La última cerveza

Evelyn Wittig
5 min readJan 10, 2015

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En septiembre de 1997, tres meses antes de que nacieran nuestros hijos gemelos, mi papá murió por complicaciones después de la cirugía para remover el cáncer. En el 2004, mi mamá llamó para hacerme saber que ella también tenía cáncer. Ella luchó a través de una ronda de quimioterapia, pero en agosto de 2005 recibí otra llamada. Esta vez me llamaba su enfermera. El cáncer había regresado y mi mamá tenía seis semanas. Estaba totalmente conmocionado y me tomó varias horas para darme cuenta de lo que acababa de suceder y lo que significaba.

Mi mamá tenía un espíritu maravilloso. Ella era cariñosa y de mente práctica. Aprendí mucho de mis padres, pero sobre todo de mi mamá. Tenía una fuerza interior que estaba enmascarada por su pelo rubio (gracias a los tintes no obstante era impresionante), amaba las joyas de oro y toda la joyería ostentosa (nunca se perdía una oferta), y también amaba la ropa con estampados llamativos (Lilly Pulitzer nunca pasó de moda).

Cuando era más joven, mi madre solía decir que si alguna vez llegaba a la edad en la que no podía cuidar de sí misma quería irse de este mundo al estilo de la vieja escuela; la forma en que lo hicieron en los tiempos prehistóricos. Que la lleváramos a la cima de un acantilado y la empujáramos. Entonces, después de decir eso, ella reía a carcajadas.

Al cáncer, lo enfrentó de frente. Ella recibió la noticia sobre el régimen de quimioterapia y luego pidió segundas opiniones. Cuando supo en su corazón que su única oportunidad para vencer al cáncer era agresivamente, ella estaba lista. Mi padrastro, Lou, la apoyo inmensamente, mi mamá había conocido a Lou y se casó con él, después la muerte de mi primer papá. La primera esposa de Lou también había fallecido a causa del cáncer varios años antes. La fuerza de Lou a través de este período de la vida de mi mamá fue asombrosa. Yo le quiero tanto por la forma en que la apoyó.

Su tipo de cáncer, sin embargo, se llama peritoneal, que se refiere al revestimiento de gran parte de tu abdomen. Una vez que se afianza allí es un bastardo total. Y cuando regresa, como lo hizo en el caso de mi madre un año después de la quimioterapia, es que recibes la llamada de la enfermera. Seis semanas.

Cuando mi padre murió yo estaba enojado. Yo no estaba listo a los treinta y cinco años de edad para quedarme sin él. Mi esposa, Catherine, estaba embarazada de varios meses y esperábamos gemelos. Tenía visiones de los abuelos y todo lo que suponía que sería. Después de la cirugía, sin embargo, mi papá aspiró, lo que significa que vomitó en el delirio de la morfina después de la cirugía, y lo inhaló. Estuvo con soporte vital durante una semana y su cerebro se estaba muriendo mientras sus pulmones se recuperaban. La última cosa que le dije a mi papá era que esperábamos dos chicos. Él me miró y sus ojos se agrandaron. Así es como yo sé que él me oyó a pesar de los tubos y las máquinas.

Cuando mi mamá se moría era diferente. Yo había pasado por la muerte de uno de mis padres y tuve más tiempo con ella. No fue repentina como con mi papá. Volé a Florida para estar con ella y Lou. La noche que llegué fue una noche difícil para ella. Ella había comenzado a perder la habilidad de retener los alimentos, nada se quedaba adentro. Lou había estado limpiando sus desechos durante semanas y ella quería ir a un hospicio, estar más cómoda y recibir la atención necesaria. Ella estaba lista.

De antemano, yo realmente no entendía ni sabía mucho acerca de los cuidados en un hospicio, pero mi punto de vista ahora es que es una gracia en un edificio. La diferencia entre el caos que se había apoderado de la casa de mi mamá en el intento de cuidar de ella y la tranquilidad del centro de cuidados paliativos fue profunda. El propósito era permitir que mi mamá dejara esta Tierra con dignidad y con un poco de paz.

Lou y yo nos turnábamos para visitar a mi mamá en el hospicio. Además, mi sobrina, Wahe, también la visitaba y fue un apoyo maravilloso. La dieta de mi mamá en este punto se había reducido a agua y cubos de hielo, acompañados de un suero intravenoso que le administraban por goteo. Vi a mi mamá mascar vasos y vasos de cubitos de hielo, en la primera semana de hospicio se los comió como si fueran sus dulces favoritos. Para la segunda semana, se habían convertido en algo empalagoso.

Durante el último domingo de vida de mi madre, estábamos viendo el fútbol en su habitación, sin embargo parecía que lo único que a ella le interesaba era la publicidad. La mayoría de los comerciales publicitarios durante los partidos de fútbol son de camiones, hamburguesas, pizza y cerveza. Mucha cerveza. Fueron los de la cerveza los que hicieron que ella salivara. Ella me dijo, en un tono casi de súplica «Mataría por una cerveza». Yo sabía que no lo decía por decir y que si hubiera tenido la fuerza suficiente ella misma habría caminado hasta la tienda.

Fui con la enfermera y le pregunté si me era permitido traerle una cerveza a mi mamá. Su respuesta fue directa y ella dijo: «Yo no estoy autorizada para traer cerveza a la habitación». Lo pensé por un segundo y luego vi que la enfermera todavía me miraba, pero sin decir nada más. Dije de nuevo: «¿Puedo traer yo una cerveza a la habitación?» La enfermera me miró y dijo: «Yo (pausa) no estoy autorizada para traer cerveza a la habitación». Yo sabía lo que quería decir. Salí para la tienda de conveniencia a buscar la mejor cerveza y una bolsa de papel obscura para traerla escondida a la habitación.

Cuando regresé con una Heineken de veinte onzas, mi mamá se sentó. Mientras le servía la cerveza en un vaso de plástico ella me miraba para asegurarme de que no estaba perdiendo el tiempo ni una sola gota. Siempre voy a recordar lo que vi a medida que mi mamá bebía su última cerveza: Pura, y total alegría. Después de casi dos semanas de agua y cubitos de hielo ella estaba rebosante de alegría ante el simple placer de una cerveza fría. Después de medio vaso le dio hipo y todos nosotros en la habitación, incluyendo mi mamá, nos echamos a reír hasta que nos dimos cuenta de que mi mamá estaba tan debilitada que había perdido la capacidad de eructar. La enfermera tuvo que venir y darle un antiácido por medio de la solución salina de su suero para que mi mamá pudiera volver a tomar la cerveza.

Ese día me hizo recordar dos cosas simples, e importantes que llevaré conmigo siempre. Primero, la gracia de la enfermera al dejar que mi mamá tuviera una simple indulgencia que iba contra las reglas y segundo, el placer puro de mi madre con algo ordinario. Siempre me recuerdo a mí mismo que no tengo que esperar a perderlo todo para disfrutar de los placeres que están enfrente de mí, incluso si es una cerveza fría.

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Evelyn Wittig

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