V. Lobos

Susana Zavala
Otro mundo
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5 min readSep 11, 2015

Cuando el mundo se acabó, los animales de las distintas partes del planeta se dispersaron y formaron pequeños grupos, igual que nosotros. Prácticamente, todos los que estaban en los zoológicos y las casas murieron atrapados y los que estaban libres no sobrevivieron a los cambios geográficos tan drásticos. Pero algunos se salvaron.

Recuerdo que antes, en las historias que nos contaban de niños, los lobos siempre eran malos. Seres oscuros y un tanto retorcidos que engañaban a los niños para tragarlos vivos casi de un bocado. Los humanos casi los exterminamos en algún momento para salvar a nuestras gallinas, que estos grises animales se robaban y comían sin control.

Esa noche, rodeados de oscuridad y ojos amarillos, era inevitable recordar esos cuentos pero, al contrario de las historias, los lobos no nos hicieron daño alguno, ni se comieron a la niña de un solo bocado.

Los lobos estaban resguardados en este bosque, con Betula. Ellos la llaman la Guardiana del bosque, aunque la han cuidado como si fuera un lobezno, procurando comida y seguridad para ella. En ese momento no creía que ella pudiera guardarlos de cualquier cosa, pero al parecer, para ellos era importante mantenerla a salvo.

Betula puede hablar con ellos como habla con nosotros. Los lobos producen sonidos guturales que ella comprende a la perfección. Fue así como nos comunicamos con ellos y escuchamos otras historias, desconocidas, inimaginables, sobre el fin del mundo.

Pasamos toda la noche hablando y escuchando lo que ella traducía de esos gruñidos. Escucharlos platicar es como escuchar un arrullo que viene directo del fondo de la tierra, o de una cueva profunda, como la de las burbujas en el valle. No se bien cómo pasó lo siguiente, sólo me sentía hipnotizada por el sonido de sus voces –¿son voces?– y acabé un poco dormida y un poco despierta. Hipnotizada.

La vocecita de Betula comenzó a perderse, a hacerse casi imperceptible, mientras yo me dejaba llevar por la sensación tan extraña del entresueño. La modulación y entonación de las voces lúpicas subían y bajaban de tono, cambiantes pero homogéneas, vibrando interminablemente. Cada vez más me sentía en otro lugar, pero en el mismo, una situación extraña para mis sentidos. De pronto, sentí que flotaba sostenida por la vibración del sonido y fue entonces cuando comencé a soñar sin poder controlarlo.

Al principio, miles de imágenes, personas y cosas llegaron a mi mente sin orden alguno. Nada de lo que soñaba tenía sentido alguno. Sin embargo, me sentía tranquila porque en ese estado entre dormida y despierta, estaba consciente de lo que estaba pasando: estaba comenzando a soñar y los sueños, muchas veces o en algunas partes, simplemente no tienen sentido.

Luego, el sueño comenzó a tomar forma: mi forma, la de mi cuerpo, recostado en una cama sencilla, cubierta por una sábana blanca, descansando junto a un ventana abierta. Fuera, solo se podían ver las estrellas y una luna enorme, como la que miré en el sueño de los peces voladores. El tiempo transcurrió, no se si rápida o lentamente, pero pasó y me di cuenta porque la luz de la luna se movió hasta que alcanzó uno de los pies –mi pie– que se asomaba entre la sábana.

Entonces ocurrió algo que no esperaba: la yo recostada en la cama comenzó a flotar, completamente dormida, cubierta por la sábana blanca. Conforme la luz lunar la iluminó, yo –o ella– floté sobre la cama, y yo, soñando, reconocí la sensación porque la voz de los lobos me seguía sosteniendo en el aire.

Ahora las dos flotamos y al parecer eso era lo que necesitábamos. La yo dormida salió flotando tranquilamente por la ventana y yo, soñando, me apresuré a seguirla para saber qué estaba pasando.

Flotamos en un espacio abierto, sin fondo. No había piso, por lo menos no hasta donde alcanzaba a mirar. Volamos durante algún tiempo y, mirando al horizonte, parecía que casi podría tocar las estrellas. Seguimos hasta que encontramos una nube a lo lejos y ella, dormida, se internó en la espesura blanca, iluminada por la luna. Por un momento pensé, soñando conscientemente, que si la luz lunar no la iluminaba ella –o yo– podría caer, pero cuando entré a la nube, siguiéndola, me di cuenta de que estaba flotando tranquilamente, alcanzando lo que estaba en el centro de la nube. Las ramas de un árbol.

Ella, sin saber nada, acabó recostada en una de las ramas. Yo, sin hacer ruido, floté hasta sentarme junto a ella. Velar mi propio sueño no es algo que me pase todas las noches.

Ahí sentada pude ver que mi yo dormida estaba completamente azul. Toqué uno de sus pies con mi mano izquierda y lo sentí frío, helado, más que el aire nocturno. Ahí esperé un rato, sin moverme, con la mirada perdida en la blancura de la nube. Cuando comencé a sentirme extraña por no mirar algo, volteé hacia el lado derecho de la rama y vi que el follaje escondía un pequeño objeto luminoso.

Brillaba tenue, casi imperceptible por lo iluminado de la nube bajo la luz de la luna.

Me acerqué, despacio. Aparté el follaje. Tomé el pequeño punto de luz y lo guardé en la bolsa que ahora colgaba de mi hombro.

En ese momento, escuché que él me llamaba. La yo dormida despertó de un sobresalto, nos miramos un segundo y entonces me di cuenta de que yo, la yo ahora despierta, estaba recostada en la rama más alta de uno de los abedules que se encontraban junto a la fogata.

Los lobos aullaron, él me llamaba un tanto desesperado y Betula sólo miraba hacia el follaje, tratando de encontrarme en la oscuridad.

Me tomó un rato descender usando las ramas como escalera y cuando llegué a la base, los lobos ya se habían marchado.

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