Educación superior: Acceso denegado

Cristina Juesas
11 min readJul 28, 2015

Cómo se desvanecieron mis sueños de unirme a la élite académica.

Aquellos de vosotros que me conocéis o que seguís mi trabajo, también sabéis que nunca fui un estudiante ejemplar. De hecho, por una serie de razones, mi carrera escolar terminó cuando tenía 15 años y nunca volví a lo que hoy se conoce como «educación formal».

Fui un niño intenso, sobre todo cuando algo me llamaba la atención. Con 11 años, empecé un proyecto sobre astronomía en la escuela, que terminó convirtiéndose en un proyecto de dos años que ocupó 14 volúmenes y dio lugar a que yo le diera una clase de física sobre el diagrama de Hertzsprung–Russell a mis compañeros de 12 años.

Como se refleja en mi último libro, me gustaba zambullirme en los temas que me obsesionaban y eran muchos. Y esto me condujo a aburrirme del currículum escolar y, consecuentemente, a un comportamiento disruptivo que me llevó a ser catalogado como un delincuente juvenil en más de una ocasión. Solía faltar a clase y subirme en un tren para ir a Londres a robar libros en Foyles. No eran libros antiguos sino volúmenes académicos bastante pesados que alimentaron mi voraz apetito por aprender.

Ni la universidad ni la educación superior fueron algo que me llamara la atención y, desde luego, no estaban en mi menú en aquellos años de escuela. Cuando tenía 13 años, en una reunión de proyección profesional, expliqué que quería ser astronauta. La profesora se mostró irritada y dijo que no tenía un folleto para esa carrera y que mejor elegía entre la fábrica de procesado de carne local, Co-Op, que iban a abrir una tienda en la ciudad o, si sacaba buenas notas, un trabajo en un banco. Creo que mis padres asumieron que continuaría el negocio familiar y me convertiría en mecánico de coches. Afortunadamente para mí, eran casi los 80 y el boom de la microinformática estaba a la vuelta de la esquina.

Aunque dejé la escuela a una edad temprana, nunca dejé la educación o, al menos, nunca dejé de aprender. Todavía tengo una naturaleza obsesiva y un estilo de aprendizaje que podría ser descrito como ósmosis. Mi primer trabajo serio fue trabajando para la Universidad Abierta, como técnico de laboratorio en el grupo de genética. Tenía 16 años. Me hicieron una entrevista con tribunal, en la que despotriqué como Spud, de la escena de la entrevista de la película Trainspotting. A pesar de no tener las cualificaciones, todos quedaron muy impresionados con mi conocimiento enciclopédico de la genética y ahí comenzó mi camino en el mundo de la química. Trabajé con algunos académicos impresionantes y con estudiantes de doctorado que me motivaban a publicar mi trabajo, lo que me llevó a recibir mi primera carta dirigida al Dr. GBM antes de cumplir los 17.

Mientras estuve en la Universidad Abierta, autoaprendí a programar utilizando el ordenador central de la universidad donde estaba introduciendo algunos de los datos genéticos que predecían la secuencia de resultados de los experimentos que estábamos realizando con la drosophila. Las moscas de la fruta para las personas de la calle. Como he mencionado anteriormente, era la época del inicio del boom de la microinformática y rápidamente me fui al departamento de informática y comencé a programar para un nuevo proyecto del gobierno del Reino Unido llamado «Micro’s in Schools».

No pasó mucho tiempo antes de que ascendiera de nuevo y comenzara a trabajar en un pequeño fabricante de software en Oxford especializado en educación llamado Research Machines Ltd (RML), hoy conocido como RM Plc. Este no es el sitio para una autopsia completa pero alguien a quien conocí en aquellos primeros tiempos de RML fue Seymour Papert, del MIT, mientras estaba en la gira de presentación de su libro «MindStorms» y yo fui su hombre-demo para LOGO. Fue Seymour el que encendió mi llama y me hizo creer que los ordenadores iban a cambiar profundamente la forma en la que aprendemos.

El resto de mi carrera la podéis ver aquí. El punto al que quiero llegar es que, desde que dejé la escuela, he tenido mucha suerte con encuentros aleatorios y con la generosidad de mucha gente de la comunidad académica, sin tener que hacer un examen o estudiar una carrera. Construí mis propias aptitudes durante más de 30 años, en los que aprendí de algunos de los más renombrados pensadores y académicos del mundo, que me dieron su tiempo y sus conocimientos en libertad.

Echo la vista atrás en los más de 30 años de mi vida profesional y me pregunto dónde ha ido a parar todo este tiempo, y, al mismo tiempo, no me puedo creer que quepa tanto en ella. Pero es ahora, al inicio de mis 50 (ya, ya sé que parezco mucho más joven y me comporto como tal), después de haber ayudado a colegas y niños en sus grados y másteres, cuando tengo tiempo y recursos para considerar la educación superior para mí mismo.

Fue mi pareja, la que me sugirió pensar en hacer un máster en Educación. «Después de todo» — dijo, «estás invirtiendo tanto tiempo en investigar, escribir y dar charlas, que seguramente lo disfrutarás». Esta idea me tocó alguna fibra, porque me habían empezado a interesar ciertas áreas de investigación, así como la posibilidad de hacer algo de impacto en la forma en la que llevamos a cabo la evaluación y lo que se valora. También me había encontrado con que mi falta de acreditaciones o certificados estaba creando obstáculos en mi progreso profesional. Los que hayáis leído mi libro, habréis leído mi pensamiento (página 82) que describe la invitación que recibí para tomar el té con el presidente de una conocida universidad del sector en Londres para ver si yo estaría interesado en ocupar un puesto de alto nivel de liderazgo. Cuando descubrió mi falta de certificados, decidió que sería una imprudencia ponerme al frente.

Así que decidí hacer averiguaciones. En primer lugar, sondeé a amigos y colegas que yo respetaba. Le pregunté a amigos académicos en el MIT, Harvard, Cambridge, Bristol y UCL si pensaban que me podrían seleccionar y si pensaban que una universidad podría aceptarme sin un título. Todos se mostraron unánimemente positivos acerca de que me aceptarían, todos dispuestos a facilitar referencias, aunque algunos cuestionaron el beneficio que me reportaría el ir a la universidad.

Keri Facer, Profesora de Futuros Educacionales y Sociales en Bristol, me dijo en el mensaje: «¡Te admitirían! No estoy segura del beneficio, depende de cuál sea tu plan a largo plazo».

Richard Noss, Professor de Educación en Matemáticas del IoE dijo: «Ciertamente puedo dar fe de G. De hecho, debería ser él el que diera el curso :-)» (sic).

Ahora debo señalar que ninguna de estas buenas personas estaban contestando de forma «oficial» y tampoco eran amigos de dorarme la píldora ante cualquier formulario.

Motivado por estos comentarios tan positivos y, ya que vivo en Londres, decidí contactar con el Institute of Education, parte del University College London (UCL). Les expliqué mi situación y les pregunté si mi trabajo y mi experiencia me harían seleccionable para un programa de máster en educación (Education MA).

Pronto recibí una respuesta del administrador de la IoE que decía:

«Gracias por su email. Desgraciadamente, tener un título de grado es un requisito obligatorio para la admisión en un curso de máster en la UCL-IoE.
Lo siento, pero sin este requisito, no sería admitido».

Esta noticia fue decepcionante. Sondeé a amigos y colegas de la IoE para que me aconsejaran. Dylan Wiliam, profesor emérito de evaluación educativa de la IoE me dijo que él también había sido rechazado por la IoE y que en su día había hecho su maestría en South Bank. Esto, al menos, me hizo sentir en excelente compañía. Dylan también señaló que:

«la mayor parte de programas de máster especifican “un grado con buenas calificaciones o equivalente” sin especificar qué significa “equivalente” y muchos programas de máster explícitamente permiten aportar documentos en la solicitud personal que apoyen y cuenten de cara a esta equivalencia».

Volví a la administradora de la IoE, solicitando una aclaración sobre su política y si, a la vista de mi experiencia, me aportaría algún beneficio estudiar para la obtención de un grado. Pero pasó el tiempo y no recibí ninguna respuesta, así que decidí hablar con Clare Brooks, Directora del departamento de currículum, pedagogía y evaluación.

Clare Brooks, del IoE

Clare fue más optimista y alentadora, sugiriendo que yo tendría que inscribirme, en primera instancia, en un módulo introductorio al máster titulado «¿Qué es la educación?» y que «en caso de que superarlo con éxito, podremos revisar su inscripción en el programa completo». (sic)

¿Número 1 Mundial en Educación?

Bien, aquello me pareció bastante razonable y avisé a Clare que tenía intención de acudir a la jornada de puertas abiertas del IoE de la semana siguiente y que estaba deseando aprender más sobre la inscripción y cómo podría evolucionar desde ahí. Estaba motivado, incluso nervioso. Realmente estaba esperando que llegara mi oportunidad de aprender con mis compañeros y en un ambiente universitario, particularmente el que dice que es «Número 1 Mundial en Educación».

La jornada de puertas abiertas se abrió con un discurso introductorio en una de las aulas magnas de la IoE por parte de Chris Husbands, director del Instituto de Educación del UCL y Vicerrector de desarrollo académico de la UCL. La última vez que había estado en ese aula había sido para dar una charla a parte del personal académico, estudiantes de máster y de doctorado de la IoE. Pero aquella noche era un evento para postgraduados, gente que ya tenía carreras en el mundo exterior pero que estaban buscando continuar con su educación vía los programas de máster y doctorado de la IoE.

Muerte por Powerpoint — ¿Qué dices?

Chris nos dio una charla incoherente con diapositivas de PowerPoint ilegibles. De hecho, la ilegibilidad de las diapositivas se convirtió en pieza clave de su charla ya que explicó cómo estaban perfectamente bien mientras preparaba la presentación en la habitación de su hotel antes de tomar el avión que le había traido de vuelta a Londres desde Beijing el día anterior. De hecho, mencionó mucho Beijing. También pasó mucho tiempo explicándonos cómo la IoE había ocupado la primera posición del ranking QS durante dos años consecutivos. Pero es evidente que no habían probado las diapositivas de Chris. Me recordó al desfile de belleza de los institutos de secundaria que aceptaron a mi hija antes de empezar, donde los directores proclamaban sus puntuaciones Ofsted. Pero a Chris se lo hice en caliente, mientras paseaba por el aula compartiendo su micro de solapa con cualquiera que quisiera hacerle una pregunta. Todo aquello se parecía un poco a un programa concurso de tarde de sábado en la televisión.

Está claro que Chris debería considerar seriamente su futuro como político, teniendo en cuenta lo bien que se las arregló para evitar responder a cualquier pregunta directa. Le pregunté sobre sus pensamientos sobre la actual reforma educativa del Reino Unido y si pensaba que la IoE debía responder a la ola de reformas «traditionalistas» frente a las reformas «progresistas». Respondió, con cierta extensión que no entendía lo que significaban esos términos. La verdad es que no era una pregunta complicada y yo todavía estaba entusiasmado con la posibilidad de ser un estudiante en la IoE.

Chris también logró ensalzar lo flexible e inclusiva que era la IoE, que en realidad era lo que la diferenciaba del resto de escuelas y el motivo por el que pensaba que había tenido tanto éxito en el ránking QS.

Cuando terminó el discurso, llegó el momento de conocer a los profesores y representantes de cada uno de los cursos de máster para conocer mejor su oferta. Me puse en la cola del máster en educación, para hablar con la Doctora Sandra Leaton Gray, profesora titular de educación. En la cola había mucha camaradería entre los posibles candidatos mientras esperábamos nuestro turno. Algunos estaban cursando el último año de carrera, otros eran profesores y otros querían cambiar el curso de su carrera profesional.

A Leaton Gray le llevó menos de 3 minutos aplastar mi entusiasmo por matricularme en la IoE (no que me admitieran).

Me presenté y le expliqué que yo no estaba en posesión de los requisitos de ingreso tradicionales de un grado. Fue como si hubiese pisado algún tipo de artefacto incendiario que levantara una pared entre mí mismo y Leaton Gray. ¿Por qué creí que era posible inscribirse en el máster cuando ni siquiera había completado un grado?

Sintiéndome un poco sorprendido y un poco humillado en público, traté de explicarle que yo había sido muy activo entre los académicos del sector educativo y que incluso me habían publicado. Sandra respondió que esto significaba muy poco y que

a no ser que pases «dos años y medio rebuscando en fuentes literarias, asistiendo a conferencias y escribiendo materiales académicos» que únicamente estudiar un grado te proporcionarían, no tendrás ninguna posibilidad de completar un máster.

Traté de perseverar explicándole que el trabajo que había estado realizando los dos años anteriores implicaba una buena cantidad de investigación y de lectura de fuentes, pero Sandra no estaba por la labor. «Gestionar un think tank y escribir un par de informes no cuenta», dijo y continuó «escribir para un máster ni es lo mismo ni es tan divertido como escribir un libro guay».

Estas fueron sus palabras, nunca mencioné nada sobre un libro «guay», ni siquiera me dieron la oportunidad de hablar del tema.

El ordenador dice NO

Sandra no me conocía y yo desde luego no la conocía, así que no sé de dónde sacó sus juicios de valor. Otros candidatos que esperaban en la cola se quedaron igual de horrorizados por este intercambio y vinieron más tarde a hablar conmigo.

Entiendo que al haber trabajado para sacar su doctorado, Sandra tiene un interés personal en mantener la hegemonía intelectual. Pero no tenía ni idea de la base sobre la que ella hacía estas afirmaciones. Me pregunté si el hecho de haber terminado un grado 30 años antes seguiría siendo útil hoy. Traté de mencionarle que Clare Brooks, la directora de su departamento, había dicho que quizá era posible que me inscribiera en el módulo introductorio, pero Leaton Gray dejó claro que no.

Fue, como he sugerido, un aplastamiento total de mis aspiraciones, pero estoy en deuda con la Dra. Leaton Gray.

Porque en esos 3 cortos minutos, ella me enseñó una lección muy valiosa: que a pesar de nuestro mundo cambiante, las universidades y, por supuesto, la estructura educativa en sí misma, siguen siendo rígidos y enfocados a la evaluación. No tienen ningún interés en transformarse, solo existen para reproducir y reforzar el status quo que asegure que seguimos viviendo en un mundo de pensamiento homogéneo, una caja de resonancia en la que se perpetúan.

Este episodio no deja de tener su ironía. Mi motivación era entender mejor la forma en la que evaluamos a nuestros alumnos para intentar hacer algo distinto, lo que, por supuesto, es la última cosa que estos negocios quieren. ¿Por qué parar algo que todavía da beneficios?

Graham Brown-Martin es fundador de Aprendizaje sin Fronteras (LWF [Learning Without Frontiers]), un think tank global que reúne a educadores de renombre, tecnólogos y creativos para compartir ideas provocadoras y desafiantes sobre el futuro del aprendizaje. Salió de la LWF en 2013 para perseguir nuevos programas e ideas que transformen la forma de aprender, enseñar y vivir. Su libro, Learning {Re} imagined ha sido recientemente publicado por Bloomsbury/WISE y ya está disponible.

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Cristina Juesas

Once I pop, I can't stop! ❀ Dircom. Hub. Consultant. Blogger. Curious. Always ready for new adventures. Licensee & Curator @TEDxVGasteiz. Ikasten ari naiz .·.