Confesiones de una enfermedad autoinmune

Evelyn Wittig
2 min readFeb 22, 2015

«Despierta», le susurro, «aquí estoy».

En las entrañas de la noche, pongo en marcha mi ascenso.

Metódicamente, inicio el cortejo.

Mi respiración impregna sus músculos.

Mis tentáculos anidan en sus articulaciones.

Cada tendón, cada corpúsculo, cada onza de carne, se entrelazan en mi abrazo.

Ella siente como se amplifica el cosquilleo sutil; vibrando bajo y profundamente.

Perturba su sueño.

Ella está inquieta, pero no despierta,

todavía no.

Disfruto la emoción de verla flotando entre los sueños y la aflicción.

Poco a poco, subo la intensidad.

Sus nervios chispean y zumban con mi electricidad.

Pronto, ella experimentará un estado inquebrantable de incomodidad.

Ella abandonará el sueño.

Ella no encontrará descanso.

Ella estará alerta, pero agotada.

Dolorida y frágil.

Otros me pueden confundir con un virus trivial.

Pero ella no.

Ella reconoce mi caricia.

Algunas veces, ella es capaz de predecir mis visitas.

Ella entiende que mi apetito depredador es desencadenado por un día inclemente o el viento huracanado.

Ella sabe que el estrés invocará mi deseo.

No soy culpable durante esos tiempos.

No hay nadie a quien echarle la culpa.

Yo prefiero, sin embargo, tomarla por sorpresa.

Aparecer sin anticipación.

¡Cómo se atreve ella a planear!

Me deleito en la angustia alarmante.

En la deliberada disminución del espíritu.

La envuelvo en una neblina de agotamiento.

Si permanezco el tiempo suficiente, no podrá recordar la vida sin mí.

Confundo sus percepciones. Frustro sus aspiraciones.

Ella querrá ser un soldado.

Deseará colapsar y ser consolada.

Yo decidí no exponer los signos delatadores de mi presencia.

Sus articulaciones no están torcidas. Su piel es perfecta.

Debería estar agradecida.

Nadie puede ver como yo pulso persistentemente dentro de ella.

Perturbando lo suficiente su paz como para que ella desconfíe de su sensatez.

Ella trata de opacar mi presencia con medicamentos.

De drogar y aplazar mi asalto.

Pero cada día, mi resistencia aumenta.

Yo espero pacientemente mi ocasión.

Mientras las pastillas, y las inyecciones, causan su propio daño colateral.

Ella es mi dominio eterno.

Yo soy su posesión parasitaria.

Ella sobrevive.

Yo prevalezco.

No hay mañana sin mí.

¿Por qué pelea?

¿Por qué no cede el control?

¿Cómo no puede saborear la dulzura de rendirse a mi asfixia?

Yo soy su bestia.

Ella es mi amante. Mi concubina.

Ella se consuela en mi dominio.

Yo escondo su verdadera identidad.

Yo soy su verdadero yo.

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Evelyn Wittig

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