La Mea Culpa Católica

eduardo j. umaña
EDUARDIARIO
Published in
5 min readJan 4, 2016
“Mea culpa” (Through my fault), vía Google Images.

Estaba sentado con mis manos entrecruzadas y apoyadas en el barandal típico de los bancos de iglesia en lugar de estar arrodillado. Estaba meditando. Cuestionaba las razones del sereno hombre octogenario que desde su seguro podio me atacaba verbalmente pregonando serenamente y, usando cada cuando lenguas muertas, me sentenciaba por ser el hombre más pecaminoso de la historia a toda condenación, azufre y fuego eterno por no venir a escucharle cada domingo, por ver eventualmente las pornografías y por mentirle a mi mamá, entre otras cosas.

A veces te despiertas y no puedes volver a dormir.

Desde muy pequeño fui educado con valores cristianos. En casa valores tradicionales de la Iglesia Evangélica y en el colegio con valores tradicionales de la Iglesia Católica. Cuando figuras de autoridad desde temprana edad mezclan lecciones de vida y comportamiento con valores religiosos puede llevar a que traslapes los valores morales con la subjetividad de la interpretación religiosa de algunos líderes religiosos.

Lo que trato de decir es, de manera simple, que por muchos años confundí moralidad y lo correcto con amenazas o chantajes, y así perdí de vista dónde comenzaba y dónde terminaba la razon de porqué hacía algunas cosas o dejaba de hacer otras.

Siempre he sido una persona con criterio, dígase, siempre he sido alguien terco y con demasiadas opiniones y preguntas. Aún con mi personalidad, madurar algunas de estas ideas me tomó su tiempo y, si bien estos que comparto aquí no son pensamientos nuevos, últimamente revaloré qué significaba esto para mi vida.

“Reza el rosario, ve a misa y comulga todos los domingos o irás al infierno” es un refrán típico de instituciones católicas y parecen ser las pautas para ser salvado de la condenación. Le sigue, en la lista de mandatos el clásico “no pecarás”, aún si no siempre se define qué es un pecado ni mucho menos se actualiza el significado de la palabra cuando sí se intenta definir el mismo. De niño aprendí que el karma cristiano existe. Una mala acción le es merecida una mala reacción.

Quizás fue error de la manera en que mis padres y profesores por igual trataban de corregir mis malcriadas e inmaduras maneras cuando me propinaban castigo moral y físico, y coronaban con alguna reprimenda al romper alguna regla. Aunque, quizás fue error de la ingenuidad y simplicidad con la que interpreté dichos escarmientos, justo como un perro no domesticado que es reprendido por realizar una desgraciada travesura, me adscribí a la idea de que por ser “malo” merecía castigo.

La filosofía en cuestión está muy impregnada en la Iglesia Católica y me causa conflicto, y es justo esto que llamo la mea culpa católica.

Sin entrar en historias ni debates y desde mis experiencias de primera mano he notado que la fe de los católicos se apoya firmemente en amenazar con castigos y torturar con culpa una vez hemos errado. Parece que el objetivo es buscar la santidad alejándose del pecado o pagar con culpa y remordimiento si no obedecemos, sin mencionar la mencionada flama eterna si no nos confesamos.

Pareciera que todo mundo asiste a estas iglesias porque sabe que Dios es vengativo y va a abatir de forma moral y física por no hacerlo.

Esto llega al punto en el que parte de mi constructo moral tiene un componente de culpa incorporado que se activa cada vez que cometo alguna falla. Esto hace estragos cuando eres alguien sobre-analítico y crítico de las decisiones que se toman. El agravante del conflicto es que la severidad con la que eres acusado es más pesado mientras más bajo de la pirámide jerárquica de la Iglesia Católica estés. Un padre puede salir impune al molestar infantes pero un feligrés va al infierno si se masturba y no lo confiesa.

Esto es un ejemplo claro de lo que significa el mea culpa. El término nos condena a pagar con culpa y penitencia, reconociendo y confesando nuestras malignas acciones a otro ser humano igual de torcido que nosotros si no queremos ir al infierno.

Esto me molesta porque vivir con miedo no es vivir. En la actualidad está en boga condenar los actos de terrorismo por esta misma razón. El terrorismo no sólo es un problema porque personas terminan muertas o lastimadas, es un problema por la psicosis que este causa en las personas. La iglesia está lejos de ser una organización terrorista pero sí usa el miedo y la culpa como armas de persuasión. Las personas comienzan a hacer cosas o dejan de hacerlas por miedo y por culpa.

La vida, desde mi punto de vista, no puede y no debe ser así.

Algo en lo que siempre he creído y hasta la fecha sigo creyendo es que hay que hacer las cosas con y por convicción. Tenemos que tomar las decisiones que tomamos y hacer las cosas que hacemos porque creemos que es correcto, porque es parte de nuestro ideal moral y porque creemos que mejorará nuestro entorno.

No podemos ir por la vida haciendo lo que hacemos porque alguien nos manipuló por medio de amenazas a hacerlo o porque esperamos, con cuidadoso temor, no recibir castigo a cambio.

Uno de los conceptos más liberadores par mí es hacer las cosas porque estoy convencido de que quiero hacerlas, necesito hacerlas. Vivir tomando decisiones con convicción es un camino para vivir con pocos remordimientos y con la consciencia tranquila.

Estas son observaciones sobre las instituciones religiosas que tuve en mi mente en estos días, en ningún momento mi objetivo es atacar o criticar creencias, busco simplemente meditar en el porqué de nuestras acciones y decisiones. Para ser justo con la crítica, esta reflexión y opinión es parte complementaria de otra idea muy similar que tuve recientemente sobre la otra gran institución. Puedes encontrar y leer el “Quid pro quo Evangélico”, que es contrapunto de la idea analizada en esta entrada, aquí:

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