La pista de baile y su periferia: Reflexiones sobre cultura y música electrónica.

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6 min readMar 9, 2017

En los primeros segundos de su influyente Midnight 120 Blues, Terre Thaemlitz estremece los cimientos narrativos de la música House con la frase “El House no es universal, el House es hiper específico”. Es una afirmación que reemplaza a la euforia colectiva por las dinámicas particulares de cada contexto. Así mismo, enfatiza los retos de gestionar una escena como la colombiana, tan lejana en forma, cultura y momento histórico a las circunstancias que vieron nacer a este género.

El 2016 fue uno de los años más diversos y significativos para la cultura electrónica colombiana, y en lo que va del 2017 se ha visto la misma tendencia. Antes de pasar a disfrutar la oferta musical del nuevo año, es importante reflexionar sobre el éxito del que acabó y de las circunstancias que llevaron a este florecimiento.

Para empezar a entender este crecimiento musical en el país, es importante analizarlo a la luz del contexto. Durante años, muchas de las expresiones artísticas ligadas a la música electrónica eran esfuerzos — en su mayoría — individuales. Las propuestas que llegaban y se desarrollaban en el país eran un eco de los gustos e influencias personales del promotor. En muy pocas ocasiones estos emprendimientos sonoros se construían desde circunstancias culturales, y pasaban así, a ser chispas aisladas sin un tejido social desde el cual evolucionar.

La constancia de algunos apasionados y la aparición de nuevas propuestas han coincidido con el creciente acceso a información y a modelos sociales tomados del exterior. Esta mezcla de factores ha fertilizado algunos sectores sociales del país, permitiendo que el impacto de los esfuerzos individuales de artistas y promotores capte y fidelice, poco a poco, a la población expuesta a su propuesta.

Si bien la creciente disposición del público ha posibilitado la prolongación de algunas propuestas, su desconexión con otros artistas ha resultado en un monopolio de la escena que apenas ha empezado a diluirse. Aquellos que han logrado posicionar su visión entre el público colombiano permanecen aislados, permitiendo el acceso sólo a quienes tienen estéticas similares o favores pendientes. Esto ha homogeneizado la propuesta musical y formado a generaciones enteras de nuevos artistas alineados con estéticas sonoras particulares y poco incluyentes.

En años recientes, y he aquí una de las razones primordiales de la explosión cultural alrededor de la música electrónica, la escena colombiana ha empezado a democratizarse. Nuevos artistas sin lazos con los promotores establecidos han empezado a juntarse, en las sombras, conspirando y buscando espacios para su propuesta. Con las nuevas voces está llegando la diversificación, permitiendo el desarrollo de micro-escenas dedicadas a sonidos específicos y abriendo la oferta musical a una audiencia más curiosa y tolerante.

El continuo crecimiento de la cultura electrónica local viene de la mano de la deconstrucción de una de las paradojas más contradictorias que la caracterizan. Al ser géneros musicales adoptados del exterior, el House, el Techno y sus variantes, han sido adornados con aires de elegancia muy disímiles de su verdadero origen sociocultural.

Con algunas excepciones, como Bogotrax, la mayoría de expresiones alrededor de éstos estilos musicales han sido fuertemente alineadas con la clase alta del país. Bares de hoteles 5 estrellas incluyen DJs poniendo Nu Disco para obtener ese toque cosmopolita tan añorado. Por mucho tiempo, gran parte de la escena se componía de fiestas con máscaras venecianas y ravers de corbata, donde se le pedía a los DJs invitados que pusieran “techno fino”. Lo que en ciudades como Nueva York representaba un estilo de vida para algunas minorías, en Colombia se había reducido a ser un tentempié de una noche para personas buscando solidificar su identidad de sofisticación.

Con la llegada de nuevas propuestas al país, comenzaron a desasociarse la música y el concepto de “elegancia”, ayudando a la escena a empezar a ganar libertad y expresividad. Cada vez más las copas de cristal se reemplazan por vasos de plástico, la propuesta artística está comenzando a pesar más que los tragos de 30.000 y hay más vía libre para que los DJs y productores se expresen y desarrollen su visión.
La música está empezando a importar más por ser música y no por el imaginario que le atribuía a quien la escuchaba. El raver de corbata se redujo en número (no desapareció), y en su lugar, un público apasionado por la cultura alrededor de la electrónica ha empezado a apropiarse de las pistas de baile. Así se han asentado algunos de los cimientos para un tejido social saludable desde el cual crece la realidad que se ha vivido en la escena en los últimos años.

Finalmente, otro de los factores decisivos en el proceso de solidificación de la cultura electrónica es la colaboración. Luego de mucho tiempo de funcionar de manera independiente, varios de los actores están trabajando por legitimar la cultura electrónica, encontrando así, el eco de su voz en personas con visiones similares.

Por mucho tiempo la cultura electrónica Colombiana se basó en imitación más que en propuesta. La escena se ha construido a partir de influencias externas sin mucho interés, ni inspiración, en lo local. El artista exitoso, de acuerdo a los cánones colombianos, era aquel que tocaba en el exterior, el amigo de algún DJ famoso. Esta realidad se empeoraba al no tener los recursos locales para formalizar una carrera sostenible en el país. Hoy, sin embargo, cada vez es más posible. El circuito local se ha robustecido con la inclusión de más ciudades con clubes, promotores, artistas y públicos con ganas de música.

Así mismo, se ha incrementado el intercambio de artistas entre ciudades, ampliando los horizontes de los DJs locales y la paleta sonora disponible en cada lugar. Por otro lado, el número de productores locales crece en paralelo con la oferta y enfoque de los sellos colombianos. Ahora existen más tiendas de discos para distribuir los lanzamientos de esos sellos y varios clubes, fiestas y festivales para escucharlos. La colaboración es quizás uno de los síntomas más alentadores de una escena que promete seguir sorprendiendo y enraizándose en el panorama cultural Colombiano.

El 2017 se siente fuerte para todos los involucrados en la escena del país. Una cualidad que se la ha asignado el fortalecimiento de lo local. Colombia ya no es solo una mala copia de un par de fiestas que alguien vivió en su intercambio en Berlín. Ahora el país tiene una cultura más saludable alrededor de la música electrónica, lo suficientemente tangible para ser consciente de sí misma y construirse de manera responsable con lo que quiere ser. Este artículo es una celebración a esa cultura y una invitación a seguir siendo conscientes, a seguir pensando en los aspectos periféricos a la pista de baile y a construirse de manera diversa e inclusiva. Que las generaciones que vienen no busquen identidad en Detroit, Londres o Chicago, que la encuentren en suelo colombiano.

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