BurguerCangreburguer
7 min readMar 18, 2015

Cada semana, lanzamos una nueva entrega de la Mini-Serie de Matter: «El amor en los tiempos del TQM». Es la historia de cómo dos personas se conocieron y enamoraron en el siglo XXI — una historia sencilla, pero no.

La semana pasada, conocimos a Anthony, que tiene 16 años y vive en Gales, excepto que no es tan de Gales como de Twitter, Homestuck o Kik. Anthony se está enamorando de Charlotte de Homestuck, de Twitter, o Tumblr, o San Diego.

3.

Los resultados son visibles

por Taffy Brodesser-Akner
Ilustración por Angie Wang

Hay una barra de labios púrpura particular que hace Chanel que empecé a usar hace dos años que no es muy oscura ni muy pastel, más bien un lavanda con algo de profundidad. La adquirí cuando el pintalabios púrpura que usaba de Nars empezó a darme un tono cetrino alrededor de la mejilla y oscuro bajo el ojo. Se me acabó ese pintalabios particular de Chanel, lo que me obligó a ir a Nordstrom a esperar mientras la señora tras el mostrador buscaba y buscaba y luego me daba las noticias, que ya no se fabricaba, y que quizás debería probar el 43, que no es muy diferente del 42. Pero esto es una historia de amor, y Anthony y Charlotte podrían decirte ya que el amor no es sobre aproximaciones; no, es sobre precisión. He pasado tanto tiempo con ellos últimamente, ¿mi cadencia? ¿bajar el ritmo? ¿y de repente presentar una nueva entonación? ¿que nunca había tenido? Pero cuando era joven nunca iba a Chanel. Cuando era joven, Maybelline me sentaba bien. Todo me sentaba bien.

De todas formas, la mujer, con sus mechas a rayas de Nueva Jersey, me tentaba, insistía. Decía que no le había dado una oportunidad al 43. Le dije que no me gustaba. Me dijo que no podías ponerte el 43 sin nada más, sin colorete o sombra de ojos o quizás un poco de máscara. Si sólo le dejase aplicarme un maquillaje normal, podría ver cómo de bien se vería el 43.

Así es como se quedan contigo. Me estoy acercando a los 40 y lo sé, pero también sé qué batallas se pueden ganar. Sé que alguien que ha ascendido en Chanel y arañado su camino hacia Nordstrom tiene habilidades especiales, y honestamente, me estoy acercando a los 40, y estoy exhausta y quizás tiene razón. Quizás no le estaba dando una oportunidad al 43. Así que le dejo que saque una paleta para aplicarme colores en la cara y que yo me vaya a casa con pelos que parecen antenas, mallas, un sujetador deportivo, una camiseta de embarazada (el más pequeño tiene 4 años) y la cara llena de maquillaje Chanel.

La mujer se inclinó hacia mi cara, me miró en un ojo, luego en el otro, y susurró un mensaje con aliento a Trident: «Tus ojos están tan secos, Taffy». (Se les enseña a usar tu nombre, Taffy). Asentí y se me humedecieron un poco. Sí, mis ojos están tan secos. Lo he visto todo, he llorado un billón de lágrimas, señora de Chanel, y la sal de esas lágrimas ha deshidratado la piel alrededor de mis ojos, y pronto tendré 40. ¡Pronto tendré 40!

Últimamente había estado notando cierto agrietamiento en mi cara que sólo había visto en gente que sabía que eran alcohólicos o fumadores, como si estuviese vacía o gris. Mis manos se han vuelto blancas y harinosas como si me hubiese puesto polvos para una rutina gimnástica. Hace diez años, me mudé a Los Angeles desde Nueva York, y todo el mundo me advirtió, todo el mundo me dijo que tuviese cuidado, el ambiente es muy seco allí. Ahora me he mudado de nuevo a la Costa Este y mi piel parece vacía, desalojada, y todo el mundo dice que es el invierno, el seco invierno. Yo les creo, ¿por qué no debería?

De pronto necesitaba hacer lo que fuese para detener la sequedad. Tenía que darme cremas, día y noche si es necesario, para revitalizar las líneas hasta que estuviesen mullidas como un bebé. Me enseñó una delicada crema de ojos, pero yo no estaba en una situación delicada. Yo necesitaba yeso o cemento. Necesitaba ectoplasma, necesitaba que adolescentes cristianos rezasen por mí. Necesitaba algo para recuperar todo lo que se había perdido. Me levanté con pánico, caminé por la planta, fuera de la zona de influencia de la mujer de Chanel, a un área donde ella no tendría poder, a un mostrador que presentaba un contorno de ojos que contenía platino. ¡Platino! Una mujer frotó ese mejunje en la piel bajo mis ojos y esperé a que brillasen, pero todavía había líneas, aún estaba la sequedad. «Llevará un tiempo», dijo la mujer mirándome de arriba a abajo, sabiendo que aún no había puesto tiempo en nada más de mi apariencia. «No sucede de un día para otro». Eso no era suficiente. Me paseé por la planta de cosméticos, sudando y con los ojos como platos, buscando otro ingrediente milagroso: crema de colmillo de elefante, leche de testículo de mono, lágrimas de monjes tibetanos, sangre de bebé probeta prematuro, semen de chivo — lo que fuese.

¿Cuándo sucedió esto? ¿Dónde se fué el color? Había vigilado de cerca, segura de que la edad no llegaría si permanecía vigilante. Pero el pintalabios de Nars no había empezado a hacerme parecer cetrina. La vida me había dado el tono cetrino. Mi cuello estaba empezando a hacer cosas raras. Cada vez que se me veían las raíces, se veían más. Mi madre me había dicho que usase guantes de latex para lavar los platos, y no lo había hecho, y ahora casi no podía mirarme las manos. Tecleo esto ahora, y ahí están, justo delante mío, para siempre delante mío, por favor no me enfrentéis con mis fracasos, no los he olvidado.

Me senté en la barra de Clinique. Clinique, donde compré mi primer cosmético — un bote de brillo de labios llamado Black Honey hace 400 años como mínimo — . Una mujer sostenía un tubo plateado que parecía una vacuna retenida en un edificio del Centro para el Control de Enfermedades. «¿Usas algún sérum?» Le preguntó qué coño era un sérum. Se llenó con el entusiasmo de mil soles y dijo, «¡A mí me gusta decir que es de todo menos húmedo!» ¿Todo? ¿Todo? «Todo». Todo.

Me miró solemnemente, por toda mi cara, de arriba a abajo, asintiendo como si finalmente supiera, y me habló de la tecnología Custom Repair™ utilizada, cómo el sérum de alguna forma sabía qué había de malo en mí y mi piel, personalmente, privadamente, y cómo sabía cómo callarse y ponerse a trabajar. Me puso un poco en el dedo y me dijo que me lo frotara en la frente.

«Los resultados son visibles», me dijo. ¿Dónde? ¿Ya? Esperé, mirándome en el espejo, y todo lo que ella preguntó fue: «¿Tienes una buena hidratante?» Por la forma en que dijo buena, era como si todo lo que me había estado haciendo falta era la habilidad de externalizar el conocimiento, que habría tenido que poner en manos ajenas hace mucho. Imagíname — en mi recuerdo me sostiene la cabeza con las manos, y las preguntas se hacen con pena pero eso no puede ser cierto, ¿verdad? — con las lágrimas amontonándose de nuevo, mirándola desde abajo, iluminada por las luces del centro comercial. «Taffy, ¿tienes una buena hidratante, Taffy?» «No tengo una buena hidratante», respondí, mis ojos en el espejo como grandes ojos de Margaret Keane, pero con preocupación e inquietud. «No la tengo».

Llegué a casa y descargué los productos, comprados bajo un hechizo que apenas puedo recordar. Las hidratantes estaban marcadas como «Explosión Juvenil». Había estado dedicando tanto tiempo a Charlotte y Anthony últimamente, escuchándoles e intentando entenderles, que lo único en lo que podía pensar era en que gracias a Dios ya no era juvenil. Me lo apliqué todo, el sérum, la Explosión Juvenil del día, la Explosión Juvenil de la noche, cada día durante una semana, frotándolo contra mi piel como si dentro de mi cara hubiese un genio que quería hacer emerger. Nada cambió. Las reparaciones no aparecieron. Los resultados no eran visibles. No hubo explosión de juventud. Aún era mi yo inteligente y maduro. Seguía sin hacer cosas estúpidas. Seguía envejeciendo como de alguna manera pensé cuando era joven que nunca lo haría. Seguía sin poder mirarme directamente las manos, que ahora parecían haber sido cubiertas por una finísima capa de papel crepé. Un mes después, mis ojos seguían secos, y entonces supe que mi problema no era tópico. La sequedad venía de dentro. Me estaba secando desde dentro.

Te cuento esto para que puedas entender que puedes poner tus manos en la cara de Charlotte — te dejará hacerlo si lo pides amablemente — y que sus labios son de color de sorbete de sandía, y su piel rosada rebota cuando la tocas, como si le hubiesen dado Custom Repair™ para beber toda la vida en lugar de agua o leche, boyante y sonrosada.

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