Cómo ser un fantasma

Evelyn Wittig
5 min readMar 4, 2015

Depresión, suicidio, y la vida detrás del velo.

El término suicidio es supuestamente la forma «neutral» del Latín de su término anterior, «auto-asesinato», que dominó el léxico de la Edad Media. La frase alemana, que se originó durante la segunda mitad del siglo XVIII, Selbstentleibung, va más en línea con lo que con frecuencia me encuentro considerando: «auto-separación del cuerpo». De muchas maneras, yo vivo mi vida en un estado de disociación de mi cuerpo.

Una niña que era descrita con frecuencia con un «vive en su propia cabeza» o «perdida en sus pensamientos», no fue hasta que estuve tan enferma que casi conocí mi fin que fui forzada a reconocer que poseo un cuerpo. Que yo soy un cuerpo.

Mi marca particular de depresión clínica es muy directa: historia familiar + niñez traumática + enfermedad crónica = una primera gran depresión clínica antes de ser mayor de edad, una segunda dentro de los siguientes dos años.

Conozco muchas personas que luchan por entender como pueden estar deprimidos cuando sienten que «lo tienen todo»; todo quiere decir que tienen un buen trabajo, una linda casa, una familia, un matrimonio aceptable. Todo esto es de alguna forma negado por el hecho de que tienen una química cerebral torcida. Como si su depresión fuera una asalto personal a sus vidas. Como si fuera un tipo de comentario en sus expectativas contra su realidad.

La depresión no es así de simple y mientras nosotros (¿más o menos?) lo entendemos ahora, ¡gracias a la CIENCIA! Hay todavía muchos malos entendidos acerca de como se siente estar deprimido. Probablemente está al menos relacionado con por qué experimentamos dolor sutilmente de diferentes formas; proverbialmente todos estamos más o menos conectados de manera diferente.

Algunas veces los cables están cruzados, o cortados, o quemados. Lo que queremos, lo que necesitamos para sentirnos vivos, es esa energía que pulsa alrededor del mismo cable: la electricidad a la que llamamos alma.

La primera vez que consideré la posibilidad del suicidio tenía ocho o nueve años y estaba en el baño rosado de nuestra antigua casa. Mientras hacía pipí, me gustaba leer la parte de atrás de las varias botellas de champús, lociones y limpiadores — más que nada para retarme a leer los largos nombre de los químicos—. Me gustaba leer y no importaba que fuera: disfrutaba observando las palabras.

En este particular viaje a la biblioteca urinaria tomé una botella de cloro que mi madre supuestamente había usado para limpiar. En retrospectiva, yo estaba segura que había una conexión entre el olor a vómito limpiado y los largos viajes de mi madre al baño color rosa pálido. Si eso fue lo que subconscientemente movió mi curiosidad, no lo sé, pero al leer la advertencia en la parte de atrás de la botella me sentí emocionada — una descarga de adrenalina, el sentimiento de que un gran secreto me había sido revelado en la advertencia de la botella de Clorox.

Mantener fuera del alcance de los niños.

Inmediatamente quedé horrorizada y encantada de tener en mis manos algo que supuestamente no tenía que estar a mi alcance. La emoción fue rápidamente reemplazada por una idea repentina e indiscreta: esta cosa puede matarme.

El pensamiento no me dio nada de miedo. Lo encontré curiosamente tranquilizador.

Ahora sabía que había una salida.

Me subí los pantalones y coloqué el cloro de regreso en su lugar al lado de la tina, sin darme cuenta de que lo que había descubierto — y lo que me atormentaría de ahí en adelante — era mi necesidad de una vía de escape.

Tal vez mi ideas suicidas no son tan públicamente conocidas como otras. Raramente he sentido, en esos momento de pensamientos desesperados, que yo quería morir. Era más bien que no quería vivir. No estaba deseando el cielo ni nada. Querer morir no es lo mismo que no querer vivir — lo primero es activo y lo segundo es pasivo—. Mi fantasía suicida favorita, es simplemente, que me quedo dormida y no despierto más, solo me desvanezco en la nada. Separación del cuerpo.

La cosa acerca de la depresión es que aún cuando las cosas van bastante bien — tengo mucho por lo cual seguir adelante y sobrevivir la mayoría de mis días relativamente ilesa — hay todavía una marcada sensación de bah que impregna mis horas despiertas. Incluso cuando las cosas no son tan terribles, si alguien dijera «¿oye, quieres dormirte para siempre?» No dudaría en tomarles la palabra.

Pero no se engañen. No es el sueño lo que ansío; es el no-despertarme.

La depresión no es necesariamente sentirse «triste» o «de bajón» — en realidad para mí, la depresión es no sentir nada—. O, a lo más, sentir en un espectro muy angosto. Lo que me viene a la mente es «ella cubre toda la gama de emoción de la A a la B» — excepto que es más de esta forma «ella cubre toda la gama de emociones de la “A”, mayúscula, a la “a”, minúscula.»

Tal vez es por eso que los sentimientos suicidas son más como un velo bajo el cual he vivido todo el tiempo. Como la señorita Havisham en su vestido de novia, mi percepción entera es filtrada a través de este encaje amarillento que no me puedo quitar, a pesar de que otras personas insisten en que podría si solo lo intentara. Desde su punto de vista pareciera que el velo esta puesto sobre mi cabeza, para ser removido fácilmente si lo levanto, pero lo que ellos no ven es que lo he usado por tanto tiempo que mi piel ha crecido alrededor del encaje, haciéndolo parte de mi. Yo realmente no quiero usarlo, pero si lo cortara, partes de mi se irían con él. Yo sangraría.

Incluso con las pastilla de serotonina que me tomo con el café de la mañana, todavía me siento más o menos vacía. La depresión no me lastima más, pero tiene una manera de robarme la alegría. Supongo que porque estoy tan vacía, la voz de este demonio hace un eco a todo volumen en mi cráneo. He tratado de llenar mi vida, mi ser, con trabajo, experiencia, personas, literatura, paseos por lugares hermosos, todo lo que creo que un cuerpo querría. Sin embargo, siempre me pasa de largo.

Nada se queda.

En ese sentido la depresión me ha vuelto un fantasma. Mis transparentes horas despiertas pasan desapercibidas por muchas personas con las cuales interactúo, porque tú solo sabrías que estás hablando con un fantasma si estiras la mano para tratar de tocarlo. Nadie me toca ya.

Lo que continúa confundiéndome, y lo que tal vez lo ha hecho desde el día en que entré al baño como una niña corpórea y salí como una aparición, es lo siguiente:

¿A quien estoy acechando?

Si estás luchando con depresión o pensamientos suicidas, hay personas que quieren ayudarte. La National Suicide Prevention Hotline: 1(800) 273–8255, el directorio internacioonal de ayuda si no estás en los EE UU, y iamalive.org, un chat para prevenir el suicidio y dar soporte en caso de depresión, si no te sientes cómodo o no te es posible usar el teléfono.

Gracias a: @perpetualfuss

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