Intro.

Susana Zavala
Otro mundo
Published in
3 min readAug 6, 2015

--

Ese Mundo

El mundo antiguo

El mundo no se acabó en el Fin del mundo. Seguimos aquí, habitando el mismo mundo que ha cambiado, se ha transformado drásticamente, pero es el mismo de hace tantísimos millones de años.

La tarde en que comenzó a cambiar todo, el día que la Esfera del Fin del mundo decidió cambiar todo, la gente seguía pensando que su vida era normal, sencilla y hasta aburrida. Vivieron un día normal, igual a cualquier otro día; nadie, nunca, se dio cuenta de lo que iba a pasar.

Pasaron tantas cosas en tan poco tiempo que sigo creyendo, a ratos, que todo es un sueño. Se desacomodó la Tierra: los mares cambiaron de lugar, las montañas se rompieron y desaparecieron, los edificios se volvieron rocas que a su vez formaron montañas, los ríos inundaron parajes enteros cuando su curso fue destruido por las grandes placas que se salieron de lugar, los desiertos germinaron bosques y los bosques se volvieron desiertos.

Escuché a muchos decir que esperaban un fin del mundo como el que nos enseñaron en las películas o en los programas de la televisión. Yo siempre que escuchaba esos comentarios no podía evitar pensar que eso fue producto de la imaginación de alguna otra persona; que nadie, nunca, aseguró que las cosas iban a ser así.

Unos días después del desastre, un grupo de eminentes científicos dijo, para el único canal de tele que quedaba al aire, que analizando los hechos sucedidos llegaban a la conclusión de que era la única forma en que pudo haber pasado. Muchas hipótesis se desecharon y muchas otras quedaban comprobadas. Me pareció que muchos de ellos estaban felices por haber podido vivir un desastre de esta magnitud para ver lo que pasaba; estar en el ojo del huracán y contarlo vivo, siendo feliz por haber comprobado una teoría.

Luego, cuando volvió una relativa calma, a los que quedamos nos movieron en masas, cada vez más reducidas, a pequeños espacios habitables que encontraron en el mundo. Por alguna razón que yo nunca llegué a comprender, los gobiernos del mundo antiguo decidieron que era mejor separarnos, en pequeños grupos, cuidadosamente elegidos, para repoblarlo todo. Nunca entendí sus parámetros; era algo como una mezcla de razas, aptitudes y géneros.

Yo caminé horas con un grupo enorme de gente hacia un lugar al que varios soldados nos dijeron que teníamos que llegar. La contingencia del Sur, nos llamaron. Cuando llegamos a la maltrecha base militar nos dieron una comida mal hecha y nos subieron a unos autobuses, maltrechos, que nos repartieron en distintos puntos. Nunca nos dijeron a dónde íbamos o a dónde iban los otros grupos. Nadie hablaba mucho con los demás esos días.

Llegué entonces al paraje en donde ocurrió nuestro fin del Fin del mundo. Un valle diminuto cubierto por pastizales verdes, rodeado de enormes montañas de piedra formadas por escombros. La entrada al valle estaba, en ese entonces, cubierta por lo que quedó de un bosque. Ahora es un bosque como siempre han sido, con árboles frondosos, arbustos y uno que otro claro por ahí.

Al fondo del valle encontramos que había una casa lo suficientemente grande para alojarnos a todos cómodamente. Nos encontramos con una gran estancia, una cocina en la que cabía un comedor pequeño, varios baños y un dormitorio general, enorme, con hileras de camas. Parecía demasiado bien planeado, sobre todo cuando las ciudades estaban hechas migajas. ¿De dónde habían sacado todo eso? Cada vez más, las cosas me parecían un sueño, muy profundo, siempre a punto de convertirse en una pesadilla.

Pero no pasó. La vida, durante mucho tiempo, transcurrió todo lo normal que podía ser en esas circunstancias. Nos dimos a la tarea de vivir para repoblar el mundo aunque en realidad lo que pasó fue que lo abandonaron, poco a poco.

Uno a uno fueron tomando conciencia, como dentro del mismo sueño, de que las cosas no eran normales y, uno a uno, decidieron marcharse.

Yo me quedé.

--

--