Viaja

Que aprendí de viajar a Nueva York con 100 dólares y sin reservar un solo albergue.

Osvaldo Fernández
4 min readNov 11, 2014

Hace 10 años, el jueves 29 de julio de 2004, mi tío Rudy me dejó frente a la estación de autobuses de Toronto. Por primera vez en mi vida, iba a ir a la ciudad de Nueva York. Tenía $100 dólares en mi bolsillo, un mapa pixelado de Manhattan impreso en casa y una cámara desechable. Apenas había cumplido 18 años y no tenía ni idea de lo que estaba haciendo.

Llegué de Polonia apenas una semana antes para ponerme al día con el lado holandés de mi familia, que se estableció en Ontario y Quebec. Fue mi segundo viaje a Canadá y esta vez vine con el objetivo de ir al otro lado de la frontera para visitar la ciudad de Nueva York. En Polonia, país todavía traumatizado por los horrores infligidos sobre ella, ansiaba la búsqueda de inspiración. La Gran Manzana me atrajo.

Mientras mi tío Rudy iba regresando en su Ford Taurus de 1998, me di la vuelta y me dirigí a la terminal de autobuses. Unos minutos más tarde tenía un billete de vuelta de Greyhound en mi mano, la salida estaba programada para las diez de esa misma noche. Eso me daría tres días completos para explorar Nueva York hasta mi viaje de regreso el domingo por la noche.

Al día siguiente a las 6:00 de la mañana llegué a la estación de autobuses de Port Authority en Manhattan. La ciudad que nunca duerme se estaba embarcando en un nuevo día. Los camiones de reparto iban descargando, los trabajadores de la construcción pidiendo su café, el tráfico se iba moviendo letárgicamente de un bloque a otro. El siempre presente hormigón y el olor de los gases de los escape te abrumaban y encantaban al mismo tiempo. Estaba mareado por el viaje de la noche anterior y completamente perdido pero estaba sonriendo de oreja a oreja.

Saqué mi mapa donde había marcado 3 direcciones de albergues que encontré en Internet. Di la vuelta a la manzana por un rato antes de ir al primero en mi lista. Al final resultó que ya ni siquiera seguía ahí. Así que pasé a la segundo, el Big Apple Hostel.

Era una lamentable guarida de mochileros a unos cuantos minutos de distancia del Times Square. A medida que iba entrando al vestíbulo, el recepcionista, el arquetipo de hipster barbudo, me saludó con una apariencia en su rostro que podía significar solamente una cosa. «Todo está completamente reservado», dijo apenas puse un pie en el lugar. De todas formas le pregunté si conocía algún otro albergue en el área que pudiera tener un lugar disponible: todo estaba lleno.

«Era viernes por la mañana y de alguna forma tenía que sobrevivir hasta la noche del domingo».

Empecé a entrar en razón sobre el error fatal que había cometido. Venir a una de las ciudades más pobladas del mundo, justo en el medio de la temporada de vacaciones, con un presupuesto de $100 y sin hacer ninguna reserva con antelación, ¡en qué demonios estaba pensando! Era viernes por la mañana y de alguna manera tenía que sobrevivir hasta la noche del domingo, día que tenía previsto mi viaje de regreso a Toronto.

No sé cuánto tiempo estuve sentado allí pensando, pero de repente el teléfono del recepcionista sonó y recuperé el ánimo. Después de una breve conversación, el hipster barbudo colgó el teléfono y me llamó al mostrador. «Hoy es tu día de suerte», dijo, «tuvimos una cancelación de última hora». Sentí como si ese tío acabara de salvarme la vida.

Sin embargo, mis problemas no habían terminado. El precio de $70 que el albergue cobraba por dos noches acabó con el 70 por ciento de mí, bueno, «presupuesto». Además había pasado completamente por alto que los precios en el sitio web del albergue no incluyen el impuesto sobre las ventas. Ahora tenía que encontrar la manera de sobrevivir 3 días en Nueva York con sólo 30 dólares. ¡Ay!

Los días siguientes me mantuve a base de una nutritiva dieta consistente en maní, bananas y hamburguesas con queso del McDonald’s. Recorrí toda la isla a pie, ahorrándome el dinero del transporte público. Después de tres días de caminata incansable, y comiendo lo mínimo, cubrí la totalidad de Manhattan.

Cuando la tarde del domingo finalmente llegó, había gastado todo menos mi último billete de un dólar, el cual se convirtió en el único recuerdo de mi viaje. No vi ningún show en Broadway, no me subí al Empire State, no fui a la Estatua de la Libertad, ni siquiera probé una pizza de Nueva York. Pero estuve ahí, viviendo y respirando la vida de la ciudad. Así que cuando el momento de subir al autobús de Greyhound a Toronto había llegado, no sentí ningún remordimiento. Estaba totalmente exhausto pero verdaderamente feliz.

«Frente a una situación similar hoy en día, mi primera reacción seria NO viajar».

Una década después, me sorprende cuán ingenuo y ajeno a las realidades de la vida estaba, y sin embargo… sobreviví. Frente a una situación similar hoy en día, mi primera reacción sería NO viajar. Eso es aterrador. Aparentemente, a medida que nos hacemos más viejos nos volvemos más cautelosos. Llegamos a estar tan convencidos de ser perfectamente racionales que derribamos oportunidades viables. Lo peor de todo es que hacemos esto sin siquiera darnos cuenta. Paradójicamente, nos volvemos ajenos a la única realidad de la vida que realmente importa: siempre existe una forma. No caigas en esta trampa. No importa cuán arriesgado y poco realista se vean tus ideas en la superficie, lo lograrás. Viaja.

Hola, soy un diseñador de experiencias de usuario freelance afincado en Amsterdam. Llevo UXTailor, un estudio de diseño y desarrollo web, escribo sobre tecnología y tuiteo en @piotrbakker.

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