III. Arena del sueño

Susana Zavala
Otro mundo
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4 min readAug 27, 2015

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Luego de varios días comencé a soñar de nuevo. Mucho antes que se fuera el primero de ellos yo había parado de soñar y eso era en extremo inusual. Siempre sueño y mis sueños son importantes porque cuentan cosas que ocurren en el mundo real, como si fuesen mensajes anticipando cualquier hecho que ocurrirá. Durante el día no se me ocurre mucho en qué pensar, no como en los sueños.

— Eres diferente — . Me dijeron ellos cuando comencé a contar mis sueños. Me explicaron que extrañamente, cuando apareció la esfera aquella, todos perdieron los sueños en algún lugar del fin del mundo. Durmieron todas las noches vacíos como una cáscara de naranja con nada dentro.

La historia que él me había contado destapó una ola incontenible de sueños, al principio un poco confusos. Soñaba con campos, con flores y con aves gigantes de plumaje arcoiris que nunca había visto. — Tal vez existan en ese otro lugar al que todos van y podría ser que tú tengas que quedarte porque ya sabes lo que hay allá — . No lo sabía de cierto y tampoco sabía por qué él tenía que quedarse.

Él… pasaba todo el día haciendo millones de actividades, como moviendo las cosas que hay dentro de la casa o construyendo otras fuera de ella. De pronto ya teníamos una vaya de madera que rodea un pequeño jardín. Sembró algunas plantas dentro. También comenzó a construir una pequeña embarcación aunque no había ningún río o mar cercano. Le pregunté una noche, mientras bebíamos té frío, cómo planeaba transportarla a cualquier lugar y me respondió que no lo sabía, pero que creía que en algún momento nos sería muy útil. Sólo lo sabía.

Pocas veces pasábamos mucho tiempo sin hablar. Hablamos sobre cosas que recordamos acerca de tiempos que transcurrieron en lugares lejanos. Recordamos cuando el cielo se descompuso y el sol dejó de salir por mucho tiempo y entonces me cuenta, de nuevo, que fueron los peores días de su vida. El chico con los ojos de sol se nublaba por completo. Recordamos el sabor de ciertas cosas que ahora no podríamos encontrar para comer, recordamos cómo era la música antes que se perdiera en el fin del mundo y cantamos algunas canciones incompletas, hasta donde podemos recordar cómo son.

Una de las cosas que más nos gusta recordar es el sonido de las olas y el color de la arena. La primera vez que hablamos acerca de eso soñé que caminaba en una playa con arenas tornasoladas que brillaban reflejando, en millones de colores, la luz solar. Había gaviotas volando muy cerca de la arena y el mar era color turquesa. En mi sueño, oscureció rápidamente, como pasa en los sueños, y la luna llena y gigante salió por el horizonte. En ese momento, miles de peces salieron nadando del mar hacia la playa, flotando silenciosos y alumbrados por la luz de la luna. Todo era silencio. Desperté oliendo a mar y algunos días después descubrí que había un puñado de arena tornasol debajo de mi cama. Esas cosas me pasan a menudo; las cosas se salen de mis sueños y aparecen por la casa en donde menos lo espero. Yo las guardo, se que son importantes aunque no se para qué. No dije nada al respecto, pero puse esa arena en una pequeña bolsa y la guardé dentro de mi caja con esas otras cosas.

Esa tarde salimos a vagar por el valle y encontramos una caverna que nunca habíamos visto. La entrada estaba escondida entre unas rocas algo bajas que sobresalían entre los árboles que las rodeaban. Habíamos estado caminando durante mucho tiempo bajo el sol y decidimos tomar un descanso a la sombra de los árboles; fue por eso que la encontramos. Parecía profunda y me recordó más a un pozo que a una caverna; desde dentro podían escucharse sonidos extraños, secos y cortos, como si alguien golpeara algo a destiempo en algún lugar lejano dentro de ella.

Él tomó una piedra algo grande y la dejó caer dentro de la caverna-pozo. El sonido cesó un momento y luego todo comenzó a temblar. Nos alejamos un poco de la entrada de la cueva y fue justo a tiempo porque de ella empezaron a salir, como una explosión, millones de burbujas diminutas que volaron hacia el cielo a una velocidad increíble para ser burbujas. Fue como si le hubiésemos quitado un tapón, aunque en realidad no hicimos demasiado.

Nos alejamos todavía más, observando cómo la columna de burbujas llenaba un gran espacio y se perdía en el infinito. Después de un rato bajaron la velocidad y solamente siguieron danzando hacia el cielo. Comenzaron a brillar, con luz propia. Decidimos no quedarnos mucho más tiempo aunque el espectáculo era algo hermoso. No todos los días se miran burbujas saliendo de la tierra.

Volvimos a casa sin saber exactamente lo que había ocurrido, sólo que era momento de partir y así lo hicimos, ya no había muchas razones para quedarnos ahí. Metimos algunas cosas en las mochilas de viaje, cerramos las ventanas, apagamos las luces y salimos. Ya había oscurecido y la luna llena iluminaba el pequeño jardín haciendo que las plantas se vieran distintas. Él me dijo que tenía que pensar en una manera fácil de transportar nuestro pequeño barco y mientras buscaba alrededor de la casa algo que le ayudara fue cuando se me ocurrió una cosa muy extraña.

Por alguna razón que no puedo explicar y sin pensarlo demasiado extraje la pequeña bolsa llena de arena de mi mochila, la abrí y lentamente vacié el contenido en la cubierta del pequeño barco.

Casi no logramos subirnos cuando éste comenzó a flotar y a alejarse de la casa navegando rápidamente por el valle.

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