Renueva radicalmente tus relaciones en 2,25 horas

BurguerCangreburguer
7 min readJan 8, 2015

Con tus padres, tu gato, tus posibilidades en Tinder, tus amigos e incluso con la humanidad

En primer lugar, llámalo amor.

Es el momento. Y así es como lo hace C. S. Lewis. Y retira la palabra «relaciones» —ese bocado oficioso prestado del mundo de los objetos, en el que una relación es correctamente «norte» o «tangencial»—. Cámbiala por amor. Una vez escuches a Lewis exponer sobre su preciada palabra de cuatro letras en el acento de Oxbridge-Ulster más estruendoso que hayas escuchado jamás, te preguntarás por qué has tardado tanto. Con este fin, os mando la conferencia de Lewis, «Cuatro amores», una actuación en radio del mismo Lewis, en 1960, que se presenta en mp3 por sólo más de dos horas y cuarto.

Introducción de C.S. Lewis para “The Four Loves”

Lewis te hará un experto en amor, como quizás ya eres un experto en café o tacos. Para empezar, distinguirás cuatro tipos. Lo ideal sería que los aprendieses por sus nombres griegos, los que Lewis utiliza en su acento no griego. Más que el acento: el drama de Sean Connery que Lewis deriva de incluso las palabras en inglés más comunes constituye octavas operísticas en miniatura.

Ya no le dirás a OkCupid que estás buscando una r — ción de una u otra variedad administrativa, sino el amor —el jodido Eros—. Puede que con un poco de la jodida Philia, amistad. Y donde quiera que vayas en el 2015, lo que vas a buscar, lo que vas a cultivar, lo que vas a refinar, lo que vas a soñar, lo que vas a saborear, lo que vas a tratar de no pervertir o meramente aproximar sino más bien santificar será el amor.

El amor por tu perro, tu jersey más suave y tus hijos se nombra con la palabra griega Storge, de la que dudo si dar una guía para pronunciarla porque espero que sigas la de Lewis. Dice algo exquisitamente feo como stouu-gui.

Esta palabra para «afecto» es música ideal de tabaco masticado para lo que Lewis llama el tipo más «humilde» de amor, definido por «ronroneos, lametones, habla infantil, leche, calor, el olor de la vida joven». Es el generoso don de la vida que da una madre a su descendencia que también sirve, a veces a traición, como cumplimiento de su propia necesidad: «Ella debe dar vida, o morir. Ella debe dar jugo, o sufrir».

El estudio de C.S. Lewis, y una paradigmática silla Storge.

El propietario de un perro, que da un vuelco a su vida por una criatura que representa la demanda pura, necesita ser necesitado de la misma manera. Su Storge se presenta como un anhelo profundo por su cachorro, para quien debe hacer poco más que gastarse a sí mismo; adquirió el perro con el fin de ser su soporte vital. (Como Stephen Budiansky argumentó sorprendentemente en 1999: «Los perros pertenecen a ese selecto grupo de artistas de la estafa en lo más alto de su profesión, los que nos limpian los bolsillos y nos dejan sonriendo al respecto».)

Hay algo doméstico, vergonzoso y nada chic, según Lewis, sobre el Storge. El objeto del Storge incluye «lo feo, lo estúpido, incluso lo exasperante». Tiene una cara que sólo una madre podría amar. Escenificar Storge en público, Lewis dice, es como tirar tu silla más cómoda por una mudanza, cuando su tela y cojines manchados «se ven en mal estado o de mal gusto o grotesco a la luz del sol». Pero, oh cómo acaricias y te acurrucas y amas esa silla (y al niño maleducado y al chucho ladrador) colocada en su lugar.

De esta manera el Storge —un amor profundamente sentimental e incluso empalagoso, legible ahora en las fotografías de gatitos e himnos al hogar de Dolly Parton, y pervertido grandiosamente en las fiestas, como ese entrometimiento íntimo que algunos llaman «codependencia»— procede. En su forma más saludable, es el afecto familiar, no ganado y fácil, que se define por la tolerancia divertida, extrema facilidad física y casi ceguera a los defectos. Para Lewis, es el único de los cuatro tipos de amor al que no se asciende; más bien te hundes en el Storge.

Lo siguiente que vas a aprender es Philia. Para los oídos de hoy, el rescate galante de Lewis de la amistad masculina, que él ve como algo precioso y problemático porque hay aguafiestas que podrían juzgarlo gay, suena extraño en la era del orgullo gay, la postergación del matrimonio y las vastas redes de amigos sin vergüenza. Yo escuché y re-escuché la extraña declaración de Lewis:

Por supuesto admitimos que, aparte de una esposa y una familia, un hombre necesita unos cuantos «amigos». Pero ya el tono de la admisión, y el tipo de relaciones que los que la hacen describirían como «amistades», muestran claramente que de lo que están hablando tiene poco que ver con esa Philia que Aristóteles clasificó entre las virtudes.

Y yo mentalmente lo re-escribí para nuestros tiempos de esta manera: «Por supuesto admitimos que, aparte de amigos, un hombre necesita “una esposa y una familia”».

Los amigos hoy en dia fraternizan sin comillas y son considerados indispensables para la cordura. Las «relaciones», por el contrario, vienen y van, y los hijos son, para los mejores ensayistas del amor, sublimemente opcionales.

Aquí, también, C.S. Lewis parece estar totalmente equivocado, aunque con el mismo estilo de siempre: «Sin Eros (amor romántico) ninguno de nosotros habría sido creado, y sin Afecto ninguno de nosotros habría sido criado; pero podemos vivir y procrear sin Amistad. La especie, biológicamente hablando, no tiene necesidad de ella».

El pánico a los gays de mitad de siglo (del cuál Lewis vierte un poco aquí) evidentemente puso un silenciador en la amistad masculina —del tipo ennoblecedor, viril y un poco gay que Lewis famosamente compartió con J.R.R. Tolkien y que Frodo compartió con Samsagaz Gamyi—. Lewis, defendiéndolo, da un panegírico que trae al oyente un subidón que deja sin aliento, que habitualmente reservo para los discursos de Samsagaz.

Siguiente, Eros. Este es el que, por supuesto, estaba más emocionada eróticamente por escuchar de Lewis, pero de algunas formas es el más banal. Como gloriosamente banal. El apareamiento y emparejamiento son tan debatidos y asesinados por disección en nuestra era, que la simple afirmación de Lewis sobre la inevitabilidad y el encanto duradero del amor romántico consiguió hacer desaparecer las espinas ficticias del no-problema del romance. Claro que la gente se encuentra, en su mejor momento, y se enamora; claro que se juntan y conviven y quizás son bendecidos con niños. (Si no, mucho más Eros para ellos, y Storge para sus mascotas y sillas.)

Lewis se toma tiempo para atacar la cháchara de mitad de siglo sobre la prevalencia del amor de pene y vagina antes que todo lo demás. Siempre magnánimo, naturalmente ve la sexualidad de la década de 1950 como una absurda reducción de Eros a su componente más (buenamente) tonto. Cita una anécdota sobre el divorcio para hacer un argumento simple y adorable —y para mí definitivo— a favor de la monogamia y en contra de la infidelidad. Según él, el adulterio es deshonesto y cruel y representa una traición al Eros, que tiene sus propias leyes y placeres.

Finalmente viene Agape. Como agave con una p. (Nota: en esta época en que la dieta hace de vida moral parece que conozco el nombre de un dudoso sustituto del azúcar más que la palabra antigua para caridad.) Aquí debo dar un aviso. Aunque el científico social ateo Jonathan Haidt usa la palabra Agape en su brillante libro «La Hipótesis de la Felicidad», Agape no figura para la mayoría de otros ateos y científicos, que generalmente ven al individuo como responsable sólo de sí mismo, su pareja, su herencia genética, y su tribu. Pero aquí Lewis pone sus cartas sobre la mesa y habla abiertamente del «amor de Dios por el hombre y del hombre por Dios».

No dejes que esto te decepcione. O te haga sentir engañado. Vale la pena introducirse —y dejar que el amor sea general, o llámalo naturaleza, silencio o conexión ambiental—. Cierto, Lewis ha sugerido durante la conferencia que el amor por la familia y mascotas, el amor erótico-romántico y el amor por los amigos se hace mejor cuando se ve como parte de un amor más general —o más bien que forman parte del amor divino que todos llevamos dentro.

Pero es sencillo hacer esto pagano o naturalístico. Estamos hablando de Griegos, después de todo. La forma de pensar en esto sin Dios es imaginar —sólo imaginar— que nuestros amores imperfectos de aqui abajo entre nuestros descendientes raros y colegas idiotas son un pedazo de lo que (esto es real, no apócrifo) Einstein decidió tomar como la amigabilidad general del universo. Hacemos lo mejor que podemos con este amor, intentando en vano, pero con buen humor, hacerlo perfecto, de la misma forma que los matématicos de la tradición de Gödel consideran su trabajo con números y ecuaciones aproximaciones de la vida platónica de los números y ecuaciones de ahí fuera.

Amo (por usar la palabra de una forma que Lewis desaprueba) esta idea. No sé cuál es la verdad del amor. Pero con mi pareja, mis padres, mis hijos, mis amigos en la vida y en internet, mis colegas, conocidos y extraños, intento averiguarlo. Muchas de mis suposiciones son erróneas. Por ejemplo, mis muestras de entusiasmo por las ideas de mis amigos no cumplen con la Philia cuando suponen interrupciones y discursos míos. Eso fue una suposición de amor que ha ido mal durante muchos años.

Así que poco a poco voy haciendo nuevas suposiciones. Las conferencias de Lewis me han ayudado inconmensurablemente a refinarlas, e idealmente a revisarlas en mi crudo acento americano.

«Los cuatro amores» es considerada por la revista AudioFile «la madre de todos los programas de radio sobre amor y sus vicisitudes» y la melodiosa y cordial grabación aún canta, incluso 55 años después de ser emitida en la radio americana. Escucha. Y ámala, u—alternativamente — ódiala.

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