La patria es un invento

Martín (Hache) (1997) y el nacionalismo

Culture Junkie
Omnicultura
5 min readJan 5, 2021

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Martín (Hache) es una de las mejores películas del director argentino Adolfo Aristarain. Su protagonista, Hache, es un joven de 19 años que está pasando por momentos difíciles. Sufre una crisis de identidad y no sabe qué hacer con su vida. Acaba de salir de un coma tras haber mezclado alcohol y drogas de dudosa procedencia. Su madre está preocupada: “No estudia, no trabaja, no hace nada”. Su padre, Martín, un director de cine emigrado en España, lo invita a pasar un tiempo con él mientras se recupera.

Los inspirados y abarcadores diálogos que se dan entre los protagonistas ayudan a explicar por qué se ha convertido en un clásico de culto. Sus personajes hablan con elocuencia sobre hacerse adulto, sobre el exilio, sobre la juventud, sobre la vocación, el matrimonio, las drogas, la adicción, el suicidio, la vejez, la sexualidad, el trabajo… y podría seguir. Mi intención no es analizar cada uno de estos asuntos en relación con la película. En su lugar, quiero centrarme en una escena en particular que parece haber tocado una tecla sensible en la psique de los espectadores.

Pregunte a cualquiera que haya visto la película qué tres cosas recuerda de ella y con toda seguridad surgirá el famoso diálogo. Asimismo, busque en YouTube fragmentos de la película y se dará cuenta de que la secuencia de la que hablo es por mucho la más vista y comentada.

La escena en cuestión tiene lugar en un restaurante de Madrid, donde Martín alecciona a su hijo cuando este le comenta lo mucho que extraña Argentina. A continuación, se produce uno los discursos más memorables del cine hispanohablante:

“Eso de extrañar, la nostalgia y todo eso, es un verso. No se extraña un país, se extraña el barrio en todo caso. Pero también lo extrañas si te mudas a diez cuadras. El que se siente patriota, el que se cree que pertenece a un país, es un tarado mental. La patria es un invento. Que tengo que ver yo con un tucumano o un salteño. Son tan ajenos a mí como un catalán o un portugués. (…) Uno se siente parte de muy poca gente. Tu país son tus amigos, y eso sí se extraña. Pero se pasa”.

El problema con las patrias

1. Las líneas son imaginarias

Cuando dice que la patria es un invento, Martín alude al hecho de que todo lo que consideramos patria no es más que una ficción colectiva. Los países están delimitados por líneas imaginarias, trazadas por razones arbitrarias y sin fundamento. Como mucho, podemos encontrar alguna explicación de la división aleatoria en las motivaciones políticas de los grupos de poder al momento de su fundación. Para más inri, muchas de estas líneas fueron trazadas sin tener en cuenta la topografía o las particularidades geográficas de cada región.

“La gente obedece fielmente y el Estado proporciona los mitos de la tierra natal. Pocos de esos ciudadanos pueden entender que si la cigüeña los hubiera depositado arbitrariamente en otro lugar, sentirían fervientemente y de forma innata una pertenencia a una clase diferente de grupo excepcional, que marcharían con el paso de la oca al oír una música militar diferente”.
(Robert Sapolsky)

2. La mentalidad ‘Nosotros vs Ellos’

Las patrias se basan en lo que Freud llamaba el narcisismo de la pequeña diferencia. Se busca resaltar lo que nos separa de los “otros” para amurallarnos detrás de una singularidad ilusoria. A este respecto, Christopher Hitchens comentaba que en la mayoría de los conflictos de naturaleza etnonacionalista, los rencores más profundos se producen entre grupos que a grandes rasgos presentan pocas o ninguna diferencia significativa.

«Cuanto más semejantes son en lo externo dos personas diferentes, más conscientes y celosas llegan a ser de la diversidad de sus almas; y, cuando los individuos son demasiado insignificantes para preservar ninguna personalidad o distinción propias, se apretujan juntos en pequeñas sociedades deliberadas y grupitos facciosos, en la esperanza de dar a su imaginación, en último extremo, algún pábulo y confortamiento. Las nacionalidades privadas y las religiones privadas tienen en tiempos como estos considerable demanda».
(George Santayana)

3. Enemigos ficticios

La función de la patria solo resulta evidente cuando se le ofrece un reverso negativo. Cuando se desprecia o se demoniza lo extranjero. El nacionalismo cobra fuerza cuando los “bárbaros” intentan socavar “nuestra” cultura. Por eso siempre está asociado a movimientos militaristas.

“Puede haber nacionalismos conciliadores y nacionalistas sinceramente solidarios con los problemas de otros pueblos, pero el mito de la Nación es agresivo en su esencia misma y no tiene otro sentido verdadero que la movilización bélica. Si no hubiera enemigos, no habría patrias; queda por ver si habría enemigos en el caso de no haber patrias… La nación se afirma y se instituye frente a las otras: su identidad propia brota de la rebelión contra o de la conquista del vecino.”
(Fernando Savater)

4. Nacionalismo e identidad nacional

Estar orgullosos de nuestras raíces, de nuestra cultura y de nuestras costumbres está muy bien, como también lo está que lo estemos de nuestra estatura, color de pelo o talla de zapatos; es decir, está bien mientras seamos conscientes de que dichas características no fueron elegidas por nosotros. Y mientras sea permisible desestimarlas.

Otra cosa es el nacionalismo, que sería como si empezáramos a proclamar que las personas de pelo castaño claro son intrínsecamente superiores a las de pelo castaño oscuro. En muchos aspectos, el nacionalismo no solo afirma que el lugar de origen importa, sino que es el aspecto más importante de nuestra identidad. En este sentido, recuerda a las políticas identitarias, solo que en lugar de ver todo a través del prisma del sexo, la raza o la orientación sexual, lo hace a través del prisma igualmente aleatorio de la nacionalidad.

5. Afinidad forzada

No podemos conformarnos con ser definidos por aspectos sobre los que no tuvimos ningún poder de decisión. Unirse de acuerdo a las similitudes está muy bien mientras esto ocurra por voluntad propia y no por imposiciones externas y precedentes. Solo renegando de patrias y naciones puede el individuo ser verdaderamente libre. Solo así puede pensar por sí mismo, reinventarse, elegir su propia tribu y trascender su procedencia.

«El hombre libre es aquel que piensa de otro modo de lo que podría esperarse en razón de su origen, de su medio, de su estado y de su función o de las opiniones reinantes en su tiempo».
(Nietzsche)

El famoso monólogo de la película resuena tanto porque, por alguna razón, renegar de tu país de origen sigue siendo un sacrilegio que la sociedad no tolera. Se sigue percibiendo a la nación como un ente sobrehumano al que herimos profundamente cuando rechazamos.

En la mayoría de los casos, lo que motiva a los antinacionalistas no es el odio a lo “propio”, como afirman los más patriotas, sino la necesidad de deshacerse de las cadenas invisibles impuestas caprichosamente hace siglos atrás. Cadenas que traen consigo un chovinismo, unos delirios persecutorios y unos supuestos deberes patrióticos que se hacen muy pesados de llevar a cuestas.

El discurso de Martín nos recuerda la frase del poeta Rainer Maria Rilke que dice que la única patria es la infancia. La patria son los amigos, la familia y la gente que nos importa; son las casas y las calles de nuestra juventud; son los momentos definitorios en nuestro desarrollo como individuos.

Patria est, ubicumque bene est. (La patria está dondequiera que uno esté bien).
(Séneca)

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Escribo sobre sociedad, tecnología y cultura. + Intereses: Escepticismo | Metacognición | Evopsych | Cine | Productividad | Suscríbete a medium.com/omnicultura