Adónde van tus amigos cuando mueren

Israel Torres
4 min readJan 23, 2015

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Conforme pase el tiempo, y si vives lo suficiente, terminarás sufriendo la pérdida de un ser muy querido. En mi caso, sucedió durante las vacaciones navideñas de mi segundo año en la universidad.

El nombre de ella es Chase Parr. Éramos muy cercanos, y ella era lo más parecido a una estrella alrededor de la cual orbitaba toda una generación de adolescentes en Denver.

Han pasado ya siete años desde su accidente, y siento que su recuerdo se está desvaneciendo de mi cabeza. No puedo evocar su imagen con el lujo de detalles que alguna vez he sido capaz. Ya no aparece en mis sueños con la frecuencia con que solía hacerlo. Y todos los años, cuando nieva y comienza el ajetreo sabor a rompope de las fiestas cercanas, me pregunto si terminará desapareciendo para el año que viene.

Los recuerdos lúcidos que tengo de Chase están bajo llave. Algunos son tangibles. Por ejemplo, jamás me acordé de regresarle su copia de «Si una noche de invierno un viajero», libro que leí con una foto del último año de secundaria que ella me regaló como separador. También hay un collage interminable de fotos de Facebook en donde aún está etiquetada; así como algunos registros de charlas en AIM y correos electrónicos con lilyellowducky@gmail.com como remitente.

Después están los detalles generales más grandes. Cuando conocí a Chase, yo era un sujeto bastante solitario. Solía pensar que mi generación era engreída y predecible. Chase, quizá sin intención, me hizo darme cuenta de que desperdiciaba bastante tiempo criticando a todo el mundo en mi computadora. Sus amigos eran geniales. Ella misma me educó. Discutíamos a gritos sobre todo tipo de cosas en cafeterías hasta que nos echaban del lugar. Fue mi novia por algunos meses antes de que termináramos la secundaria; y el día del baile de graduación, fue ella quien sujetó esto a mi saco.

Duele perder a alguien que amas porque es algo que tienes que repetirte constantemente.

Chase está muerta.

La noticia me llegó por mensaje de texto, lo que después corroboré en una búsqueda de Google. No intenté siquiera negarlo. Yo sé que suceden cosas horribles cuando menos te lo esperas. Yo sé lo peligrosas que son las tormentas de nieve y las autopistas. Yo sé que los camiones semirremolque son mucho más grandes que los Subarus. Quiero creer que nadie tuvo la culpa. Que fue un accidente, lo que usualmente suele pasar.

En los días que le siguieron, me sentía indiferente. Estaba de vuelta en Denver con un montón de anécdotas de mi primer semestre en una nueva universidad y una cinta de video de 16 milímetros. Todo lo que quería era contárselo a Chase.

Pero Chase está muerta.

De vuelta a Nueva York terminé encontrando miles de maneras de llegar a la misma conclusión. Todas ellas proviniendo de detonantes obvios y otros no tanto. Cada vez que leo algo que creo que la haría reír, la escucho reír en mi cabeza. A veces no puedo evitar desear presentarle a alguien que acabo de conocer y que me agradó.

Es así como comienzas algo así como una neurocirugía discreta. Aprendes a eludir la conmoción inicial. Te abres a nuevas amistades. Comienzas a doblar el origen de tus asociaciones. Pero aun así te llega a tomar por sorpresa.

Años más tarde, me encontraba caminando por las calles de East Village. Se ponía el sol, se escuchaba el bullicio de la ciudad, y de repente comenzó a nevar por primera vez en la temporada. Sonreí durante unos cuantos pasos, observé algunos copos cayendo a la deriva frente a una farola y me desmoroné en la acera.

Fue entonces cuando me di cuenta de que la nieve me recordaba a Chase. Me la recordaba como lo hacen las ciudades y los momentos perfectos.

Chase está muerta. Pero no se ha ido.

Han pasado siete años ya. Rara vez me pongo a pensar en Chase. Pero llegar a estas alturas no fue nada fácil. Mi mente está tan llena y enredada con referencias a Chase que he intentado alterar u olvidar para siempre, pero sé que eso no sucederá. La impresión que dejó sigue viva en mí hasta el día de mi muerte.

No creo que exista un «cielo» adonde vayan los buenos. Tampoco creo que Chase esté sintiendo paz. Cuando pierdes a alguien que amas, ellos están en un más allá, aquel en el cual todos los vivos nos despertamos y vivimos todos los días.

Y, sin embargo, un día me encontraba dentro de una iglesia la Navidad pasada admirando las flores de Nochebuena y recordando a Chase. Nuestro pastor decidió omitir el pasaje bíblico usual y terminó su sermón con la letra de una canción de Leonard Cohen que vale la pena recordar cuando te ves forzado a recordarte una verdad que no deseas aceptar.

Toca las campanas que aún pueden sonar.

Olvida tu ofrenda perfecta.

Siempre habrá grietas,

grietas en todas las cosas.

Y por ellas es como la luz se infiltra.

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