Alcohol, sangre y ruido: las raíces violentas del punk de Mánchester

Una historia a base de golpes de la estridente movida de los 70m que vio nacer a Joy Division, Morrissey y a los Buzzcocks

Cuepoint en español
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Por Frank Owen. Traducido por Daniel Arbelo.

Mientras crecía la clase obrera, en la década de los 70, en Mánchester daba la sensación de vivir en una ciudad que la historia había abandonado. Con huelgas constantes, cierre de fábricas todas las semanas e interminables líneas de desempleo, aquella que una vez fue, una floreciente ciudad Victoriana que se hizo rica con la producción en masa de textiles, se asemejaba más a una maquinaria industrial de usar y tirar que alguien había abandonado junto a la basura.

El miedo a la bola de demolición perseguía a la comunidad de la clase trabajadora en Mánchester.

La limpieza de suburbios había transformado largas franjas de la ciudad en inquietantes paisajes lunares, donde los únicos edificios que quedaban en pie eran un puñado de pubs e iglesias. En lugar de ir al colegio en autobús cada día, prefería mirar desde la ventana y ver perplejo como los trabajadores de la construcción demolían una desgastada-pero-estable fila de casas comunitarias y lentamente las reemplazaban con monstruosos proyectos al más puro estilo de «La naranja mecánica» que pronto se transformarían en incubadoras de las enfermedades sociales que supuestamente curarían. El miedo de que nuestra modesta casa fuese la siguiente en caer tras la bola de demolición — así como el miedo a que mi padre, que apenas sabía escribir o leer, perdiese su trabajo pintando cajas de cereales en una fábrica local — dominaba las conversaciones familiares a la hora de la cena. Las cosas estaban tan mal, que consideramos seriamente emigrar a Australia.

La limpieza de suburbios transformó a Mánchester en una ciudad fantasma.

Añade una atmósfera de violencia sin sentido que impregnaba la vida social de la ciudad, donde un comentario informal en un club podía acabar con un viaje al hospital, y es que no cabe duda de por qué «desalentador» era el adjetivo que mejor describía a Mánchester aquellos días. Recuerdo con claridad mirar los resultados del fútbol antes de salir los sábados por la noche como previsión del nivel de caos que podía esperarme de los monstruos vomitadores de cerveza que esperaban en la estación de autobuses.

El gobierno socialista británico traicionó a la clase obrera de Mánchester.

Pero algo iba a suceder que permitiría a Mánchester reclamar su lugar en los libros de historia, algo que habló de la autosuficiencia y la creatividad de la gente que vivió ahí, algo que no sólo cambiaría la ciudad sino el rostro de la música moderna. Y todo empezó con un concierto de un oscuro grupo de rock londinense el 4 de junio, era 1976 en una habitación, en el segundo piso de una sala de conciertos de música clásica, conocida como la mundialmente famosa Halle Orchestra.

El espectáculo que hizo historia

Una rara foto de los legendarios Sex Pistols en la actuación en Mánchester, el 4 de junio de 1976.

El debut de los Sex Pistols en Mánchester en el Lesser Free Trade Hall es uno de los bolos más míticos en la historia del rock, el significado del concierto ha sido diseccionado en innumerables libros, documentales y artículos de revista. Considerado ampliamente como el génesis de la escena punk en Mánchester, el evento — en donde los Pistols aporrearon un reparto que incluían versiones de «Stepping Stone» de los Monkees y «No Fun» de los Stooges — fue una velada relativamente tranquila, y no ese evento capaz de sacudir el mundo como el que fue retratado, especialmente comparado con los escandalosos shows previos por los pioneros del punk rock que tenían fama de meterse en peleas con el público.

El bajista de los Buzzcocks, Steve Diggle, siendo llevado fuera del Ranch | Foto de Kevin Cummins

El status mítico del concierto tiene menos que ver con la actuación de los Pistols esa noche y más con las cincuenta personas que apoquinaron el equivalente a una entrada de un dólar: los escritores, emprendedores y músicos que posteriormente acabaron siendo famosos. Entre ellos estaban los fundadores de los Buzzcocks, Howard Devoto y Pete Shelley, que organizaron el evento y conocieron a su bajista Steve Diggle ahí, después de que el manager de los Pistols, Malcolm McLaren, les presentara. Dos amigos borrachos, Peter Hook y Bernard Sumner, también estaban a mano para presenciar la actuación. Debidamente impresionado, Hook fue a comprar al día siguiente un bajo y se dedicó a formar una banda con Sumner, que acabaría convirtiéndose en Joy Division.

También estaba presente un adolescente local llamado Steven Patrick Morrissey, el futuro Pope of Mope, que pensó que los Pistols eran una pobre imitación de sus amados New York Dolls y escribió una carta al semanal de música británico New Musical Express después de la actuación. «Me encantaría ver como los Pistols lo consiguen», escribió. «Quizás así puedan comprarse algo de ropa con la que no parezca que se hayan acostado».

Una repetición de la actuación de los Sex Pistols, en el mismo lugar, seis semanas más tarde atrajo al presentador del telediario local, Tony Wilson, que acabaría siendo cofundador de Factory Records; Mek E. Smith, que pronto sería la uberfuhrer del pilar musical mancuniano, The Fall; y un tímido jovencito llamado Ian Curtis, acompañado por su esposa Deborah. Curtis aún tenía que conocer a Sumner y Hook, pero tal y como Deborah Curtis describió el efecto que el bolo tuvo en su marido: «Reafirmo la creencia de Ian de cualquiera podía convertirse en una estrella del rock».

A pesar de la poca asistencia, las dos actuaciones en el Lesser Free Trade Hall crearon una agitación en la ciudad que fue a más después de que Tony Wilson los citase para hacer su debut televisivo en su primerizo show de la tarde, So It Goes, donde el grupo tocó «Anarchy in The U.K.» cuatro meses antes de que la canción fuese lanzada como un single. Ahora había, quizás, diez o veinte veces la gente que asistió a los shows en el Lesser Free Trade Hall hablando de la revolucionaria banda de rock que mostraba más caos que música.

Un clon de Bowie en su habitación | Foto de Kevin Cummins

El aspecto de los Sex Pistols — que Vivienne Westwood, diseñadora de la ropa de la banda, llamó «confrontation fashion» — fascinó particularmente al gran contingente de fans de David Bowie y Roxy Music, de Mánchester. Los chicos que se vestían como la época del «Thin White Duke» de Bowie o, como es mi caso, Bryan Ferry durante su fase GI Joe, y las chicas que se exhibían así mismas con faldas de tubo hasta el empeine que habían sacado de la portada del segundo álbum de Roxy Music, For Your Pleasure, pronto se pondrían el pelo de punta, rasgarían sus ropas y pintarían con espray «Hate and War» en la parte trasera de sus chaquetas. El mensaje que Bowie transmitía a sus fans, de que ellos eran su propia creación, encontró su hueco con el espíritu punk del DIY [Siglas de do it yourself, hazlo tú mismo].

En diciembre, cuando los Sex Pistols tocaron un tercer bolo en un ruinoso y apestoso antiguo salón de bingo conocido como the Electric Circus, con una cartelera que incluía a los Buzzcocks, a los Clash y a los Heartbreakers, la pequeña comunidad que se había creado después de los conciertos en el Lesser Free Trade Hall se había convertido en un movimiento en expansión.

«El punk había empezado a golpear fuerte» dice Denise Shaw, uno de los punks originales de Mánchester, haciendo referencia a la entrevista ponzoñosa que hizo el presentador británico Bill Grundy a los Sex Pistols, que acabó catapultándolos a la infame prensa amarilla. «El lugar estaba a reventar de la cantidad de publicidad que los Pistols estaban consiguiendo».

Mi recuerdo más vivo de cuando vi a los Sex Pistols en el Electric Circus es lo que ocurrió después de la actuación, cuando me asaltaron por detrás un grupo de chicos del vecindario y recibí una dura paliza que me dejó cortes y magulladuras durante semanas. Esa fue la carta de presentación de los Perry Boys, una subcultura ultra violenta de soul boys que llevaban cortes de pelo en forma de cuña y camisetas de Fred Perry, y que, más tarde, serían inmortalizados por The Fall en la canción «City Hobgoblins».

Aún así, eso no impidió que yo me cortase el pelo al estilo Bryan Ferry, comprase un collar de perro y una bolsa de basura en la que estampé: «Odio a Pink Floyd», para el asombro de mi pobre madre irlandesa. «Jesús, María y José, mírate a ti mismo», dijo entre un ataque de risas. «Estás llevando un traje de basurero».

Durante este período, Mánchester era un sitio peligroso para estar fuera de las multitudes. Si los Perry Boys no te cogían, estaban los Teddy Boys (el equivalente inglés a los fans del rockabilly) y los hooligans del fútbol que esperaban en cualquier esquina. Los punks de Mánchester tenían pocas opciones salvo buscar refugio en los clubs gay, uno de los pocos lugares donde podían estar tranquilos sin tener el riesgo de acabar con cristales de cerveza en la cara. Así fue como un pequeño local nocturno gay, llamado «The Ranch Bar», en una calle desolada rodeada de almacenes vacíos, se convirtió en la sede del punk en Mánchester.

Su dueño era la artista drag local Foo Foo Lamar, el lugar estaba escondido en el sótano del Foo Foo’s Palace y estaba conectado con el negocio principal por una puerta tras el bar. The Ranch tenía una política de admisión bastante estricta. Después de golpear la puerta, un letrero deslizable se abriría como en un antiguo bar clandestino y Jerry, el portero, te inspeccionaría a través del hueco y decidiría si te dejaba entrar.

«Él podía mandarte a paseo por capricho y a menudo lo haría», recuerda Francis Taylor, una cara conocida del momento. «Unos años más tarde, un amigo me contó que su humor dependía de si él había podido movérsela en los baños públicos en Stephenson Square en los inicios de la noche».

Luego tenías que pasar por un tramo de escaleras tambaleantes y por un sótano sórdido, decorado al estilo country y honky-tonk del oeste, lleno de cuernos de vacas, lámparas de aceite y sillas de montar en los asientos del bar. Probablemente el aspecto más incoherente de la decoración era una señal luminosa colgada en el bar diciendo «empanadas calientes».

«En aquella época había una peculiaridad en las leyes de la noche en Mánchester, había que tener comida disponible hasta que el local cerrase», cuenta Taylor. «Cuando la policía hacía una redada, una de las primeras cosas que iban a comprobar era si había comida, porque si no la tenías, cerrarían el club y echarían a todo el mundo a la calle sobre la marcha».

La música que sonaba en The Ranch era una extraña mezcla. Ya que apenas unos pocos temas punk habían salido por aquella época, la mayoría de las canciones que los DJ ponían eran el programa estándar de Bowie, Roxy y Lou Reed, intercaladas con rarezas como el éxito de 1945 de las Andrew Sisters «Rum and Coca-Cola» que solía llenar la pequeña pista de baile. La noche siempre acababa con «What A Way To End It All» de la caprichosa banda artista escolar Deaf School, que eran de un lugar próximo a Liverpool.

Al principio, el lugar reunía, principalmente, a fans de Bowie y Roxy. Y mientras ellos se aburrían cada vez más y más del aspecto glam, empezaron a llevar chaquetas de cuero adornadas con pins de seguridad y hojas de cuchillas; se convirtió en un exclusivo club social para el grupo de punks de Mánchester. En un una noche típica, podías encontrar esparcidos por la habitación, músicos de las grandes bandas que se formaron tras las actuaciones de los Sex Pistols en el Lesser Free Trade Hall, prevaleciendo entre ellos los Buzzcocks, The Fall y el prototipo de Joy Division, Warsaw.

Es el zumbido, gilipollas

Si los Sex Pistols comenzaron la movida en Mánchester, los Buzzcocks la encarnaron. Formados cuando el cantante Howard Devoto y el guitarrista Pete Shelley se conocieron en el Bolton Technical College, el dúo no sólo presentó a los Pistols a Mánchester cuando los citaron para tocar en el Lesser Free Trade Hall, sino que el grupo que formaron en la estela de las actuaciones de los Pistols, probablemente tuvo más influencia en convertir a los niños de Mánchester en punks que los propios Pistols.

El cantante de los Buzzcocks, Pete Shelly y su guitarra Woodworth | Foto de Kevin Cummins

El fan de Lou Reed, Denise Shaw recuerda ver uno de sus primeras actuaciones en The Ranch. «Cuando Howard y Pete llegaron a la sala estaba hipnotizado», contaba. «Pete tenía un palillo colgando de su cuello y Howard parecía un alienígena de otro planeta. Foo Foo paró el bolo a mitad porque pensó que eran muy ruidosos. Me fui a casa esa noche, rasgué una vieja camiseta y escribí «Punk Rock» en purpurina por toda la espalda».

No mucho después, los Buzzcocks pidieron 500 libras (cerca de mil dólares) al padre de Pete Shelley y grabaron Spiral Scratch, un EP de cuatro canciones que lanzaron ellos mismos, una idea revolucionaria para el momento y patrón a seguir por todos los sellos musicales independientes. El EP fue una victoria del minimalismo compacto en baja fidelidad. La canción más conocida «Boredom» incluía un solo de guitarra triple de dos notas (las mismas dos notas repetidas sesenta y seis veces) y letras que declaraban que el punk estaba acabado cuando difícilmente había empezado: «You know the scene is very hum-drum». Si los Pistols convencieron a los fans de que cualquiera podía ser una estrella del rock, Buzzcocks les enseñaron que cualquiera podía hacer un álbum.

Un mes después del lanzamiento de Spiral Scratch, Howard Devoto dejó el grupo y Pete Shelley se hizo cargo como cantante, dirigiendo Buzzcocks a un estilo más pop-punk romántico. Intuyendo desde el principio, como el punk se estaba convirtiendo en un sonido encasillado en tres acordes, Devoto formó una nueva banda llamada Magazine, qué, tal y como su nombre sugería, era un grupo mucho más refinado que se basaba en influencias tan diversas como Sly and the Family Stone, Captain Beefheart y el compositor de música de películas, John Barry.

Los héroes de la clase trabajadora: The Fall.

Otro grupo musical que salía por The Ranch era The Fall, que representaban perfectamente la típica preferencia literaria que separaba Mánchester de otras movidas punk en el resto del país. Empezaron como un grupo de adolescentes de la clase trabajadora cabreados que estaban destinados a convertirse en despojos de fábrica, pero en lugar de eso se congregaron en el ático del cantante Mark E Smith para protestar sobre los límites de la existencia del proletariado, comiendo setas y escribiendo poesía. Intensos autodidactas, al principio se llamaron a sí mismos The Outsiders, por la novela de Albert Camus L’Etranger, sin embargo cambiaron su nombre rápidamente a The Fall, en honor a otra novela de Camus (La Chute), cuando se dieron cuenta de que su nombre original ya había sido cogido por otra banda.

The Fall se inspiró en las calles que les vieron crecer, cantando sobre Trafford Park Industrial Estate («Industrial Estate»), el salón del bingo local («Bingo Masters Breakout») y sobre los Perry Boys («City Hobgoblins»), mostrando el marchito sarcasmo y el derramamiento de sangre sin sentido tan típico de los mancunianos en un surrealismo social fracturado.

Y luego estaba Warsaw, llamado en honor a la lúgubre pieza instrumental «Warszawa» del disco Low de David Bowie, después de que el grupo rechazase la sugerencia de Pete Shelley de llamarse Stiff Kittens. Warsaw incluía a tres tipos comunes de The Ranch: Hooky en el bajo, Barney en la guitarra e Ian como cantante. La banda estaba fuertemente en deuda con la era berlinesa de Bowie e Iggy Pop, particularmente con el disco de Pop The Idiot. Morrissey pilló uno de los primeros conciertos de Warsaw, y como con los Pistols, no quedó impresionado, escribiendo en fanzine local: «Ofrecen poca originalidad con las payasadas de Ian Curtis en el escenario, asemejándose a Iggy Pop».

Ian Curtis no mucho antes de suicidarse.

A pesar de su imagen posterior de oscuros existencialistas, en persona, el trío eran unos tíos normales de la clase obrera a los que les gustaba reír, beber cerveza y tener de vez en cuando alguna pelea a puñetazos. Desgraciadamente, el estilo austero y monocromático que adoptaron con sus álter ego — una mezcla de equipo excedente alemán y uniforme de los Boy Scout — les encasilló injustamente como fascistas, una impresión enfatizada cuando cambiaron su nombre a Joy Division, una referencia a las esclavas sexuales provistas a las tropas alemanas en la Segunda Guerra Mundial. Su disco de debut, un EP de cuatro canciones de sonido turbio titulado An Ideal for Living, incluía una ilustración de un joven de las juventudes hitlerianas tocando la batería. Pero si ellos eran nazis, eran una variedad extraña de nazi. Una de las primeras actuaciones de los Warsaw fue a favor del «Rock contra el racismo», en la campaña de los setenta organizada para luchar con el alza de grupos nacionalistas blancos como el National Front que, por aquella época, aterrorizaban a las comunidades de inmigrantes.

Por supuesto, Warsaw no eran verdaderos fascistas, aunque les fascinaba su simbolismo, como a muchos punks de la época. Camisetas y brazaletes con esvásticas eran la moda común en The Ranch. Sin embargo, muchos de nosotros nos dimos cuenta que si los verdaderos fascistas como el National Front alguna vez llegaban al poder, los punks estarían entre los primeros en ser puestos frente a un muro para ser fusilados. Como mucho de lo que hicimos, era por causar impresión, con el doble propósito de contrarrestar el imperativo paz-y-amor de los hippies y de cabrear a nuestros padres, que siempre se estaban quejando de la maldita guerra y de las penas que habían sufrido, como si la Segunda Guerra Mundial nunca hubiese acabado.

The Wost: Ian, Alan and Woody | Foto de Kevin Cummins

Sería un descuido dejar sin nombrar una última banda que quedaba en The Ranch, un grupo llamado The Worst que hoy en día están totalmente olvidados pero en su época representaban el verdadero espíritu novato del punk condensado en su más pura esencia. El núcleo de la banda eran un par de mecánicos, Ian Hodge y Alan Deaves, que pocas veces se bañaban y cuya suciedad totalmente incrustada en sus caras te dejaban la sensación de que vivían en una mina de carbón. Cuando no esnifaban pegamento, comían un puñado de setas de una lata del Maxwell House café que llevaban con ellos. Ian se ponía condones como zarcillos y a Alan le gustaba llevar un máscara de sumisión de cuero negro con la palabra «VIOLADOR» escrita en la frente en una letras grandes y blancas.

Incluso con la falta de estándares de la época, eran unos músicos terribles (de ahí el nombre) y solo tenían dos canciones, «Pass The Vaseline» y «Fast Breeder». Aunque la banda nunca grabó, el puñado de bolos que tocaron dejaron una marca impresionante en cualquier que les vio actuar. El crítico musical local Paul Morley dijo: «Hacen que The Clash parezcan Rush».

«Ellos fingían ser una banda y yo fingía ser su manager», dice Steve Shy, quien, cuando no trabajaba detrás de la barra en The Ranch, editaba el fanzine punk Shy Talk. «Recuerdo una noche cuando The Worst estaban apoyando a The Fall en el Marquee de Londres. Un tipo entró en el vestuario, no los conocíamos de nada, estaba totalmente borracho diciendo cuánto le había gustado la actuación. Salimos con él a ese club punk, el Vortex. Cuando caminamos con él, todo el mundo nos miraba y no teníamos ni idea de por qué. Resulta ser que el tipo era Keith Moon».

Guerras de estilo

Aunque siempre era arriesgado ser un punk en Mánchester, se volvió aún más peligroso después de que los Sex Pistols sacasen su segundo sencillo «God Save The Queen» en junio de 1977, como también se volvió para los rockeros punk por toda la nación. Lanzado el mismo año que Gran Bretaña estaba celebrando el vigésimo quinto aniversario de la Reina Elizabeth II, la letra burlona de la canción («God save the Queen / She ain’t no human being») y su polémica parte artística (un póster representaba a la Reina con un imperdible atravesándole el labio) escandalizó a la nación y desato una furiosa respuesta negativa.

Los ayuntamientos locales prohibieron tocar al grupo y la BBC rechazó poner la canción en la radio. Como resultado de la protesta, Johnny Rotten fue brutalmente atacado en las calles por matones nacionalistas. Ahora cada punk tenía una diana en su espalda. El miedo a la violencia significó que los Sex Pistols ya no podían tocar más bajo su verdadero nombre, así que adoptaron el alias de S.P.O.T.S (Sex Pistols On Tour Secretly) y planearon una gira clandestina.

Y así era el clima de terror e histeria que a mitades de agosto, casi todos los miembros centrales de la escena punk de Mánchester se subieron en un autobús privado a la fueras de Electric Circus y se dirigieron a unas sesenta millas por la autopista M6 a Wolverhampton, una cruda ciudad industrial cerca de Birmingham, donde los Pistols tenían que tocar su primeras actuaciones con su nuevo bajista, Sid Vicious. El concierto tenía que tener lugar en el Club Lafayette, una discoteca hortera y barata, que según dicen, pertenecía a uno de los gánsteres más famosos de West Midlands. Cuando llegamos, el manager de los Sex Pitols, Malcolm McLaren, estaba de pie, en la entrada al club llevando una suéter colorido de angora. Reconoció a Pete Shelley y nos acompañó a todos a dentro, independientemente de los abucheos de la gente del lugar que se alinearon alrededor del bloque.

Los Sex Pistols tocan en el Club Lafayette en Wolverhampton | Foto de Kevin Cummins

El panorama dentro de la disco era un auténtico caos, más parecido a una revuelta futbolística que a un concierto. Cada pocos minutos había una pelea que estallaba entre un público de 500 personas. El DJ trató de calmar a la gente advirtiéndoles de que, si no se calmaban, S.P.O.T.S no tocarían, y esto solamente pareció volverlos aún más locos.

Cerca de la media noche, la banda hizo por fin su aparición. Era tal la increíble cantidad de cuerpos apretándose frente al escenario que los amplificadores de la banda empezaron a balancearse hacia delante y atrás, amenazando con aplastar al público; Johnny Rotten tenía una gran sonrisa de superioridad en su cara, parecía disfrutar del caos que había ayudado a crear, mientras que un Sid Vicious de aspecto tosco miraba atentamente su bajo, un instrumento que no tenía ni idea de cómo tocar.

Los Sex Pistols apenas habían empezado a tocar su segunda canción, «I Wanna Be Me», cuando el humo empezaba a colarse por debajo del escenario. Un grupo de skinheads del Frente Nacional habían conseguido colarse en el club y poner el escenario en llamas. Los porteros controlaron rápidamente el fuego y luego dirigieron su ira contra los miembros del público que estaban saltando en un ataque de frenesí.

«Se llevaban sus víctimas al baño de hombres para darles una paliza», cuenta Francis Taylor, un testigo del caos. «Cuando entré estaba flotando en burdeos, que se coagulaba como si fuese pedazos de hígado en el comedero». En el momento en el que los Pistols tocaban «No Fun» como bis, el club estaba destrozado, y justo cuando terminaron, los amplificadores explotaron, un final a la altura de la locura musical.

Pero la locura no se había acabado. Después del concierto, el contingente de Mánchester tuvo que correr con la cabeza agachada entre un grupo de hooligans que se habían reunido a las afueras del club y que nos estaban lanzando insultos y botellas de cerveza mientras nos apresurábamos a la seguridad del autobús. Después de hacer una parada en la autopista para ir al baño, volvimos al autobús para encontrarlo lleno de policías. El chófer había llamado a la policía porque estaba molesto con nuestro comportamiento rebelde. Después de tomar todos nuestros nombres («¿Cuál es tu nombre?» «Gus Gangrene» «¿Cómo se deletrea eso?»), los policías nos dejaron ir, pero pronto nos daríamos cuenta que dejamos a Pete Shelley tirado en la estación de servicio. El conductor se negó a dar la vuelta así que Ian y Alan, de The Worst, se quejaron de la decisión desabrochándose sus braguetas y orinándose en los asientos traseros.

Cuando por fin llegamos de vuelta a Mánchester, eran las cuatro de la mañana, fuimos recibidos por una línea de policías con perros gruñéndonos que nos escoltaron fuera del autobús.

Skinheads del Frente Nacional haciendo el saludo nazi.

Mientras que el verano dejaba paso al otoño, la violencia parecía que iba a más. Los Teddy Boys querían darte una paliza porque algunos punks le habían robado su aspecto, chaquetas de gasa al estilo Edwardian y zapatos de putero. Los skinheads fascistas querían darte una paliza por que los punks habían insultado a la Reina. Los hooligans borrachos del fútbol querían darte una paliza, porque eran hooligans y por el mero placer de pegarte. El punk había tonteado con la infamia desde el principio, pero ahora que estaba aquí, no parecía tan buena idea.

Al contrario de lo que daba que pensar el mito popular, el punk no era la música de la calle, ni de las casas de protección oficial o de la cola del paro. El Jazz-funk y el disco era más populares entre los pobres y la clase obrera de Mánchester. Con nuestras ropas rasgadas y nuestro pelo alborotado, quizás podríamos haber parecido chicos de la calle, pero la verdad del punk de Mánchester es que atraía a sus miembros desde el proletariado, graduados en escuela de gramática que sabían cómo citar a Albert Camus o a Jean Paul Sartre y que lo hacían lo suficientemente bien en los exámenes para conseguir unos aburridos trabajos de oficina o asistir a escuelas de arte. (Los miembros de Warsaw/Joy Division hicieron trabajo eclesiástico para el gobierno local; Mark E Smith trabajó como oficinista de embargue; incluso esa delicada flor de Morrissey — que suspendió su examen de admisión de gramática — trabajó durante un tiempo en la oficina local de impuestos).

Los Teddy Boys odiaban a los punks por el robo de su estilo. | Fotos por Chris Steele-Perkins

De hecho, los críos de casas de acogida eran los enemigos jurados del punk, en particular los Perry Boys, que eran descendientes lejanos de las bandas «scuttling» del Mánchester Victoriano, con sus flequillos flexibles y utilizando las hebillas de sus cintos como armas.

Los Perry Boys intentaban a menudo entrar en The Ranch para iniciar peleas. Un fin de semana, me metí en una pelea con un Perry Boy en el baño de The Ranch que rápidamente acabó cuando el portero se metió, agarró a mi oponente por el cogote y lo echó a patadas a la calle. «No era para tanto», me encogí de hombros. Era el tipo de revuelta sin importancia que ocurría a cada momento en los clubs de Mánchester.

Al final resultó que, para el Perry Boy si fue para tanto, la semana siguiente reunió a algunos de sus amigos y espero por mí, a que saliese de The Ranch a las 2 a.m. Estaba caminando a través de la estación de Piccadilly para coger el autobús nocturno, cuando de repente me encontré besando el suelo y perdiendo la conciencia. Sentía que estaba como en un sueño flotando de espaldas en un río caliente.

Los Perry Boys me habían asaltado por la espalda y uno de ellos me había golpeado en la cabeza con una hebilla especialmente afilada de Levi, dejándome en el cemento en un halo de mi propia sangre. Probablemente me hubiesen pateado hasta dejarme en coma si no fuese por mi amiga vestida de PVC, Denise Shaw, que tenía una altura de 1,82 metros con sus tacones y vestía como una modelo fetiche. Había visto el incidente y corrió a defenderme de mis atacantes con su bolso.

La semana siguiente, con diez puntos en el lateral de mi cabeza, encontré a la banda que me había atacado reunida en una tienda de música en el centro de la ciudad. Disfruté por un segundo de la idea de encontrar un teléfono público para llamar a algunos amigos y tener mi venganza. Sin embargo, probé a conseguir una tregua con ellos. La violencia se estaba yendo de las manos. Alguien acabaría muerto si esto seguía así.

Caminé hacia ellos, les dije que sabía qué habían hecho y les di una pequeña charla resaltando que los punks y Perry Boys tenían mucho en común: éramos chicos de la clase obrera que estaban siendo jodidos por el sistema y que en lugar de pelearnos los unos con los otros en las calles, deberíamos unirnos. Después de haber acabado, uno de ellos se me encaró con un aspecto de completo desprecio en su cara.

«No somos iguales», dijo, con un ojo mirando a escondidas bajo un corte de pelo enjuagado en henna de Vidal Sassoon. «Odiamos a todos los jodidos punks. Sois todos una panda de maricones».

Demasiado para la paz y la unidad.

Campaña contra el punk

La respuesta anti-punk no se limitaba a los matones de la calle. A la vez, los políticos locales estaban aumentando la presencia los ligares musicales en vivo para que no permitiesen tocar a las bandas punk. Después de presentar a los Sex Pistols el anterior diciembre, el Electric Circus se había convertido en el principal escaparate para las bandas visitante de punk que venían de Nueva York a Londres, incluyendo conciertos clásicos de los Ramones, Talking Heads, The Clash y The Slits, entre otros muchos. Pronto el lugar sería objetivo de los policías y del departamento de bomberos. Denegada la licencia de vender comida, significó que ya no podía estar abierto hasta tarde, y bajo órdenes del departamento de bomberos para restringir su capacidad, los dueños de la sospechosa sala de conciertos decidieron cerrarla, no sin antes soltar una última fiesta — una celebración de dos noches a principios de octubre con lo mejor de las bandas punk de Mánchester.

The Electric Circus se encontraba en Collyhurst, uno de los peores barrios de la ciudad, un páramo post industrial lleno de escombros, edificios abandonados y ruinosos proyectos de hogares que era el equivalente de Mánchester al South Bronx, pero con cuchillos Stanley en lugar de pistolas. La gente del barrio no estaban muy contenta con el estrambótico show que de la nada había surgido en sus puertas cada domingo por la noche, así que usaban las terrazas para lanzar ladrillos a los punks que vestían de cuero y esperaban en línea. La mayoría de los punks usaban el transporte público, pero los pocos que iban en coche se aseguraban de sobornar a los indigentes que rondaban por la entrada; de no hacerlo podía significar encontrarse el coche destrozado o robado. Los fotógrafos que iba a inmortalizar los conciertos para semanarios británicos tenían que tener un cuidado especial para que no les robasen su carísimo equipo fotográfico.

Entre los grupos que actuaron durante el último fin de semana estaba Warsaw, que tocó «At A Later Date», donde Barney Sumner (que usaba un nombre de estilo teutón: Bernard Albrecht) decidió, de forma inexplicable, hacer la introducción cogiendo el micrófono de Ian Curtis y gritando al público «Todos me recuerdan a Rudolph Hess» — una referencia a un criminal de guerra nazi, que había aparecido en las noticias después de sufrir un ataque masivo al corazón — . Los Warsaw casi no pudieron tocar después de que la banda rival de Mánchester, The Drones, intentasen persuadir al promotor para que los echase de la cartelera.

El nuevo grupo de Howard Devoto, Magazine, hizo su primera aparición en vivo con un corto pero impresionante repertorio de tres canciones que incluía una desentonada versión de «I Love You, You Big Dummy» de Captain Beefheart y su tema original «Shot By Both Sides», cuya letra («I wormed my way into the heart of the crowd / I was shocked to find what was allowed») parecía hacer hincapié en el criticismo que Devoto hacia a la conformidad del punk, que ya había expresado con «Boredom».

El fin de semana llegó a su punto álgido cuando la antigua banda de Devoto, Buzzcocks, actuó. Habían acabado de firmar un contrato lucrativo con un gran sello, firmándolo en el bar del Electric Circus. Después de que los Buzzcocks acabasen su actuación, invitaron a subir al escenario a uno de los iconos más excéntricos de la movida de Mánchester, Jon the Postman, un cartero real, al llegar al escenario motivó al público a cantar el clásico de garage rock de the Kingsmen «Louie, Louie». El evento fue grabado por Virgin Records y más tarde lanzado como un álbum recopilatorio, Short Circuit: Live at the Electric Circus.

“The final weekend was fittingly a shambles,” recalls author Mick Middles, who back then covered the scene for the music weekly Sounds. “A cacophonous mess of blurring noise and more sweat, blood, spit, urine and stale beer than it seemed safe to experience. I remember the moment just as the Fall launched into ‘Hey, Fascist’ when Big Dave—once a punk-baiting Teddy Boy, then a Teddy Boy-baiting punk—wandered nonchalantly into the crowd, carrying a toilet bowl above his head which he’d just ripped out of the wall.”

«El último fin de semana fue apropiadamente un caos», recuerda el autor Mick Middles, que por aquel tiempo se encargaba del semanario musical Sounds. «Una lío cacofónico de ruido difuminado y más sudor, sangre, escupitajos, orín y cerveza rancia que parecía algo seguro para experimentar. Recuerdo el momento en el que The Fall lanzaron un “Hey, Fascist” cuando Big Dave — el que fue una vez un Teddy Boy acosador de punks, ahora un punk acosador de Teddy Boys — vagaba despreocupado entre el público, llevando una taza de váter en su cabeza que acababa de arrancar de la pared».

Post-Punk Blues

Joy Division actuando en vivo: Bernard Sumner (izquierda) & Ian Curtis

En enero de 1978, Warsaw cambió su nombre a Joy Division para evitar la confusión la banda de punk londinense, Warsaw Pakt. Curtis y compañía tocaron su primer bolo bajo su nuevo nombre en el Pips, una discoteca llamativa famosa por sus Roxy Room, donde se daba servicio a clones vestidos a la moda de David Bowie y Bryan Ferry y donde al propio Ferry se le negó la entrada por llevar pantalones vaqueros. A nadie en Mánchester sorprendió que el debut en vivo de Joy Division acabase con una pelea.

El concierto casi no había ni empezado cuando los porteros echaron a Ian Curtis del club nocturno antes de la actuación por romper un botellín de cerveza en la pista de baile. Después de muchas súplicas, fue readmitido y Joy Division subió al escenario veinte minutos tarde. Mirando al público, Peter Hook vio un gran total de treinta personas, veinte de las cuales eran amigos de la banda que vivían por el vecindario. Joy Division apenas había empezado a tocar cuando una refriega explotó entre sus amigos y un grupo de liverpulianos, rápidamente se extendería al resto del club. Poco después el grupo pararía su actuación cuando Hook saltó hacia el escaso público uniéndose a la pelea. Probablemente no es el comienzo más afortunado para un grupo que ahora es reverenciado como una leyenda.

Incluso con un nuevo nombre, Joy Division lo tenía difícil para conseguir nuevas actuaciones. Celosos de otros intérpretes locales que estaban haciendo grabaciones y con repercusión a nivel nacional, fuera de Mánchester poca gente sabía que la banda existía. En marzo, los Buzzcocks lanzaron su álbum de debut, Another Music In A Different Kitchen, una colección incomparable de punk-pop artístico que se encontró con el aplauso casi universal y contenía el pequeño hit «I Don’t Mind». A principios de año, el descendiente de los Buzzcocks, Magazine, tuvo otro éxito con su primer sencillo «Shot By Both Sides», aunque su aparición en el, por aquella época, importantísimo show de la BBC TV Top of the Pops resultó ser un desastre después de que un nerviosísimo y extremadamente maquillado Howard Devoto se congelase ante las cámaras, hundiendo el mayor momento comercial de un grupo que era señalado por la crítica como the next big thing.

La Joy Division estaba tan desesperada por un cambio que en abril entraron en una batalla de bandas organizada por los sellos londinenses Stiff Records y Chiswick Records. Stiff y Chiswick estaban buscando los siguientes Sex Pistols o The Cash y estaban organizando el equivalente a una llamada del ganado a nivel nacional. La parada de Mánchester del Stiff-Chiswick Challenge tuvo lugar en el Rafters en Oxford Road, la discoteca que estaba en el sótano se convirtió en el principal escaparate para las bandas punks después del cierre de the Electric Circus.

Diecisiete bandas tocaron en el evento, con la Joy Division como la última en actuar sobre las dos de la mañana. Un Ian Curtis borracho que estuvo toda la noche con una humor de mierda, pagó toda su rabia con el presentador de Granada TV, Tony Wilson, que estaba en la sala. Curtis estaba cabreado porque Wilson, que ha menudo mostraba las bandas locales en su programa de televisión So It Goes, aún no había citado a Joy Division.

Si la espera fue demasiado larga, o la frustración que había sufrido la banda con su trayectoria musical, cuando Joy Division tuvo la oportunidad de tocar, acabaron actuando de forma violenta, dejando a los ejecutivos de London A&R indiferentes, pero impresionando a Wilson que, por aquella época, estaba en proceso de crear una sello discográfico independiente llamado Factory Records, con la intención de mostrar el talento local. Ignorando los insultos que Curtis había escupido durante la noche, Wilson, que destacaba sobre todo por ser magnánimo, pensó que Joy Division encajaban perfectamente en el nuevo sello.

La leyenda local Morrissey

Y así, a principios de mayo, otra futura estrella musical de Mánchester, Morrissey, hizo su debut en público como cantante para the Nosebleeds en el Ritz donde The Smiths comenzarían su carrera cuatro años más tarde. The Nosebleeds originalmente se llamaban Ed Bander and the Nosebleeds, pero después del lanzamiento de su energético pero totalmente olvidable tema: «Ain’t Bin To No Music School», Ed Banger abandonó el grupo para ser reemplazado por el que era el presidente de la rama británica del club de fans de las New York Dolls. The Nosebleeds protagonizaban el acto de apertura de una cartelera que incluían al laureado poeta punk de Mánchester John Cooper Clarke y como cabeza de cartelera a Magazine. Entre las canciones que Morrissey tocó esa noche estaba una canción que coescribió, «I’m Think I’m Ready for the Electric Chair». Durante años, Morrissey negó haber pertenecido a los Nosebleeds, presumiblemente por vergüenza, pero NME hizo un pequeño análisis del concierto diciendo de él que era «un líder con carisma» aunque el analizador se equivocó al identificarlo como «la pequeña leyenda local Steve Morrison».

En mayo, la corriente que siguió al cierre de the Electric Circus había acabado con la apertura de un nuevo local, gracias a Tony Wilson. Se llamaba The Factory, una alusión no a la Factory de Andy Warhol en Nueva York como la mayoría creía sino al pasado industrial en vías de extinción de Mánchester. Alojado en lo que normalmente era un club nocturno hindú del oeste que servía cerveza Red Stripe y hamburguesas de cabra, The Factory estaba en medio del famoso Hulme Crescents, un vasto proyecto de viviendas con aspecto futurista apodado «Valium City» porque necesitabas tranquilizantes para vivir ahí.

Póster para la noche de apertura de the Factory, diseñado por Peter Saville.

Wilson hizo actuar bandas de un sonido raro y experimental, entre ellos Cabaret Voltaire, Pere Ubu y Suicide, algo que no sentó muy bien a algunos de los parroquianos anglo-caribeños que habían ido a escuchar las raíces del reggae y el R&B americano, que el DJ ponía entre las actuaciones en vivo. Mi propia banda, Mincured Noise — se llamó así después de un folleto de los Buzzcocks («Manicured Noise and Cosmetic Metal Music») — tocó en la segunda noche de la Factory y recuerdo a los rastafaris del público riéndose a carcajadas de nuestro pretensioso intento de combinar poesía rusa futurista e irritante art-funk, hasta tal punto de meterse los dedos en los oídos para bloquear el ruido.

Joy Division tocó por primera vez ahí en junio y The Factory se convirtió en su nueva casa, mientras refinaban un sonido de atmósfera oscura que destacaba en contraste con la aleatoriedad de Warsaw, y que pronto les haría famosos. En el escenario, el frío panorama interior y el sentido visceral de aislamiento de las letras de Curtis parecían encajar perfectamente con la desolación del espacio exterior. Joy Division sonaba tal y como se veía y sentía Mánchester.

No mucho después, Joy Division firmó un contrato con Factory Records, Wilson en su típica y extravagante manera de ser firmó el contrato con su propia sangre, y la banda debutó con su influyente álbum de debut Unknown Pleasures al año siguiente. El 17 de mayo, 1980, Ian Curtis se suicidó, ahorcándose a sí mismo con su ropa en la cocina de su casa de Macclesfield, que compartía con su esposa, pero no sin antes escuchar su álbum favorito, The Idiot de Iggy Pop. Curtis tenía solo 23 años.

The Factory, donde el punk de Mánchester acabó y el post-punk comenzó | Foto por Kevin Cummins

La apertura de The Factory señaló el final del período punk de Mánchester y el comienzo de la era post-punk. También fue el comienzo del renacimiento de Mánchester, no como una ciudad industrial sino como una marca global, un centro de fama mundial para la música alternativa y la vida nocturna, gracias en gran parte a la visión y perseverancia de Wilson.

En 1978, Wilson era el alcalde de una ciudad sin construir. La mítica ciudad que llegó a conocerse como Madchester estaba aún con una década de retraso. Pero en los siguientes años, la infatigable presencia de Wilson unió a las facciones enfrentadas y creó la movida musical de Mánchester. De acuerdo a Wilson, Mánchester era la ciudad más guay del mundo, el lugar de nacimiento de la revolución industrial, así como del punk rock y más adelante de la música house; nada de esto es cierto, pero que sirve para inculcar un poco orgullo cívico y autosuficiencia regional en una ciudad acostumbrada a vivir a la sombra cultural de la capital, Londres.

Tony Wilson murió de un ataque al corazón en 2007 cuando tenía 57 años después de una larga lucha contra el cáncer. Sin embargo, este orgulloso mancuniano vivió lo suficiente para ver su amada ciudad natal transformarse. «Algunas personas hacen dinero, otras historia», le gustaba decir cuando le preguntaban sobre las caóticas cuenta de Factory Records. Wilson hizo historia.

Hay una estirpe cultural del pop que desciende directamente desde el avance del punk en la mitad de los 70, hasta el alza de Factory Records y Joy Division a finales de la misma década, hasta la llegada de los Smiths a principio de los 80 y a través de la explosión del acid house a finales de los 80 y la “«Madchester» manía de los Stone Roses y Oasis a principio de los 90 hasta hoy, donde Mánchester es una próspera metrópolis virtualmente irreconocible comparada con la andrajosa y media desierta ciudad que era cuando yo era un adolescente.

Denise Shaw, Frank Owen y Joan | Foto por Kevin Cummins

Sin embargo, no todo el mundo está contento con esta nueva y brillante ciudad. «Ya no queda carismas en Mánchester, y lo odio», se queja la antigua reina punk Denise Shaw, ahora rondando los cincuenta años. «Todos esos antiguas bodegas ahora son pisos caros y todos los antiguos pubs y clubs se han ido, reemplazados por bares de vino y sofisticados restaurantes».

«La gente dice que Mánchester era un lugar oscuro en los setenta», resopla, «para mí, era el cielo».

Frank Owen es el autor de Clubland: The Fabulous Rise and Murderous Fall of Club Culture, que pronto será una serie de TV. Sigue Frank Owen en Twitter @frankxowen

Foto de portada del Electric Circus por Kevin Cummins.

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