II. Ojos de sol

Susana Zavala
Otro mundo

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Estaba todo desarrapado y con la mirada perdida en algún punto del horizonte. Caminaba pausadamente, como tratando de encontrar algo que nadie puede ver. Traté de hablarle pero no me respondió, estaba completamente hipnotizado.

Lo llevé dentro de la casa y no opuso resistencia alguna, era como si no estuviese ahí del todo. Le metí en la bañera luego de calentar un poco de agua y por más que traté que se bañara él sólo estaba ahí sentado, sin moverse, sin responder a ningún estímulo. Me pareció extraño encontrarme con alguien justo ahora que me había quedado sola, pero me pareció más extraño aún que este alguien no estuviese en la realidad. Fue como una mala broma, es como encontrar un reloj que no funciona o una radio sin baterías.

Luego de asearle lo llevé a la cocina para darle algo caliente de comer. Serví un poco de la infusión que sobró de la mañana, pero no la bebió. Estábamos los dos sentados en la mesa de la cocina, él ocupaba el lugar frente a mí y aunque miraba directamente a mis ojos, en realidad no me miraba del todo. Inanimado por completo. Tuve mucho tiempo para contemplarle. Miré en sus ojos color gris verdoso y noté que en el centro del iris se dibujaba una figura café casi naranja parecida a una estrella. Miré con detenimiento la barba que cubría su cara, el color de su cabello, la forma de su nariz y de sus orejas. Miré sus manos que yo misma coloqué sobre la mesa sosteniendo la taza con líquido caliente. Miré sus brazos y el color de su piel.

Me pregunté cómo se llamaba, le pregunté en voz alta su nombre pero no obtuve respuesta. El chico con ojos de sol respiraba pausada y tranquilamente, como si durmiese con los ojos abiertos. Pensé que dormir era buena idea porque había sido un día largo y me sentía cansada. Luego de quitarle la taza de las manos lo ayudé a levantarse de la silla y le llevé hasta una de las camas vacías del cuarto común. Lo acosté, le arropé e inmediatamente se quedó dormido… o cerró los ojos como si lo hiciera, boca arriba tal cual lo metí en la cama. Me quedé dormida observando como las cobijas se movían siguiendo su respiración tranquila.

Cuando desperté la mañana siguiente él estaba sentado en la cama, mirándome. Por un segundo pensé que no me miraba, como la noche anterior, pero en cuanto notó que estaba despierta me preguntó: — ¿quién eres? — . En ese momento me incorporé y le dije mi nombre. Él no dijo nada, tan sólo me miraba, sin expresión alguna. Me levanté lentamente, como si fuese a asustarse si yo hacía algún movimiento brusco y le pregunté si quería desayunar. Sólo me miró sin responder. Caminé hasta la cocina y prendí el fuego. Cuando miré a la puerta él estaba ahí, de pie, mirándome. Preparé algunas cosas y serví la comida, le pedí que se sentara y lo hizo. Comió pausadamente, casi como si no tuviese hambre. Mientras tanto yo seguía preguntándome de dónde había salido pero no me atreví a preguntarle. Dejé que terminara la comida, levanté los platos sucios, los lavé y volví a sentarme frente a él esperando a que dijera cualquier cosa.

Luego de mirarme largo rato comenzó a hablar:

— Vengo de las colinas que se encuentran al sur del valle cercano. Caminé durante mucho tiempo y en algún punto del camino me extravié. No perdí el camino, me perdí en mis pensamientos. Cuando recuperé el sentido estaba en la cama donde me miraste cuando despertaste. Hace algún tiempo, antes que todos se fueran, caminé con un amigo hasta los lindes de esta casa y miramos por las ventanas, en la noche, que había gente dentro. Eran muchos y ahora parece estar desierta.

— Lo se, todos se han ido también — contesté — ayer se fue la última de ellos y cuando regresé a casa luego de acompañarla a la piedra triangular fue cuando te encontré vagando por el jardín, te encontrabas en muy mal estado. Te metí a la bañera y traté que tomaras algo caliente pero estabas en algún otro lugar, como dices.

— Te lo agradezco — dijo mirándome. Sus ojos brillaban iluminados por la luz de la mañana que entraba por la ventana a mis espaldas, parecían más claros que la noche anterior. — No estoy muy seguro de cuánto tiempo habré vagado por ahí, pero lo importante es que logré llegar al lugar al que quería ir desde un principio. Quería encontrar a alguien vivo y lo logré. Soy uno de los que se tiene que quedar y estaba seguro que debía encontrar a otro como yo pronto. Tú, ¿debes quedarte?

Por un momento no supe qué contestar. Nadie nunca me había hablado de tener que quedarme, es más, yo misma nunca me había preguntado si quería quedarme o si quería ir donde todos se han ido. Le dije que no lo sabía y luego de suspirar comenzó a contarme una historia que nunca había escuchado.

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