El deprimente lado negativo del genio creativo

Los escritores tienen mala fama por sus depresiones y relaciones sombrías. ¿Por qué?

Óscar Solano
Medium en español

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Sabiendo que su esposa estaba molesta con él por pasar más tiempo con su máquina de escribir que con ella, F. Scott Fitzgerald urdió un plan. No estaba orgulloso de muchos de sus cuentos (sólo incluyó 46 de sus 181 cuentos cortos en sus colecciones publicadas), pero sabía que con el fin de recuperar a su esposa, tendría que preparar algo rápido. Trabajando de 7 a.m. a 2 a.m., escribió «The Camel’s Back» para The Saturday Evening Post por una tarifa de $500. Esa misma mañana, le compró a Zelda un regalo con el dinero que había ganado.

«Supongo que de todas las historias que he escrito esta me costó el menor esfuerzo y quizás me dio la mayor diversión», comentó en la primera edición de Tales of the Jazz Age. «En cuanto al trabajo necesario, fue escrito durante un día, en la ciudad de Nueva Orleans, con el expreso propósito de comprar un reloj de pulsera de platino y diamantes que costaba seiscientos dólares».

Esto fue en 1920, y las frustraciones de Zelda todavía podían ser mitigadas con un regalo oportuno. (Después de todo, fue únicamente después de que Scott tuviera el dinero y el prestigio de la publicación de This Side of Paradise que aceptó casarse con él a principios de ese año.) No pasó mucho tiempo, para que Zelda se hartara del problema de bebida de Scott y su aislamiento, que ella arremetió, engañándolo con un aviador naval francés, mientras que Scott estaba trabajando en El Gran Gatsby en el sur de Francia. A partir de entonces, su matrimonio degeneró en peleas y un cóctel devastador de deuda, bebida y depresión maníaca.

«Los gastos excesivos de Zelda, su “apasionado amor por la vida” e intensas relaciones sociales, su respuesta melancólica a la decepción y la relativamente tardía aparición de su enfermedad (nació en 1900) apuntan hacia un trastorno de estado de ánimo, así como la alternancia entre la psicosis franca y una chispeante y provocadora personalidad», reseña un viejo artículo en el The New York Times Magazine que preguntaba «¿Cuán loca fue Zelda?».

Los Fitzgerald son quizás el mejor — o al menos el más intrigante — ejemplo de escritores cuyos talentos, cuando se mezcla con la depresión y los vicios (como el alcohol y los gastos excesivos), explotaron brillantemente y luego cayeron calamitosamente.

Pero, por supuesto, no fueron solo los Fitzgerald quienes lucharon contra la depresión y llevaron una vida que finalmente se salió de su control. Mark Twain, Tennessee Williams, Sylvia Plath, Emily Dickinson, Stephen King, Anne Rice, David Foster Wallace, incluso JK Rowling son sólo algunos de los escritores que han sido afectados por la enfermedad a la que Hemingway se refirió una vez como «recompensa del artista».

La teoría común de por qué los escritores a menudo se deprimen es bastante básica: los escritores piensan mucho y los que piensan muchos tienden a ser infelices. Añada a eso los largos períodos de aislamiento y los altos niveles de narcisismo que atrae a alguien hacia una carrera como la escritura, y parece obvio por qué podrían no ser el grupito más feliz.

Si se analiza un poco más profundamente, sin embargo, algunos resultados interesantes se revelan: hallazgos no solo acerca de la neurociencia de la depresión de escritor, sino de por qué Hemingway era tan horrible con Hadley, por qué Scott y Zelda se volvieron locos uno al otro, y por qué los escritores, en general, no son sólo personas deprimidas, sino también amantes terribles.

Hace unos meses, Andreas Fink, en la Universidad de Graz en Austria encontró una relación entre la capacidad de llegar a una idea y la incapacidad de suprimir el precúneo mientras se piensa. El precúneo es el área del cerebro que muestra los niveles más altos de activación durante los tiempos de descanso y se ha relacionado con la auto-conciencia y la recuperación de la memoria. Es un indicador de cuánto uno medita o reflexiona acerca de sí mismo y de las experiencias de uno.

Para la mayoría de la gente, esta área del cerebro sólo se ilumina en los momentos de descanso, cuando uno no se está centrando en el trabajo o incluso en tareas diarias. Para los escritores y creativos, sin embargo, parece que se activa constantemente. La hipótesis de Fink es que las personas más creativas están haciendo continuamente asociaciones entre el mundo externo y sus experiencias internas y recuerdos. No pueden centrarse en una cosa como la persona promedio. En esencia, su flujo de ideas siempre se está ejecutando — el grifo no se cierra — y, como consecuencia, las personas creativas muestran, tendencias maníaco-depresivos al límite de la esquizofrenia. En realidad, eso no es una hipérbole. Fink descubrió que esta incapacidad para suprimir el precúneo se ve más dominantemente en dos tipos de personas: los creativos y los pacientes psicóticos.

Lo que es tal vez más interesante es que este flujo de pensamientos y la introspección es aparentemente vital para el éxito creativo. En Touched With Fire, un libro que es un punto de referencia sobre la relación entre «la locura y la creatividad», Kay Redfield Jamison, profesor de psiquiatría en la Universidad Johns Hopkins, informó que las personas exitosas eran ocho veces más propensos que las personas «normales» a sufrir de una enfermedad depresiva grave.

Si se piensa en ello, sin embargo, este «éxito loco» tiene sentido. La buena escritura requiere de un pensamiento original y la reorganización inteligente de experiencias y pensamientos variados. Ya se trate de la primera pieza de Adam Gopnik de The New Yorker que relaciona el arte renacentista italiano con el Montréal Expos o Fitzgerald innovando el «Jazz Age» con su combinación de poemas de Princeton y la sensibilidad con la clase socioeconómica en This Side of Paradise, el trabajo de un escritor es remodelar una mezcolanza de viejas ideas en ideas totalmente nuevas. Al permitir que ingrese la mayor cantidad de información posible, los cerebros de los escritores y los artistas pueden ser arrastrados a través de su abundancia de pensamientos extraños y convertirlos en productos cohesivos originales.

No es una sorpresa entonces que Tim Burton, Quentin Tarantino, y los más salvajemente creativos escritores de nuestra generación tengan ideas tan extrañas: no pueden dejar de pensar, y ya sean agradables o macabros, sus pensamientos (que pueden convertirse en obras maestras como La Pesadilla antes de Navidad y Pulp Fiction) están constantemente fluyendo a través de sus mentes.

Aunque esta corriente de introspección y de asociación permite ideas creativas, el inconveniente es que las personas con «tendencias reflexivas» son significativamente más propensas a padecer depresión, de acuerdo con la psicóloga fallecida de Yale Susan Nolen-Hoeksema. La reflexión constante tiene un costo. Escribir, editar y revisar también requiere casi una obsesión con la autocrítica, la cualidad líder para los pacientes deprimidos.

De hecho, un estudio realizado por Nancy Andreasen en el prestigioso «Iowa Writers' Workshop» encontró que el 80% de los residentes mostraba algún tipo de depresión.

«Una de las cualidades más importantes [de la depresión] es la persistencia», dijo Andreasen. «Los escritores exitosos son como boxeadores profesionales que siguen siendo golpeados, pero no bajan la guardia. Van a seguir hasta que estén bien».

Mientras que a Fitzgerald le gustaba alardear de su talento en bruto que le permitió inventar historias inteligentes para el Post o The Smart Set en pocas horas, los biógrafos han señalado que pasó meses desbordado entre borradores: un perfeccionista haciendo revisión tras revisión. Para bien o para mal, la creatividad y el enfoque están inextricablemente vinculados. Como dijo Andreasen: «Este tipo de pensamiento es a menudo inseparable del sufrimiento. Si usted está a la vanguardia, entonces va a sangrar».

Esta mezcla incesante de análisis de pensamientos y la autocrítica significa que los escritores siempre están trabajando. Incluso la vida cotidiana es una tarea de escritor. En una entrevista con The Paris Review, Joyce Carol Oates dijo: «observo las cualidades de las personas, oigo retazos de conversaciones, tomo nota de las apariencias de la gente, la ropa, y así sucesivamente. El caminar y conducir un coche son parte de mi vida como escritor, de verdad».

Ahora, por sólo un segundo, dejemos de lado la reciente noticia de que el periodismo / escritura fue clasificado como el sexto trabajo más narcisista por la revista Forbes. Y no pensemos en el hecho de que la escritura no es sólo un trabajo solitario, sino también es uno que puede convertir a n paseo caminando o en coche en una forma de trabajo. En su lugar, céntrate en cómo la escritura se trata de ser capaz de crear y controlar un mundo.

Porque, ¿qué es escribir, sino una amalgama de nuestros pensamientos y experiencias rematada con cera y brillo?

Esta necesidad de control a menudo se traduce en la vida real, y viene a expensas de los sentimientos y los deseos de casi todo el mundo que les rodea. Los escritores son a menudo amantes terribles porque tratan a las personas reales como personajes, maleables y a su deseos como autores.

Cuando Charles Dickens tenía 24 (y era, según se dice, virgen), se casó con Catalina Hogarth, de entonces 21. Casi inmediatamente después de que se casaron, se enamoró de María, su hermana menor (tanto es así que más tarde se convertiría en la base para Little Nell en The Old Curiosity Shoppe). María murió poco después, lo cual resultó ser un golpe devastador para Charles, y el resto de su matrimonio Catalina futilmente trató de vivir a la sombra de su hermana. Después de 22 años y 10 niños con Catalina, Charles conoció a Nelly Ternan, una joven actriz, y decidiendo que estaba bastante cansado de su esposa, la dejó en a favor de esta nueva amante.

Como muchos otros autores, desde Fyodor Dostoevsky a Ezra Pound a V.S. Naipaul, Dickens no era una buena persona. De hecho, era una persona terrible y si la historia no hubiera tomado en cuenta la belleza de su ficción, habría sido recordado pobremente.

Los escritores pueden ser gente horrible, y su mezcla de depresión, aislamiento y deseo de controlar no solo a sus personajes sino a los «personajes» de sus vidas reales ha sido un destructor de relaciones por siglos.

(En cuanto al otro destructor de relaciones — la inclinación infame de los escritores por el alcohol — Gopnik postula: «La escritura es un trabajo en el que el equilibrio necesario para una vida sana de trabajo físico y simbólico ha ha sido completamente retorcido, o desproporcionado, y se cree que el alcohol (erróneamente) la reequilibra»).

Tratar de equilibrar el vicio, estar al límite de la enfermedad mental, y un desprecio por el mundo real en favor de los ficticios es quizás un acto noble pero sísifico para muchos escritores. Hacen lo que pueden, pero los más grandes creativos en la historia tienen demasiada neurociencia trabajando en contra de ellos, demasiadas ideas revoloteando alrededor de sus mentes.

Sería un tópico citar a citar Jack Kerouac diciendo: “Las únicas personas para mí son los locos, los que están locos por vivir, locos por hablar, locos por ser salvados” — y sin embargo es un cliché por una razón—. Las personas más fascinantes de la historia, los que marcan la diferencia, los que crean, podrían estar deprimidos, quizás ser románticos miserables, sin embargo, han contribuido más a la sociedad de lo que muchos de ellos sabrán.

De hecho, Fitzgerald murió pensando que era un fracaso. Él estaba en Hollywood haciendo «trabajo de escritorzuelo», mientras que su esposa estaba en un sanatorio suizo, y a menudo se sentía como si estuviera sosteniendo las cenizas de su vida en sus manos. Con sólo 44 años de edad pero viéndose muy envejecido, se sentó en su sillón escuchando a Beethoven, garabateando en el Alumni Weekly de Princeton y comiendo una barra de Hershey. Era una mañana invernal en 1940, y como si fuera propulsado por un fantasma, saltó de su silla, agarró un mantel, y se desplomó en el suelo. Murió de un ataque al corazón.

Zelda estaba demasiado enferma para llegar al funeral de su marido, pero solo unos pocos meses antes, había escrito a Scott con sorprendente lucidez: «Te quiero de todos modos —incluso si no hay ningún yo o ningún amor o incluso ningún tipo de vida— te amo».

Ella sabía que estaban locos, que su creatividad y el vicio y su perspectiva única sobre el mundo sería a la vez su mayor punto alto y más angustioso bajo. En la carta, añadió: «Nada podría haber sobrevivido a nuestra vida».

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