La lección más grande que nunca aprendí

Evelyn Wittig
4 min readFeb 12, 2015

Tuve muchos maestros, grandes y sabios. Libro por libro, lección por lección, me enseñaron todo lo que pensé que necesitaba saber. Cómo juzgar, qué entender, porqué esforzarse. Quién ser, cómo llegar, qué querer.

Estudié con diligencia, y crecí. Las lecciones de mis maestros me ayudaron a navegar de forma segura a través de la tormenta y la furia, el desamor y el triunfo. Caminé con la frente en alto, fuerte, orgulloso. Un niño se había convertido en un hombre.

Y, sin embargo. Cuanto más sabía, menos entendía. Cuanto más tenía, menos era. Cuanto más ganaba, menos sentía. Y yo no sabía por qué.

El muchacho se había convertido en hombre. ¿Pero cuál era el significado de la travesía? ¿Qué significa... estar aquí, vivo, por un breve momento, bajo las estrellas sin fin?

De alguna forma, mis maestros no me habían enseñado la lección más importante.

¿Quién, entonces, podría enseñarme? No sabía a quién preguntar. Y no sabía cómo.

Pero mis profesores me habían enseñado bien. Y entonces luché con el problema. Tal vez, pensé, si pudiera comenzar con el significado de un solo día, ésto me podría señalar el camino. Para el significado de la vida. ¿A quién le podía preguntar? A todo el mundo. Y la verdad, me dije, astutamente revelará lo falso.

Y entonces empecé a preguntar.

Le pregunté a un hombre moribundo. Me dijo que cada día era un comienzo.

Le pregunté a un niño. Me dijo que cada día era todo lo que había.

Le pregunté a un jardinero. Me dijo que cada día era una temporada.

Le pregunté a una carpintera. Ella me dijo que cada día era una historia.

Le pregunté a un rey. Me dijo que cada día era una obligación.

Le pregunté a un pobre. Me dijo que cada día era un regalo.

Le pregunté a un soldado. Me dijo que cada día era una canción.

Le pregunté a una marinera. Ella me dijo que cada día era una imposibilidad.

Le pregunté a un rico. Me dijo que cada día era una oportunidad.

Le pregunté a una científica. Ella me dijo que cada día era un milagro.

Le pregunté a un prisionero. Me dijo que cada día era una rebelión.

Le pregunté a un hombre derrotado. Me dijo que cada día era un sueño.

Le pregunté a un profeta. Me dijo que cada día eran todos los días.

Les pregunté a todos. Y una larga noche, por fin, admití la amarga derrota. No tenía sentido. ¿Quién estaba en lo correcto? ¿Quién estaba equivocado? Seguro que algunas de las personas a las cuales les pregunté tenían que estar equivocadas para que alguna estuviera en lo correcto. Y si algunos estaban en lo correcto, y algunos equivocados, ¿quién podía decirlo con seguridad?

Mi método no funcionó. Mis maestros no me habían enseñado tan bien como creía. Yo no había sido capaz de desenmarañar siquiera una semilla del propósito en esta futilidad que es la jungla de la vida.

Pensé acerca de mis días. Mis mejores; y mis peores días. Los que hicieron que mi corazón cantara y mi sangre rugiera. En los que halé las sábanas sobre mi cabeza, cerré fuertemente los ojos, y no pude enfrentar la mañana. En los cuales me enamoré, y en los que me lamenté; en los que triunfé y en los que caí; en los que reí amargamente, y en los que ansié dulcemente.

Y entonces lo supe.

Le había preguntado a mucha gente. Pensé que muchos de ellos tendrían que haber estado equivocados; y que descubriría la única respuesta perfecta. Al interrogante del porqué estaba yo aquí.

Pero no eran ellos los que estaban equivocados. Yo había estado equivocado.

Cada una de ellas estaba en lo correcto. Cada día contenía lo que cada uno de ellos había dicho. Cada día es una bendición, un regalo, una imposibilidad, una obligación, un milagro, un descubrimiento, una rebelión, una lucha, una canción, una historia. Es todo eso. Y más. Es solamente cuando encontramos cada una de estas cosas en cada día que realmente podemos decir que estamos vivos.

Cada día es una multitud. Una contradicción, una paradoja, una multiplicidad. No una página, sino una pluma. No un río, sino el océano. Así como lo es cada vida. Es por eso que encontrarle sentido a la vida es tan desafiante, demandante, gratificante. Es por eso que la vida parece sin sentido, desesperada, sin propósito, inútil.

Y sin embargo. En esa multitud hay algo más grande y poderoso que el sentido. La posibilidad. Sin posibilidad, no hay sentido. No es el universo el que nos da sentido. Somo nosotros los que le damos sentido a la vida. Día tras día, lucha tras lucha, canción tras canción, rebelión tras rebelión, imposibilidad tras imposibilidad, historia tras historia. Eso es lo que nos hace no solamente lo que somos, si no algo más importante, más noble, más verdadero: nos muestra en lo que podemos convertirnos.

Aprendí la lección más importante muy tarde, pensé amargamente. ¡Todo ese tiempo perdido!

Levanté la mirada.

El sol estaba saliendo.

¿Qué era lo que había dicho el profeta?

Cada día es todos los días.

Y si cada día fuera todos los días, entonces por fin tendría el coraje de dejar que este día me revelara todo lo que tenía preparado. Para así yo poder alcanzar todo mi potencial.

Tal vez eso es todo lo que necesitamos, porque eso es todo lo que tenemos. Tal vez el sentido no nos pide nada más, porque la posibilidad demanda no menos que eso. Que nos paremos sin pretensiones, hombro con hombro, con todas las personas que podemos llegar a ser. Y cada mañana, con ellas, nos sumerjamos en el océano infinito. Así es que encontramos el camino a casa. Con amor, a través de la libertad, hasta llegar a la verdad.

Tuve muchos maestros, grandes y sabios. Y cada uno me enseñó una línea. De la lección más importante de todas.

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Evelyn Wittig

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