Por qué voy a romper con el sarcasmo

Evelyn Wittig
4 min readMar 4, 2015

He decidido que el sarcasmo y yo necesitamos separarnos un tiempo.

Este es un gran paso porque el sarcasmo y yo nos conocemos de hace muchos años. Yo aprendí a dar una respuesta ingeniosa, irónica, con el toque exacto de cinismo, al mismo tiempo que aprendí a jugar rayuela y a escribir en cursiva. (Creo que ambas actividades han sido reemplazadas por el aprender a escribir a máquina con tus pulgares, pero eso es un tema aparte.)

Como mi papá señalaba frecuentemente cuando era niña, yo heredé mi sarcasmo de mi madre. (Su sentido del humor era más excéntrico que evasivo.) A mi entender, éste vino en un barco desde Irlanda y luego fue pasando de generación en generación de la misma forma que algunas familias heredan recetas de cocina o el Catolicismo.

Realmente es una forma tradicional de arte, la combinación perfecta para hacer reír a la gente mientras al mismo tiempo se evade el tener que admitir horribles realidades. Es especialmente útil en funerales y en momentos en los que no quieres dar una respuesta directa.

Pero este es el problema, como he aprendido en toda una vida de práctica: El sarcasmo es también una muy buena manera de nunca estar presente, de ver la vida pasar mientras te escondes detrás de una pared de chistes evasivos y un cinismo cultivado del cual no deberías estar orgullosa. El sarcasmo es también muy fácil de afilar y usar como un arma en contra de personas que no se lo merecen.

Cuando era pequeña, el sarcasmo tenía un extraño, y probablemente un poco equivocado lugar de reverencia en mi casa. Las lágrimas nunca consiguieron nada, ¿pero un chiste hiriente en el momento preciso? Eso si daba para hablar durante años. Yo solía decir medio en broma que estaba genéticamente programada para tratar toda interacción humana como si fuera a la guerra. No es realmente algo bueno.

Estaba pensando acerca de esto el otro día mientras caminaba a casa después de almorzar con un amigo que comparte con conmigo la habilidad desafortunada de pasar largos periodos de tiempo sin decir algo auténtico. Tal vez fue el día soleado o la canción alegre que tenían en modo repetición durante mi viaje en el metro, pero había llegado al almuerzo sin mi escudo de sarcasmo. Estaba en realidad emocionada de compartir una noticia acerca de mi vida que era realmente importante para mi.

Mi amigo, por supuesto, no sabía nada de esto cuando se sentó, y ordenó café y lanzó un gastado golpe emocional probablemente sin apenas ser consciente de ello. Por el resto de la conversación, me encontré tratando de igualar su negatividad: quejándome acerca de cosas que pasaron meses atrás que ya ni remotamente me molestaban, haciendo comentarios innecesarios y duros acerca de personas que ni conocíamos.

Nada de eso era real o reflejaba cómo me sentía acerca de algo. Era como si estuviera actuando un papel que sentía era el esperado de mi. Sentada allí, los dos rebotando un cinismo falso del uno hacia el otro, yo solo quería proteger mi parte real. Así que saqué mi arsenal de réplicas ardientes y guardé mi noticia de la vida real para mi.

No sé si fueron las muchas papas fritas que me comí o el esquivar las flechas emocionales llenas de sarcasmo, pero camino a casa me sentía revuelta. ¿Cuántas veces las personas habían sentido la necesidad de protegerse de mí? ¿Cuántos momentos reales me perdí a lo largo de los años?

Mentalmente le di vueltas a la colección de memorias: Todas las veces que hice comentarios hirientes alimentados por mis propias inseguridades. Todas las veces que alguien se me había quedado mirando cautelosamente y dicho algo como, «Algunas veces no estoy seguro que estés bromeando». («No te preocupes, algunas veces ni yo lo sé», respondí una vez sin darme cuenta de que era la verdad.)

Y luego todas las veces que usé el sarcasmo en mi lugar, en lugar de tener que enfrentar una realidad que me abrumaba. Como cuando era una adolescente y mi mamá buscaba en las hojas de libros sobre salud mental para tratar de encontrarle sentido a la ira impredecible de papá. («Él no es bipolar, mamá. Es solo un pendejo», bromeaba.)

No estoy diciendo que el sarcasmo y yo nos vayamos a separar para siempre, o que deberíamos hacerlo. (Santo Dios, sería como esa vez que me volví vegana en mis veintes y no podía dejar de pensar cuánto amaba el queso.) Pero de alguna forma, llegué a un lugar en el que realmente me gusta pasar el tiempo en el mundo real.

Así que sarcasmo, mi viejo amigo, tenemos una larga historia y espero que todavía podamos pasar momentos juntos de vez en cuando. Pero por ahora, creo que es mejor que nos demos un tiempo.

Si te gusta lo que acabas de leer, por favor, dale al botón «Recomendar» en la parte de abajo para que otros se topen con esta historia. Para más historias como ésta, desplázate hacia abajo y sigue la colección Human Parts.

Human Parts en Facebook y Twitter

--

--

Evelyn Wittig

God, family, friends...music, books, traveling, writing, love translating Medium stories ....marketing, communication Thanks for reading! Gracias por leer :)