Encontrando mis palabras eternas

Evelyn Wittig
3 min readNov 22, 2014

Goteando por mi tronco cerebral como la miel, aterrizando en mi lengua mientras las oigo hacer eco en mi cabeza, transmitiéndose a sí mismas a través de mis venas y afuera de mis dedos mientras las teclas hacen clic, clac. Lo suyo es la adrenalina que ansío.

Las oigo en mi cabeza, rebosantes de alegría para ser puestas en papel, dándoles una vida sustancial. Para quedarse siempre.

Estoy nerviosa por decir las mejores en mi cabeza, para crear la frase u oración perfecta cuando sé que no puedo mantenerlas para siempre. Las repito una y otra vez con la esperanza de quemarlas en el fondo de mi cerebro, deseando tener un pedazo de papel para escribir en él mi sinfonía de una oración.

Esta mañana encadené unas pocas palabras para ser perfectamente yuxtapuestas entre estos dos pensamientos. Una vez que el tren llegó y quemé mi lengua en mi café, se habían ido con mis papilas gustativas. Lloré ese pensamiento al instante que lo perdí, un buen amigo que se fue demasiado pronto. Nuestra historia de amor fue fugaz y, posteriormente, lo fue también mi pena. Una vez más, mientras escribo esto, las recuerdo con cariño y anhelo esas palabras. Sin embargo, yo nunca puedo replicarlas, su secuencia exacta, única para ese momento. Explicaron mi mente con una perfección efímera.

Yo leo vorazmente las palabras que otros sintieron lo suficientemente dignas para hacerlas concretas. Dejo que rueden a través de mi cerebro, como el agua, enunciándolas en silencio en mi boca. Degustando sus bordes dulces en mi lengua.

Quiero subir a la mente del autor, sabiendo todas las palabras que dejó rebotar en las paredes de su psique. Quiero encontrar las palabras que ella consideró indignas de convertirse en las palabras para siempre. Me las imagino más importantes que las palabras escritas para la posteridad. Son más honestas, más sinceras. Quiero robar las palabras que fueron destinadas sólo para ser vistas por sus ojos. Las que fueron escritas para trabajar a través de sus ideas, para encontrar su propia voz. Tal vez ella pueda ayudarme a encontrar la mía también.

Una pieza bellamente escrita y pulida, tiene buen sabor en mi boca.

Son las palabras agrias, las ásperas que se sienten como vidrios rotos y pudieran cortar mi labio, las que me hacen parar y pensar. Las palabras saben a jugo de limón y salsa picante. Mi cerebro se siente como mi cara se vería probándolas, inútilmente torcida más allá del punto de reconocimiento con la esperanza de calmar el malestar. Tengo que probar las palabras que me hacen releer las oraciones tres veces. Cuando un pensamiento es tan complejo que no puede ser traducido dulce y suavemente, es más interesante. No es fácil, pero vale la pena.

Puedo sentir los pensamientos como éste en mi cabeza. Nebulosos, flotando detrás de mi corteza frontal, sentados directamente entre mis hemisferios izquierdo y derecho. Perforo mi propio cerebro, tratando de conseguir agarrar y exprimir el pensamiento hacia fuera y sobre la página.

A veces tengo éxito, haciendo palabras eternas que son dulces y suaves. A veces escribo palabras para siempre que son agrias y ásperas. A veces el pensamiento se desliza a la derecha a través de mis manos entrometidas como masilla y tengo que conformarme con la sensación del pensamiento. Debo dejar que repose en mi cerebro un poco más, envejeciendo de forma indefinida como un buen vino. Tengo que conformarme con no saber si alguna vez exprimiré ese pensamiento sobre la página. Puede que nunca sea convertido en palabras para siempre.

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Imagen por Sebastien Wiertz

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Evelyn Wittig

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