilidades potenciales para el puesto de trabajo.
Quizá el reto principal de la educación online es ser suficientemente atractiva como para atraer la atención del estudiante, provocar su disfrute y fidelizarle. Si los videojuegos han llegado a generar adicción a través de una pantalla, ¿cómo podemos estimular el consumo de aprendizaje en esa misma pantalla?. Seguramente que una adecuada combinación de videojuego y aprendizaje es la solución.
En la fase de confinamiento de la pandemia, colegiales y universitarios han pasado abruptamente a un nuevo modelo de formación que funciona en una pantalla, pero que no es tan atractivo como un videojuego. Las plataformas principales de formación (Blackboard, Teams, Canvas, Moodle y otras) son, sinceramente, bastante sosas y aburridas. Técnicamente pueden ser muy funcionales, pero no tienen la vida que tiene un aula presencial.
La inteligencia artificial puede contribuir muy positivamente al aprendizaje de niños, jóvenes y mayores. De hecho, ya se está aplicando con robots interactivos para niños, con asistentes virtuales y con software específico que percibe los resultados del aprendizaje, las distracciones o interés del estudiante, su ritmo de comprensión de conocimientos, etc. Además, la IA tiene una paciencia infinita, mayor que la de cualquier docente, pudiendo adaptarse a las necesidades especiales de los alumnos.
La inteligencia artificial aprende de cómo sus usuarios aprenden. La IA detecta perfiles, se adapta al usuario e incluso puede detectar intereses y aficiones. Podrá segmentar y potenciar cualidades diferenciales como lo hacen actualmente muchos educadores verdaderamente implicados en su vocación docente.
Estamos aún en los albores de la aplicación de la IA en el ámbito educativo, aunque sí podemos imaginar el futuro cercano. En conversaciones “visionarias” con mis compañeros de la Universidad CEU San Pablo Iñaki Bilbao y Juan Manuel Corpa, imaginamos el diseño de mundos virtuales para conseguir experiencias inmersivas de aprendizaje. Los estudiantes tendrían avatares que se conducirían por senderos de enseñanza con máxima capacidad sensorial e ilimitadas opciones formativas. Ello podría mejorar sustancialmente el interés e involucración de los estudiantes y permitiría a los docentes centrarse en ser orientadores y creadores de recursos formativos para esos mundos virtuales. Quizá queda tiempo aún para que estos planteamientos, que ya se están probando, se generalicen en el sistema educativo, pero serán cada vez más factibles a medida que la IA, combinada con otras tecnologías, se vaya desarrollando.
Muchas materias pueden incorporar recursos educativos incluso superiores a los disponibles presencialmente, como contenidos audiovisuales e interactivos de calidad, entrevistas con expertos, o experiencias inmersivas con gafas de realidad virtual o aumentada.
El modelo educativo requiere un repensamiento, una reinvención o una deconstrucción, pues la información ya no es escasa sino sobreabundante y fácilmente accesible. El profesor ya no puede ser la fuente exclusiva de conocimiento. El futuro profesional demanda otras capacidades y habilidades diferentes a las de la sociedad industrial.
Las nuevas tecnologías están llamadas a jugar un papel clave en la revolución del modelo de enseñanza-aprendizaje y la inteligencia artificial, aliada con otras, puede llegar muy lejos, mucho más allá que la aún tosca interacción con nuestros asistentes domésticos virtuales.
Habrá que vencer la resistencia al cambio, pues no ayuda a buscar soluciones cuando cambia el entorno; y, por ello, guerras súbitas como la provocada por la pandemia de la COVID19 se pueden perder si se aborden con estructuras y procedimientos preexistentes y no adaptados.
Tecnología y docentes tendrán que caminar más juntos en el futuro para mejorar el modelo educativo, motivar a los estudiantes y prepararles para la nueva era digital.
Cuando terminé mis estudios le dije a un familiar: ¡Tanto he tenido que estudiar que no he tenido tiempo de aprender!.
Ricardo J. Palomo es Catedrático de Economía Financiera y Delegado de la Rectora para la Transformación Digital de la Universidad CEU San Pablo y miembro de la Junta Directiva de OdiseIA.