El Bartleby moderno

Trabajo, pasión y ocio en Office Space (1999)

Culture Junkie
Omnicultura
8 min readMar 21, 2020

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Bartbely, el escribiente es una de las obras más famosas de Herman Melville. Se trata de un relato breve sobre un oficinista de Wall Street que, de un momento a otro y sin razón aparente, decide no seguir trabajando. De hecho, decide no hacer nada que vaya en contra de su voluntad, incluyendo moverse de su oficina. A toda petición responde con la misma frase: “Preferiría no hacerlo”. Esta abnegación con tintes pasivo-agresivos no cae demasiado bien entre sus semejantes, quienes terminan por meterlo en la cárcel tras soportar infinitas negativas. Finalmente, y siempre bajo sus propias condiciones, muere de inanición.

En realidad, el cuento nunca dilucida la razón por la que Bartbely se entrega a la inacción, pero dado el contexto opresivo en donde se desarrolla la historia, muchos han interpretado su decisión como una forma de protesta contra un engranaje burocrático que lo ve como una tuerca prescindible; un lugar donde el individuo no deriva ningún tipo de sentido más que la labor mecánica y tediosa.

Melville publicó el relato en 1853. Casi 150 años después Office Space (1999) decidió hacerle un homenaje trasladando la trama a un contexto moderno, y lo cierto es que no hizo falta cambiar demasiadas cosas para crear a Peter, el Bartbely del siglo XXI. En los últimos años, muchas empresas han tratado de ocultar el tedio empresarial detrás de una fachada llena de espacios compartidos, coachs motivacionales y, en algunos casos afortunados, mesas de ping-pong. Pero no nos engañemos, si algo abunda en el 2020 son los oficinistas frustrados.

En Office Space, Peter Gibbons es un programador informático que desprecia su trabajo en la empresa más genérica imaginable, Initech. Sus compañeros de oficina, Michael Bolton (sí, como el cantante) y Samir Nagheenanajar, también odian sus ocupaciones y están a punto de ser despedidos por una reducción de empleados. Para vengarse de Initech, el trío planta un virus en el sistema con el que pretenden desviar dinero de la empresa a la cuenta bancaria de Peter. Cuando un fallo en el código hace que se transfiera una enorme cantidad en lugar de algunos céntimos por cada operación, los tres amigos deben encontrar una manera de resolver el problema sin ir a la cárcel.

En realidad, la trama del virus informático no importa demasiado. La película fue un fracaso en taquilla y solo después de salir en formato DVD adquirió un estatus de culto. Y lo hizo gracias a que supo capturar la frustración de todo una generación de empleados miserables, que odian sus trabajos, sus oficinas y a sus jefes.

Peter Gibbons: Estaba sentado en mi cubículo hoy, y me di cuenta de que, desde que empecé a trabajar, cada día de mi vida ha sido peor que el anterior. Eso significa que cada día que me ves, es el peor día de mi vida.

Dr. Swanson: ¿Qué hay de hoy? ¿Hoy es el peor día de tu vida?

Peter Gibbons: Sí.

Dr. Swanson: Qué desastre.

Detrás del humor negro de Office Space se esconde el retrato de una verdadera crisis de sentido que se expande por todo el mundo y que se prolonga a través de generaciones. Porque lo mostrado en la película no es algo que se haya corregido en las últimas décadas, no importa cuan cool quieran hacer parecer sus áreas de trabajo algunas empresas.

Los millenials, por ejemplo, cambian de trabajo con mucha frecuencia, convencidos de que sólo deben hacer el trabajo que aman. Pero el mercado laboral sencillamente no puede satisfacer estas demandas. Como no todos pueden ser youtubers, influencers o gamers profesionales, la mayoría termina en trabajos con los que no están contentos. En consecuencia, la satisfacción laboral sigue disminuyendo; en 2010, sólo el 45% de los estadounidenses encuestados estaban contentos con sus empleos, en comparación con el 61% en 1987.

En general, se habla de tres factores que influyen en la satisfacción laboral: autonomía, la sensación de tener control sobre lo que haces; competencia, la sensación de ser bueno en lo que haces; y afinidad, la sensación de conexión que tienes con las personas con las que trabajas. En muy pocos casos se cumplen estas expectativas, como bien lo ejemplifican los ocho jefes de Peter:

Peter Gibbons: No es que sea un vago, Bob, es que no me importa el trabajo.

Bob Porter: ¿No… no te importa?

Peter Gibbons: Es un problema de motivación, ¿de acuerdo? Si me parto el lomo trabajando e Initech envía unas cuantas unidades extra, yo no veo ni un céntimo más, así que ¿dónde está la motivación? Y otra cosa, Bob: Tengo ocho jefes diferentes ahora mismo.

Bob Slydell: ¿Ocho jefes?

Peter Gibbons: Ocho, Bob. Eso significa que cuando cometo un error, tengo ocho personas diferentes que vienen a decírmelo. Mi única motivación real es no ser molestado por ellos; eso y el miedo a perder mi trabajo. Eso sólo hará que alguien trabaje lo suficiente para no ser despedido.

En la película, todo cambia cuando Peter asiste a una sesión grupal de hipnoterapia. En medio de esta, el hipnotista cae desplomado producto de un ataque repentino al corazón, justo cuando mantenía una conversación cara a cara con él. Este desafortunado accidente funge de epifanía para Peter, que a partir de ese momento decide ir por la vida en modo Bartbetly.

La cosa es que, a diferencia del personaje de Melville, a Peter le empieza a salir todo bien. Deja de ir al trabajo, pero en lugar de ser despedido le ofrecen una promoción. Le planta cara a su jefe y se gana el respeto de sus amigos. Por si fuera poco, adquiere la confianza necesaria para invitar a salir a la camarera que le gusta (interpretada por Rachel de Friends, digo, por Jennifer Aniston). Es como si esta nueva actitud desdeñosa, ese dominio del sutil arte de que nada te importe un carajo, lo dotara de un aura de invencibilidad imposible de resistir.

No todo terminó siendo color rosa para Peter, pero da igual. Lo que quedó en la mente de los espectadores fue esa fugaz sensación de libertad que experimentaron vicariamente a través del protagonista de la película una vez que este se despojó de las pesadas riendas de su trabajo de oficina.

Peter Gibbons: No se trata sólo de mí y mi sueño de no hacer nada. Se trata de todos nosotros. No sé qué me pasó en la hipnoterapia y, no sé, tal vez sólo fue un shock y ya está pasando, pero cuando vi a ese gordo desplomarse y morir… ¡Michael, no tenemos mucho tiempo en esta tierra! No estábamos destinados a pasarlo de esta manera. Los seres humanos no estaban destinados a sentarse en pequeños cubículos mirando las pantallas de los ordenadores todo el día, rellenando formularios inútiles y escuchando a ocho jefes diferentes hablando sin parar sobre las declaraciones de misión.

Este descontento que sentimos en el trabajo a menudo proviene del hecho de que nuestras expectativas son más altas que nunca. Los trabajadores modernos no sólo buscan un salario decente, sino que esperan que su trabajo les de sentido a su vida. Sin embargo, un enorme porcentaje de trabajadores pasan su vida entera en trabajos que consideran absurdos, trabajos que incluso quienes los hacen reconocen que, en esencia, son superfluos.

La pasión raramente coincide con las posibilidades profesionales. En un estudio de 2002, 84 de cada 100 estudiantes universitarios canadienses respondieron que sí tenían pasiones. Sin embargo, la mayoría de las pasiones que identificaron no tenían una relación viable con las carreras disponibles, sino que eran pasatiempos relacionados con el arte y los deportes.

¿Estamos condenados a ver el trabajo como un castigo? ¿Cuál es la alternativa? Una revolución socialista para arremeter contra el yugo del capitalismo alienante es una formula para el desastre, como se ha demostrado en cada país que ha intentado implantar el comunismo y la planificación centralizada. Que el gobierno te obligue a trabajar en la industria que sea más conveniente para la patria dependiendo de la coyuntura actual no parece precisamente un escenario más atrayente que el que ofrece el capitalismo.

Una alternativa más interesante podría ser la de la renta básica universal (RBU). En teoría, liberaría a las personas de los trabajos más tediosos y mecánicos y les daría la libertad de elegir cómo pasar su tiempo libre, preferentemente en algo que tenga sentido para ellos y que luego puedan usar para beneficiar a la sociedad. Aunque a primera vista suena como algo que iría en contra de los principios básicos del liberalismo, es una política que estuvo a punto de implementar, por ejemplo, Richard Nixon en Estados Unidos. Por otro lado, incluso ilustres economistas libertarios como Friedrich Hayek y Milton Friedman defendieron la idea.

Claro que en el caso de la RBU hay que sopesar la nada despreciable posibilidad de que mucha gente decida simplemente vivir de su cheque del gobierno y no hacer nada productivo por el resto de su vida. Por eso la idea tiene tantos detractores, y no son pocos los que solo ven una política socialista disfrazada con un nuevo nombre. En cualquier caso, puede que en un futuro no haya demasiadas alternativas una vez que millones de trabajadores pierdan sus puestos a manos de los algoritmos y la inteligencia artificial.

Lo cierto es que el trabajo es un fin para un medio y no un fin en sí mismo. El mismo padre del liberalismo clásico, John Stuart Mill, declaraba que el único objetivo de la riqueza debía ser el aumento del tiempo libre. Además aseguraba que la tecnología debería usarse para reducir en cuanto fuera posible la semana laboral. «Se ampliaría más que nunca el espacio para el cultivo del intelecto y para el progreso moral y social — escribió — , más espacio para mejorar el arte de vivir.»

Estamos muy lejos de aplicar una verdadera RBU, y el capitalismo, a pesar de todos sus defectos, no se ha encontrado con una alternativa que le pueda hacer frente. Parece que ese viejo refrán atribuido a Churchill, que dice que la democracia es el peor sistema excepto por todos los demás probados, no solo se mantiene vigente sino que también aplica para el capitalismo.

Al final de Office Space, Peter termina trabajando como operario, un trabajo físico, peor renumerado y más peligroso. Sin embargo, contribuyendo con algo tangible, utilizando sus propias manos y contando con cierta autonomía, parece sentirse más satisfecho que con su trabajo anterior. Aunque su nuevo trabajo sin duda representa un descenso en la escala socioeconomica, no suponemos que se quede en el área de la construcción por mucho tiempo.

El mérito de Peter es haber tenido el valor de reiniciar su carrera dinamitando una posición acomodada pero poco estimulante. No es una opción para todos, y en la mayoría de los casos se corre el riesgo de terminar como Bartbely, pero si de verdad queremos encontrar un trabajo que tenga algún sentido para nosotros, el primer paso es despojarse de las riendas del que nos hace miserables en este momento.

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Escribo sobre sociedad, tecnología y cultura. + Intereses: Escepticismo | Metacognición | Evopsych | Cine | Productividad | Suscríbete a medium.com/omnicultura