Las cosas de las cuales los hombres supuestamente no deben hablar

Una historia sobre dejar ir

Evelyn Wittig
10 min readFeb 2, 2015

Por Jason Smith

«Yo no le puedo perdonar», dije.

Él sólo me miró. No dijo una palabra.

«No puedo», protesté. «Es un jodido enfermo que intentó abusar sexualmente de mí. Hombre, yo sólo tenía seis años de edad. No, este resentimiento no va a ninguna parte. Se queda conmigo».

Parecía molesto.

«Muy bien, entonces que te parece esto», me dijo, nada impresionado. «Qué te parece si te largas de mi casa y vuelves cuando estés listo para probar las cosas a mi manera». Se puso de pie, dispuesto a escoltarme de su terraza hasta mi coche.

Momento decisivo. Este tipo era mi «padrino». Yo era un «adicto a las drogas». Todo lo que sabía era que quería dejar de «tomar drogas» porque mi vida se había «ido a la mierda», pero no sabía cómo. Yo había destrozado mi vida en pedazos, apartando a cualquier persona que alguna vez había estado cerca. Amigos. Familia. Conocidos. No tenía a nadie. Nada.

Ni trabajo. Ni dinero. Nada.

Ni siquiera estaba seguro de lo que era un padrino, pero este tipo era la única persona que parecía quererme alrededor. A cada reunión de 12 pasos a la que asistí, todo lo que escuché fue «consigue un padrino», o, «¿has conseguido ya un padrino?» Así que conseguí a este tipo sólo para callarlos.

Y aquí estaba él, enseñándome a dejar ir algo que cortó mi inocencia por la mitad a una temprana edad, creando una línea divisoria entre el ANTES y el DESPUÉS.

Permítanme retroceder un poco en el tiempo.

Spring Valley, California, en algún momento a mediados de la década de 1980. Mi mejor amigo Jason y yo éramos inseparables. Andábamos en bicicleta, atrapábamos insectos, nos íbamos de pesca, hacíamos deportes. Él vivía en la casa de enfrente y era lo más parecido que tenía a un hermano. Él fue mi primer mejor amigo.

Tenía un hermano llamado Greg, que era seis años mayor que Jason y yo. Yo no le prestaba demasiada atención a Greg. Él era mayor y hacía lo que los niños mayores hacían, que era diferente de las cosas que Jason y yo hacíamos. No había ninguna razón para que él fuera parte de mi vida.

Hasta el día que él cambió todo eso.

Los padres de Jason no estaban en casa y él y yo estábamos jugando con los juguetes en la sala de estar. Yo había llevado mi He-Man Battle Cat y el Castillo de Grayskull. Junto con los juguetes de He-Man de Jason, teníamos todo el equipo reunido para defender el reino de Eternia de Skeletor.

Salvo que nos faltaba Skeletor.

«¿Dónde esta Skeletor?» pregunté. Era extraño porque esa era la única figura por la cual siempre discutíamos. Estaba siempre allí.

Jason bajó la mirada, un gesto de derrota que era notable incluso para un niño de seis años.

Había junto a la sala dos habitaciones, una de ellas era de Greg. La puerta de la habitación a la izquierda estaba cerrada, pero la de Greg estaba semi-abierta. Podía ver a Skeletor ahí adentro, esperando a que Jason o yo fuéramos por él.

«No entres allí», me dijo Jason. «Déjalo allí». Nunca había visto a Jason tan serio.

«Pero necesitamos a Skeletor», protesté. «Para la Montaña de la Serpiente».

«Jason», él suplicó. «No lo hagas. No entres allí. POR FAVOR».

Yo no estaba escuchando. Yo quería ese juguete, y estaba allí a nuestro alcance. Me paré y caminé hacia el juguete. Creo que escuché «¡Jasón, no entres allí!» pero no estoy seguro. En cuanto entré en la habitación la puerta se cerró. Greg estaba parado a un lado de la puerta en un lugar donde nadie lo podía ver.

Yo era como una mosca que había caído en una trampa, una telaraña horrorosa con la carnada correcta.

Él era mucho más grande que yo, y colocó sus manos en mi pecho, sus dedos agarrando mis axilas, empujándome hasta que caí de espaldas adentro del clóset abierto. Cuando me estaba enderezando, accidentalmente pateé a Skeletor, quien miró para otro lado.

«¿Qué estás haciendo?» pregunté confundido, asustado. «¡Greg, para!»

Yo estaba rodeado por chaquetas y camisetas. No podía ver nada. Todo lo que podía sentir eran ropas en mi cara. Ya parado sentí a Greg empujarme de nuevo hasta que topé con la pared del clóset. Hizo un ruido sordo.

«Greg, quítateme de encima», supliqué. Pero él no escuchaba. Tenía una sonrisa en su rostro mientras me miraba. «Solo quédate quieto», me dijo. «Mira esto».

Bajo su mano, y desabotonó mis pantalones. Yo podía sentir como trataba de meter su mano hacia abajo, adentro de mi pantalones pero por encima de mi ropa interior. Entre inmediatamente en pánico, empujando lo más fuerte que pude tiré la ropa, la puerta del clóset, y a Greg.

Él cayó de espaldas, aplastando a Skeletor.

Con mis pantalones desabotonados corrí hacia afuera de la habitación. Jason mi miró, sorprendido de que hubiera salido tan rápido. «Jason», me gritó mientras me abotonaba los pantalones, aún sin estar seguro de que diablos había pasado. «¡CORRE!»

Esta vez si escuché. Corrimos los más rápido que pudimos afuera de la casa. Yo era más veloz que Jason, pero ese día él estaba corriendo más rápido que yo. Él corrió desde esa casa con una pasión y una urgencia que yo nunca había visto. Estoy seguro que él estaba tratando de huir no solamente de mí ese día.

Corriendo por la calle, yo podía ver a mi papá enfrente de nuestra casa trabajando en su carro, una van VW. «Cuéntale a tu papá», me suplicó Jason. «¡Cuéntale a tu papá lo que pasó!» Mientras nos acercábamos, mi papá escuchó nuestra conversación.

«¿Qué me tienes que contar?» me preguntó.

Para el momento en que llegamos donde estaba la van VW, los dos estábamos sin aliento. Yo estaba doblado hacia abajo, con mis manos en la rodillas, tratando de recuperar mi aliento mientras pensaba. Yo quería decirle a mi papá que había pasado. Juro por Dios que quería. Pero también me sentía apenado. Avergonzado. Yo no entendía de sexo o de sexualidad, pero sabía que lo que había pasado estaba mal. Lo podía sentir.

Jason me miró, como si por fin todo se iba saber. Él quería desesperadamente que yo le contara a mi papá, lo podía ver en su rostro. Esta no era solamente la oportunidad de contar lo que me había pasado a mi, también era la oportunidad de detener lo que le estaba pasando a él. Me miró, con sus ojos bien abiertos, en parte agitado, en parte emocionado, en parte aliviado.

Todo lo que tenía que hacer era decirle a mi papá lo que había pasado.

Cuando abrí mi boca para hablar, yo tenía planeado decirle. Lo tenía todo bien pensado:

Papá, Greg trató de tocarme. Greg me empujó adentro del clóset y trató de tocarme. Creo que le esta haciendo esto a Jason también. Papá, Jason está asustado. Yo estoy asustado. Papá, ayúdame. Papá, haz que me sienta seguro. Papá, no se cómo describirlo, pero me siento diferente. Algo ha cambiado. Por favor, papá deténlo. Algo está mal. Yo no sé las palabras correctas, pero algo no está bien. Haz que lo que estoy sintiendo desaparezca, papá. Por favor.

Eso era lo que yo quería decir. En lugar dije:

«Greg me golpeó en el brazo».

Eso fue todo lo que salió de mi boca.

Mi papá se rió entre dientes. «Está bien, entonces, no vayas a esa casa por un tiempo. Entren en casa y jueguen». Y eso fue todo, volvió a meter su cabeza dentro del capó y continuó con lo que estaba haciendo antes.

Mientras no alejábamos, mi papá sacó su cabeza una vez más. «Si quieren, pueden jugar con He-Man en la sala».

Yo miré a Jason y él mi miró a mi. No había necesidad de palabras.

«Yo ya no juego más con He-Man», le dije a mi papá.

«Oh», me respondió sorprendido. «Está bien, no te preocupes».

Yo no quería caminar de regreso a mi carro. Irme significaba una sentencia de muerte. Ésta era mi última oportunidad para arreglar mi vida. Se me habían acabado las segundas oportunidades. Mientras mi padrino se levantó para acompañarse afuera, me senté de nuevo.

«Está bien, sólo dime que debo hacer», dije como un niño malhumorado.

Yo no estaba acostumbrado a esto. Los hombres supuestamente no deberían hablar sobre estas cosas, especialmente con otros hombres. Los hombres supuestamente deberían aguantarse, enterrarlo muy adentro, y encargarse de eso por su cuenta. Los hombres supuestamente no podían pedir ayuda. Los hombres supuestamente no deberían sufrir, o sentir o llorar.

La sociedad me ensenó cada una de estas cosas, y eso estaba apunto de matarme.

«¿Cuál es tu parte?» me preguntó, de una.

Lo miré. Silenciosamente. La pregunta parecía ridícula.

«¿Mi parte? Yo era un niño pequeño, no tuve ninguna parte».

«Está bien», declaró. «Lo que pasó fue una cagada y no fue tu culpa. Pero yo no te estoy preguntando cual fue tu parte. Lo que te estoy preguntando es cual es tu parte. Cual es tu parte en aferrarte a este resentimiento. No tu CULPA. Tu PARTE».

«No entiendo», le dije confundido.

«Mira, como un niño de seis años, lo que pasó es triste. Es una cagada. No hay duda sobre eso. Pero ya no eres más un niño de seis años. Eres un hombre de 33 años. Así que cambiemos la perspectiva».

Lo que dijo me dio directo en el pecho, y él se dio cuenta.

«Ya regreso», me dijo y se levantó. «Piensa en eso por un minuto».

Durante 27 años, siempre que pensaba sobre ese día, lo hacía desde la perspectiva de un niño de seis años. A través de los lentes de un niño de primer grado. Nunca me había permitido verlo desde afuera, desde una edad adulta. Ni siquiera había pensado por una vez en ajustar mi perspectiva. Y de repente, cuando me dijeron que lo hiciera, todo comenzó a cambiar.

Cómo un niño de seis años, Greg era mucho mayor. Más cerca de ser un adulto que yo. Así es como siempre lo vi. Más grande, más viejo, un adulto. Pero ahora, desde esta perspectiva, me di cuenta que Greg tenía solamente 11 años.

Santo Dios. Era un niño. Un niño de 11 años. Esa mierda que trató de hacer… eso es un comportamiento aprendido. Lo aprendió de alguien… ay por Dios, alguien le hizo eso a él. Tal vez hasta el punto que él lo vio como algo normal.

Esto no excusaba lo que él hizo. Pero comencé a entender.

Yo tenía empatía, desde unos lugares muy extraños. Yo empatizaba con lo que él debió haber pasado, porque él me hizo pasar por lo mismo. Yo sabía lo mucho que debió lastimarlo, porque él me lastimó de la misma manera.

Como un niño, yo lo odiaba. Como un adulto, comenzaba a perdonarlo.

También comencé a darme cuenta que Greg no era la persona que yo más odiaba de esta situación. Me odiaba a mí mismo por no contarle a papá, por no salvar a Jason. Me sentía como un cobarde, alguien que tuvo la oportunidad de hacer algo y no lo hizo. Por mucho tiempo, me odié a mí mismo hasta la médula por no decir nada.

Pero viéndolo como un adulto, me vi a mí mismo como un niño pequeño, corriendo hacia mi papá. No había una manera «correcta» de manejar la situación, ni un manual de estrategias para seguir. Solamente estaba haciendo lo mejor que podía.

Santo Dios. Tú eras solamente un niño. Un niño de seis años. Estabas asustado. Confundido. Avergonzado. Hombre, no seas tan duro contigo mismo. Te estás juzgando por lo que hiciste cuando eras un niño desde los estándares de un adulto. Eso no es justo. Tienes que dejarlo ir.

Esto no excusaba lo que fracasé en hacer. Pero comencé a entender.

Como un niño, me odiaba a mí mismo. Como un adulto, comencé a perdonarme.

Nunca me di cuenta que estaba saturado de culpa y remordimiento hasta que éstos se evaporaron. De golpe, salieron de mí. Todo el dolor, el resentimiento, el odio hacia Greg y hacia mí… desaparecieron en un instante.

Al momento, comencé a llorar. A llorar como un bebé. No por tristeza, si no por alivio. Traté de esconder mi rostro con mis manos, pero todo mi cuerpo temblaba. Las lágrimas salían de mis ojos y tenía la piel de mis brazos y hombros erizada. No recuerdo nunca haber llorado tanto, y mientras mi padrino regresaba a la terraza, no dijo una sola palabra. Caminó hacia mí, puso sus brazos a mi alrededor, y me abrazó.

Los hombres supuestamente no deben llorar. Los hombres supuestamente no deben abrazarse. Los hombres supuestamente no deben hablar de cosas como ésta. Sin embargo después de romper cada una de estas reglas, me sentí liberado de algo a lo que me había aferrado desde que tenía seis años.

Manejando hacia mi casa, sentí por primera vez que en realidad iba a poder recuperarme. Mantenerme limpio de drogas. Sentí un cambio dentro de mí, el primero de muchos. Dentro de mí, esa era la clave. Por mucho tiempo, provoqué cambios desde afuera. Con sustancias, pero sin esencia.

De este modo comenzó mi travesía de auto-recuperación, de perdonarme a mí mismo, de adentro para afuera.

Si te gusta lo que acabas de leer, por favor, dale al botón «Recomendar» en la parte de abajo para que otros se topen con esta historia. Para más historias como ésta, desplázate hacia abajo y sigue la colección Human Parts.

Human Parts en Facebook y Twitter

--

--

Evelyn Wittig

God, family, friends...music, books, traveling, writing, love translating Medium stories ....marketing, communication Thanks for reading! Gracias por leer :)