(AP Photo/Alexandre Meneghini)

Sobre “no existe el cine de terror en México” y otras tonterías

¿Preferimos hablar de un hueco en el género que hablar de las películas que sí existen?

FOROtv
Opinión con Foro
Published in
8 min readOct 26, 2016

--

Se duda de la existencia de películas de terror mexicanas a pesar de toda evidencia, a pesar de que están ahí, a la mano. Una esquizofrenia selectiva nos hace incapaces de ver determinados objetos del mundo y por ello concluimos que no existen. Pero en el hueco que miramos están las películas, cortometrajes y largometrajes, muchas películas, algunas muy malas y otras muy buenas; mainstream o dirigidas a un público selecto; baratas y caras; inteligentes y tontas; como es costumbre en las películas de terror de todas partes. El padecimiento no es para ser subestimado: disfrutamos tanto del hueco que vemos, que preferimos hablar de él antes que hablar de las películas que sí existen.

No sé por qué elegimos hablar de que no existen estas películas de género, acaso porque algunos de nosotros preferiríamos que no existieran y quisiéramos un cine nacional más “serio” y algunos otros más “comercial”. El caso es que el hueco del terror se ha vuelto un tópico del cine en México, algunas voces repiten desde hace años que “los mexicanos no podemos hacer terror, siempre que lo intentamos, hacemos comedia”; como si hubiéramos nacido con la glándula del miedo extirpada, y viviéramos en un paraíso tropical en el que somos tan felices que nunca tenemos miedo de nada…

Confieso que a mí me pasa lo contrario, veo miedo en todas partes, en el cine y fuera de él. Tal vez en demasía. Por eso antes de empezar a hablar de las películas, advierto que habrá quien me diga que no pertenecen al género de terror. Y a ellos les digo que el miedo toma muchas formas, y que los que nos asusta a nosotros no necesariamente es terrorífico en Hollywood. El género puede ser ambiguo, y admito que algunas de estas películas pueden verse como algo distinto al terror, pero yo elijo lo contrario porque creo que la primera clave para entender el terror mexicano es estar abiertos a la posibilidad de que sea tan distinto a lo que estamos acostumbrados a ver que parece irreconocible sino es por el miedo compartido que las produce y nos permite consumirlas.

A la mexicana

(AP Photo/Anita Baca)

La primera tentación al hablar del terror mexicano es buscar trajes de charro, calaveritas y música de banda. Hay quien pide que en el género se dejen de exportar “monstruos extranjeros” y exploremos las fantasías mexicanas. Es decir, llenarnos de películas de La Llorona, los alushes, El Charro Negro y demás figuras folclóricas que habitan aquello que es fácil entender como mexicano.

La colección de cortometrajes México Bárbaro (2014) parte de esa premisa. Independientemente de su calidad narrativa o cinematográfica, se propone construir mundos inequívocamente mexicanos hasta llegar a lo obvio. Los directores que aportan a tal colección habitan sus mundos de narcos con rituales aztecas, revolucionarios, alushes y bailarinas exóticas vestidas de catrinas que con todo parecen más cerca de Tarantino que del día de muertos. Con todo, títulos de la colección como Jaral de berros de Edgar Nito, Muñecas de Jorge Michel Grau y Siete veces siete de Ulises Guzmán bien merecen una visita.

Tal gesto no necesariamente es negativo, pero sí demasiado obvio. Los temas nacionalistas son limitados, y no nos sirven para entender la compleja realidad de nuestro país. Hay formas del miedo contemporáneo que no puede expresarse con La Llorona, o al menos no con la forma tradicional de los monstruos del panteón nacionalista. La violencia y las amenazas actuales son complejas, y tener que ponerle calaveritas a todo restringe nuestras maneras de vivir, transmitir y entender el miedo.

La muy comercial Kilómetro 31 (2005) de Rigoberto Castañeda propone una idea interesante en este sentido. Pone en juego justo la figura de La Llorona, pero lo hace de manera audaz y propositiva. Sí, está la referencia obligada a la época de la colonia, pero trata de actualizar el mito con su valor profundo. En esta película se pone en juego el colonialismo irresoluble, la terrible fijación que tenemos por los países de primer mundo, especialmente España; que se manifiesta entre una fascinación resentida y un complejo de inferioridad que nos hace dudar de nosotros mismos.

Acaso el nacionalismo de banderitas tricolor abreva de ese complejo. Ponemos nuestras calaveritas ante la idea de que no existimos sino porque los otros, los poderosos conquistadores, nos inventaron. Kilometro 31 explora el tema, pero no deja de ser una película palomera. El experimento es interesante, pero se pierde en la intención manifiesta de hacer una película de terror comercial al estilo gringo desde México, con sustos bien construidos, pero que no dejan de ser simples sustos.

Además contamos con los remakes que retoman lo más granado de nuestro terror setentero (que sí existe, por si lo dudan). El remake de Hasta el viento tiene miedo (2007), original de Carlos Enrique Taboada de 1968, fue un proyecto interesante que trató de actualizar la represión adolescente femenina a chicas millennial en un sanatorio mental acosadas con ser perfectas. La estética que recuerda los colores del cine sesentero y la aparición especial de Alicia Bonet (la Claudia original) prometen una buena cinta; pero lo que se les olvidó actualizar fue el ritmo de la película, demasiado irregular para el cine mainstream de terror. No es un tema menor, las escenas de sustos están bien construidas, pero se encuentran rodeadas de distensiones que fallan al tratar de crear suspenso. La cuestionable línea narrativa nos recuerda lo peor del cine de terror mexicano: su vaivén cansino de escenas que se superponen sin manejar la tensión. No es tarea simple, pero sí indispensable.

Por su parte, la nueva Más negro que la noche (2014) de Henry Bedwell, original del mismo Taboada de 1975, padece los mismos problemas y muchos más. Aunque tiene una dirección de arte interesante, se echa a perder con su estética telenovelesca. Quizá el mayor mal de nuestro cine comercial es justamente ese, las cintas se vuelven telenovelas con groserías y desnudos parciales. La iluminación falla, la música es muy obvia, el ritmo del terror es tristemente dejado de lado. Pero lo peor es que se actualiza un tema setentero en un contexto en el que no tiene sentido. Si Hasta el viento tiene miedo procuró actualizar el castigo sobre el cuerpo femenino a su dimensión millennial, la obra de Henry Bedwell vuelve a castigar a las mismas muchachas fresas maleducadas que además se dan el lujo de tener una sexualidad. Ahora las personajes resultan chocantes, pero no por la expresión libre de su cuerpo, sino porque caen gordas por lo ingenuas y unidimensionales. El guión es perezoso y padece por ello. Reactualizar los clásicos del terror nacional no es necesariamente malo, pero requiere una adaptación mucho más cuidada y una narración inteligente.

El otro México

En cambio, existe toda una escena de cortometrajes y largometrajes que superan el tema nacionalista sin dejar de lado los miedos que nos perturban en una realidad hiriente. Bautizo (2013) de Laurette Flores retoma las heridas familiares y la tragicomedia de nuestras fiestas para poner en la mesa un platillo estremecedor. Fenómeno, el efecto Poltergeist (2013) de Leonardo Arturo usa el archiconocido recurso de la casa embrujada para representar una perturbación sensorial que activa el universal miedo a la vejez. Finalmente, Bestia (2011) de Carlos Meléndez, revisita los sesenta para reflejar la brecha generacional que también asola nuestros tiempos, y nos recuerda que hay mucho de aterrador en los que vinieron antes que nosotros.

Mención aparte merece la pieza de Isaac Ezban, joya mexicana del género reconocida hasta por el mismo Guillermo del Toro. Cosas feas (2010) pone en escena el horror de crecer y la monstruosa sensación puberta de que uno ya no habita el cuerpo que creía tener. El guión es notable, así como la técnica de filmación que juega con tomas demenciales en un mundo plagado de minas a punto de explotar. Sin duda es la tensión narrativa la que hace de este corto una obra maestra del género de ciencia ficción de terror. No pueden dejar de ver esta cinta, cada segundo vale la pena.

Ezban debutó en el gran formato con El incidente (2014), una pieza francamente perturbadora que promete generar migrañas y noches sin sueño. En esta ocasión, el director explora los loops temporales en atmósferas cotidianas. Las elipsis y la exagerada atención a los detalles generan un mundo no apto para claustrofóbicos que discurre por más de tres décadas y pone de manifiesto el sinsentido de nuestras rutinas cotidianas. Cada vez que habitas esos lugares de pasaje, como la calle que caminas para ir al trabajo, el vagón del metro, la carretera o la escalera que subes todos los días, ¿te has preguntado si hay alguien allá afuera que está realmente habitando la vida? Por cierto, no se pueden perder Los parecidos (2015) que este octubre de 2016 está en cartelera y es el segundo largometraje de este perturbado director.

Otra pieza que merece nuestras pesadillas es Halley (2012) de Sebastián Hoffman, sobre un zombi que anda la Ciudad de México llevando a cuestas la tragedia de estar muriendo constantemente. El maquillaje es estremecedor, así como las largas escenas de una sensibilidad cinematográfica extraordinaria. Alberto, el protagonista, está muerto y pudriéndose en medio de la soledad urbana. Nadie puede notarlo porque todos en la ciudad estamos fatalmente aislados, también muriendo cada día de una vida a la que cuesta encontrarle sentido. No esperes escenas habituales del cine de zombis, ni siquiera el terror habitual de una película de un no-muerto. Halley alude a un miedo profundo y compartido, el miedo a estar solos, con secuencias nerviosas y deprimentes.

Terminaremos este recuento con Somos lo que hay (2010) de Jorge Michel Grau. Esta cinta introduce a una familia de caníbales que ha perdido al padre proveedor. Los hijos que le quedan pugnan por llevar a cabo un sacrificio, un ritual que restaure el orden fatalmente perdido. Pero, ¿cómo elegir una víctima apta para los estómagos acostumbrados a recibir el sustento? En una ciudad violenta, estos jóvenes sufren la pérdida de un referente de autoridad y se sienten abandonados ante la imperiosa necesidad de resarcir una realidad que les fue encomendada sin muchas herramientas para arreglarla. ¿Cómo esta generación huérfana se enfrentará a un mundo que recibió torcido?

Y si ya andan por estos lares, también échenle un vistazo a Paciente 27 (2014) de Alejandro G. Alegre, que a pesar de sus fallas alcanza momentos de tensión interesantes. Y si son fanáticos del más recalcitrante gore chequen Atroz (2015) de Lex Ortega, que pone en juego una terrible reflexión sobre la violencia más brutal.

Y volvemos…

El charro negro. (Flickr/Lady Orlando, CC BY 2.0)

Acaso no todas estas recomendaciones quepan en el terror ortodoxo, acaso sea porque el canon de este tipo de cintas nos viene de otro lado. Como sea, no dejan de ser películas profundamente perturbadoras que provocarán más de un dolor de cabeza y más de un insomnio.

Como vemos, la oquedad de lo que nos gusta llamar “la falta de películas de terror mexicanas” está llena de gusanos y carne podrida. Así no sean fanáticos del género, encontrarán mucho valor en más de uno de estos títulos. Si tienen ganas de mucho folclor hay algunas Lloronas interesantes, pero no dejen de lado aquellos miedos profundamente contemporáneos que se reflejan en las películas mexicanas que no se conforman con colgarse cempasúchil y calaveritas de chocolate.

Por .

--

--

FOROtv
Opinión con Foro

Es un espacio de información, opinión y debate.