Catorce libros «la primera vez que»

Luis Daniel González
Medium en español
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5 min readJun 9, 2015

Hace tiempo hubo una persona que me hizo notar el interés de que, al hablar de libros infantiles y juveniles, resaltara «la primera vez que» un libro fue, por algún motivo, una verdadera novedad. Seguí su consejo ya varias veces y, por ejemplo, aquí está un esquema con catorce libros decimonónicos a los que se les puede aplicar esa idea y que, por cierto, son lecturas (o relecturas, si hace mucho tiempo que uno los leyó) de lo más recomendables (eso sí, dejándose llevar por los textos y abandonando cualquier intento de imponerles los propios límites mentales).

1812–1822. Cuentos de niños y del hogar, los hermanos Grimm. Primera vez que se levanta la bandera de la recuperación de los relatos populares. Pero el legado de los autores no fue sólo el de recoger y dar forma a muchas historias tradicionales, sino también el de poner un nivel muy alto a quienes emprendieron una labor parecida en otros países.

1818. Frankestein, Mary Shelley. Primer libro de ciencia-ficción. Primera protesta contra la ciencia: «Cuanto más me adentraba en la ciencia más se convertía en un fin en sí misma», dirá el doctor cuando cuenta su historia: la de un científico que crea un monstruo dotado de razón, y de aspecto deforme, que, al no encontrar afecto ni siquiera en su creador, siembra el terror.

1826. El último mohicano, Fenimore Cooper. El libro más popular de la serie Calzas de Cuero, un protagonista que tendrá muchos nombres a lo largo de cinco novelas. Las obras de Cooper están en el origen de los temas y los personajes prototípicos que luego reaparecerán en innumerables ficciones: indios sabios y estoicos, tramperos que aman la libertad de las praderas y los bosques y que dicen alejarse de «la civilización» pero son en realidad sus heraldos.

1835–1874. Cuentos, Hans Christian Andersen. Cuentos de fantasía originales, aunque su inspiración procediera muchas veces de viejas narraciones orales, de distinto tipo: unos, al modo de los cuentos populares, como La princesa y el guisante o El traje nuevo del emperador; otros que capturan bien complejos interiores como El patito feo; otros dolorosos como La niña de los fósforos o El abeto.

1847. Los chicos del Bosque Nuevo, Frederic Marryat. Primera novela histórica con chicos como protagonistas y dirigida expresamente a un público joven. Cuatro hermanos huérfanos deben ocultarse cuando estalla la guerra civil, rehacer su vida y luchar por recuperar la casa y las tierras de su familia.

1865. Alicia en el país de las maravillas, Lewis Carroll. Primer relato largo de nonsense. Primer libro para niños que no tenía pretensiones moralizantes directas. Primer libro con un humor intelectual típicamente moderno. No el primero pero sí uno de los más importantes libros que narrarán viajes a mundos de fantasía donde habitan seres de lo más singular. Además, con las ilustraciones del dibujante de Punch John Tenniel, quedaron en la historia como los primeros libros en los que se dio una fructífera (y tensa) colaboración entre autor e ilustrador.

1868. Mujercitas, Louise May Alcott. No es el primer libro de vida familiar pero sí es el que se puede considerar que da origen al subgénero. La sencillez, la espontaneidad, el sentido común y el optimismo que se respira en toda la novela, tiene tanta capacidad de arrastre hoy como ayer. Es siempre interesante pensar que si una novela no alcanza la excelencia literaria y llega a ser inmortal es, quizá, porque toca teclas más profundas y menos circunstanciales.

1871. La princesa y los trasgos, George MacDonald. Según Chesterton, MacDonald, amigo íntimo de Carroll, fue el iniciador de lo que hoy conocemos como Literatura infantil. Esta obra, que influyó mucho en Tolkien, es el primer libro de aventuras fantásticas. Es un libro que sugiere que el verdadero mundo amenazador está justo debajo de nuestra misma casa y que apunta que siempre hay quien nos protege.

1880. Heidi, Joanna Spyri. La novela que abrió paso a todas las niñas huérfanas capaces de cambiarlo todo a su alrededor con su bondad y optimismo a prueba de bomba. Con esta historia cuajaron dos estereotipos que serán habituales en los libros infantiles: el de un abuelo sabio y el de una profesora rígida y odiosa.

1882. La isla del tesoro, Robert Louis Stevenson. Reina de las novelas juveniles. No es la primera historia de aventureros en una isla pero sí la que fija los estereotipos para tantas historias posteriores de piratas. En ella, como en otras novelas de Stevenson, héroes y malvados vacilan y nos resultan cercanos, y esto, unido a un estilo terso y exacto, transmite una gran sensación de verosimilitud. También establece un prototipo de malvado inolvidable.

1883. Pinocho, Carlo Collodi. No es el primer relato sobre un muñeco que cobra vida — recuérdese, por ejemplo, El valiente soldadito de plomo de Andersen — pero tal vez sí el primero que, al hacerlo, se incorpora al mundo humano. Destacable por el comportamiento desobediente del protagonista y por el inalterable amor del padre hacia su hijo. En este hilo argumental resuena la parábola evangélica del hijo pródigo.

1885. Las aventuras de Huckleberry Finn, Mark Twain. Huck huye de su padre, alcohólico y violento, y se une a un esclavo negro que también se fuga para llegar a un estado donde se le reconozca su libertad. La obra de Twain tiene un marcado carácter de sátira social, pero también es un ejemplo de cómo influyen las convenciones sociales en la formación de los criterios morales de un chico. «Nuestro mejor libro» dijo de él Hemingway. Muchos otros chicos desamparados emprenderán viajes parecidos al de Huck.

1894. El libro de la selva, Ruyard Kipling. Colección de relatos de los que, los más famosos son los que componen la historia de Mogwli, el niño educado por los lobos y asesorado más tarde por un oso y una pantera. Escritos en difíciles circunstancias económicas y cuando su hija estaba recién nacida, son el más popular de los relatos de aprendizaje de Kipling. Después vendrían Tarzán y cientos de historias sobre chicos «educados» en la selva.

1895. El rojo emblema del valor, Stephen Crane. Guerra de Secesión de los Estados Unidos. Cuidadísima y sugerente narración, que usa un modo de contar que armoniza fondo y forma con brillantez, y que ofrece una visión realista de los combates mientras nos hace asistir a los arranques de valor y a los actos de cobardía del protagonista. Es uno de los raros casos en los que un escritor trata con enorme agudeza sobre un tema del que no conocía nada de primera mano. Lo cierto es que nunca antes se había novelado así la guerra.

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Luis Daniel González
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Escribo sobre libros, y especialmente sobre libros infantiles y juveniles, en www.bienvenidosalafiesta.com.