El sexo es sexo, pero el dinero es dinero

Una «escort» cobra 100 dólares por una paja. ¿Empresarias como yo? Ganamos 5.000 dólares la noche. Bienvenidos a la nueva economía de la profesión más antigua.

Fernando Valverde
25 min readOct 23, 2014

Su hijo no entró en Dartmouth y eso le entristece, porque él quiere a su hijo y sabe cuánta presión aguanta el muchacho. Lo entiendo.

Su esposa no le permitirá tomar sus copas de helado de chocolate con menta por las noches nunca más y le regaña por las tardes de domingo que pasa viendo el golf en la televisión. Yo frunzo el ceño.

Su médico dice que necesita más vitamina D, y que quizás deba considerar los antidepresivos también, pero él está seguro de que si encontrara algo significativo que hacer con su vida, se sentiría mejor. Hago un ligero sonido de negación, abriendo mis ojos. Estoy a punto de llorar.

Le digo que es dulce por preocuparse tanto por su hijo. Le digo que si estuviera con él, le dejaría comer todo el helado que quisiera, y las tardes de domingo estaría sentada a su lado viendo el golf, ¿por qué no deben hacer las personas lo que las hace feliz? Luego le digo que no sé de vitaminas D ni de antidepresivos (la única verdad que diré en toda la semana), pero parece muy saludable y, mientras lo digo, suavemente toco su muslo, agacho mi cabeza un poco y le miro de forma que mis ojos estén medianamente ocultos —he practicado en el espejo—. Sonrío sin enseñar mis dientes —también lo he practicado— y espero a que se me acerque. Pero no está listo; él quiere contarme cómo marcó un triple para su equipo de softball [una variante del béisbol] el pasado fin de semana, cómo fue «mágico», cómo desearía sentirse así de bien, en todo momento.

He estado con hombres como él antes, y son dulces, pero también pueden ser complicados. No sé lo que es un triple, y no tengo ni idea de lo que esto tiene que ver con la magia, pero sé que hemos estado hablando durante 15 minutos. Sé que es importante que sienta que llevamos todo el día, que llevamos toda la vida. El tiempo no puede existir para nosotros. Pero sé exactamente el tiempo que tenemos. Me quito mis zapatos (unos sencillos Louboutin beige de 600 dólares que compré en oferta por 250) que vestía especialmente para él porque me dijo que «no es un tipo extravagante». (Si lo fuera, me pondría mis Louboutin negros.)

Sigue hablando de triples, de magia y del sentido [de la vida]. Tenemos 35 minutos. Es aún mucho tiempo, pero no quiero correr ningún riesgo innecesario. Mi trabajo consiste en minimizar riesgos. Me acerco, le digo que tengo una idea que le hará sentir bien. Le digo que me hará sentir bien a mí también. Le digo que he estado pensando en esto desde que me envió el mensaje de texto hace dos días. Con cuidado, araño su muslo con mi manicura roja (con cualquier otro color estás corriendo un riesgo) recién hecha. Humedezco mis labios, muestro sólo un poco mis dientes. Él es tímido, pero es un hombre. Él deja de hablar.

La parte difícil de mi trabajo ha terminado. Ahora es el momento del sexo.

Llegué a Nueva York desde Chelyabinsk, una ciudad en el medio de Rusia, cuando tenía 19 años, con 300 dólares en mi bolsillo. Cumplí 24 en marzo y he logrado ahorrar 200.000 dólares, follando por dinero. He viajado a Marruecos, Paris, Beijing y Mónaco. Los hombres me han traído té de Londres, chocolates de Suiza, lencería de Francia y zapatos de Italia. He comprado una pequeña casa de pueblo para mis padres. (Les dije que tenía un novio americano rico que cuidaba de mí.)

No odio a los hombres. No soy víctima de la trata de niñas. Nunca me han violado, o drogado, ni he hecho porno. No soy una adicta. Nunca tuve un chulo. No sufro lo que mis amigas americanas llaman «problemas con papi» ni a lo que mi loquero se refiere como «identidad deformada por un pronto abandono de la infancia». Mi padre tenía amantes. No culpo a mis padres por mi trabajo, o mi vida. Otros niños tienen otros problemas. Mis padres tenían problemas cuando eran niños. Mi terapeuta me ha ayudado a verlo.

Soy una mujer de negocios. Hice lo que los políticos de este país siempre alientan a los inmigrantes a hacer. Trabajar duro, aprovechar las oportunidades, maximizar sus talentos, y ajustarse y adaptarse a la nueva economía mundial.

No he trabajado como escort desde hace más de un año. No porque fuera un trabajo ilegal, aunque en parte lo fuera. Y no porque tuviera que tratar con idiotas algunas veces, aunque en parte también lo fuera.

Lo dejé porque quiero estudiar cine, y psicología, y ahora puedo permitírmelo. Lo dejé porque me gustaría casarme algún día y tener un hijo, y cuánto más fuera acompañante, más complicado se haría. Mi vida desde que lo dejé ha sido algo complicada, y te diré por qué. Pero primero te diré cómo empecé en el negocio y cómo, este, era.

Crecí en el centro de Rusia. Cuando era pequeña, quería ser guía turística y ver el mundo. Luego, un autobús turístico pasó por nuestra ciudad: era pequeño, apestaba y no tenía aire acondicionado. El guía tenía el pelo encrespado y manchas de sudor bajo sus brazos. Pensé que los guías turísticos de los Estados Unidos serían mejores.

Tenía el número de teléfono de una mujer rusa que había dicho que me alojaría. Cuando llegué al JFK, me dijo que cogiera un tren hasta Brighton Beach, en Brooklyn. Lo conocía porque en las películas rusas es un lugar en donde puedes comprar salmón ahumado, caviar y buena ropa, y donde sólo las personas que realmente destacan pueden ir. Me sentí afortunada.

Cuando salí de la estación de tren, vi a todas esas personas feas, personas en sillas de rueda, personas mayores, las calles apestaban, la gente vestía peor que en la Unión Soviética, la estación de tren era un escándalo y pensé: mierda, esta no es la América que yo conocía.

Pasé cuatro días allí antes de conocer a una chica que me dijo que podía vivir con ella en Manhattan. Cuando llegué allí y observé el alrededor, entendí el alboroto. Comprendí por qué todo el mundo quiere venir aquí.

Busqué trabajo en restaurantes y consultorios médicos, pero nadie me contrataba. Vi un anuncio que buscaba bailarinas y llamé. Me recogieron en un camión abarrotado con otras chicas jóvenes. Había un montón de borrachos en el club, intentando tocar diferentes partes de mi cuerpo. Gané 300 dólares y decidí que nunca lo volvería a hacer. Respondí a otro anuncio para trabajar en un café turco. El propietario me dijo que no tenía que trabajar: «Si me dejas follarte, te pagaré». «No gracias», respondí. En realidad, fue más: «Que te den, estúpido». Llevaba en Nueva York dos semanas y mi inglés estaba mejorando.

Entonces vi un anuncio de masajes. Decía que no se necesitaba experiencia y que podría ganar hasta 500 dólares al día.

Estaba en una habitación con otra chica y cuando el tío entró y se desnudó, hice lo mismo que la otra chica, y froté su espalda y sus piernas. Después de 30 minutos, la otra chica se desnudó y entendí: «Ah, por esto me pagan 100 dólares la hora». Así que me desnudé y le hicimos una paja.

Empecé a trabajar cinco días a la semana. Después de dos meses, en el Spa me dijeron que no podía trabajar más allí. No sé si fue porque estaban mosqueados porque había estado quedando en privado con clientes, o solo querían seguir trayendo a nuevas chicas.

La otra chica del Spa y yo decidimos alquilar un apartamento y trabajar por nuestra cuenta. Unimos nuestros ahorros y compramos una camilla de masajes, una cama y empezamos a publicitarnos en Backpage.com. Ganábamos alrededor de 800 dólares al día, cada una. La mayoría de los tíos querían algo más que un masaje, por esto lo llamaban todos un «trabajo manual», y ofrecían pagar más. No estoy segura de lo que hacía mi amiga, pero yo siempre dije que no.

Uno de mis clientes habituales, que vendría tres veces a la semana y siempre me daba buenas propinas, a veces 100 dólares, me preguntó por mi vida en Rusia y me dijo que podría sentirme mejor si hablaba con un psicólogo. Me dio el teléfono de una que conocía, que hablaba ruso, y más dinero para pagar algunos meses de charla con ella. Y me ofreció 1.000 dólares por una hora de sexo con él. Fue tentador, pero pensé que, si alguna vez follaba por dinero, nunca más me respetaría a mí misma otra vez. Me dijo que le gustaba de la forma en la que era. Me dijo que le gustaría ayudarme a entrar en la escuela, que le gustaría cuidar de mí. Me dijo que sería una gran psicóloga, porque hacía que la gente se sintiera cómoda.

Así que cuando me invitó una noche al Plaza Hotel, fui. Tenía una suite carísima, con grandes vistas, una botella abierta de un champán caro, y empezamos a hablar. Hablamos durante un rato, luego nos desnudamos y lo hicimos. Me dio un sobre con 1.000 dólares, pero dijo que no era un pago, que era solo porque le gustaba tanto.

Él tenía que irse a la mañana siguiente a Chicago por un viaje de negocios, pero yo me quedé en la suite y pedí el servicio de habitaciones —zumo de naranja, una tortilla esponjosa con champiñones y una hermosa y dorada tostada con pequeñas porciones de mantequilla con forma de caracolas. Estaba tan feliz. Me sentí como Vivian en Pretty Woman.

Él no me llamó cuando volvió de Chicago. Le llamé, pero no contestó, por lo que le llamé al trabajo. Su secretaría me dijo que «no estaba disponible». Me dijo que no estaría disponible, nunca. Abrí mis ojos ese día.

Los clientes me conocían como Angelina o Anna. Angelina era «dulce, inteligente, divertida y juguetona… una devota investigadora del placer que se toma el disfrute de la vida muy en serio».

Anna era más tímida, una «compañera europea que adora los viajes de lujo… a veces apasionada, a veces hilarante, pero rara vez olvidable».

Angelina costaba 800 dólares la hora, 4000 dólares la noche; Anna, 900 y 5000. Conforme a las clasificaciones en The Erotic Review (TER), el Yelp del mundo del sexo, cada una estaba en el top 1 de todas las escorts.

Pero hay muchísimas jóvenes bonitas en mi negocio. Lo que me llevó a lo más alto —y lo que me mantuvo allí— fue mi ética profesional y mi atención al detalle. Tuve éxito porque aprendí algunas lecciones duras y valiosas sobre cómo triunfar en el negocio del sexo por dinero.

Estas son algunas de ellas:

Lección 1: gasta dinero para conseguir dinero

Pagué a alguien para que escribiera mi anuncio. Pagué a fotógrafos profesionales 1.500 dólares por hacer mis fotos. Lo consideré inversiones.

En la mejor página para escorts, Eros.com, mostrar un anuncio cuesta 400 dólares al mes. Cobran la mayor cantidad, y atraen a las escorts más serias y a los tíos que están dispuestos a enviarse para revisión. Backpage es más abierta, y consigues tíos más baratos, así como tíos raros, que dan miedo. No merece la pena mencionar Craiglist. Ahí es donde la gente muere.

Gastaba 50 dólares al día en Eros para poder mostrarme en la sección «Novedades», y aprendí que para tener impacto tenía que ser «nueva» al menos 20 días al mes. Gasté 500 dólares semanales por un lugar «destacado». Ahí se iban casi 4.000 dólares al mes. Las chicas que solo gastaban los 400 mensuales de la suscripción básica, solo conseguían un correo en dos semanas. Estarían sentadas en sus casas, chupándose los dedos.

Luego está el alquiler, porque quieres un apartamento diferente para realizar tu trabajo, no te puedes preocupar por tus compañeras de piso, y esto cuesta al menos 3.000 dólares en Manhattan. Puedes alquilar un sitio más barato en el Bronx, o Queens, seguro, pero ¿crees que los tíos con dinero van a ir a verte allí?

En mis primeros anuncios, usaba muy poco texto. ¿Cuál era el punto? Lo que sé ahora es que los tíos quieren conocer a la mujer que se van a follar. Me sorprendió, pero muchos de ellos —la gran mayoría— realmente necesitan sentir alguna conexión. Leer sobre la risa fácil de Angelina, o cómo Anna adora los viajes lujosos, les hace sentir más cómodos. Y cuando están cómodos, llaman. Siempre me he preguntado por qué Playboy publica esas pequeñas entrevistas con las chicas junto a las fotos. Ahora lo sé. Los tíos que se la están cascando quieren sentir que conocen a la chica.

Lección 2: crea estereotipos que te funcionen

Anna y Angelina eran exóticas, con voces ligeramente extranjeras, sin una nacionalidad específica.

Los hombres aquí —especialmente los hombres americanos— tienen ciertas ideas sobre ciertas nacionalidades. Si eres una chica sudamericana, entonces eres salvaje, divertida y te encanta follar. Si eres asiática, ¡eres mala! Eres rara y harás cualquier cosa, ¡y querrás hacer más! Los hombres americanos piensan que las rusas están buenas, pero que también son témpanos de hielo e insoportables. Algunos han tenido algunas experiencias no tan buenas con las que he aprendido que llaman las buscadoras de oro rusas. Las chicas americanas están vistas como si estuvieran en buena forma y al día, con una mente abierta y divertidas. Algunas veces tienen bonitas coletas y grandes sonrisas, pero los tíos piensan que son algo egoístas y cabronas, también.

Una vez aprendí todo esto, decidí que Angelina y Anna serían bellas y misteriosas, cosmopolitas, pero nadie podría decir de qué parte del mundo vienen por sus nombres. No le darían a un cliente ninguna razón para que las tratara en base a un estereotipo. Es sólo un negocio inteligente.

Lección 3: el precio es adecuado

En estos días, los tíos se pueden follar a una actriz porno por 2.000 dólares —y ellas se publicitan en los mismos sitios que yo—. Pueden contratar «sugar babies» por 4.000 dólares al mes. Hay, incluso, «vacaciones sexuales» por 2.000 dólares, dónde tienes un todo incluido (alojamiento, comida y sexo). Así que si quieres ganar dinero como escort, mejor que ofrezcas algo especial. Yo hacía parejas. Ofrecía juguetes, juegos de rol y BDSM. (No hacía anal y ni siquiera sabía lo que era hasta que un cliente me preguntó por ello y me lo explicó. Al principio pensaba que estaba bromeando y creí herir sus sentimientos un poco cuando me eché a reír. Si alguna vez hiciera anal, cobraría al menos 1.500 dólares, mayormente porque he aprendido que los tíos piensan que está prohibido, que son muy tímidos para pedirlo y que piensan que a la mayoría de las chicas no les gusta.) Sobre todo, ofrecía comprensión. La verdad es que, incluso para los tíos que me contrataban por tres o cuatro horas, el sexo normalmente solo duraba unos 15 minutos. Es la comprensión lo que compran.

Las chicas blancas pueden cobrar más, al menos en Nueva York. Luego las españolas, luego las asiáticas (las coreanas y las japonesas suelen pedir más que las chinas), y luego las negras. No sé si es oferta y demanda o qué, pero uno de mis clientes, un guapo actor rubio, me dijo que me aprovechara. Me dijo que había intentado participar en 10 anuncios en los anteriores cinco meses, y que no había conseguido ninguno. Dijo que era porque el mercado quería morenos ahora, por el incremento de la población latina y su poder adquisitivo. (Muchas veces aprendía consejos de negocio de mis clientes, incluso cuando ellos no lo sabían.) En cualquier caso, me aproveché. Cobré la mayor cantidad. Lo que me impresiona son algunas de las americanas que solo cobran 400 dólares. No sé si es porque son estúpidas, demasiado vagas para estudiar a la competencia o porque no son tan serias con su trabajo. Quizás es porque ellas nunca se subieron en un apestoso autobús turístico sin aire acondicionado.

Lección 4: uno es el número más rentable

En una agencia, ellos revisan tus clientes. Ellos organizan tus citas. Ellos se preocupan por ti. Pero también se llevan tu dinero. En los salones de masaje, la mitad. En agencias de escorts, del 30 al 40 por ciento.

Las chicas que trabajan en agencias no quieren encargarse de llevar su propio negocio. Para mí, eso es tener poca visión de futuro. Primero, las que publicitan 20 chicas normalmente tienen dos, una rubia y otra morena. Así que, por supuesto, esas chicas están trabajando duro. Muy duro. Si una agencia tiene 20 clientes en un día, esas chicas se están follando a 10 tíos al día. Al final del verano, tienen 50.000 dólares, pero han tenido que follarse a muchos tíos para eso. Para mí, no merece la pena. El coste no es efectivo.

He trabajado duro, pero una vez empecé mi negocio, he trabajado duro para mí, no para otra persona. Es el empresario el que se enriquece.

Mido 1,70, peso 53 kilos, con largas piernas, con ojos avellana, labios carnosos y un cuerpo delgado que ha conseguido atención desde que entré en la pubertad. Esta es la materia prima. Es mi producto, y cuido de él.

Soy vegetariana y tengo un entrenador personal. Me hago la manicura y la pedicura al menos dos veces a la semana, siempre en rojo, y siempre aparezco con lencería cara y medias al muslo.

Cada vez que conocía a un cliente era una actuación, así que me preparaba. Mi rímel costaba 130 dólares. El tinte del pelo, 200; la sombra de ojos, 50, así como la base y el pintalabios. Un buen conjunto de lencería cuesta al menos 100 dólares; yo gastaba 600. Sin mencionar los zapatos.

En la vida real, las chicas se preparan de la misma forma, luego el chico la lleva a cenar, o dice: «vamos a un bar en el que televisen los deportes y podemos beber cerveza». Vaya idiota. No me extraña que tantos tíos se quejen de no echar un polvo.

Mis citas me llevaban flores, abrigos de Prada, iPhones. No me llevaban a cenas o bares. Cuando un tío queda con una escort, quiere ser amable, quiere probar que es el mejor, quiere ser genial.

Luego en la vida real, él puede ser un estúpido. El pasado Día de San Valentín, estaba en un McDonald’s cerca de mi apartamento. San Valentín, Navidad y Semana Santa nunca son grandes días en mi negocio, al menos con los tíos que tienen dinero. Vine a tomarme una Coca-Cola y porque Internet iba mejor que en mi apartamento. Me compré flores, margaritas y violetas. Había una pareja sentada a mi lado y la chica dijo: «Oh Dios, ¡qué bonitas son tus flores!» Estaba de muy buen humor y le dije al tío: «Quizás es un buen momento para comprarle unas flores a tu novia». Él dijo: «Ella está bien sin ellas».

No sé por qué, pero eso me cabreó. «¡Qué te den!», le dije y me fui.

La parte importante de mi trabajo empieza en la puerta. No prestas atención al sobre que tiene. Finges que no existe. Sonríes porque es un hombre atractivo y hay química. Si es tímido, le ofreces una copa de vino. Si es súper tímido, le preguntas si puedes hacerle un masaje, no hay nada malo en un masaje, ¿verdad?

Algunas veces diría: «Oh, eres tan guapo», porque a las personas les gusta que las halaguen, aunque no sea verdad. A la gente le gusta creer en las cosas buenas, porque creer en ellas es más sencillo. ¡Y los tíos que pagan 1.000 dólares por una hora realmente creen en las cosas buenas! Si se puede permitir pagar 1.000 dólares la hora, él ya cree que mola. Cuando un tío tiene dinero, cree que mola, que mola más que el resto.

Todos quieren que te corras, quieren que te corras más de una vez. El tío de 60 años que quiere que me corra cinco veces antes de que él llegue al orgasmo cree que es porque se preocupa por mí. Pero es porque quiere probarse a sí mismo que todavía puede hacer que una chica joven se corra. (Yo miento para vivir, pero las mayores mentiras del mundo son las que la gente se cuenta a sí misma.) Así que por supuesto finjo que me corro. Y he aprendido que la mejor, más convincente y fácil forma de mostrar a mis clientes que acabo de tener un orgasmo era simplemente decir: «Me acabo de correr». Eso es todo. Nada extravagante. No soy tan buena actriz, y, de todos modos, no es necesario. «Oh, me corro» siempre funciona. Ellos se lo creen. Ellos están tan orgullosos. La verdad, para la mayoría de las chicas, es que no lo puedes ver: es como Dios, o el amor, no lo ves, pero crees que existe.

Tan importante como era para mí hacer, y decir, ciertas cosas, igual de importante era no hacer ni decir. No preguntaba por la familia del tío. No porque estuviera cruzando ninguna frontera (te sorprendería cómo muchos hombres alardean de sus hijos) sino que ¿qué pasaría si alguien acabara de morir? Eso le entristecería. Nunca, jamás he querido entristecer a un cliente.

Por la misma razón, nunca hablaba sobre nada que me aburriera. En Rusia tenemos un dicho: «Si tengo hambre y tú estás saciado, nunca me entenderás». Un multimillonario no entiende los problemas de mierda que tengo. Es malo para el negocio. Contarle las cosas a un tío puede que haga te que ayude una o dos veces, pero va a convertir a potencial cliente habitual en un cliente que no repite. Un tío se quejará una y otra vez, pero él no quiere escuchar ninguna de tus quejas. Te lo prometo.

Intentaba ser entretenida. Les contaba a los clientes que acababa de volver de Dubai o Hawaii. Nunca he estado en ninguno de esos sitios, pero aprendí sobre ellos en la televisión y contaba historias sobre todos los jeques en los hoteles de mármol del desierto, y las grandes olas en Oahu. Me hacía más exótica, más interesante. A los tíos les gusta follar con mujeres con caras bonitas y cuerpos delgados, pero también les gusta follar a chicas interesantes.

No como mucho. Una vez al día pido arroz frito con verduras de un lugar a la vuelta de la esquina porque es rápido —cinco minutos de cocina, cinco minutos de entrega, cinco minutos para comer— y si estuviera dos horas en un restaurante, eso sería al menos 1.600 dólares que no depositaría en mi cuenta bancaria. Ahora como más lento, pero todavía no mucho.

Si un tío quiere llevarme a cenar, pediría una ensalada y un zumo. Nada de ajo, ni cebolla, ni café. Nada que apeste. Incluso si a él no le importa, a otros sí. Rara vez bebo y no me drogo. El pago es por adelantado. Condones, por supuesto. Nada de discutir el precio por teléfono.

Estaba disponible 12 horas al día, del mediodía a medianoche. Siempre estaba lista, siempre amable, incluso cuando el cliente era grosero. Una o dos críticas malas pueden dañar mi negocio.

Me gustaba citar con dos o tres días de adelanto. Si un tío me mandaba un correo electrónico y decía: «Ey, ¿qué tal? ¿Estás libre luego?» No quedaría con un tío así. Es mejor tener dos grandes clientes de confianza que 10 clientes ocasionales. Es lo que se llama el «principio de Pareto». Lo leí en un libro de negocios.

Viajaba con clientes. Quería que supieran que era especial, pero no una cabrona. Así que cuando les decía que quería ir en primera clase, no decía: «¡Tienes que tratarme bien!». Decía: «Tengo unas piernas muy largas y en los asientos se quedan contraídas y luego pierdo mi flexibilidad y no puedo hacer el perrito tan bien». Eso parecía funcionar.

A pesar de lo que realmente quiero es ser directora de cine, o psicóloga, estudio Comercio también. Tengo que hacerlo. Una de las grandes cosas que siempre leo es que hay que aprender de tus errores.

Mi mayor error cuando empecé fue cuando el tío me preguntó si tenía novio y dije que no, lo que era verdad. Luego cuando preguntó por qué no, dije: «Porque no podía follarme bien». Dije eso porque pensé que lo excitaría. Pero lo que pasó es que el tío intentaría follarme duro. ¡Tan duro! Podría decir que no era la forma natural en la que lo hacía, fue horroroso. Después de eso, cuando un tío me preguntara por qué no tengo novio, frunciría el ceño un poco y diría: «Bueno, él era judío y yo no quería convertirme porque eso mataría a mis padres», y el tío me miraría, cogería mi mano y diría: «Oh, lo entiendo perfectamente, pobrecita», y todos los tíos serían dulces y delicados. Incluso los judíos.

El noventa por ciento de mis clientes estaban casados, y la mayoría eran banqueros. Si conoces a un banquero que te diga que nunca ha estado con una escort, conoces a un santo —o más probablemente, a un mentiroso.

A más o menos un tercio de los tíos les gustaba mirar cómo me masturbaba. Diría que un 98 por ciento querían bajar a mi entrepierna. El cincuenta por ciento me contaba la enorme polla que tenía. Los que me molestaban eran los que realmente tenían una gigante (cerca de un quinto de los tíos que pensaban que la tenían). Ninguna chica quiere una de esas. El ochenta por ciento me preguntaba si me había corrido.

Algunos querían llevarme de compras, otros a cenar. Un tío se sentó y me miró como si yo fuera una estatua. Le pregunté si no quería algo, divertirse un poco, y solo me hizo callar. Otro tío me folló durante una hora mientras imitaba un tren: «¡Chu, chu, chú!». Metí mi dedo en su culo para que se corriera antes, pero no funcionó. Finalmente, simplemente me quedé allí tirada, sin ni siquiera fingir que lo estaba disfrutando. Eso es raro en mí, dejar de fingir. Pero, venga ya. ¿Chu, chu, chú? Era molesto.

Los hombres son todos iguales, pero también son todos diferentes. Un tío me pagó 20.000 dólares al mes para estar disponible para él dos días completos cada semana. Él tenía 62, divorciado, un muy buen tío. Me hubiera gustado tener un par de tíos más como él. Algunas veces íbamos al cine, o a cenar. Algunas veces follábamos. Tenía cáncer y decía que me amaba y quería casarse conmigo. No sé cuánto dinero tendría. No quise casarme con él para luego averiguar que sólo tenía deudas. Y no me sentía cómoda preguntándole cuánto dinero me dejaría. Esto puede sonar extraño, pero preguntar no parecía estar bien. Además, no quería que se sintiera mal. Por negocios y porque me gustaba.

Él solía estar con cuatro o cinco escorts a la semana, pero paró después de conocerme porque decía que me quería. Necesitaba ser honesta con él. Así que le dije: «Me gustas, pero no te quiero. No puedo enamorarme en unos pocos meses». Él dijo que no importaba, que era joven, que aprendería.

Estuve con otro tío en sus 60, de Illinois. Decía que quería que me mudara con él a Illinois. «No», dije, «no lo creo». ¡No vine de Rusia a los Estados Unidos para poder vivir en el jodido Illinois! No le dije eso, pero fue lo que pensé. Dijo que había venido a Nueva York para encontrar mujer, porque Nueva York era lo mejor, y las escorts de Nueva York eran las mejores. Dijo que a todas les gusta follar muchísimo. Todas quieren complacerte. Yo estaba de mal humor, así que dije: «¡Nos gusta complacerte porque nos pagas!» Dejamos de vernos al día siguiente.

Una vez estuve con un tío que grabó mientras lo hacíamos, cuando me di cuenta, cogí su teléfono, eliminé el vídeo y le dije que se largara de mi apartamento. Estuve con otro que quería sexo gratis o llamaría a la policía. Le dije que pondría su número en Backpage.com y diría que era un escort gay. Te encuentras con gilipollas y tienes que saber cómo manejarlos.

Los jóvenes son malos. Los vírgenes son horrorosos. Vírgenes jóvenes, una pesadilla. Estuve con un tío que lo único que hacía era ver porno y cascársela hasta que cumplió 25. Así que fue en plan: «Haz esta posición, haz esa posición, gírate, gírate otra vez». No creo que supiera ni cómo hablar a una mujer. Me sentí mal por él. Pero intenté ser amable.

Los clientes se dividen en cuatro categorías. Están los tíos que quieren pagar por tu compañía. Los tíos que creen que están comprando una relación. Los que creen que les perteneces. Y luego están las parejas. Los primeros son los más sencillos. Los segundos, aunque ellos piensan que son dulces, pueden ser muy exigentes. Los del tercer grupo son los que dan mayores dolores de cabeza. Un tío exigió cubrirme de miel antes de follarme. Dije que no. Él dijo que pagaría el doble y volví a responder que no. Dijo que pagaría el triple y yo dije sí. Todo el tiempo estuve pensando en limpiar las sábanas, y en otras dos horas y media de peluquería y maquillaje. Ahí decidí que, si volvía a pedir lo de la miel otra vez, cobraría el cuádruple. Como poco.

Mi tipo de cliente favorito era el cuarto: el tío que me invitaba a un trío con su mujer, o novia.

Lo genial de las parejas: Con una pareja, nada más entras por la puerta ves una mesa con buen vino, diferentes tipos de queso y frutas, como una celebración de algo. Si es sólo un tío, ves un vaso de agua y un sobre en la mesilla.

También hay más emociones positivas —más emociones, y punto—. Con un tío, sientes que él quiere tenerlo todo, que quiere asegurarse de sacarle partido a su dinero. Cuando es una chica, puedes relajarte y conversar. Puedes comer fruta.

Normalmente los tríos duran dos o tres horas. Las parejas siempre son tímidas, aunque antes hayan hecho algún trío. (Nunca fui la primera para una pareja. No sé por qué.) Tenía que dar el primer paso. «Me gustaría conocerte mejor», diría, o, «Me gustaría besarte». Incluso con las emociones y la conversación, sabía que no me pagaban para hablar.

Primero estaría con la chica. Luego el tío estaría de pie sin saber qué hacer, así que le invitaría a besarnos. De repente estaríamos totalmente desnudos, en la cama, pero luego estaríamos la chica y yo pasándolo bien, y el tío haciendo sus cosas, y honestamente, me olvidaría de él. Su novia definitivamente se olvidaría de él. Te lo prometo.

Y después de 30 minutos, ella se acordaría de que tenía un novio y que podría estar solo. Normalmente ella le haría una mamada. El noventa por ciento del tiempo no le haría mucho al tío durante el trío. En parte porque me lo estaba pasando en grande con su novia, pero principalmente porque no sería bueno para el negocio. No quería que las chicas estuvieran celosas.

Me encantaba hacerlo con parejas, pero cobraba más del doble. 2.000 dólares una hora, y las sesiones duraban al menos dos. No cobraba más porque el trabajo fuera más duro —obviamente no lo era— sino porque podía. Esto es lo bueno del capitalismo.

Fue difícil dejarlo. Mi psicóloga dice que la mejor forma de dejar el negocio era pensar en hacerlo el resto de mi vida. Usualmente, una chica piensa que trabajará una semana más, ahorrar unos cientos dólares más. O un mes, un viaje más a las Las Vegas. Pero luego otro año ha pasado. He visto chicas en The Erotic Review con 600 críticas. Esto son 10 años, como poco. No quiero ser una de esas chicas.

Algunas de mis amigas lo han dejado, pero no han conseguido seguir fuera. Una consiguió un trabajo en Wall Street. Le pagan 6.000 dólares al mes. Yo solía conseguir eso en un día. Ella también. Ella es escort en su tiempo libre. Es difícil dejar el dinero.

Otra amiga consiguió trabajo en una agencia de publicidad. Buena gente, buenos beneficios, trabajo interesante. Pero ella empezó con 80.000 dólares al año. Ella sabía que podía conseguir esa cantidad en dos meses como escort, así que decidió tener clientes ocasionales, para «complementar» sus ingresos. Ahora prácticamente está a tiempo completo con los dos trabajos. Está haciendo mucho dinero, pero está hecha polvo.

No sé si recomendaría ser una escort. Sé que hay peligros. Que te arresten es uno de ellos. He leído sobre los asesinos en serie. El tráfico infantil. Chulos violentos. Creo que esa gente debería estar encerrada de por vida. Pero nunca me sentí cerca de esas cosas. Creo que es porque lo entendí como un negocio. Mi psicóloga dice que he tenido suerte.

Echo de menos algunas cosas, no solo el dinero. Me gustaba vestir bien todo el tiempo, maquillarme. Ahora no tengo ninguna razón para ponerme brillo de uñas, y lo echo de menos. Visto mi camiseta y vaqueros cada día durante semanas, y me hago mi propia manicura y pedicura, y algunas veces esto me entristece un poco.

Tuve un novio desde que dejé la prostitución. Le conocí en un bonito bar. Tenía algunos años más que yo, muy educado, un banquero. Cuando le conocí, me dijo que solía volar en su avión privado a Las Vegas todo el tiempo. Le creí. Pero cuando empezamos a salir, siempre era en plan: «Quedemos para beber algo, ¿por qué no te vienes después?»

Desde entonces he estado quedando. Uso Internet, y todos —chicos y chicas— publican anuncios sobre ellos mismos en Match, o OkCupid, o dónde sea, comentando lo geniales que son, lo que les gusta los largos paseos por la playa y que buscan divertirse, enamorarse, o lo que sea.

Las citas son raras. Mis clientes eran mayores que los tíos con los que me cito ahora, y estos tíos no tienen tanto dinero. Los clientes, si les gustas, te consienten muy bien. A los novios realmente no les importa. Tienen sus cenas de trabajo, los partidos que ven con sus amigos.

Antes de mi trabajo, nunca le hice una mamada a algún novio. Si preguntaban, yo estaría en plan: «¿Estás de coña?». O si dijeran: «Cambio de posiciones», estaría en plan: «¿De qué estás hablando?»

Desde que lo dejé, nada de mamadas. Si te estás citando con alguien que no vivía bien antes, y empiezas a hacerle mamadas y a hacer diferentes posiciones, le puedes consentir. No quiero consentir tanto a alguien.

Si alguien no te paga, no tienes que mamársela, no tienes que sonreír todo el tiempo, puedes ser tú misma. Pero después de un tiempo sientes que algo falta. Ese algo es el dinero. Estás sentada en el mismo apartamento, eres tú misma, pero falta algo. Tu cartera está vacía. El sexo es sexo, pero el dinero es dinero.

No me arrepiento de lo que he hecho con mi cuerpo, o mi vida. He tenido buenos y no tan buenos momentos. He conocido a algunas personas interesantes y a algunos idiotas. He aprendido muchísimo sobre lo que los hombres y las mujeres quieren y necesitan.

Ya no tomo desayunos de 100 dólares. No hago mamadas sonriendo. No quedo con mis antiguas amigas escort. Las echo de menos, pero tengo que valorar, bien, por un lado, una amistad con prostitutas, por el otro, una familia y mi futuro. Así que he tomado una decisión.

En una de mis clases de cine, vimos El gran Gatsby. Gatsby siempre quería ser algo mejor. Nunca lo consiguió realmente, pero lo intentó. Las chicas en este negocio quieren tocar este nuevo mundo a su alrededor, así que van a tiendas caras, restaurantes caros. Quieres ser alguien que nunca has sido. Si eres una chica mona y tienes sueños y quizás vienes de un pueblo pequeño en el que los hombres te tratan de forma diferente porque eres más guapa que las demás, piensas que esto te ayudará a ser alguien mejor. Así que lo intentas.

Esto puede ayudarte a conseguir dinero, está claro. Pero después, tienes que encontrar ese mundo para ti.

Escrito por Svetlana Z, una ex escort de 24 años que vive en Nueva York.

Esta historia ha sido editada por Bobbie Johnson, verificada por Emily Loftis y corregida por Lawrence Levi. Fotografías de Pascal Perich para Matter.

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