Podemos hacerlo mejor con Big Data para el bien social, ¡Y DEBEMOS!

OdiseIA
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6 min readApr 30, 2020

Una opinión de Richard Benjamins.

Photo by NASA on Unsplash

En tiempos de crisis muchas compañías actúan más allá de sus objetivos empresariales inmediatos y prestan su ayuda, de manera desinteresada, a las sociedades afectadas. Esto es una gran acción de solidaridad sobre un hecho consumado. Sin embargo, si la tecnología lo permite, ¿no deberíamos empezar a actuar en tiempos de ‘no crisis’ para mitigar eficientemente futuras crisis? ¿Anticiparnos antes de que ocurra el problema?

Formo parte del Grupo de Expertos de la Comisión Europea (CE) sobre el intercambio de datos entre empresas y gobiernos, en aras del interés público. Este grupo, al igual que la CE, reconoce el gran valor que puede tener, para el interés público, el uso de los datos de empresas privadas. Por ejemplo, en la elaboración de políticas basadas en hechos y en su monitorización. Este grupo también está de acuerdo en que ese valor social está, en gran medida, desaprovechado y, por lo tanto, las sociedades están perdiendo oportunidades de resolver grandes problemas más rápido y mejor.

Pensemos, por ejemplo, en el problema de movilidad de las grandes ciudades. También en el impacto económico de los desastres naturales y el cambio climático, la ayuda a las víctimas de migraciones forzadas y, lo que es más importante ahora, las pandemias como la de COVID-19. Muchas investigaciones científicas han demostrado que el Big Data que generan las empresas privadas como resultado de sus procesos, pueden contribuir a resolver, o al menos mitigar, algunos de estos grandes problemas de la humanidad, tal y como está expresado en los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas. Y más allá del papel, ya ha habido proyectos pilotos, con situaciones reales y con resultados positivos, pero … con datos del pasado.

Ha sido necesaria una crisis del calibre de COVID-19 para arrancar el uso práctico del Big Data para el bien social. Son muchas las iniciativas que se han puesto en marcha. Sin embargo, han llegado tarde para medir, en el momento propicio, la rápida expansión de este virus.

Movilidad basada en datos anonimizados y agregados de la red de telecomunicación

DATOS PERSONALES Y DATOS ANONIMIZADOS

Sin embargo, la apuesta por el uso de los datos privados, para el bien social, continúa rodeada de polémica -principalmente centrada en asuntos relativos a la privacidad. A este respecto, resulta cada vez más necesaria la labor de educación a la población y la divulgación correcta de información por parte de los medios de comunicación, con el objetivo de clarificar la diferencia entre el uso de datos personales -que sí pueden presentar un riesgo a la privacidad- y aquellos que han sido anonimizados y agregados- y por tanto no suponen un riesgo real en este aspecto.

Es un hecho que una gran parte del valor social puede crearse a partir de datos anonimizados y agregados, sin riesgo para la privacidad individual. Sin embargo, en ocasiones, los medios de comunicación obvian esta importante diferencia y magnifican el problema de la privacidad, sin que haya motivo para ello, aludiendo a la ética de los datos. A este respecto, y volviendo al caso que estamos viviendo en la actualidad, la pregunta más adecuada sería si es ético NO usar esos datos privados para ayudar a manejar la crisis de COVID-19.

Sabemos, desde hace más de 5 años, que los patrones de movilidad generados a partir de datos agregados y anonimizados, procedentes de las grandes empresas de telecomunicaciones, mejoran los modelos tradicionales (por ejemplo, SIR -susceptible, infeccioso, recuperado-) para la propagación de enfermedades. Esto se ha demostrado, por ejemplo, en el caso del Ébola en África (Orange), Zika en Brasil (Telefónica), y la gripe porcina en México (Telefónica), por nombrar sólo algunos. En esos proyectos piloto, después de las crisis, se reunieron datos privados de los operadores y se cotejaron -teniendo en cuenta el lugar y el tiempo- con los casos de enfermedades notificadas. Así, se demostró que la propagación del virus contagioso sigue pautas de movilidad, y que esas pautas de movilidad podrían ser una aportación adicional a los modelos tradicionales de propagación de enfermedades. Sin duda esto permitiría mejorar las predicciones.

He estado, y estoy, personalmente involucrado en tratar de transferir esos pilotos a sistemas operacionales (soy miembro del grupo de tareas de la GSMA ‘AI for Impact’, miembro de la red de data stewards de TheGovLab, y promotor de la iniciativa BIDA para el cambio climático). A pesar de mi esfuerzo, hasta ahora, no he tenido éxito. Es importante mostrar que el Big Data procedente de los móviles tiene el tremendo potencial de contribuir a la gestión de las pandemias, y a la mitigación del cambio climático -entre otras muchas crisis-, pero la realidad es que, en la práctica, su utilización es casi anecdótica… Y eso lleva al segundo gran problema.

LA PRÁCTICA REAL REQUIERE INVERSIÓN REAL

Muchas empresas donan cierta cantidad de datos para estudiar problemas humanitarios o ambientales concretos, a través de un proyecto de investigación o piloto. Una vez que el proyecto está terminado y tiene resultados positivos, el siguiente paso lógico que da es ponerlo en funcionamiento de manera que pueda salvar vidas o el planeta. Pero este siguiente paso no ocurre tanto como debería. Poner en marcha los proyectos piloto requiere un equipo, infraestructura, operaciones y… un presupuesto. Y el gran problema es que -hasta ahora- nadie ha estado dispuesto a proporcionar el presupuesto (por supuesto hay excepciones positivas como las fundaciones de multimillonarios filantrópicos). ¿Por qué? En mi opinión, las razones incluyen:

· Las empresas no están en el negocio de la filantropía. Están dispuestas e interesadas en participar gratuitamente en proyectos piloto porque demuestra responsabilidad. Pero no lo están a la hora de donar los recursos necesarios para el despliegue y funcionamiento del sistema. En este caso, habría que plantearse un modelo sostenible para que estos sistemas puedan mantenerse operativos y esto requiere un presupuesto. ¿No están las compañías farmacéuticas cobrando por las vacunas?

· Las organizaciones humanitarias están normalmente interesadas en donaciones económicas. No están dispuestas a financiar tales proyectos porque esperan donaciones económicas, y no suelen estar dispuestas a aceptar ayudas en forma de ‘datos’ o ‘sistemas operativos’ que ayuden a crear una estrategia para combatir las crisis.

· Los gobiernos muestran poco interés en adquirir tales sistemas, y a menudo carecen de la madurez digital necesaria para asumirlos.

Sigo sin entender por qué es tan difícil establecer alianzas sostenibles entre el sector público y el privado, que utilicen datos públicos y de propiedad privada, para resolver grandes problemas sociales y ambientales. Pero me niego a renunciar.

Los gobiernos de todo el mundo planean gastar miles de millones en la mitigación del cambio climático. Pero… ¿Qué parte se destinará a proyectos de big data que recogen las empresas privadas, que intentan ayudar a la solución y prevención de estos problemas? La crisis de COVID-19 le está costando al mundo mucho más, alterando economías enteras. Con la tecnología actual ya podríamos haber establecido un sistema mundial para mejorar la predicción de la propagación de enfermedades, y tal vez habríamos salvado (o no) algunas vidas y evitado algunas pérdidas. Podría haber fracasado, por supuesto, pero ni siquiera lo hemos intentado. Y eso, creo que se está convirtiendo en una decisión poco ética.

Realmente espero que la experiencia del COVID-19, el informe del Grupo de Expertos B2G, y la Estrategia Europea de Datos, marquen la diferencia de cara al futuro. Seguiré luchando para convertir los proyectos piloto en proyectos reales sostenibles para el bien social, y espero que, dentro de diez años, podamos ver publicadas noticias como esta, gracias a la apuesta real por el uso estratégico de los datos.

Diez años después del tsunami de 2004, el Océano Índico está mejor preparado para evitar el desastre’.

¡No es ético no usar los datos para el bien social!

Richard Benjamins es cofundador y Vicepresidente de OdiseIA.

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Observatorio del impacto social y ético de la Inteligencia Artificial