Colapso contextual, o por qué los mundos no deben colisionar
‘Code-switching’, redes sociales y el mayor temor de George Costanza
“Tienes una sola identidad”, declaraba Mark Zuckerberg en una entrevista publicada en 2010. “Los días en los que tienes una imagen diferente para tus amigos o compañeros de trabajo y para el resto de la gente que conoces probablemente están llegando a su fin”. Añadía que “tener dos identidades es un ejemplo de falta de integridad”.
Para la mayoría de la gente, sin embargo, la identidad es fluida y varía dependiendo del contexto. Cambiamos nuestro comportamiento dependiendo de con quién y en dónde nos encontremos. Es imposible comportarnos de la misma manera con nuestros amigos que con nuestra familia. Cuando estamos en un salón de clases no somos los mismos que cuando estamos tomando una cerveza con amigos. Cambian las formas, el tono, los gestos y el lenguaje.
En 2012 se hizo viral un video del momento en el que, el entonces presidente de Estados Unidos, Barack Obama, entraba en el vestuario del equipo olímpico de baloncesto de su país. En la escena se puede apreciar cómo Obama saluda solemnemente a un asistente blanco, para luego abrazar de manera efusiva al jugador negro de la NBA, Kevin Durant. El momento inspiró uno de los sketches más populares de Key & Peele, en donde se parodia la ambivalencia corporal del expresidente.
Este tipo de ajuste de comportamiento se denomina casualmente cambio de código o code-switching. Aunque el término proviene de la lingüística, en los últimos años ha empezado a utilizarse para describir la forma en la que las personas cambian la forma de expresarse en función de su audiencia.
El code switching no debe confundirse con la deshonestidad o la hipocresía. No significa que seamos falsos o que pretendamos ser alguien que no somos. Es simplemente una manera de calibrar los diferentes aspectos de nuestra identidad dependiendo del contexto. Es así como históricamente hemos conseguido navegar las muy diferentes esferas de nuestra vida. Justo lo contrario de lo que inicialmente permitieron redes sociales como Facebook.
En No Sense of Place, libro publicado en 1985, Joshua Meyrowitz exploraba los efectos de los medios electrónicos en el comportamiento social. Advertía que gracias a nuevos medios como la televisión, las barreras entre lo público y lo privado empezaban a difuminarse. Su trabajo puede verse como una premonición de lo que ocurriría a gran escala con las redes sociales, especialmente con la aparición de los perfiles públicos.
Para ilustrar su punto, Meyrowitz presenta un experimento mental. En los años 50, cuando estaba en la universidad, el autor realizó un viaje de tres meses. Cuando regresó, estaba comprensiblemente ansioso por compartir sus experiencias con amigos, familiares y otros conocidos. Sin embargo, no le contó a todo el mundo la misma versión. Las historias y la forma de contarlas variaron en función del público: sus padres escucharon la versión “limpia”, sus amigos la versión más “picante” y sus profesores la versión “culta”.
Meyrowitz nos pide que consideremos qué pasaría con la narración de su viaje si, a su regreso, sus padres le hubieran organizado una fiesta de bienvenida sorpresa en la que estuvieran presentes todos esos grupos juntos. Sugiere que, o bien 1) habría ofendido a uno o más de los grupos, o 2) habría creado un relato “sintetizado” que fuera “lo suficientemente insulso como para no ofender a nadie”. Sea cual sea la historia que hubiera decidido contar, la interacción habría sido profundamente diferente de las que hubiera tenido con audiencias aisladas.
Esto es el colapso contextual: el hecho de que todo el mundo esté siempre en la misma habitación al mismo tiempo. La desaparición de los diferentes contextos va aún más lejos en la era digital. Hoy en día, nuestra audiencia nos conoce tanto que es extremadamente difícil proyectar diferentes versiones de nosotros mismos a diferentes grupos. Esta incapacidad para separar las múltiples esferas de nuestra vida nos obliga a crear una identidad única. Una que sea aceptable para todos en todo momento. Una personalidad apta para todo público.
Difícilmente exista un personaje más idóneo para ilustrar las consecuencias del colapso contextual en la era pre-Internet que George Constanza. En uno de los mejores capítulos de Seinfeld (The Pool Guy, de la séptima temporada), Susan, la entonces novia de George, empieza a salir inesperadamente con Elaine. La nueva amistad amenaza con hacer colisionar los mundos de un George visiblemente preocupado:
George: ¡No tienes idea de la magnitud de esto! Si se le permite a Susan infiltrarse en este mundo, entonces George Costanza, tal y como lo conoces, *deja de existir*. Verás, ahora mismo, tengo al George de las Relaciones, pero también está el George Independiente. Ese es el George que conoces, el George con el que creciste: el George de las películas, el George de las cafeterías, el George mentiroso, el George indecente.
Jerry: Me gusta ese George.
George: ¡A mí también! ¡Y se está muriendo, Jerry! ¡Si el George de las Relaciones entra por esta puerta, matará al George Independiente! Un George dividido contra sí mismo, ¡no puede resistir!
Si a George le preocupaba el hecho de que diferentes esferas de su vida privada colindaran, es fácil imaginar lo incómodo que le hubieran puesto las redes sociales. Es como si cada vez que entrara en el apartamento de Jerry, como hizo en cada uno de los capítulos de la serie, este lo recibiera con una fiesta sorpresa en la que no solo se encontraran Kramer y Elaine sino también sus padres, su novia y sus compañeros de trabajo.
Siguiendo con el ejemplo de Meyrowitz, cuando tuiteamos o subimos una foto en Instagram, lanzamos un mensaje al vacío que puede incluir a amigos y familia cercana, semidesconocidos, parientes lejanos y hasta posibles empleadores. Cada uno de estos grupos tiene sus propias reglas internas, por lo que si queremos hacernos entender y no ofender a nadie, la única opción disponible es apuntar al mínimo común denominador: hablar sobre temas seguros, utilizar un lenguaje neutro y salirnos lo menos posible del molde preestablecido.
En contextos específicos podemos evolucionar como personas, cambiar de opinión y desafiar al statu quo al defender posturas que se alejan de lo políticamente correcto. Las redes sociales y su insistencia en que seamos la misma persona ante cualquier audiencia nos obligan a comportarnos como si fuéramos una marca o un producto.
Con el colapso contextual, tenemos que valorar la coherencia interna y la consistencia a lo largo del tiempo antes que cualquier otra cosa. El cambio, la ambigüedad y la contradicción son vistos como debilidades. Si, como decía Zuckerberg, tener dos identidades es un ejemplo de falta de integridad, la única opción restante es ser expresiva e ideológicamente monolítico. No es una coincidencia que la mayoría de los influencers compartan unos códigos de estilo particularmente homogéneos, como si todos estuvieran cortados con la misma tijera.
La predicción de Zuckerberg publicada hace más de una década parecía encaminada a hacerse realidad, pero en los últimos años ha habido un intento de dar marcha atrás a la fantasía unidimensional del creador de Facebook. La segmentación de contenido en Instagram, los Espacios de Twitter, la silenciosa pero persistente popularidad de Reddit y la explosión de redes sociales de nicho como Twitch o Clubhouse son síntomas de exigencias no satisfechas por el mercado: necesitamos el code-switching en redes sociales tanto como lo necesitaba George Constanza en la vida real.
Si, como decía Walt Whitman en su poema Canto a mí mismo, contenemos multitudes, necesitamos una multitud de audiencias para que salgan a la luz. Para darlas a conocer a los demás, pero también a nosotros mismos.