Inventamos historias por temor al caos
Reflexión sobre el azar en Riders of Justice (2020)
Otto es un experto en probabilística que sobrevive a un trágico choque de trenes en el que la mayoría de los pasajeros mueren. La víctima más sonada es un miembro de una organización criminal que estaba llamado a testificar contra el líder de su banda próximamente. Por si esto no fuera suficiente motivo de sospecha, Otto recuerda que, segundos antes del accidente, vio cómo un hombre tiraba a la basura una bebida y un sándwich sin terminar antes de salir del vagón. Esto basta para que se convenza de que la colisión no se trató de un simple accidente.
Esta es la premisa de Riders of Justice, película danesa dirigida por Anders Thomas Jensen, quien subvierte nuestras expectativas con una trama que parecía reunir todos los ingredientes para convertirse en la típica historia de conspiración y venganza que popularizó la saga de Taken y que, sin embargo, solo se vale de una puesta en escena formulaica para poner en marcha un entramado mucho más complejo. Nos encontramos con una historia que deja en evidencia las diferentes formas con las que decidimos hacer frente al caos y lo mucho que nos cuesta aceptar de la aleatoriedad en el curso de nuestras vidas.
Aunque la película presenta a un gran variedad de personajes e intenta explorar temas como los de la camarería, el duelo y el trauma, quiero centrarme en lo que tiene que decir sobre la obsesión humana por encontrar causas concretas a eventos azarosos, aspecto en donde creo que más brilla. Cuando le damos rienda suelta a esa máquina imperfecta de encontrar patrones e inventar historias que llamamos cerebro, empezamos a confundir lo improbable con lo imposible y a establecer relaciones allí donde no hay ninguna.
Esto explica fenómenos en apariencia tan diversos como la proliferación de creencias New Age (como el karma), el atractivo de las teorías de conspiración y la resistente popularidad de las religiones. Es así cómo nos consolamos ante el caos que gobierna el universo, intentando asignarle algún tipo de sentido teleológico a una aleatoriedad que nos es muy difícil de procesar.
Inventamos historias por temor al caos. Es lo que hace Mathilde, otra sobreviviente del siniestro, cuando intenta encontrar una razón que explique la muerte de su madre, quien la acompañaba en el vagón. No termina de aceptar que el accidente sea producto de la casualidad y se aferra a la posibilidad de que todo tenga algún sentido oculto (“Dios tiene un plan detrás de todas las acciones”). Ni siquiera Otto, un matemático experto en probabilidades, en teoría el personaje más analítico, es capaz de escapar del sesgo de la correlación ilusoria (“cuando no tenemos datos suficientes, los clasificamos como coincidencias. Pero no lo son”).
En efecto, hasta donde sabemos, todos los eventos podrían estar regidos por las leyes del determinismo. Por lo tanto, mucho de lo que actualmente percibimos como aleatorio no sería más que el resultado de patrones ocultos demasiados complejos para nuestra comprensión. Una ligerísima variación en cualquiera de las condiciones iniciales (la mayoría de las cuales somos incapaces de detectar) traería consecuencias radicalmente diferentes.
Es el famoso efecto Mariposa, el viejo proverbio chino que reza que el aleteo de una mariposa puede desencadenar una tormenta al otro lado del mundo. La teoría del caos ha confirmado que dicha frase más bien poética está bastante cerca de describir la realidad. El problema es que en su incidencia están implicadas tal cantidad de variables imposibles de predecir para nuestro conocimiento y tecnología actual que es totalmente válido hablar de un mundo regido por el caos. Si algún día seremos capaces de desentrañar cada minúscula variable para predecir eventos es un misterio. En cualquier caso, nos encontramos abismalmente lejos de poder conseguirlo.
En la actualidad, en lugar de aceptar nuestra incapacidad para predecir eventos futuros y desentrañar misterios del pasado, nos lanzamos a buscar conexiones ocultas, maquinaciones de figuras malintencionadas desde la sombra e incluso la intervención de entes sobrenaturales. Sin embargo, en contra de nuestras intuiciones más arraigadas y de lo que puedan decir mantras — tan populares como vacuos — como el “todo pasa por una razón” o el coelhiano “el universo conspira a tu favor”, la mayoría de los acontecimientos que ocurren hoy en día solo pueden ser entendidos como aleatorios e imposibles de pronosticar.
Los eventos improbables simplemente pasan; es la interpretación humana la que los cataloga a posteriori como rachas de buena suerte o accidentes desafortunados. No es una visión especialmente consoladora. Pero sí es muy refrescante que detrás de toda la trama de Riders of Justice no se descubra una conspiración perversa sino que todo sea fruto del más puro azar. Una explicación no menos cruel pero mucho más realista de la tragedia.