El problema con las niñitas (y niñitos) blancos

Por qué deje de ser una «volunturista»

Vanessa Wilbat
5 min readMar 10, 2015

Para los blancos es fácil olvidar que el color de nuestra piel no representa un problema: Pasamos sin problemas por los retenes, no se nos mira de reojo en los vecindarios de gente pudiente y la idea de que estamos predispuestos a ser exitosos es generalizada gracias a una sola característica física (el color de nuestra piel) sobre la cual no tenemos ningún control, más allá del uso de bloqueador y aceite bronceador.

Después de haber trabajado y viajado durante seis años por diferentes países en los que los blancos constituyen una minoría numérica, me di cuenta de que existe un lugar en donde ser blanco es no solo un obstáculo sino algo negativo: la mayoría de los países en desarrollo.

En la preparatoria viajé a Tanzania con un grupo de la escuela. Había catorce chicas blancas, una chica negra — frustrada porque casi todas las personas que conocimos en Tanzania la consideraban blanca—, y unos pocos profesores/chaperones. Tres mil dólares alcanzaban para cubrir una semana en un orfanato, una biblioteca construida a medias, y unos cuantos picaditos de fútbol, seguidos de un safari de una semana.

Nuestra misión en el orfanato era la de construir una biblioteca. Resulta ser que nosotras — un grupo de estudiantes muy educadas proveniente de un internado escolar privado— éramos tan malas para las labores más simples de construcción, que cada noche los hombres tenían que remover los ladrillos estructuralmente deficientes que habíamos puesto y rehacer la estructura para que, cuando nos despertáramos al otro día, no nos percatáramos de nuestro fracaso. Es muy probable que esto ocurriera todos los días. Nosotras mezclábamos cemento y poníamos ladrillos por más de seis horas; ellos deshacían nuestro trabajo después del atardecer, volvían a poner los ladrillos y actuaban como si nada hubiera pasado para que el ciclo pudiera continuar.

En términos sencillos, fracasamos en el único propósito que tenía nuestra visita. Hubiera sido más rentable, estimulante para la economía local y eficiente, que el orfanato tomara nuestro dinero y contratara trabajadores locales, pero ahí seguíamos nosotras tratando de construir paredes rectas sin un nivel.

Ese mismo verano empecé a trabajar en la República Dominicana en un campamento de verano para niños con VIH que ayudé a crear. En tan solo unos días, mi español rudimentario me diferenció tanto del personal dominicano que fácilmente hubiera podido pasar por un extraterrestre. Trata de prestarles atención médica a niños con una enfermedad grave y a quienes poco les interesa lo que tengas que decir en un idioma que apenas hablas. No es fácil. Ahora, seis años más tarde, mi español es muchísimo mejor y sigo muy involucrada con la programación, recaudación de fondos y liderazgo del campamento. Sin embargo, dejé de asistir al haber aceptado finalmente que mi presencia no es el regalo del cielo que las organizaciones sin ánimo de lucro, programas de servicios y los documentales me hicieron creer que era.

El trabajo que hacíamos en la República Dominicana y en Tanzania era noble. El orfanato necesitaba una biblioteca para que pudiera acreditarse como una escuela de educación superior, y el campamento en la RD necesitaba fondos y suministros para ofrecerles a los niños con VIH programas integrales para su salud física y mental. El trabajo no era lo malo. Lo malo era el que yo estuviera ahí.

Resulta ser que yo, una chica blanca, soy buena para muchas cosas: Soy buena para recaudar fondos, capacitar a los voluntarios, recolectar artículos, coordinar programas y contar historias. Soy flexible, creativa y muy recursiva. En teoría, y según la opinión de mucha gente, estoy altamente calificada para realizar trabajo de ayuda humanitaria internacional. Pero no debería estarlo.

No soy profesora, o doctora, carpintera, científica, ingeniera, o cualquier otro tipo de profesional que pueda ofrecer apoyo concreto y soluciones a largo plazo a las comunidades de los países en desarrollo. Soy una chica blanca de 1,63 cm de estatura que puede cargar bolsas moderadamente pesadas, jugar con niños, intentar enseñar una clase, contarle la historia de cómo me encontré a mí misma (con presentación de PowerPoint incluida) a miles de personas y nada más que eso.

Algunos dirán que eso es suficiente. Que siempre y cuando vaya a tal país con una mente abierta y un corazón generoso, le levantaré el ánimo y alentaré a un niño con mi corta estadía, y él o ella pensarán en mí cada mañana, durante muchos años.

Yo no quiero que una niña en Ghana, o Sri Lanka, o Indonesia piense mí cuando se despierte en las mañanas. No quiero que me agradezca por su educación o por la atención médica o por la ropa nueva. Incluso si contribuyo con los fondos para poner las cosas en marcha, quiero que piense en su profesora/a, líder comunitario o madre. Quiero que tenga un héroe con quien se pueda identificar, que se parezca a ella, sea parte de su cultura, hable su idioma, y a quien se pueda encontrar en su camino a la escuela una mañana.

Después de mi primer viaje a la República Dominicana, me juré a mí misma que, algún día, tendría un campamento administrado y operado por dominicanos. Ahora, siete años más tarde, el director del campamento, los líderes de programa y todos excepto unos cuantos de los consejeros son dominicanos. Todos los años traemos voluntarios del Cuerpo de Paz y voluntarios altamente calificados de los EE. UU. que incrementan el valor de nuestro programa, pero no son quienes están a cargo. Creo que por fin estamos brindando ayuda humanitaria como debe ser.

Antes de inscribirte a un voluntariado este verano en cualquier parte del mundo, reflexiona sobre si cuentas con el conjunto de habilidades necesario para que tu viaje sea exitoso. Si es así, ¡genial! Si no, te recomiendo que pienses más sobre su viaje. Tristemente, participar en ayuda humanitaria donde no se es particularmente útil no es benigno. Es perjudicial. Puede lentificar el crecimiento positivo y perpetuar el complejo del «salvador blanco» que, por cientos de años, ha perseguido a los dos países que tratamos de «salvar» y a (recientemente)nuestras propias psiques. Sé inteligente cuando viajes y aspira a estar informado y culturalmente sensibilizado. Solo a través de la comprensión de los problemas que las comunidades están enfrentando y del desarrollo continuo de habilidades dentro de esa comunidad, se crearán soluciones a largo plazo.

Publicado originalmente en pippabiddle.com

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Vanessa Wilbat

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