Who watches the Watchmen?

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12 min readFeb 22, 2016
Foto: Fernando Medina / Cachivache Media

Por: Rafael Grillo

El placer de derribar ídolos es directamente proporcional a la necesidad de tenerlos. Eduardo Galeano.

¿Recuerdan el poema Ajedrez? “Qué Dios detrás de Dios mueve las piezas…Semejante a aquella duda de Borges acerca del problema ontológico, es la incertidumbre caligrafiada sobre los muros de Nueva York con el grafiti Who watches the Watchmen?[1] Una huelga de policías y manifestaciones populares van a desatarse cuestionando la tolerancia con ciertos individuos para que actúen al margen de la ley y el orden, por fuera de las instituciones que administran la justicia, solo porque arguyan el pretexto de las buenas intenciones.

Mala hora para los antiguos Minutemen y los jóvenes Watchmen. Los que combaten por cuenta propia el delito y se autoproclaman guardianes de la tranquilidad ciudadana tendrán que someterse a control gubernamental tras la firma del Acta de Keene. El vulgo aplaude la proscripción en las calles de los justicieros enmascarados, demostrando su corta memoria, el olvido de a quiénes debe la victoria en Vietnam.

En esos Estados Unidos de los años ochenta liderados por el reelecto Richard Nixon,[2] la gente vive abrumada por el miedo a un devastador choque nuclear con los rusos, para el que de nada les serviría el auxilio de unos simples humanos ocultos detrás de pintorescos disfraces y apodos ridículos del corte Nite Owl (Búho Nocturno), Silk Spectre (Espectro de Seda) o Mothman (Hombre Polilla).

No vale confiarse siquiera en tener del bando propio y subsumido en aliado del ejército, a un sobrehumano de verdad como el Dr. Manhattan (antes el físico Joe Osterman, transformado por un accidente en el laboratorio atómico).[3] Ni tampoco en el mayor cerebro del mundo, Adrian Veidt, de alias Ozymandias,[4] quien opta por consagrarse al bussiness world.

Cuando un tipo hercúleo es despeñado de lo alto de un edificio y próximo a él aparece una figurita de Smiley con un ojo salpicado de sangre, la dupla detectivesca a cargo del caso no atina a resolver el enigma. Pero se entromete el único vigilante que desobedeció la prohibición, aquel identificado por su máscara imitadora de las manchas de tinta del famoso test psicológico; y este descubre del muerto Edward Blake su otra cara, la conocida como El Comediante. Rorschach avizora entonces un complot en marcha y corre a avisar a sus ex compañeros de que la cacería de superhéroes ha comenzado…

El mundo en el período más álgido de la Guerra Fría alterado con la fórmula de una ucronía,[5] profunda y traviesa a la vez. Esta es la reescritura de la historia, la verdad bajo antifaz tragicómico, que nos ofrece un demiurgo nombrado Alan Moore en Watchmen.

Alan Moore, creador del cómic Watchmen. Foto: Jose Villarrubia.

El guionista inglés que desembarcó en las editoriales de cabecera de las historietas para reinventarlas en la línea del “suggested for mature readers”, mediante la revitalización de Swamp Thing (La Cosa del Pantano) y la inauguración del sello Vértigo de DC Comics con V de Vendetta,[6] no solo trastoca deliberadamente el contexto real en esa serie limitada de 12 números, que aparecieron entre 1986 y 1987;[7] también refunda el universo del comic, levantándolo del estatus de producto de consumo masivo e infravalorada valía cultural, hacia el de obra de arte e instrumento de dimensión sociológica y análisis político.

Por si fuera poco, Watchmen se alía al Batman: The Dark Knight Returns (Batman: El Regreso del Caballero Oscuro) de Frank Miller (igualmente apuesta de DC y publicada en 1986), en el desmantelamiento de la tradición pueril del superhéroe y su renacimiento en una épica nueva, de perfiles adultos y más afín a la pérdida de la inocencia que para la humanidad supuso la crueldad del siglo de las grandes guerras. Ya no más la caracterización superficial para privilegiar el torrente de aventuras como lo único importante. Tampoco remarcar la impronta del héroe en el cénit de su gloria.

La moneda de cambio es el ídolo caído o el otoño del titán; el otrora famoso en horas bajas, ese que en vísperas del crepúsculo vital pierde la arrogancia y se solaza en nostalgias de un tiempo ido.[8] En las antípodas del superhombre superbueno y su contraparte de supervillanos, están los personajes de Watchmen dotados de intensidad psicológica y ambigüedad moral. El “malo” Moloch se ve a sí mismo como ente necesario para evitar el desequilibrio de la balanza universal del Bien y el Mal. Los personajes “positivos” no solo carecen de facultades extraordinarias (si acaso poseen alguna habilidad incrementada, tal y como podría alcanzarla con su esfuerzo cualquier mundano), sino que encima sus motivaciones justicieras no parecen derivar de una excepcional conciencia del bien y sí de tendencias evasivas del “yo” propio, compensaciones a carencias de personalidad o para engorde del ego.

Estos superhéroes poseen como aptitud mayor la de lucir listos para tenderse en diván de psicoanalista; y todos juntos dan para confeccionar un grueso catálogo de patologías psiquiátricas: Rorschach es un psicótico paranoide; El Comediante, un sociópata violento y fascista; Laurie Juspeczyk, la Espectro de Seda de segunda generación, sufre Complejo de Electra; los dos Búhos Nocturnos padecen una timidez rotunda que los incapacita para el normal desempeño sexual; y Adrian Veidt es un Narciso que vende juguetes a su imagen y semejanza y disimula su reprimida homosexualidad bajo las ínfulas de un Alejandro Magno redivivo.

Y la excepción solo viene a confirmar la regla: El Dr. Manhattan funciona como una suerte de bisagra dramatúrgica, que evoca la tradicional concepción del superhéroe al unísono que la niega. Porque el único superhumano, paradójicamente, ha perdido esenciales atributos de humanidad, y su frialdad emotiva y abstracto razonamiento le incapacitan para esa conexión empática y actitud compasiva que debían tipificar a un héroe de su envergadura.

Foto: Fernando Medina / Cachivache Media

Adiós al modelo Superman y Capitán América. Realismo en lugar de peripecias insólitas. “Una Moby Dick de superhéroes”. Algo con esa “clase de peso” que cave en las cuestiones abisales de la filosofía: Dr. Manhattan, durante su autoexilio en Marte, medita: “¿Quién crea el mundo? Quizás el mundo no está creado. Quizás nada lo esté. Quizás todo ha sido, es y será siempre… Un reloj sin artífice”. O que se eleve al nivel de juicio soberano sobre su época: Búho Nocturno II se interroga: “Pero el país se está desintegrando… ¿Qué le ha sucedido a América? ¿Qué ha sido del sueño americano? Y El Comediante le responde: “Se hizo realidad. Lo estás mirando”.

Imagen del cómic.

Así lo quería Moore, quien no escatima a la hora de solapar géneros al modo posmoderno y delatar su interés de escribir “Literatura” en vez del guión de un mero comic. O tal vez de hacer del comic un hecho cultural que, sin complejos, pueda pararse al lado de la mejor novela. Las entradas del Diario de Rorschach sobre la búsqueda del asesino del Comediante encajan una auténtica novela negra en la trama. Dentro del brillante capítulo V, “Aterradora Simetría”, está ensamblada a manera de matrioska o caja china el “Relato del Navío Negro”,[9] una clásica historia de piratas con ribetes de terror, que funciona como comic dentro del comic. Incluso, hay documentos adicionados al final de las entregas (expedientes policiales y protocolos psiquiátricos, fragmentos de un libro biográfico, recortes de periódicos), que redundan en un mayor conocimiento de los personajes al tiempo que ofrecen un plus de verismo y simulan el empaque de reportaje a lo Nuevo Periodismo.[10]

A la postre, como cualquier lector de Wikipedia puede saber, Alan consiguió arrasar con su historieta en los Will Eisner y otros premios del gremio; y encima colgarse el primer lauro literario conseguido por una novela gráfica con la adquisición del prestigioso Hugo para obras de Ciencia Ficción y Fantasía. Por demás, esta es la única obra de su género incluida en la lista de la revista Time de 100 best novels. 1923 to the present.

Publicada en plena fase de capa caída para el comic comercial, atrapado en los presupuestos de un destinatario infantil y asediado por el empuje de la irreverente generación “Comix”,[11] Alan Moore y su Watchmen significaron un balón de oxígeno para la DC y empresas similares. Igualmente, fueron visa de entrada al mercado para un creador de comics de nuevo tipo (valgan de ejemplos: Neil Gaiman, autor de la celebérrima The Sandman; y Jamie Delano, fundador de la popular serie Hellblaizer a partir de John Constantine, personaje secundario en el Swamp Thing del propio Moore), identificado por su erudición y ambiciones artísticas.

Del sobrado bagaje cultural de Moore da fe la abrumadora cantidad de citas y referencias: al filósofo Nietzsche y su Superhombre de Así hablaba Zaratrustra; a los líricos ingleses William Blake y Percy B. Shelley; al bíblico Libro de Job; al novelista beat William Burroughs (en el mentado “Aterradora Simetría” y en el cuarto capítulo, “Relojero”, se experimenta con la técnica cut-up, del collage o recorte); a la ópera Pagliacci de Ruggero Leoncavallo, a los científicos Arquímedes y Einstein…

Con la estupenda complicidad entre el dibujante Dave Gibbons y el guionista, en Watchmen se despliega una compleja maquinaria narrativa donde no hay pieza suelta o fortuita y en la que cada viñeta o detalle dibujado introduce símbolos y alimenta la construcción de un ancho universo de sentido. Baste mencionar las contraportadas, todas a base de un reloj cuyo minutero se va desplazando desde las menos 12 hasta medianoche; marcando no solo el trascurrir de los doce capítulos sino, además, el countdown regresivo de un Reloj del Juicio Final, que avisará del horrendo Apocalipsis a desatarse en las páginas terminales.

Imágenes del comic.

Precisamente esa cualidad anticipatoria, de mago o excéntrico gurú, que distingue la existencia real de Alan Moore (junto a una misantropía análoga a la de su Dr. Manhattan y un carácter litigante),[12] es índole que otorga actualidad a esta peculiar historia de aventureros enmascarados. Muchos han visto en la multiplicidad de pantallas desde la que Ozymandias ausculta el mundo, simultánea e instantáneamente, en su retiro de la Antártida, como una prefiguración de Internet. Pero más escalofriante aún son las coincidencias entre el evento climático de Watchmen y un episodio real del joven siglo XXI.

Una catástrofe en Nueva York arrasa millares de vidas. En el comic causada por el ataque de un supuesto monstruo alienígena. En el 11/S de 2001, los aviones estrellados contra las Torres Gemelas por tripulantes fanáticos de la Yihad. Con un desenlace similar entre las dos realidades (la de ficción y la verdadera), puesto que la aparición de un enemigo externo (extraterrestres en la una y fundamentalistas islámicos en la otra) conjura antiguas y peligrosas rivalidades, y promueve solidaridad y alianzas para el reto que se avecina.

Mas sobre ambas planea el síndrome de la sospecha. Los Teóricos de la Conspiración no van a cansarse de porfiar en que hubo gato encerrado en el World Trade Center; y que si George W. Bush fue el máximo beneficiado de ese holocausto, bien pudo a escondidas haber metido ahí las manos y lavarse la sangre después. Mientras que, en la obra de Moore, se llega a descubrir que el goodfellas Ozymandias era en verdad topo agazapado, que planeó la muerte de los vigilantes y preparó el siniestro neoyorquino, siguiendo la máxima utilitaria de que el fin justifica los medios y en ocasiones la paz por la sangre entra.

Foto: Fernando Medina / Cachivache Media.

Watchmen es la ficción como espejo (recreado) del mundo. Luego, va a devolvernos a la cara esa perplejidad, tan vieja y metafísica como cotidiana y presente, sobre si: ¿Hay acciones que puedan quedar fuera de escrutinio? ¿De los propios hombres o de alguna autoridad superior o divina? ¿Así sean superhéroes o superpresidentes…?

¿Who watch…? Julian Assange y Wikileaks, qué duda cabe, son un caso real que parece entresacado de novela gráfica de Alan Moore.

En tanto, dentro del universo de los comics, la noción de superhéroes con pérdida de valores, irresponsables o perversos, que precisan urgentemente de supervisión o exterminio, llegaría a convertirse con los años en toda una nueva línea temática. Así, para combatir a las ovejas negras habría que llamar, según Mark Waid en Kingdom Come (1996), a Superman y otros añejos héroes de absoluta probidad; o en la propuesta de Garth Ennis, acudir a The Boys (2006): los más idóneos y oscuros servidores del gobierno, una patrulla de superagentes de la vieja Compañía (CIA).

NOTAS

1. ¿Quién vigilará a los vigilantes? El guionista Alan Moore se basó en la frase latina quis custodiet ipsos custodes?, que aparece en la Sátira VI del poeta Décimo Junio Juvenal (siglo I-siglo II).

2. En la historia alternativa desarrollada por Alan Moore en el comic, lejos de no concluir su mandato por el asunto Watergate, Nixon fue aupado con el triunfo norteamericano en la guerra de Vietnam y una enmienda constitucional permite que su ciclo presidencial se extienda por tres elecciones. Al final de la serie se presagia la llegada al poder del actor Robert Redford (R.R), un guiño irónico de Moore para aludir a otro R.R, Ronald Reagan, y eludir censuras en el tiempo real donde el cowboy de Hollywood galopaba en el trono de la Casa Blanca.

3. Tales son los poderes adquiridos por Osterman-Dr. Manhattan, que un profesor Glass mentado en el comic aclara: “Nunca dije: ‘El superhombre existe y es americano’. Lo que yo dije es: ‘Dios existe y es americano”.

4. Alusión al sobrenombre atribuido por los griegos al faraón Ramsés II, que Shelley, bardo inglés del Romanticismo, inmortalizara en su más célebre poema.

5. La ucronía o historia alternativa es un subgénero literario que abreva de la ciencia ficción y de la novela histórica; y se caracteriza por partir del supuesto “¿qué hubiera pasado si..?” Inventada desde la antigüedad por Tito Livio en un capítulo de su Historia de Roma desde su fundación, donde se relata una improbable guerra entre los imperios de Alejandro Magno y Roma, ha ofrecido libros inolvidables como El hombre en el castillo de Philip K. Dick o El cuerno de caza de Sarban, ambos girando alrededor de un imaginario triunfo de Hitler en la Segunda Guerra Mundial.

6. Otra obra maestra, escrita en clave de “distopía” (futuro antiutópico) y previsión de sociedad totalitaria, lanzada como crítica a la Inglaterra gobernada por la Dama de Hierro Margaret Thatcher.

7. Para la confección de este texto se revisó una edición en español debida a Ediciones Zinco, maquetada en versión digital por aficionados, y donde no consta la fecha original de publicación.

8. Como simbólico botón de muestra del espíritu de sus personajes, prolifera en las viñetas panorámicas del Nueva York de Watchmen el cartel publicitario de un perfume Nostalgia, salido de las factorías de Adrian Veidt.

9. Al momento de hacerse la versión cinematográfica en 2009, las productoras DC y Legendary Pictures se toparon con que insertar el “Relato del Navío Negro” haría demasiado costoso el proyecto y alargaría enormemente el metraje. De todos modos se adaptó como un dibujo animado, de 30 minutos de duración, y se incluyó en la edición DVD de Watchmen.

10. Justamente, para no descartar todo ese jugoso material en la adaptación cinematográfica se optó por filmarlo a la manera de un documental o reportaje televisivo, y bajo el título Under the Hood (Bajo la máscara) se le adicionó a la edición en formato DVD.

11. “Comix” en lugar de “Comic” fue la etiqueta asumida por la movida contracultural de la historieta underground, alternativa o independiente, surgida en los Estados Unidos de los 60. Se desenvolvía fuera del monopolio dominado por editoriales como DC y Marvel, rechazando los canales convencionales de publicación y distribución de historietas para darse a la creación de sellos nuevos (Fantagraphics Books) y revistas (Max); donde destacarían Robert Crumb, Art Spiegelman, Spain Rodríguez, Gilbert Shelton, Daniel Clowes, Peter Bagge y otros. La influencia enorme que ejercieron, se debe al injerto de la no ficción y problemáticas sociales, políticas y de sexualidad, antes descartadas o censuradas, las cuales a la larga ocuparían un espacio en la mainstream del cómic y contribuirían a su actual evolución.

12. Muestra de ello es la negación rotunda de Alan Moore a vincularse en la traslación al cine de Watchmen, a pesar de que el director Zack Snyder, admirador de su obra, le prometió fidelidad al comic; y lo cumplió al punto de que (excepto algunos cambios en el final) Ia película es un calco servil de la línea argumental, los diálogos, la secuencia de las escenas y hasta los encuadres, el diseño de personajes, vestuarios y ambientación. Aun así, Moore mantuvo su posición y en los créditos solo aparece mencionado el dibujante David Gibbons.

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