Caminando con gigantes

Lo que aprendí de la niña de cinco años más pequeña del mundo

Evelyn Wittig
7 min readMar 12, 2015

«Ella es tan pequeña que puede pararse en la palma de la mano de su padre», dijo la recepcionista.

«¿Karen, de qué diablos estás hablando?» Le pregunté, completamente aturdida.

«Ella vino ayer a recoger el paquete de admisión con su papá», continuó.

«Vale, y…» La insté a seguir.

«Bueno… yo ni siquiera sabía que estaba ahí abajo», dijo, señalando hacia el piso bajo la ventana de la recepción que tiene un metro de alto.

«Esto es absurdo», respondí, y luego continué: «Parece que te lo estás inventando. Quiero decir, ¿quién es ella, Pulgarcita

A este punto yo no estaba tratando de ser graciosa. Estaba legítimamente perpleja y sentía que mi presión sanguínea estaba cruzando a la zona de peligro.

«Vi a alguien como ella en Montel. Son, algo así como, las personas más pequeñas del mundo. De todas formas, sólo pensé que debía ponerte sobre aviso antes de la cita de mañana para que no te agarre por sorpresa». Añadió.

«Uhm… ¿gracias?» Murmuré antes de lanzarme frenéticamente de regreso a mi a mi oficina.

Como terapeuta familiar y de niños trabajando para una organización sin ánimo de lucro, he visto mi cuota de cosas extrañas. Literalmente puedes abrir El manual de diagnósticos y estadísticas de trastornos mentales y señalar uno, y yo podría entretenerte con un caso de estudio que te dejaría con la boca abierta sobre cualquier diagnóstico que escojas. A pesar de que las anormalidades físicas no son nuestro pan de cada día, por lo regular vienen acompañadas de trastornos mentales. Con esa aclaración, yo nunca jamás había escuchado acerca del enanismo primordial, y ciertamente nunca había proveído mis servicios a alguien con ese diagnóstico.

La noche anterior a la cita de Hannah, hice una búsqueda obsesiva por Internet. Leí todos los artículos, vi todos los vídeos, y estudié cada imagen que encontré. Cuando entré a mi oficina la mañana siguiente, me había auto coronado como la investigadora número uno del mundo en esta muy extraña condición. Venga, pequeña persona. Que estoy lista.

Actúa normal. Respira profundo. Eres una profesional.

Como ningún mantra en particular estaba logrando calmar mi nervios con éxito, traté de todo en mi recorrido hasta la sala de espera. Y allí, sentada justo en la mesa de las actividades para niños, jugando y hablando sin parar, estaba Hannah. Rodeada de gigantes, todos maravillados con cada uno de sus movimientos, levantó la mirada sonriendo y dio un salto impresionante hasta la alfombra azul.

«¡Hola, Señorita Jen!» Me dijo en un tono chillón, como Dorothy en su camino hacia Oz.

«¡Hola, Hannah! Mucho gusto de conocerte, y éste ha de ser tu padre», dije, señalando al hombre muy alto y muy guapo detrás de ella.

A diferencia de las pequeñas personas que aparecen en la televisión, los enanos primordiales son bien proporcionados. Literalmente, todo en ellos es diminuto. Hannah era, ciertamente, microscópica de la cabeza a los pies. Incluso su cola de cabello era escasa y rubia. La irresistible necesidad de levantarla en brazos era similar a como me sentiría si me presentaran una caja llena de gatitos o de bebés gorditos. Ella era magnética.

Yo sabía, por mi investigación que el enanismo primordial es el resultado de un gen mutante de dos personas de tamaño normal. Pero ver a Hannah, quien en realidad era tan pequeña como para pararse en la palma de la mano de su padre, parada a la par de él era algo completamente irreal.

«¡Quiero ver tu habitación!» Gritó, y salió corriendo por el pasillo delante de mí.

Una vez me acomodé en mi oficina (la cual de repente se sentía enorme) observé a Hannah navegar el espacio. Después de escanear alrededor de la casa de muñecas, los títeres usados para las terapias, y mis suplementos de arte, comenzó a correr, y como una gimnasta en el potro, se impulsó hasta el regazo de su padre. Hannah se las arreglaba.

Parpadeando para recobrar mi profesionalismo y enderezándome en mi silla, comencé mi discurso típico. Después de algunas preguntas introductorias con Hannah, todas diseñadas para hacerla sentir cómoda en mi presencia, le dije que podía usar como quisiera la casa de muñecas, lo cual requirió que ella acercara un banco para que pudiera alcanzar el segundo piso.

«Cuando quieras puedes interrumpirnos mientras le hago unas preguntas a tu papá», le instruí.

«Está bien», chilló mientras arreglaba las figuras plegables alrededor de la diminuta mesa en la cocina de la casa de muñecas.

Después de un poco de investigación, fue establecido que el comportamiento de Hannah era una pesadilla. Viniendo de padres divorciados, ya había soportado varios pleitos por la custodia y múltiples mudanzas. Además de estas transiciones, su padre atribuía gran parte de su falta de disciplina a su tamaño.

«Ella es tan pequeña», declaraba, «que prácticamente todos la tratan como una bebé».

«Comprendo», yo declaraba, fingiendo con una inclinación de cabeza como si yo escuchara estas cosas todos los días.

«Esta en una clase con niños de su misma edad y todos le doblan en tamaño. No son crueles con ella, pero es como si ella fuera su mascota — una pequeña muñeca viviente», continuó.

De acuerdo al papá de Hannah, su condición la predisponía a un tipo de aneurisma cerebral, una que sus médicos temían podía ser desencadenada por sus horribles rabietas, en la cuales se tiraba al suelo, y gritaba como un lobo marino al que estaban torturando.

Hannah se mostró muy agradable durante las sesiones y felizmente inafectada por su diminuto tamaño. Mi investigación de la noche anterior había revelado que el peor de los problemas para los enanos primordiales surgía alrededor de la pubertad. Mientras sus colegas están alcanzando períodos de crecimiento acelerado, probándose sujetadores de entrenamiento, y pasándose notas acerca de quien las llevará al baile, Hannah simplemente seguirá siendo mini. Después de obtener más información acerca de la historia de su familia, agendamos una visita de seguimiento y nos dijimos adiós.

Después de varias sesiones, los arrebatos emocionales de Hannah mejoraron. Me gustaría darme el crédito por su milagrosa recuperación, pero creo que el arreglo más estable por su custodia combinado con una rutina más estructurada en el aula de clases jugaron los roles más significativos. Nos dijimos adiós y el expediente de Hannah fue archivado alfabéticamente en mi gaveta entre el niño con desorden bipolar y un adolescente enredado en la telaraña del sistema de acogida temporal — una duendecilla brillante cobijada entre dos gigantes.

Mi frenética noche de investigación preliminar a la primera cita de Hannah me dejó con un resonante sentido de tristeza. Me obsesioné con su abreviada esperanza de vida, con las inevitables dificultades físicas y sociales que tendría que afrontar, y con el hecho que ella, literalmente, nunca crecería. Pero luego la conocí. El entusiasmo de Hannah, su alegría de vivir, su habilidad para adaptarse a cualquier obstáculo físico me dejó sin palabras.

Una vez vi un vídeo en el que aparecía una mujer adulta diagnosticada con enanismo primordial. Ella tenía amigos. Tenía trabajo. Disfrutaba ir de compras. Y cuando le preguntaron si alguna vez ella se preocupaba mucho en su deseo de ser «normal», ella respondió con un contundente «no».

Hannah y su padre no estaban buscando un remedio físico cuando vinieron a mi oficina aquel día. Como la mujer en el vídeo, parecía que Hannah no tenía el deseo de ser nadie más que quien era. Ellos sabían que yo no tenía una poción mágica, ni un pastel en el fondo de la conejera que la hiciera crecer mágicamente como Alicia en el País de la Maravillas. Me buscaron para que les diera terapia, como muchas familias lo hacen en circunstancias difíciles.

Aún así, decir que este caso fue como cualquier otro en mi archivo está muy lejos de la verdad. Fue diferente porque me recordó que todos estamos empequeñecidos por cosas mucho más grandes que nosotros. Todos estamos tratando de caminar a través del laberinto de tormentas y obstáculos que la vida nos arroja. Todos estamos caminando entre gigantes.

Hannah me enseñó que algunas veces tienes que correr y dar un salto a lo desconocido. Y, si tienes suerte, aterrizarás en un lugar seguro y acogedor como la palma de la mano de tu padre.

*Los nombres y algunos detalles identificativos fueron cambiados para proteger la confidencialidad.

Jen Anderson está actualmente tomándose un descanso de su trabajo como terapeuta para centrarse en escribir, ser coach, la maternidad, y su auto-proclamado movimiento Jendependence.

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Evelyn Wittig

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