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Homofobia y censura en la porra pambolera

Cuando el futbol no soporta la infidelidad

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Opinión con Foro
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6 min readOct 24, 2016

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La costumbre de gritarle “Eh…. ¡Puto!” a un portero cada vez que hace un despeje de área surgió en el torneo preolímpico de 2003 cuando una afición enojada quiso expresarle sus sentimientos a Oswaldo Sánchez, guardameta que en una ocasión agradeció la oportunidad que el equipo Atlas le había otorgado al incluirlo en sus filas y añadió que su corazón siempre pertenecería a las Chivas de Guadalajara.

En este primer momento, como puede deducirse de la anécdota, el mensaje para Sánchez estaba relacionado con la molestia que generó una acción considerada poco fiel con el equipo al que pertenecía actualmente. Al llamarlo “puto” no se estaba buscando cuestionar su preferencia o su identidad sexual; sin embargo, en muchos otros contextos esa palabra significa “homosexual”. De cualquier manera, el grito de la porra tenía la intención de hacer sentir mal a alguien que está a punto de tomar parte activa en el juego.

(Photo by Martin Rose/Bongarts/Getty Images)

En el contexto de una sociedad machista como la mexicana (sólo hace falta revisar las estadísticas sobre feminicidios y violencias de género para corroborarlo), hacer referencia a la homosexualidad no está libre de un discurso de odio que ha causado muerte y dolor en muchas personas. Aunque el significado de las palabras no es estable y depende de la situación en que se emplean, hay una historia sobre el modo en que han sido usadas que se actualiza cada vez que alguien las pronuncia.

Durante mucho tiempo, decirles “puto” ha sido una forma despectiva de nombrar a los hombres “afeminados”, es decir, a los varones que no cumplen con cierta idea de virilidad y hombría. Al gustar de otros hombres, algo los acerca a las mujeres. Y, como todo macho sostendría, bajo esta lógica las mujeres somos inferiores a los hombres. Decirle “puto” a alguien en un estadio de futbol es dudar de su capacidad para jugar bien, de manera similar a cuando alguien dice que un futbolista “patea como niña” o “se queja como nena”. En cuyo caso es evidente que la comparación se hace para expresar que los deportistas no están logrando un buen desempeño.

El 19 de junio de 2014, el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred) emitió un boletín para rechazar tajantemente la “normalización de grito homofóbico en futbol”:

El grito de puto es expresión de desprecio, de rechazo. No es descripción ni expresión neutra; es calificación negativa, es estigma, es minusvaloración. Homologa la condición homosexual con cobardía, con equívoco, es una forma de equiparar a los rivales con las mujeres, una forma de ridiculizarlas en un espacio deportivo que siempre se ha concebido como casi exclusivamente masculino. El sentido con el que se da este grito colectivo en los estadios no es inocuo; refleja la homofobia, el machismo y la misoginia que privan aún en nuestra sociedad.

(Photo by Streeter Lecka/Getty Images)

A partir de su surgimiento, el coro (nacido como insulto) se hizo popular en los estadios de futbol donde jugara un equipo mexicano a tal grado, que la Federación Internacional de Futbol Asociación (FIFA) comenzó a imponer multas contra la Federación Mexicana de Futbol (FMF) para censurar ese tipo de expresiones en las canchas. La más reciente, lanzada por la actuación de los aficionados en la fase 4 de la eliminatoria de la Confederación de Norteamérica, Centroamérica y el Caribe de Fútbol (Concacaf), alcanza un monto por 599 mil 784 pesos mexicanos.

Sin embargo, el próximo Mundial se celebrará en Rusia dentro de un par de años: un país donde la homofobia es constitucional. En 2013 en ese lugar se prohibió legalmente la difusión de “relaciones sexuales no tradicionales”, es decir, no heterosexuales, frente a menores de edad. La “Ley contra la propagando gay” fue aprobada por la mayoría del parlamento ruso. Por supuesto, pronto esta legislación fue considerada como discriminatoria. Rodrigo Fernández, periodista de El País, afirma que:

Lo que preocupa a los defensores de derechos humanos es su imprecisión, que permite teóricamente perseguir incluso a personas de un mismo sexo que caminen tomadas de la mano en un lugar público si hay oportunidad de que un menor les vea.

En Rusia tampoco está permitido el matrimonio entre personas del mismo sexo, ni la adopción de infantes rusos por parejas homoparentales. Incluso las manifestaciones del orgullo de la comunidad LGBTTTIQ están prohibidas. Por encima de la libertad de expresión o la libertad de formar una familia impera una política homofóbica.

A pesar de la incongruencia de la institución deportiva, es una buena señal que (al menos dentro de los estadios) se promueva un ambiente de inclusión exento de muestras de odio. Sin embargo, quizás la censura no sea la mejor vía de acción: hacen falta programas más complejos y amplios para crear conciencia del daño que las palabras pueden hacer.

Aunque el lenguaje por sí mismo no tiene la capacidad de transformar el mundo, con el uso toma la fuerza de las intenciones de las personas que lo emplean. Las palabras son instrumentos de relación entre los seres humanos: por ejemplo, si hacemos una promesa o una amenaza, nuestra palabra toma cuerpo y el futuro queda sujetado por ella. De manera similar, cuando le decimos a alguien “te amo”, provocamos una reacción determinada en quien escucha. Si el amor es motor de vida, el odio tiene el impulso contrario: cada vez que alguien es etiquetado como inferior, su identidad se reduce a la forma en que es nombrada. Ejercemos poder de dominación y opresión sobre otro ser humano cada vez que lo llamamos con el objetivo de que se sienta disminuido. En eso consisten los insultos: en establecer una jerarquía en donde unos resultan mejores que otros.

(Photo by Jennifer Stewart/Getty Images)

De regreso al estadio, cuando una afición amedrenta al equipo contrario con palabras que buscan herir los sentimientos y la integridad de los jugadores, retoma y legitima una historia que ha cobrado (y sigue cobrando) vidas humanas. Si México no fuera un país donde personas transexuales son asesinadas impunemente o donde no fuera común encontrar crímenes de mujeres que murieron sólo por el hecho de ser mujeres, no sería tan grave escuchar el grito de “puto” en medio de una celebración deportiva. Si parejas homosexuales no tuvieran que buscar refugio en otros países por el grado de discriminación que reciben en su vida cotidiana, Rusia sería una buena opción para llevar a cabo contiendas futboleras. Sin embargo, la realidad es otra.

Aunque la intención de la porra no sea amedrentar a los homosexuales al gritarle “puto” a un portero, el puente de significados que permite hacer una relación directa entre puto y cobarde o mal jugador, pasa por la concepción de que ser homosexual es malo, defectuoso, distinto a como debía ser. Hay una razón por la que se emplea esa palabra y no otra.

Hacernos responsables del sentido que se le da a lo que decimos es una forma de tomar postura frente al sufrimiento y la violencia a la que nos enfrentamos de manera constante los miembros de la comunidad LGBTTTI y las mujeres. Con esto en mente, quizás quepa preguntarnos cómo queremos posicionarnos frente a la discriminación y el odio incluso en espacios que parecen destinados a la fiesta y la competencia justa, como los estadios de futbol.

Por Nayeli García.

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