(AP Photo/Dario Lopez-Mills)

El extraño caso de la mujer que fue salvada por un pito

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6 min readJun 11, 2016

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¿Recuerdas esa escena donde Rose logra atraer a los botes y salvar su vida al final de Titanic? ¿Recuerdas lo que el personaje femenino empleó para llamar la atención? Un silbato. Mientras el rescate se acerca hacia ella, el sonido chillante del instrumento se desvanece antes de la siguiente secuencia. Gracias a la fuerza de sus pulmones, la protagonista cumple la promesa que le hizo a su amado y sobrevive. Después de traer a la memoria el final de una de las películas más taquilleras y recordar como una mujer se salvó por un silbido, ¿te dieron ganas de tener uno a la mano por si naufragas?

BUENAS NOTICIAS: si eres mujer, el gobierno de la Ciudad de México entiende tus necesidades.

El pasado 25 de mayo, el jefe de gobierno de la CDMX, Miguel Ángel Mancera, anunció la primera fase de su programa contra la violencia de género: regalar silbatos a las mujeres para que puedan avisar de posibles delitos sexuales. Así es, el primer paso para solucionar los problemas de violencia contra mujeres en la capital fue regalarles un pito. Entre los incontables problemas que la aparición de este instrumento sintomatiza, uno es particularmente severos: la propuesta de Mancera sólo atiende la violencia en lugares públicos. De acuerdo con la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares, realizada en 2011 por el INEGI, el tipo de violencia más común que vivimos las mujeres en este país es emocional: 8 de cada 10 mujeres reconoce haber sufrido abusos por parte de sus parejas en relaciones maritales o libres. Es decir, sería difícil imaginar que en medio de un conflicto en casa, una mujer accione el silbato a su disposición para alertar a su entorno de que se está sintiendo agredida.

A pesar de que el esfuerzo promovido por el gobierno de la CDMX parte del reconocimiento de que la violencia de género es un problema que le compete, la solución es parcial por donde se le mire. La última Encuesta Nacional sobre Violencia contra las Mujeres (llevada a cabo en 2006, ¡hace diez años!) señala que 7 de cada 10 mujeres reconoció haber sido humillada de niña y 6 de cada 10 admitió haber recibido castigos físicos en su infancia. Esto implica que la violencia padecida por las mujeres en nuestro país proviene de prácticas generalizadas en espacios privados, como la familia (si te cabe alguna duda de esto, date un paseo por el hashtag testimonial #MiPrimerAcoso).

Es evidente que resolver un problema fuertemente arraigado a nuestras prácticas cotidianas no resulta fácil: hacen falta estudios actualizados que muestren el estado de la cuestión, así como instancias civiles y federales que ayuden a cumplir recomendaciones estipuladas en documentos legales como la Norma Oficial Mexicana sobre Violencia familiar, sexual y contra las mujeres. Criterios para la prevención y atención (2009) y la Ley de Acceso de las Mujeres a una Vida libre de Violencia de la Ciudad de México (2007).

La publicación de estos instrumentos de justicia fue un paso firme para combatir el conflicto de la violencia de género: ambos enmarcan la situación que viven las mujeres dentro de un marco general que muestra cómo ese conflicto afecta el funcionamiento democrático de todo el aparato gubernamental en México.

Por un lado, la Norma Oficial reconoce que “la violencia familiar y sexual es un problema de salud pública que representa un obstáculo fundamental para la consolidación efectiva de formas de convivencia social, democrática y con pleno ejercicio de los derechos humanos”. Por otro, la Ley de Acceso tiene por objetivo principal “prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres, así como los principios y modalidades para garantizar su acceso a una vida libre de violencia que favorezca su desarrollo y bienestar conforme a los principios de igualdad y de no discriminación”.

Ahora resulta que el gobierno lleva ya varios años preocupado por el problema de violencia contra las mujeres en el país. De acuerdo. Ha reconocido que se trata de un problema de salud público. Que involucra el respeto a derechos humanos. Que se relaciona con garantías constitucionales. Ok. Entonces, ¿por qué la primera medida para solucionar el problema de la violencia de género propuesta por Mancera fue regalar silbatos? Parece que hubo un retroceso en el diálogo, ¿no crees?

La repartición de pitos para denunciar agresiones aparenta volver a la idea de que la violencia es algo que puede ser evitado por la víctima. Como si fuera responsabilidad de la agredida responder al maltrato y tomar en sus manos y en su boca (literalmente) un instrumento para detenerlo.

A los pocos días del anuncio de Mancera, Estefanía Vela (abogada y estereotipa feminista) escribió su sorpresa ante los presupuestos de la acción gubernamental en la CDMX: “Si una mujer pita, ¿qué se supone que debe ocurrir? ¿Alguien más la debe ‘rescatar’? ¿‘Proteger’? ¿‘Defender’? Y si una mujer no pita, ¿qué? ¿Se entiende que consintió al acto?”. La ambigüedad contenida en el simple hecho de silbar ante la violencia pública (acoso, intimidación, tocamientos o violaciones) no permite claridad en los mecanismos a seguir tras dar el pitido. Tampoco nos queda claro en qué sentido esta medida se conecta con los parámetros legales que comentamos arriba.

(AP Photo/Marco Ugarte)

Entre esas primeras reacciones, apareció también la de Cynthia Ramírez (politóloga y periodista). Además de admitir que la política de los pitos sólo funciona en lugares públicos donde haya mucha gente (pues si un pito suena y nadie lo oye, ¿realmente sonó?), Ramírez recuerda el programa Whistle for help, implementado por el gobierno de Myanmar (país del sudeste asiático) para denunciar acoso en el transporte público. Aquella campaña estuvo acompañada de folletos y voluntarios que explicaban los objetivos y alcances del plan de acción en paradas de autobuses. Al final, los resultados fueron visibles: se concientizó a la sociedad de un problema de seguridad pública y se logró disminuir los números de acoso.

Sin embargo, en la CDMX andamos muy por otro lado, aquí ya existe la conciencia del problema: sólo hay que recordar las marchas contra la violencia de género organizadas a lo largo del país el pasado 24 de abril), las muchas colectivas que trabajan por disminuir los niveles de violencia de género o las luchas de familiares de muertas en Ciudad Juárez que llevan años realizando acciones para exigir justicia frente a los feminicidios de sus hijas. Lo que falta, en todo caso, es una revolución de las prácticas culturales que se reproducen día a día. Sin embargo, ante un problema de estas dimensiones, las autoridades deben tomar cartas en el asunto.

Eso quiere decir que las instituciones gubernamentales están obligadas a hacer un estudio científico y riguroso del problema social de violencia; revisar las leyes que existen al respecto; crear instancias que vigilen su cumplimiento y proporcionar mecanismos de información (tanto del problema como de las soluciones y los resultados).

Resulta evidente que las mujeres no vamos a sentir menos miedo de caminar solas en la noche o de usar minifalda en la calle si traemos un pito en la mano. No importa que tan agudo suene, ni que tan rosa sea, ni si fue gratis o comprado.

Aunque en Hollywood sea posible que un pito le salve la vida a una mujer, esto no es una película. La violencia de género es un problema profundo que provoca mucho dolor y muertes en nuestro país. Ya en serio, ¿qué soluciones reales habrá para combatirla? Seguimos esperando.

Por Nayeli García.

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