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Muchacha, levántate: Una hija de Westboro deja su iglesia

Ariadna Arbelo
Medium en español

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Poco después de las 11 de la mañana del domingo pasado en la Primera Iglesia Reformada (Old First Reformed Church) de Brooklyn, el reverendo Daniel Meeter empieza el servicio dominical como siempre lo ha hecho. Comienza con el saludo inicial y la colecta del día y, a continuación, como cada domingo, da a todos la bienvenida a la iglesia, presentado la Primera Iglesia «como una comunidad de Jesús en Park Slope, donde son todos bienvenidos para amar a Dios a y su prójimo como a uno mismo, independientemente de su raza, etnia y orientación».

La congregación, cerca de unas ochenta personas en esta soleada pero fría mañana de febrero, son los típicos creyentes practicantes de Park Slope: algunos periodistas, unos pocos artistas, un puñado de señoras mayores y algunos niños revoltosos. Sin embrago, hay alguien nuevo en la última fila del salón con techos de hojalata y suelos de madera. Es la primera vez de Megan Phelps-Roper, no solo en esta iglesia, sino en cualquier iglesia que no pertenezca a la Baptista de Westboro. Sí, esa congregación baptista de Westboro de Topeka (Kansas), que se ha hecho famosa (o infame, dependiendo del punto de vista), por su visión estridente del pecado (y de su abundacia en la América moderna), la salvación (y la posibilidad de su no existencia) y la sexualidad (somos malos, en términos mucho más coloristas).

Durante sus casi veintisiete años, Megan se lo había creído: había creído en lo que su abuelo Fred Phelps predicaba desde el púlpito; había creído en lo que su padre Brent y su madre Shirley le enseñaban diariamente durante los estudios familiares de la Biblia; se había creído (casi siempre) lo que se podía leer en aquellos carteles que habían hecho a la iglesia de Westboro tan desproporcionadamente influyente en la vida de América: «Dios odia a los maricas»; «Dios odia a tus ídolos»; «Dios odia a América».

Megan fue pionera en el uso de las redes sociales en Westboro, siendo la primera de su familia en entrar en Twitter. Dinámica y efusiva, hizo cientos de entrevistas, encandilando a periodistas de todo el mundo. Organizada y activa, durante un tiempo, fue, incluso, la encargada de hacer un seguimiento del calendario de protestas de la congregación. Se convirtió en una cara tan reconocida de la iglesia de Westboro que el periódico Kansas City Star la nombró como una futura líder de la congregación, hecho bastante improbable, ya que las mujeres jamás podrían tener un rol tan importante en la iglesia.

Entonces, en noviembre, lo abandonó.

Conocí a Megan en el verano de 2011, coincidiendo con mi viaje a Topeka para pasar unos días con la gente de Westboro para el proyecto de mi libro. Durante esa visita hablamos de fe, hablamos de la iglesia, hablamos de matrimonio (y del presentimiento de Megan de que, en su caso y dadas las perspectivas, necesitaría de la intervención divina) y hablamos de Harry Potter (por que conste, es fan). Parecía creer tan firmemente, que jamás me hubiera imaginado que, unos quince meses más tarde, mantendríamos una conversación en la que, entre lágrimas, me confesaría que ya no estaba con su familia ni con la iglesia.

Las lágrimas han cesado casi por completo, «al menos en público», me dijo una tarde mientras estábamos sentados en un café de Tribeca. «Aún lloro mucho». Olvida todo aquello que sabes de la iglesia. Solo imagina lo que significa alejarte de todo lo que conoces. Considera lo traumático de saber que, supuestamente, tu familia nunca te debería volver a hablar. Piensa en lo duro que es haber tenido siempre un muro de fe a tu alrededor y que ahora tengas que desmantelarlo tú mismo, ladrillo a ladrillo, examinando cada uno de ellos y decidiendo si hay algo que merece la pena conservar o si realmente no era algo tan sólido como pensabas.

Mientras hablamos, Megan enfatiza repetidamente lo mucho que ama a quienes ha dejado atrás. «No quiero hacerles daño», dice. «No quiero hacerles daño».

Su partida ya les había hecho daño, ella lo sabía, pero no había ninguna razón para quedarse. «Mis dudas empezaron con una conversación que tuve con David Abitbol», me dijo. Megan conoció a David, un desarrollador web israelí que era parte del equipo del blog Jewlicious, en Twitter. «Le hacía preguntas sobre el judaísmo y él a mí sobre la doctrina de la iglesia. Un día, me hizo una pregunta específica sobre uno de nuestros carteles — «Pena de muerte para los maricas»— y yo le expliqué la posición de la iglesia, argumentando que era un castigo del Levítico y que era tan apropiado en aquel entonces como lo es actualmente. Entonces me dijo, «Pero Jesús dijo», y pensé que era gracioso que citara a Jesús, «El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra». Entonces lo relacionó con otro miembro de la iglesia que había hecho algo que, según el Antiguo Testamento, también estaba penado con la muerte. Me di cuenta de que si la pena muerte es el castigo para cualquier pecado, se elimina completamente la oportunidad de arrepentirse. Y a eso era a lo que Jesús se refería.»

Para algunos, esta historia podría parecer simple, demasiado incluso. Pero todos hemos experimentado momentos de epifanía en los que las cosas que otros son capaces de ver y nosotros no, se clarifican. Para Megan, este fue uno de esos momentos. Y esta nueva ventana abierta llevó a otra y a otra. Durante las siguientes semanas y meses, «intenté olvidarlo. Decidí que no iba a llevar ese cartel, “Pena de muerte para los maricas”». (Aún así, casi siempre había preferido otros mensajes menos agresivos y ofensivos: «Laméntate por tus pecados» o «Dios odia a tus ídolos»).

Dice que lo «que parecía una tontería de vez en cuando», fue creciendo poco a poco. Empezó a cuestionarse otro cartel de Westboro, «Los maricas no se pueden arrepentir». «Parecía engañoso y deshonesto. De acuerdo con la iglesia, cualquiera puede arrepentirse si Dios le da esa oportunidad. Pero ese cartel daba a entender que la homosexualidad es un pecado imperdonable», explica. «No tenía sentido. Parecía que enviábamos un mensaje incorrecto. Es como decir: “¡Estás condenado! ¡Adiós!” y no dejar ninguna esperanza para la salvación».

Intentó vencer a sus dudas. Westboro enseña que no debemos creer en nuestros sentimientos. No son de fiar. La naturaleza humana «es intrínsecamente pecaminosa e intrínseca y completamente pecadora», explica Megan. «Lo único en lo que debemos creer es en la Biblia. Y si tienes un pensamiento o sentimiento que vaya en contra de la interpretación que la iglesia tiene de la Biblia, entonces ese pensamiento o sentiemiento va en contra de Dios mismo».

Todo esto, por supuesto, asumiendo que las enseñanzas de la iglesia y los sentimientos de Dios son los mismos. Todo esto, por supuesto, asumiendo que la interpretación de la iglesia de la Biblia es infalible; asumiendo que este documento tan debatido a lo largo de los siglos ha sido, finalmente en 2013, comprendido e interpretado correctamente solo por un pequeño grupo de creyentes de Topeka. «¿Ahora?», pregunta Megan. «Para mí, eso es una locura».

En diciembre se acercó a una librería pública de Lawrence, Kansas. Rebuscó entre libros de filosofía y religión, lo que la llevó a descubrir que mucha gente había dedicado toda su vida al estudio de cómo vivir y de lo que estaba bien y mal. «La idea de que solo la Iglesia Baptista de Westboro (WBC) tuviese la respuesta correcta, era un disparate», dice. «Simplemente parecía imposible».

El hecho de abandonar Westboro es una locura tan grande como la propia iglesia. A veces es descrito como un proceso de alejamiento, pero eso no es del todo cierto. Para el resto de los miembros, es como si hubieras muerto, pero de una forma delicada, ya que simplemente el cadáver no se tira o ignora. Un miembro de la iglesia, que había perdido a dos hijos en el mundo exterior, me contó que aún los quería y que les había ayudado lo mejor que había podido para que empezaran sus nuevas vidas (algo de dinero, cosas de menaje, incluso un coche).

Megan no se fue sola: su hermana Grace decidió ir con ella. Se quedaron solo una noche en Topeka. Entonces, tras volver a casa a recoger algunas cosas que no habían empaquetado la noche anterior — «fue tan extraño y horrible tocar al timbre», recuerda Megan — se marcharon.

Decidieron desaparecer un tiempo y encontraron habitación en una casa de una pequeña ciudad del medio-oeste. Necesitaban espacio para pensar, leer, imaginar aquello que antes había sido inimaginable. Sus vidas habían estado planeadas y «ahora que estábamos decidiendo qué hacer, todo parecía tan frágil», comenta Megan. «Necesitábamos reflexionar sobre nuestras creencias. Pensar en qué queríamos hacer a continuación. Nunca me imaginé marchándome, jamás, así que nunca tuve que pensar en hacer nada diferente. No tenía ni idea del tipo de trabajo que quería desempeñar o dónde vivir. ¿Cómo decide la gente estas cosas?»

Quien en su día fue una activa tuitera, no ha publicado nada desde octubre. «No sé en qué creo, así que no sé qué decir», explica. «No me he sentido preparada para hablar de nada de esto». Ahora es cuando está empezando a hacerlo, brevemente, porque como recuerda: «Yo antes estaba muy comprometida y defendía a la iglesia. Ahora lo que mi nombre significa para los demás, no es lo mismo que significa para mí. Quiero que la gente sepa que las cosas han cambiado».

¿Y cómo va a ser a partir de ahora? No lo tiene claro. Nunca han probado cosas nuevas; uno de sus compañeros de piso hizo sushi una noche, la primera vez que Megan probaba el pescado crudo («¡Ñam!»). Leen mucho — «Me gustó “Fiesta”. Hay una cita que encajaba perfectamente con el momento en el que estábamos: «Es asombroso cómo pierde uno la noción del tiempo aquí en la montaña». ¿Y quieres saber qué otra cosa me encantó? Puedo estar totalmente equivocada sobre el sentido del libro, pero acaba donde empieza. Hace que tus problemas parezcan pequeños. Te da perspectiva. Bueno, a mí me dio perspectiva. Vi que mis problemas en el gran esquema de las cosas no eran tan horribles o mosntruosos como parecían». Hablan cada día durante horas entre ellas: sobre religión, sobre Dios, sobre la Biblia, sobre el futuro, sobre cómo tratar a los demás, sobre «lo que está bien y lo que está mal, con B mayúscula y con M mayúscula».

Esto plantea la cuestión del arrepentimiento y las enmiendas por aquellas cosas que dijeron, carteles que llevaron y juicios que hicieron. «Siento de corazón haber dañado a otras personas», admite. «Nunca fue nuestra intención. Creíamos que hacíamos lo correcto. Pensábamos que era la única manera de hacer el bien. Y eso es lo que siempre he querido».

Pero el mensaje no se recibía de esa forma. «Creo que hace mucho que lo he comprendido y hablaría con la gente sobre el hecho de que sabía que el mensaje era hiriente», dice Megan. «Pero realmente creía que no importaba lo que la gente sintiera. Lo que importaba era lo que Dios quería».

En el capítulo quinto del Evangelio de Marcos, Jesús resucita a una niña a la que se creía muerta, diciéndole, según la Biblia del Rey Jacobo (la preferida por Westboro), «Muchacha, levántate». El versículo ha sido durante mucho tiempo el favorito de Megan y ha tomado un significado nuevo y especial desde que dejó la iglesia.

Ahora que se ha levando, ¿qué piensa Megan Phelps-Roper que Dios quiere que haga? Sonríe y se pone las manos en las mejillas mientras le hago esta pregunta. Se ríe, pero es un risa extraña, falsa, un poco nerviosa.

«No tengo ni idea», responde. «Quiero decir, casi no tengo idea. Sé que quiero hacer el bien. Quiero tratar bien a los demás. Y es maravilloso que ahora lo pueda hacer de una manera que el resto también ve como buena. ¿Cómo se consigue eso exactamente? No estoy segura».

Durante la comida hablamos sobre grandes cuestiones: Destino. Infierno. La Biblia. Pecado. Grandes y pequeñas cosas sobre cómo funciona la «iglesia» en la Old First frente a la iglesia en la que se crió en Westboro. Los versículos de la Biblia eran los mismos — las lecturas del domingo fueron del Libro de Jeremías, de la Primera Carta a los Corintios (sobre el amor) y del Evangelio según San Lucas. Se sabía uno de los salmos, «Santo, Santo, Santo» y durante el canto, «fue cuando más me sentí como en casa». Pero ha caído en que la congregación tiene un rol más allá de cantar salmos y se ha dado cuenta de que nunca antes había estado en una iglesia en la que las mujeres no se taparan la cabeza. «Es muy diferente. Nunca pensé que fuera malo», dice mientras se encoge de hombros. «Literalmente es muy diferente y es difícil hacer comparaciones».

A veces hay algo en el modo en el que hace estas observaciones y en el modo en el que responde a mis preguntas que la hace parecer mucho más joven de los veintisiete años que tiene. Inocencia, casi ingenuidad. ¿Pero qué otra cosa podría ser? ¿De qué otra manera podría ser teniendo en cuenta los límites que siempre marcaron su vida?

Ahora que esos límites han desaparecido, «intento decidir cuáles eran buenos e inteligentes y cuáles no debo mantener», explica. «No me siento segura en todas mis creencia sobre Dios. Lo que realmente da miedo. Pero no creo que Dios odie a casi toda la humanidad. No creo que, si lo haces todo bien en tu vida y resulta que eres gay, vayas automáticamente al infierno. Ya no creo que la WBC tenga el monopolio de la verdad».

Espera salir de esta etapa «con un mejor conocimiento del mundo y de cómo encajo en él», dice, «y sabiendo cómo puedo ser una influencia positiva». Todo esto suena maravilloso con un mundo lleno de arcoiris y unicornios, pero ¿en serio? Puedes creerlo o no, pero, en este sentido, Megan no se rendirá — y, de pronto, reaparece un poco de la característica cabezonería de Westboro que conocí en Topeka. Es categóriga: «¡Es verdad! ¡Quiero hacer el bien! Pensaba que lo hacía. Y ese deseo no ha cambiado».

Cuando la fuerzo a decir en voz alta lo que desea para sí misma, se remite a una entrevista que hizo en sus días en Westboro, en la que un periodista le preguntó cuál quería que fuese su legado. «Solo tenía unos segundos para pensar mientras mi madre respondía a la misma pregunta», recuerda Megan. «Entonces contesté: “Que traté bien a los demás”. Esa es aún la verdad».

Gracias, Dios, por las segundas oportunidades.

Lee toda la historia sobre Megan y Grace aquí. [ENG]

Conocí a Megan y Grace en el verano de 2011, cuando visité la Iglesia Baptista de Westboro. Lee más sobre esa visita aquí. [ENG]

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