Palabras mágicas

El perdido arte de decir palabrotas.

BurguerCangreburguer
6 min readJul 6, 2015

Desde los albores del tiempo, el lenguaje ha sido tanto una bendición como una carga para la raza humana. Y todo empezó, podría decirse, cuando decidimos que simplemente no había suficientes gruñidos, rugidos y bramidos para expresar la intensidad de nuestros sentimientos y la complejidad de nuestros pensamientos. Al principio, imagino que los humanos usábamos sonidos sobre todo para indicar cautela, alarmar, o como una forma de comunicación autóctona. El lenguaje tal como lo conocemos empezó tan limitado como primitivo, una serie de sonidos guturales que comunicaban conceptos simples como fuego quema, yo-hambre y ¡Un león! ¡Detrás de ti! (Casualmente las mismas frases que oirás en casi cualquier barbacoa sudafricana.)

Rápidamente nos sentimos insatisfechos con este arsenal claramente inadecuado, y así empezó nuestra cruzada hacia la iluminación expresiva. Este viaje para ampliar nuestros vocabularios nos trajo inevitablemente al presente, donde hemos inventado sonidos no sólo para describir lo que podemos tocar, saborear, oír, ver y sentir, sino también todas las otras cosas, las cosas invisibles. Ansiedad, soledad, miedo, odio y amor. En estos tiempos, mientras conceptos complejos como amor y odio suponen una amenaza inmediata mucho menos que, digamos, un tigre con dientes de sable (aunque no menos mortal), para nosotros son un sentimiento tan real como cualquier otro. Y todo porque tuvimos que abrir nuestras putas bocazas e inventar el lenguaje.

Que te jodan

Entonces, ¿exactamente cuándo entran las palabrotas en este enorme léxico multi-propósito? ¿Qué son? ¿Son sonido que se han vuelto hábito? ¿Cómo hola, adiós o bien gracias y tú? Seguro que no. ¿Son sólo sustitutos de intercambios más funcionales y satisfactorios? ¿Son simplemente malos intentos de expresión básica, diseñados por aquellos demasiado vagos para aprender nuevas palabras? Tras mucha investigación iluminadora y escarbar un poco, puedo confirmar con bastante seguridad que estas nociones son una gilipollez total. Las palabrotas son palabras mágicas.

Sí, maldecir debería ser un hecho raro — no porque las palabrotas por si mismas deban evitarse por completo, sino más bien las situaciones que las requieren — . Si se me permite citar a George Carlin:

«No hay malas palabras. Hay malos pensamientos, malas intenciones… y palabras».

El asunto es que no hay nada fundamentalmente malo en una palabrota en sí misma. Las palabrotas más usadas son como los signos de exclamación múltiples: a algunas personas, dios les perdone, les encanta usar ambos. Condimentar demasiado tu lenguaje con palabrotas picantes sólo consigue un poco más que un no-intercambio diluido, una forma de comunicación tan tediosa que empieza a chirriar. Sospecho que la gratificación que uno disfruta al maldecir es resultado de una fonética físicamente placentera, quizás incluso del ritmo de los sonidos, o de la combinación de estos dos factores.

Gilipollez total

Es importante recordar que no hay gente que maldice y gente que no maldice. No es tan blanco y negro. Todos maldecimos a nuestra manera. Claro que hay gente por ahí que se niega a usar las palabras que la sociedad ha considerado como «inapropiadas», pero la mayoría de las veces verás que estos individuos sustituyen las palabrotas — a menudo con palabras increíblemente similares como jobar en lugar de joder — con la misma intención y el mismo efecto. Luego podemos determinar que el arte de maldecir (porque es eso definitivamente lo que es: un arte) puede ser promovido, nutrido, perfeccionado y en definitiva empleado todo su puto efecto cuando el momento lo pide.

El autor y humorista estadounidense Mark Twain tenía la idea de que maldecir podía traer más desahogo que rezar. De hecho, muchas personalidades históricas renombradas y celebradas han demostrado ser más que adeptos al arte de maldecir. Si quieres sacar una hora del libro de uno de los señores más expertos en insultos de nuestra era, no busques más allá del poeta, dramaturgo y actor inglés William Shakespeare, que acuñó cientos de cantarinas gemas literarias en su tiempo. Por ejemplo, usted es tan repugnante como un sapo, usted es tan gordo como la mantequilla y (mi favorito), usted es el hijo y heredero de una perra callejera. Calidad.

A veces, maldecir puede significar un cambio masivo en la percepción. Por ejemplo, en la fenomenalmente exitosa serie Harry Potter de la novelista británica JK Rowling, no había ni una sola para maldecir (aparte de en el sentido mágico) justo hasta Harry Potter y las reliquias de la Muerte, el séptimo y último libro de la serie. Lo recuerdas. En cierto momento, la señora Weasley exclama «¡No a mi hija, zorra!» y le sigue el eco de un planeta entero de lectores perdiendo la cabeza colectivamente. Mientras que esto trajo a Rowling un montón de atención de los medios, mucha de la cual fue negativa, significó una madurez, no sólo de los personajes de la historia sino también de las mentes del público de Rowling. Habían crecido con Harry y cía., y casi todo el rato habían sido ejemplos a seguir estelares. Pero ahora, pensó Rowling, ha llegado el momento de que aprendan que en la vida a veces no hay sustituto para una palabrota — incluso para aquellos capaces de hacer magia.

Menudo montón de mierda

Soy la persona menos cualificada para supervisar y moderar cómo los niños adoptan y adaptan las palabrotas — de hecho soy la persona menos cualificada para cualquier cosa relacionada con niños — . Pero apostaría a que es más un asunto de enseñar hábitos sociales que de enseñar a los niños a no maldecir. Al menos, así es como crecí yo, y joder, soy una persona bastante equilibrada, muchas gracias. Sinceramente, si a tu crío no se le enseñan normas básicas sociales y de conducta, prohibirle las palabrotas no va a ayudar en nada. De hecho, es de ser vago. Ellos necesitan saber que hay un momento y un lugar para usar palabrotas. Cuando sepan eso, podrán sacar provecho de esas palabras de forma segura y según sientan que es necesario. Equípales con estos poderosos dardos lingüísticos, enséñales a dar en el blanco, y luego… déjales jugar.

Por último, sobre si decir palabrotas es necesario, el actor, escritor, autor, dramaturgo, poeta y presentador británico Stephen Fry tiene esto que decir:

«Sería imposible imaginar pasar por la vida sin maldecir, y sin disfrutar de maldecir. No es necesario tener calcetines de colores. No es necesario que ese cojín esté ahí. Pero ¿alguien va a decir “¡Me impactó ver ese cojín ahí! No hacia falta”? No. Que las cosas no sean necesarias es lo que hace la vida interesante».

Creo que eso termina la discusión, joder.

Vale, ahora vete a tomar por saco

Escribí esto para el cuarto y último post de las aventuras blogueras en tándem con @TaineMcLean, @CollinsMandy, @BrettFishA, @Cathjenkin, @SquidSquirt y yo mismo. La motivación para escribir de esta semana: Palabras Mágicas

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