Alabemos a los libros…

Ernesto Martinez
El murmullo del librero
5 min readMay 29, 2015

--

A menos que no necesitemos leerlos

En un artículo en The New Republic, William Giraldi explica por qué los lectores y los escritores necesitan libros (artículo en inglés):

Para mucho de nosotros, nuestras colecciones de libros son, por lo menos de una manera importante, equivalentes a nuestros hijos — son manifestaciones de nuestra identidad, la corporeidad de nuestra identidad; son un interior dinámico fuertemente externalizado, una sensibilidad, una visión del mundo definida y objetivizada. Para los lectores, lo que leen es dónde han estado, y su colección es evidencia del viaje. Para los escritores, la biblioteca persona es su caja de herramientas que contiene los implementos necesarios para la construcción — no existe un escritor de excelencia que no es al mismo tiempo un lector dedicado — al igual que creciente recordatoria de la tarea a realizar: construir algo que sea digno de ser empastado y de ocupar un espacio en esos estantes, en todos los estantes. La biblioteca personal también suspira en reproche cada vez que uno está tentado de abrir la computadora y viajar de un página web más o menos ocurrente a otra. Si no sospechas de un escritor que no es un bibliófilo, deberías hacerlo.

Pero no son sólo libros lo que necesitamos, dice Giraldi, necesitamos libros físicos que podemos tocar y oler. No lo dice como un tecnófobo, y no presume de los distintos estudios que afirman que absorbemos y entendemos más de la página física que de la pantalla digital. En realidad, Giraldi argumenta, «como tantos puntos literarios que son dignos de enfatizarse, [este] es estético — Los libros son hermosos»

Hay algo, sugiere, en el hecho de estar sentado en medio de tu colección que te inspira. Giraldi cita a Sven Birkerts: «Sólo ver mis libros, notar su presencia, su proximidad a otros libros, me llena de un sentido de futuro».

Pero, ¿qué ocurre si simplemente hay demasiados libros en estos días? Eso, sin contar con la digitalización y los volúmenes previamente fuera de impresión, que actualmente están disponibles. Este es un problema que se remonta al siglo 15 cuando la imprenta estaba en pleno apogeo y 20 millones de libros se imprimieron en Europa.

Vivimos — y hemos vivido — en un mundo de «sobreproducción», afirma Tim Parks en el New York Review of Books.

Cuando ya estábamos agobiados con los libros de papel, dejándolos normalmente luego de unas cuantas páginas en busca de algo más satisfactorio, llega Internet y los libros digirales para que, maravillosamente, tengamos acceso a cientos de miles de novelas y poemas en este mismo espacio en el que estoy escribiendo.

Inevitablemente esto tiende a disminuir la seriedad con la que me acerco a cualquier libro en particular. Ciertamente la noción de que estos trabajos pueden ser clasificados en cualquier orden satisfactorio, o que pueda emerger un canon creíble, ya no existe. Estoy desorientado y no espero que las cosas cambien en el futuro cercano.

Desorientación, la incapacidad de crear un canon, los críticos culturales llamarían a esto descentralización — o desintermediación — de la autoridad. Un subconjunto de ellos diría que es una buena cosa y que vivimos en una época de negociación cultural.

Pero si hay demasiados libros, tal vez no deberíamos leerlos en absoluto. Tal vez sea más fácil — incluso mejor — leer simplemente reseñas y entender la esencia.

«[H]emos sido siempre lectores poco profundos», escribe Noah Berlatsky y no deberíamos preocuparnos de que nuestras pantallas digitales lo amplifiquen. Nuestra mejor manera de avanzar es ojear escrito tras escrito «y tener alguna idea al respecto».

Y aquí es donde Internet puede ser beneficioso para la cultura. Dónde más somos constantemente animados, incluso requeridos, para hablar creativamente e indefinidamente sobre obras que no hemos leido realmente y sobre cosas de las que sabemos poco?

Para Berlatsky, los libros son una «red cultural» en la que es más importante saber de qué se trata básicamente un libro y como se relaciona con otros, «que saber exactamente de que se trata un libro en particular».

O, como Pierre Bayard, autor de How to Talk About Books You Haven’t Read (Cómo hablar sobre libros que no has leído), menciona, «Ser culto es una cuestión no de haber leído algún libro en particular, sino de ser capaz de encontrar tu rumbo dentro de los libros como un sistema».

Fuerte, para el amante de los libros, por supuesto. Fuerte para el autor también.

El libro se convierte en un mero punto de datos en un sistema más amplio y es comprendido como un conjunto. Se convierte, en cierto sentido, en metadatos puros. O bien, en un mundo de medios de comunicación omnipresentes, en el que tenemos lo que parece ser una elección infinita sobre forma y contenido, el libro es simplemente relegado a una de las muchas opciones.

Clay Shirky ya lo mencionó hace unos años atrás:

«Al haber perdido su centralidad hace algunos años, el mundo literario esta perdiendo ahora su agarre normativo en la cultura. La amenaza no es que la gente deje de leer La guerra y la paz… La amenaza es que la gente deje de respetar la idea de leer La guera y la paz

Una vez más, la descentralización, la desintermediación y la negociación cultural. Esta vez no dentro de un conjunto de objetos culturales, sino en un nivel macro respecto a qué objetos nuestra cultura valora. Quizás no nos guste el resultado, pero no podemos negar la realidad.

En The Morning News, Nikkitha Bakshani escribe:

Un reporte de la UC San Diego publicado en 2009 sugiere que el norteamericano promedio se cruza con 100.500 palabras al día — mensajes de texto, emails, redes sociales, subtítulos, publicidad — y eso era en 2008. Datos recolectados por la empresa de marketing Likehack indican que el usuario promedio de redes sociales «lee» — o tal vez solo hace click en los enlaces — 285 piezas de contenido diario, un estimado de 54.000 palabras. Si eso es cierto, estamos leyendo una novela más larga que El gran Gatsby cada día.

Claro que la palabra «leer» está un poco diluida en este caso. Puedes hojear o atisbar, pero sigue siendo leer. Hablé con el escritor y ávido lector John Sherman sobre sus hábitos de lectura online. «Algunas veces, cuando digo que he leido un artículo», dice Sherman, «en realidad lo que quiero decir es que leí un tweet sobre ese artículo». El no es el único.

Ya no leemos por conocimiento, escribe, sino que consumimos lo que sea y donde sea en una perpetua búsqueda de información.

Sin embargo, el libro aún encierra la promesa de algo más. Dejemos que Giraldi nos lo diga:

Los lectores dedicados son precisamente aquellos que entienden el concepto socrático de que no somos lo suficientemente inteligentes, nunca seremos lo suficientemente inteligentes — los sabios son sabios siempre y cuando sepan que no saben nada. En otras palabras: alguien con todas las respuesta no necesita los libros. Anthony Burgess sugirió una vez que «book» (libro) es un acrónimo para «Box Of Organized Knowledge» (caja de conocimiento organizado), y que el coleccionista está exhaustivamente desesperado de tener proximidad con ese conocimiento — quiere ser protegido, abrazado por los libros.

Imagen: Sucked In And Drawn Along, por Lotus Carroll.

Publicado originalmente en The FJP Blog.

--

--

Ernesto Martinez
El murmullo del librero

esposo, padre de familia, librero, entusiasta de la tecnología 3.0 y su intersección con los libros y el conocimiento.